Lucía Etxebarria - El contenido del silencio

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Gabriel, un joven ejecutivo cuya vida desahogada y apacible transcurre en Londres, lleva diez años sin saber nada de su hermana, hasta el día en que recibe una llamada que le informa de que muy probablemente ésta haya fallecido en un suicidio colectivo llevado a cabo en Tenerife. Su inmediato viaje a las islas para testificar como único pariente vivo de la desaparecida tendrá un efecto devastador y a la vez catártico, que le hará replantearse todo su pasado y su futuro en un itinerario no sólo físico sino también, y sobre todo, interior.
Helena, la amiga íntima de Cordelia, será su guía durante la inmersión en la vida de su hermana. Un inmersión común que precipitará a ambos a confrontar sus miedos, vacíos y huidas.

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– Winterr, Raij… -Helena parecía paladear las palabras como si fueran los nombres de un postre exótico-. Qué bien pronuncias el alemán…

– Me encanta tener a una mujer tan guapa tan interesada en lo que cuento, no me suele suceder a menudo.

Helena sonrió, una sonrisa radiante y cálida como el propio día, y Gabriel sintió que los demonios de los celos le mordían por todas partes.

– Pero sigue, por favor, no quería interrumpir.

– ;Por dónde iba?

– Los ingleses sospechaban de Herr Winter.

– Pues sí, el Almirantazgo británico insistía en que el apéndice de Jandía se había convertido en una rada privilegiada para los submarinos alemanes. Hay que tener en cuenta que Jandía constituye un enclave de importancia geográfica y estratégica incomparable, pues supone un paso obligado en la ruta a África, amén de que desde Barlovento se disfruta de una vista excepcional para poder divisar cualquier barco que viaje de un continente a otro. Tened en cuenta que por aquel entonces pendía sobre Canarias una amenaza de invasión angloamericana. Buques de guerra del Tercer Reich atracaban a menudo en los puertos canarios, eso os lo puede confirmar cualquier viejo de más de ochenta años. De aquélla llegaban regularmente a Canarias navíos alemanes a través de la consignataria Woermann Linie, con base en el Puerto de la Luz, que actuaba oficiosamente como base de inteligencia del Reich.

»Durante las dos guerras mundiales, el paso de barcos de guerra y submarinos alemanes por Canarias fue constante: naves que se abastecían en La Palma, La Gomera, Tenerife, Gran Canaria y Fuerteventura. En el caso de los puertos de Gran Canaria y Tenerife existen pruebas documentales del avituallamiento de submarinos nazis durante la segunda guerra mundial, así como de sus barcos nodriza. En Gran Canaria, las tropas alemanas contaban con un chalet en Tafira para refresco de las tripulaciones y con una estación de radio, en el Pico de Bandama. Lo dicho pues: Franco puso las islas Canarias a disposición de los alemanes, por mucho que el país, en teoría, fuera neutral.

– ¿En teoría? ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó Helena, evidentemente muy interesada por la historia o, temía Gabriel, por quien la relataba.

– Neutral en teoría y no tanto en la práctica. Porque a partir de la victoria del bando franquista en la guerra civil la implicación del Estado español en el funcionamiento del Tercer Reich fue importante. El aparato franquista se esforzó mucho en estar bien sincronizado con el del Tercer Reich. Franco tuvo su parte de responsabilidad en la larga duración de la segunda guerra mundial por su intenso comercio con el régimen alemán y por el apoyo que se les presto a los nazis desde España, por más que el Estado español se definiera oficialmente como Estado no beligerante o neutral. Eso es bien sabido por cualquier historiador, especialmente por los británicos, que han escrito mucho sobre el particular.

– Tú estudiaste allí, ¿no? -intentó confirmar Gabriel, tanteando al posible rival.

– No exactamente. Fui lector en Oxford, con una beca de investigación… ¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo ha dicho mi tía?

– Por el acento, lo he supuesto por el acento y el buen inglés que hablas. Yo también estudié en Oxford, por cierto.

– ¿Qué estudiaste?

– MBA.

– Ah…

Gabriel creía entender el porqué de aquel ah ligeramente despectivo y arrojado como un dardo envenenado. Los estudiantes de empresariales no estaban bien vistos a ojos de los de humanidades, como si hubieran traicionado el espíritu humanista de la institución.

– Me siento halagado de que lo hayas advertido. Tenía la intención de seguir la carrera académica, pero ahora he cambiado de opinión. Puede que escriba un libro, pero no un libro académico; un libro de divulgación, para el gran público. A veces pienso incluso en escribir una novela…

– Y ¿por qué esa decisión? Te veo realmente muy versado. Un erudito, diría yo. Serías un gran profesor, o un gran investigador -dijo Helena, y el halago debió de resultar tan agradable para Virgilio como doloroso para Gabriel.

– Gracias, pero en realidad no es para tanto. Y no me veo de profesor universitario. Quiero vivir aquí y, más tarde, ya veré. Ahora mismo no me imagino viviendo lejos de la isla.

– No me extraña… Supongo que es fácil enamorarse de este sitio. Pero tú no eres canario, ¿no? No tienes acento.

El pensamiento de Gabriel se aceleraba errátil e inseguro: quería pensar que aquello no era un coqueteo, y que imaginaba donde no había, pero le comía una envidia verde y muda de Virgilio, y una tenaz y lúcida avaricia de cada gesto de Helena.

– Mi familia lo es. Yo viví mucho tiempo en Madrid, y luego volví aquí. Es una larga historia, otro día te la cuento.

– Claro. Por favor, sigue con lo que estabas contando. Me parece muy interesante todo eso de la colaboración entre el Estado español y el Tercer Reich.

– Ah, sí. Pues, por ponerte un ejemplo, en el treinta y ocho se firmó un pacto de colaboración entre la Gestapo y el servicio de información de la policía militar española. A través de ese pacto se acordaba que expertos de las SS y la Gestapo asesorarían a agentes españoles en la lucha contra el comunismo. Lo que quiere decir que los alemanes instruyeron a los policías españoles en lo referente a técnicas de interrogatorios, torturas, ficheros, campos de internamiento, etc.

– Suena terriblemente sórdido…

– Lo es, Helena. En bastantes casos de designación de cargos policiales se llegó a aceptar la prioridad de decisión alemana. Incluso se adiestraron policías españoles en Alemania. Durante la segunda guerra mundial, Franco también puso al servicio de los alemanes parte de su infraestructura comercial con los países del sur de América, ofreciéndola a los alemanes como enlace. Y no sé si sabéis que casi cincuenta mil soldados españoles lucharon con el ejército nazi.

– Sí, claro, la División Azul -dijo Helena-. Pero no sabía que habían sido tantos…

– Creí que habías dicho que España era neutral -recordó Gabriel.

– ¿Neutral? Sobre el papel, nada más. En España, la Alemania de Hitler tenía miles de agentes, unos diez mil según las listas de los aliados, infiltrados en casi todos los puntos clave del país: el ejército, la policía, la prensa, la radio nacional española, los puertos… y, por supuesto, los servicios secretos. Las academias de formación de oficiales estaban asesoradas por oficiales alemanes, y la Gestapo organizaba a la policía española. Incluso Iberia empleó aviones alemanes. Al igual que Radio Nacional de España, cuya primera emisora era completamente alemana… Es decir, que España fue el único país oficialmente neutral que apoyó militarmente al Estado nazi en su guerra. Neutral sobre el papel, repito. En el cuarenta y tres, y debido a las múltiples presiones británicas, Franco no tuvo más remedio que retirar a la División Azul del frente, pero no lo hizo porque no apoyara ya el régimen nazi, ni por un distanciamiento ideológico, sino porque no era tonto. Ya se intuía que la guerra la iban a perder los alemanes, de forma que el Generalísimo inició coqueteos políticos con los aliados para garantizar la supervivencia del fascismo español. Pero el ejército español, por ejemplo, siguió colaborando con el alemán en acciones de sabotaje a objetivos británicos. Y durante toda la guerra, España fue la encargada de transferir bienes nazis a terceros países.

»En resumidas cuentas, que cuando ese presunto agente nazi, Gustav Winter, arrienda las tierras de Jandía, en el año treinta y siete, el gobierno nacional -el gobierno del alzamiento, el de Burgos, no el gobierno legítimo de la República- está a partir un piñón con el alemán, como si dijéramos. Después, en el cuarenta y uno, cuando el fascismo ha ganado la guerra, una entidad denominada Dehesa de Jandía, S. A., compró la península entera, en teoría con la intención de destinar el territorio a la explotación agrícola. Y ¿quién era el gerente de esa sociedad?

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