– Y esa muchacha era Aneyma, mi madre.
– María Aneyma. A la niña la bautizaron María Aneyma por una equivocación. Por lo visto, tu abuela era una de las pocas mujeres de la época que leían. Por entonces, en Candelaria muchas mujeres no sabían leer y las que sí sabían no lo hacían casi nunca. La gente no tenía libros en casa. Pero tu abuela sí que leía mucho, o al menos mucho para lo que se estilaba en la época. Además, había estudiado latín con el propio obispo de Tenerife, o eso aseguraba Yaiza, aunque puede que exagerara. Parece ser que para estudiar latín tu abuela había traducido textos de la Eneida de Virgilio, lo que, en una joven de la época, resultaba de lo más excepcional, así que debía de ser una mujer muy inteligente y de mucho carácter. A tu abuela, por lo visto, le encantaba la historia de Dido y Eneas, y se la iba contando a tu abuelo, que no leía absolutamente nada. Tu abuelo pensó en llamar a la niña Dido, pero en español, como sabes, los nombres masculinos acaban en «o», y Dido suena a nombre de chico o, peor aún, de perro. Así que decidió llamar a la niña Eneida, en honor a la madre fallecida y a su historia de amor. En aquel entonces en España, por ley, a los niños sólo se les podía imponer nombres legitimados por el santoral católico, pero en Canarias siempre hubo manga ancha a ese respecto, como la hubo respecto a muchas otras leyes dictadas en la lejana Península. Dependiendo de lo tolerante que fuera el párroco que bautizara, era fácil que los niños llevaran nombres autóctonos, guanches, sobre todo en el caso de las niñas, siempre que llevaran un «María» precediendo al nombre. Y de alguna manera el párroco del pueblo no entendió aquello de «Eneida» y al final la niña se llamó María Aneyma, porque sonaba a nombre guanche.
– Entonces, ¿mi madre era la única Aneyma de la isla?
– Sí. Por eso resultó tan fácil de localizar. Sigo con la historia, si te parece. Parece que tu abuelo estaba de verdad enamorado de tu abuela y que, a pesar de lo que decían en el pueblo, el interés económico no había sido la única razón, o no la principal, del matrimonio. En cualquier caso, cuando su esposa falleció se sintió muy culpable y se sumió en una depresión muy seria. Se pasaba el día encerrado en casa, mano sobre mano y la cabeza gacha. Y tu bisabuela, su madre, que, si tenemos que creer a Yaiza era una lianta de mucho cuidado, aprovechó su estado para casarle de nuevo, convenciendo al pobre hombre, que a cuenta de la tristeza ni sabía adónde iba o de dónde venía, de que la bebé necesitaba alguien que cuidara de ella. Y le eligió a una chica del pueblo muy modosita, muy joven, muy fácil, o sea, una niña a la que ella pudiera manipular a su antojo para tenerla de criada y niñera, que la reconociera a ella como dueña y señora de la casa y que no se entrometiera en la relación que mantenía con su hijo. La chica debía de ser bastante feúcha, y los dos niños que nacieron salieron a ella y no a su padre. Así que en aquella casa había una princesa rubia de ojos azules y dos niños gordos y feos y, como suele suceder en estos casos, a la madrastra le entraron unos celos terribles de la niña. Según contaba Yaiza, la mujer no maltrataba exactamente a Aneyma, pero sí que se desentendía de ella. La abuela tampoco es que adorara a la niña, y el padre seguía sumido en su depresión y no se preocupaba ni de su hija ni de nadie. No se trataba de una niña querida o atendida, pero estaban unidos a ella porque el dinero de la casa era de Aneyma, de tu madre. La familia de su madre, de tu abuela, no era tonta, y habían dispuesto unas capitulaciones matrimoniales según las cuales, si tu abuela fallecía, tu abuelo debía renunciar a su parte legítima de la herencia, es decir, del dinero que la familia de tu abuela había entregado como dote, que debía de ser mucho. Una cantidad que pasaría a sus hijos si los hubiera y que, si no, regresaría a las manos de donde vino. Se suponía que así evitaban el casamiento por interés.
– Suena a La casa de Bernarda Alba…
– ¿La has leído?
– No, pero la he visto representada alguna vez.
– ¿En español?
– No, en inglés. En Londres.
– ¿Lorca está traducido al inglés?
– Por supuesto.
– Pues sí, ahora que lo dices, no lo había pensado, pero sí, se trata de una situación parecida. Con una Aneyma en lugar de una Angustias. Aneyma era la heredera del dinero de su madre, y el padre sólo lo controlaba en usufructo. Toda esa familia vivía de prestado, en realidad, porque el padre actuaba como gestor de los bienes de la hija, que ella heredaría a los veintiún años, la mayoría de edad entonces. Así que debía de ser una situación muy rara, lo de vivir todos a costa del dinero de una niña a la que odiaban. Además, como ya te he dicho, tu abuela, la madre de tu padre, debía de tener un carácter insufrible y tiránico, y allí vivían todos bailando al son de los caprichos de la vieja. Aneyma, en particular, era un poco como la Cenicienta: cocinaba, planchaba y lavaba para los hermanos, que no hacían nada y la tenían vigiladísima. Con la excusa de que era tan guapa y llamativa no la dejaban salir sola ni para comprar pan. Iba siempre acompañada de su madrastra, que le ponía cara de perro a cualquiera que osara piropear a la niña o mirarla más largamente de lo que se consideraba decoroso.
– Y ¿todo eso os lo contó aquella señora? ¿Cómo sabía tanto de mi madre?
– Yaiza era la vecina de tu madre, su íntima amiga. Su única amiga, en realidad, porque, como te he dicho, Aneyma vivía muy controlada y sobreprotegida, casi nunca salía sola de casa y tenía pocas posibilidades de hacer amigos. Era muy buena estudiante y, como había sido la madre, también muy inteligente. Aneyma y Yaiza tenían la misma edad. Todas las mañanas y todas las tardes hacían juntas, caminando, la ruta del colegio a casa, y viceversa. Sólo había un colegio en Candelaria. Y a partir de los ocho años Yaiza pasaba casi todas las tardes con Aneyma haciendo los deberes, porque Aneyma era la mejor estudiante de su clase, y Yaiza iba muy retrasada. Se estableció entre ellas un vínculo muy estrecho, una especie de hermandad, así que la una ayudaba a la otra. En realidad, Yaiza se convirtió en la hermana que Aneyma nunca tuvo…
– ¿Yaiza era morena?
– Sí, sí…, muy morena, de ojos negros. Piel canela. Aunque supongo que el cabello lo llevaba teñido cuando nosotras la vimos. Ya era muy mayor para no tener canas.
– Morena de ojos negros, como tú.
– Pues sí… ¿Por qué lo preguntas?
– Estaba pensando en lo que has dicho antes de que acabamos repitiendo los comportamientos de nuestros padres, incluso si no los hemos conocido. Porque Aneyma también se buscó una hermana sustituía. Quiero decir, ¿no es algo parecido a la relación que Cordelia tenía contigo? Una rubia y una morena…
– Pues no había reparado en ello, la verdad. Pero supongo que a Cordelia le habría hecho gracia oírlo. Y ahora que lo dices… Sí, la verdad es que podría decirse que Yaiza v yo guardábamos cierto parecido. Es curioso.
– ¿Qué más os contó la mujer?
– Pues que desde muy pequeña Aneyma sabía que el dinero de la familia era suyo. El caso es que en la España franquista las mujeres solteras no podían disponer de cuenta corriente, no podían tocar su propio dinero sin permiso de su tutor o de su marido, y esto no cambió hasta la muerte de Franco, creo. Así que la abuela de Aneyma tenía muy claro que. si querían seguir disponiendo del dinero de Aneyma sin controles y con desahogo, había que buscarle a la niña un marido dócil para que el matrimonio se quedara a vivir con ellos y ella pudiera seguir mangoneando el dinero de su nieta. Y es curioso que la niña lo supiese. Supongo que los niños se enteran de muchas más cosas de las que los adultos creen. Captan conversaciones que no deberían oír, o que los adultos creen que, debido a su edad, no van a entender, infravalorando la capacidad de los niños para asimilar y captar conceptos. Y Aneyma no decía nada en casa, pero tenía muy claro que allí no quería quedarse, y que su única salida iba a ser la de buscarse un marido que no le gustara nada a su familia pero sí a ella. En realidad, no podía prever que a la muerte del dictador las cosas cambiarían y que ella, a diferencia de su madre y su abuela, gozaría pronto de su legítimo derecho a disponer de su propio dinero. Entretanto, ella callaba, no se hacía notar, no discutía, y sólo se abría con su amiga y confidente, la única que sabía que en realidad Aneyma era mucho más fuerte y más lista de lo que la familia podía siquiera imaginar.
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