– ¿Se quedaba en Londres?
– Efectivamente. Había hablado con la tía Mila, la había puesto al corriente de los problemas que tenía en casa, y la tía había convenido en enviarle dinero para que se estableciera allí, en Londres, hasta que alcanzara la mayoría de edad y heredara. Yaiza no sabía bien qué había podido contarle Aneyma, pero la tía estaba muy escandalizada.
– Pero, al ser menor de edad, la familia podía ir a buscarla y llevarla de vuelta a casa.
– No, no podían. ¿Cómo? Si no tenían su dirección ni forma de localizarla, y todos eran unos palurdos que no habían salido de Candelaria en su vida. ¿Crees que iban a llamar a la Interpol? En aquellos años, que yo sepa, no había acuerdos de extradición ni nada por el estilo. No, no iba a haber manera de localizar a Aneyma. Pero Yaiza y la tía tenían que ponerse de acuerdo en la versión que darían a la vuelta: habían ido a un musical, Aneyma había dicho que iba al cuarto de baño y ya no había regresado, aunque había dejado una carta en el hotel explicando que lo sentía mucho, que había aprovechado aquella oportunidad para escaparse porque no aguantaba el trato en su casa. El detalle de la carta era importante porque, si una chica de casi veinte años se iba por propia voluntad, la policía inglesa no saldría en su busca, pero si desaparecía sin dejar rastro, sí. En la carta Aneyma decía que había vendido sus joyas, que tenía dinero y que pensaba mantenerse sola. La tía, tu tía abuela Mila, le contó en el avión de regreso a Yaiza que ella no tenía ni idea de las condiciones en las que vivía su sobrina, y que si lo hubiera sabido antes… La tía no hacía más que llorar. Yaiza sabía que Aneyma no era feliz en aquella casa, pero no creía que las condiciones fueran tan horribles. Pensó que quizá Aneyma le habría contado a la tía Mila algo que no le había contado a ella. Que le pegaban, tal vez. El caso es que, cuando tu tía abuela y Yaiza pusieron los pies en Tenerife, la tía se fue derechita a Candelaria para entrevistarse con la familia, con la carta de Aneyma en la mano. En la carta tu madre decía que no podía soportar vivir en una casa en la que no la querían ni la respetaban, así que las dos familias se pelearon. La rama paterna de Candelaria acusaba a la tía Mila de negligente; la rama materna de Santa Cruz y el Puerto acusaba a los de Candelaria de maltratadores. Para evitar el escándalo, todos ellos convinieron en decir que Aneyma se había quedado en casa de un familiar por parte materna en Londres.
– Y, entretanto, ¿dónde estaba mi madre?
– En casa de un familiar, en Londres. Ésa era la verdad. Como te he dicho, el abuelo materno de Aneyma, tu bisabuelo, era terrateniente, y los plátanos que se cultivaban en sus tierras se exportaban. Las plataneras trabajaban con compañías británicas, y una de sus primas se había casado con un inglés, algo relativamente común entonces, porque siempre ha habido mucha presencia británica en Tenerife. Así que a la semana tu madre envió una carta diciendo que se encontraba bien y perfeccionando su inglés. Ninguna de las dos familias fue a buscarla. Y al poco tiempo Aneyma, efectivamente, había perfeccionado tanto su inglés que encontró trabajo como recepcionista en un hotel…
– El mismo trabajo que años después desempeñaría Cordelia.
– Efectivamente. Es decir, Aneyma, tu madre, viaja de Canarias al Reino Unido para acabar trabajando en un hotel y, años después, Cordelia, tu hermana, realiza el viaje a la inversa…
– Pero Cordelia no estaba embarazada.
– Pero sí que viajaba huyendo de una historia de amor imposible.
– Y ¿por qué dices eso? ¿Qué te hace pensar que mi madre huía de un amor imposible?
– Lo cree Yaiza, por la insistencia de tu madre en no revelar el nombre del padre de la criatura que gestaba. Yaiza cree que se trataba de un hombre casado porque, si hubiera sido un muchacho soltero, Aneyma se habría casado con él. puesto que ése era el objetivo que buscaba: un matrimonio. En un pueblo como Candelaria, cualquier muchacho soltero habría estado encantado de casarse con la chica más guapa y rica del pueblo. Y, si no lo hubiera estado, la familia le habría obligado, por cuestión de honor. Esos matrimonios entre dos jóvenes que ni se querían ni casi se conocían y que sólo habían hecho el amor una o dos veces eran bastante comunes entonces. Porque las madres solteras lo pasaban muy mal, estaban muy estigmatizadas, sobre todo en pueblos pequeños, y por eso sus familias siempre intentaban casarlas a toda costa, incluso si había que obligar al padre a punta de escopeta. Sin embargo, si el padre del bebé estaba casado, nada se podía hacer. En España no existía el divorcio. Por eso Yaiza estaba convencida de que el padre del bebé que Aneyma esperaba era un hombre casado. Si hubiera sido un chico soltero, se habría casado con ella.
– E ¿imaginaba quién podía ser?
– No, no tenía la más remota idea. Pero Cordelia sí.
– ¿Cordelia? ¿Cordelia sabía quién pudo ser el amante de nuestra madre?
– Sí. Más tarde, ya en casa, me habló precisamente de las constelaciones familiares. Dijo que la historia se repetía, que su madre y ella habían vivido experiencias similares y habían hecho recorridos inversos…
– ¿Experiencias similares? Quizá Cordelia se refería a Richard, pero Richard no estaba casado, sino divorciado.
– O quizá se refería a otro hombre, a aquella historia de amor que la había dejado hundida en Edimburgo.
– Pero ese hombre, el hombre del que Cordelia estaba tan enamorada, su primer amor, no estaba casado.
– Quizá tú piensas en un amor adolescente, pero puede que ella conociera a alguien después…
– Sí, es posible.
– En cualquier caso, Cordelia parecía segura de saber quién era el misterioso primer amante de Aneyma. Deduje que tu madre podía haberle contado algo a Richard y que Richard se lo habría contado a Cordelia. Pero el caso es que tu hermana se negó a decirme más, a explicarme nada. Lo que sí puedo decirte es que nunca más quiso volver a Candelaria, ni retomar el contacto con la familia de tu madre, aunque Yaiza, eso sí, nos llamó alguna vez. E incluso vino a vernos al Puerto.
– Y durante todos aquellos años en los que mi madre residió en el Reino Unido, ¿Yaiza mantenía contacto con ella?
– Sí. Tu madre le escribía, le contó que en el hotel había conocido a un hombre, y que se casaba. Por supuesto, también escribía a su tía Mila. Con esa tía mantuvo un contacto estrecho e intenso durante años, hasta que la tía falleció cuatro años después, ele un cáncer. Pero tu madre no le proporcionó a Yaiza jamás una dirección ni un número de teléfono, porque temía que su familia la localizara. Pensaba que si su amiga no sabía dónde estaba, su familia nunca podría averiguarlo. De hecho, Yaiza ni siquiera llegó a saber que Aneyma se había ido a vivir a Edimburgo. Las cartas siguieron llegando con matasellos de Londres. Imagino que tu madre enviaba la carta a alguien en Londres y que ese alguien las expedía desde allí.
– Eso es fácil. Mi padre viajaba con frecuencia a Londres por razones de trabajo. Así es como conoció a mi madre. Pero si ella ya era mayor de edad, si se había casado, si había heredado, ¿por qué evitar el contacto con su familia de una manera tan extrema? ¿Por qué no comunicar a su padre que había sido abuelo, que tenía dos nietos?
– Porque los odiaba. A todos. Y no quiso volver a saber de ellos nunca más. Quiso borrar la vida que había vivido, y es posible que quisiera dejar atrás la historia de su embarazo y de su aborto. Hoy en día, la historia de su aborto suena más o menos corriente, hasta trillada, muchas veces escuchada, algo que les ha pasado a tantas amigas y conocidas. Pero para una mujer como tu madre, educada en esa cultura católica y rancia, un embarazo ilegítimo y un aborto debió ele suponer un trauma muy fuerte, algo que querría enterrar en el olvido a toda costa.
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