Inma Chacón - La Princesa India

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Entre la América del Imperio azteca y la España de la Inquisición, una historia de amor repleta de riesgos y peripecias, en un relato que combina la aventura y la crónica de Indias… Un acercamiento lírico y sentido a las culturas indígenas, una mirada crítica a la historia de España…

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Esperaron en silencio hasta escuchar los cuatro golpes que señalaban la llamada de Olvido. La esclava entregó a Mamata el molde de la llave con una sonrisa que le desbordaba la cara. La nodriza le entregó a ella el papel, le temblaba todo el cuerpo.

– ¡Por fin! ¡Pobrecita mía! ¡Qué miedo habrá pasado! ¿Qué haremos ahora?

Mamata abrió la despensa y se dispuso a salir.

– Esperar a que os traiga la llave mañana por la noche.

Después se dirigió a Olvido.

– Entrégale el papel. No olvidéis quemarlo en la chimenea después de leerlo, es muy importante que no lo vea nadie.

Volvió al palacio de enfrente protegiendo la fragilidad de la cera con las dos manos. La solución de muchos problemas se encontraba en aquel molde. A la mañana siguiente, la llave colgaba en su pecho junto a la Virgen del Rocío.

Buscó a su señora y le explicó lo que tramaba.

– Tenemos que conseguir que Diamantina salga de su palacete. Sólo ella puede convencer a los jueces de Llerena de lo que pasó en la fonda.

La princesa la escuchó atentamente. El plan era bueno. Lo integrarían en el que ella había modificado. Pero nadie debía conocerlo, ni siquiera su familia. Diamantina podría volverse atrás en el último momento.

Mamata acudió esa misma noche al palacio de Diamantina para entregarle la llave a Olvido. Llamó a la puerta falsa con la señal convenida con la nodriza, pero nadie le abría. Esperó durante más de una hora hasta que comprendió que el aya no acudiría a su encuentro, y volvió al palacete. No sabía qué pensar. Antes del amanecer, su hijo entró en su habitación y la encontró todavía despierta.

– ¡Madre! La esperan en las caballerizas.

No necesitó vestirse, se había acostado sobre la colcha, tal y como había salido a la calle. Cuando llegó a los cobertizos, encontró a la niñera envuelta en un mar de llanto.

– Lo siento, no pude ir. El señor volvió anoche bebido, nos mantuvo a todos en jaque hasta que conseguimos meterlo en la cama. Cuando miré el reloj de la iglesia ya habían pasado más de dos horas.

Mamata intentó tranquilizarla.

– No importa, no llores. No necesitará la llave hasta el domingo. Ahora mismo vamos a ver a Olvido y todo arreglado. ¿A qué hora suele bajar don Manuel?

Pero la niñera seguía llorando. Anudaba el mandil en sus dedos hasta convertirlo en un ovillo con el que se restregaba los ojos.

– Acaba de marcharse, ha dicho que estaría todo el día en el campo. Anoche no consintió en abrir la puerta de la señora. ¡Dios mío! ¿Qué pasará ahora con Diamantina? Olvido no puede salir de la habitación. ¿Cómo vamos a darle la llave?

Mamata sacó la cadena que llevaba al cuello y le mostró lo que colgaba de ella.

– Pero nosotras podemos entrar.

Después volvió a guardarse la cadena.

– Aunque será mejor que esperemos a mañana. No hay tanta prisa. Por la noche se la daremos a Olvido y pasado mañana la tendrá Diamantina. Todavía faltará un día para el momento en que la use.

El ama de cría la miró decepcionada.

– Pero ella la esperaba hoy. ¿No podríamos evitarle el sufrimiento de no saber si la tenemos o no?

Mamata sonrió y volvió a sacar la llave.

– ¡Vamos!

Momentos después, las cuatro mujeres se abrazaban en silencio. Mamata no permitió los llantos ni los saltos de alegría.

– Eso tenéis que dejarlo para el domingo. Ahora tenemos que salir de aquí, si nos viera alguien se estropearía todo.

Diamantina acarició la llave con las dos manos. Se acercó a Mamata y la abrazó con toda su fuerza.

– ¡Gracias! No puedes imaginar cuánto te lo agradezco.

– Es a mi señora a quien se lo debéis agradecer. Ella también os estará agradecida cuando cumpláis vuestra parte.

Se despidieron con la alegría de los que pronto se volverán a ver. En sus caras se reflejaba la excitación de las ilusiones a punto de cumplirse. Mamata, Olvido, Diamantina y su nodriza sabían que las agujas del reloj nunca pueden girar hacia atrás. El primer paso ya estaba dado, la llave funcionaba, Diamantina la escondería hasta el momento de la fuga. Sería el domingo, a la hora de la misa de la Encarnación y Mina. Las criadas de la princesa la visitarían vestidas de Valvanera y de doña Aurora, y éstas esperarían en el carruaje ataviadas con ropas idénticas a las que llevarían las criadas.

Mamata arrastró a la nodriza hacia la puerta. Asomó la cabeza al corredor, estaba vacío, nadie había advertido su presencia. Salió de la habitación con el aya dejando a Olvido y a Diamantina del otro lado.

– Seguid las instrucciones sin saltaros una coma. Todo saldrá bien. Echad la llave en cuanto salgamos.

4

El castigo que soportaba la nodriza de Diamantina era mucho mayor de lo que don Manuel podía calcular. Nunca se había separado de su señora. Se la arrimó al pecho cuando llegó al mundo, huérfana incluso antes de que sus pies abandonaran el vientre de su madre. La alimentó con su propia leche y veló sus sueños al tiempo que los de la niña que le arrebató la peste una semana antes que a su esposo, antes de cumplir los dos años.

Diamantina era para ella sangre de su sangre. Don Manuel sabía cómo escarmentarla con el peor de los castigos, el silencio. Las pocas veces en que le permitió que subiera a la habitación para ayudarla a lavarse, la vigilaba tan de cerca que resultaba imposible comunicarse ni siquiera con los ojos. Permanecía clavado delante de ellas, observando cada movimiento que pudiera contravenir las reglas que había establecido.

– No podéis hablar ni miraros a la cara. Si desobedecéis, se acabó el baño de agua caliente.

La niñera volvía a su alcoba con la frustración de no haberle dado un beso siquiera. La imaginaba soportando el silencio en compañía de una esclava incapaz de comunicarse con nadie. Sin saber si podría desahogar sus angustias en una persona con la que nunca había cruzado más de tres palabras, no sólo por la minusvalía de Olvido, sino porque su ocupación como ayudante de la cocinera la mantenía todo el día recluida en las cocinas. Incluso podría tratarse de una espía de don Manuel.

Todas las noches, cuando Olvido bajaba de la habitación de Diamantina, le preguntaba si la señora se encontraba bien. La esclava le tocaba el brazo y le decía que sí con la cabeza repetidamente. A las tres semanas del encierro, la llevó hasta la chimenea de la cocina, comprobó que nadie podía verlas y, con un palo, escribió en la ceniza una palabra que borró nada más terminar.

– Tranquila.

La niñera la miró atónita. Excepto ella y la señora Diamantina, que aprendió a leer a escondidas de su padre y disfrutaba enseñándole a ella, nadie en toda la casa sabía escribir. Don Manuel leía sin dificultad, pero para escribir utilizaba los servicios de un escribano. No tenía ningún interés en hacerlo él mismo.

– ¿Sabes escribir?

Olvido asintió y volvió a coger el palo.

– También puedo memorizar lo que tengas que decirle. Seguro que le gustaría leerlo.

Así empezó a comunicarse con Diamantina. Hubiera podido enviarle cartas con la esclava todas las mañanas, pero don Manuel la registraba de arriba abajo antes de dejarla pasar al dormitorio. No podía esconder nada.

En una ocasión, la niñera sorprendió a Olvido cuando amasaba algo con los dedos.

– ¿Qué tienes allí?

Olvido le mostró el bloque de cera y escribió sobre la ceniza.

– Cuando la señora abra los ojos, también abrirá la puerta de la habitación. Don Manuel deja la llave siempre en el mismo sitio. Sólo tiene que esperar a que se duerma.

– ¿No te lo ha visto el señor?

La esclava se escenificó a sí misma sacudiendo los brazos y con los dedos agarrotados. Después cogió la cera, la amasó hecha una bola y fingió relajarse. La nodriza sonrió.

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