– Dios mío, un ángel.
– Ojalá, soy el conductor.
– ¡Pues vaya! -Niki se incorpora poco a poco-. ¿Dónde diablos estabas mirando, conductor? ¿En qué demonios piensas mientras conduces?
– Lo sé, lo sé, perdona, pero yo tenía la preferencia.
– ¿La preferencia de qué?, ¿pero qué estás diciendo? Tenías un stop. ¿Es que no has visto que venía? Ay, me duele mucho el codo.
– Déjame ver… Bah, no tienes ni un rasguño. En cambio, mira lo que me has hecho en el lateral.
Niki se vuelve y se mira por detrás, retorciéndose entera.
– Y mira lo que me has hecho tú aquí. Los pantalones todos rotos.
– Pero si siempre los lleváis así.
– ¿Qué dices, idiota? Éstos eran nuevos, acabados de comprar, Jenny Artis, ¿entiendes? Me costaron una pasta, no es como para estropearlos ya al día siguiente. ¿Te das cuenta de que todavía no los he lavado una sola vez? Prácticamente me los has estrenado tú. ¿Sabes coser?
– ¿Cómo?
– ¿Me ayudas al menos a levantar el ciclomotor?
Alessandro se esfuerza por desencastrar el SH ayudado por Niki.
– Oye, ¿tú no vas nunca al gimnasio?
– De vez en cuando…
– Pues entonces tira…
Finalmente lo logran, pero el ciclomotor se le escapa a Niki de las manos, y da de nuevo con el Mercedes.
– ¡Ay!
– ¿Otra vez? Ten cuidado, ¿no?
Niki se pone bien el gorrito que lleva debajo del casco.
– Virgen santa, qué tiquismiquis, pareces mi padre.
– Es que vosotros no tenéis respeto por las cosas.
– Ahora te pareces a mi abuelo. Además, si aquí hay alguien que no tiene respeto por las cosas, ése eres precisamente tú. Mira lo que le has hecho a mi ciclomotor… La rueda delantera está toda torcida y al acabar debajo de tu jodido coche se le han doblado los dos amortiguadores.
– Ya ves, es sólo una rueda, la cambias y ya está.
– Claro, sólo que ahora tengo que ir al instituto, de modo que… -Rápidamente abre el cofre, saca una cadena gruesa y ata la rueda trasera del ciclomotor a un poste que hay allí al lado.
– ¿De modo que qué?
– De modo que me acompañas.
– Oye, no tengo tiempo. Llego tarde.
– Pues yo llego jodidamente tarde. De manera que gano yo. Venga, vamos. Además, podría llamar a la policía, hacer venir una ambulancia y quedarnos aquí un montón de rato. Te conviene llevarme a la escuela, perderemos mucho menos tiempo.
Alessandro se lo piensa un momento. Resopla.
– Venga, sube. -Abre la puerta y la ayuda.
– ¡Ay! ¿Lo ves? Me he dado un golpe atrás, me duele muchísimo.
– No pienses en ello.
Alessandro sube también y arranca.
– ¿Adónde te llevo?
– Al Mamiani, pasado el puente Cavour, zona Prati.
– Menos mal. También yo trabajo por allí.
– Ya ves, a veces las casualidades… Pero ¿cómo llevas la música?
– Ah, sí, perdona, el volumen se subió solo con el golpe.
– ¡Bien, es Robbie!
– Ah, sí.
– El videoclip es tope guay. ¿Lo has visto?
– No.
– Figura que él es profesor de patinaje sobre hielo que entrena a dos chicos para una competición importante, pero uno de ellos se hace daño, él ocupa su puesto y gana la competición.
– Ah, la típica historia buenista anglosajona.
– Bueno, a mí me parece un video guay. Mira, gira por ahí, así atajamos camino.
– Pero por ahí no se puede, es sólo para los autobuses y los taxis…
– Tú ahora me estás llevando, ¿no? Prácticamente es como si fueses un taxi. Venga, qué importa, no hay nadie. Así al menos acortas camino, por allí el tráfico siempre está fatal. Hasta mi madre lo hace.
– Ok.
No muy convencido, Alessandro se mete por el carril prohibido. Pero nada más adelantar a un autobús, se da cuenta de que hay un guardia urbano. Lo ve cometer la infracción y sonríe burlón, como diciendo «Sigue, sigue, que te he pillado», y se saca una libreta del bolsillo superior del uniforme.
Niki se asoma a la ventanilla en el preciso momento en que pasan por delante de él y grita con todas sus fuerzas:
– ¡Pringao! -Después se sienta de nuevo y mira divertida a Alessandro-. Odio a los urbanos.
– Claro. Y si había alguna posibilidad de que no me pusiese la multa, la hemos perdido.
– ¡Virgen santa, qué exagerado eres! Te vendrá de una multa. De todos modos, ya te la había puesto… Y, además, tú me has dicho lo mismo a propósito de la rueda de mi ciclomotor.
– Eres imposible, lo has hecho a propósito para podérmelo decir. Así no vamos a llevarnos bien.
– Nosotros no tenemos por qué llevarnos bien. Lo único que tenemos que hacer es intentar no pelearnos… No tener otro accidente. Dime la verdad… estabas distraído, ¿verdad? A lo mejor estabas mirando a alguna chica bonita aprovechando que estabas solo…
– Primero, yo siempre voy solo a la oficina, segundo, no me distraigo con facilidad…
Alessandro le sonríe y la mira con aire de suficiencia.
– Es preciso algo más que una chica bonita para distraerme.
Niki pone cara de fastidio. Entonces se percata de los periódicos que están bajo sus pies.
– ¡Ya sé por qué! ¡Estabas leyendo! -Coge Il Messaggero y lo abre.
– Qué va, sólo les estaba echando un vistazo.
– Justo. ¡Lo sabía, lo sabía, tenía que haber llamado a la ambulancia, a la guardia urbana, no sabes la de daños que te podría reclamar!
– Ah, ¿sí? En lugar de alegrarte de no haberte hecho nada…
– Bueno, una vez que se ha evitado la tragedia, hay que pensar en cómo sacar provecho, ¿no? Todos lo hacen.
Alessandro niega con la cabeza.
– Quisiera hablar con tus padres.
– No te dejarían entrar en casa. Para ellos, su hija siempre tiene razón. Gira aquí a la derecha que ya casi hemos llegado. Mira, mi instituto está al final de la calle…
Niki abre el periódico y ve la foto de los coches destruidos. Después lee el artículo sobre el bum-bum-car. Los ojos se le salen de las órbitas.
– No me lo puedo creer…
– Pues créetelo, eso es lo que estaba mirando… Y ha faltado poco para que tú dejases así mi coche.
– Ya… Quieres tener razón, ¿eh?
– Piensa que hay gente que hace esas cosas en serio, chicos como tú…
Niki lee el artículo a toda prisa, buscando los nombres, los hechos, si se menciona a alguno de sus amigos. Entonces lo ve, Fernando, el que recoge las apuestas.
– ¡No, no es posible!
– ¿Qué pasa? ¿Conoces a alguno?
– No, lo decía por decir. Es que me parece absurdo. Vale, hemos llegado. Para aquí.
– ¿Es ése?
– Sí, gracias. Es decir, en realidad, me lo debías.
– Sí, sí, venga, baja ya que llego tarde.
– ¿Y con el accidente cómo hacemos?
– Toma. -Alessandro busca en un bolsillo de la chaqueta, saca un pequeño estuche plateado y le da una tarjeta-. Aquí está mi número, mi e-mail y todo lo demás. Ya me dirás algo.
Niki lee.
– Alessandro Belli, creative director. ¿Es un puesto importante?
– Bastante.
– Lo sabía, lo sabía, hubiese podido sacarte una pasta. -Niki se baja del Mercedes riendo. Coge el casco, la mochila y también Il Messaggero-. Nos llamamos.
– Eh, ese periódico es mío.
– ¡Sí, y da gracias de que no me lleve también el CD! Hombre distraído que causa dolor a las mujeres… -Cierra la puerta. Después golpea la ventanilla y Alessandro baja el cristal.
– Oye -Niki agita la tarjeta de visita-, aunque esto sea falso me sé tu matrícula de memoria… así que nada de bromas, que conmigo no te vas a ir de rositas. Por cierto, me llamo Niki.
Alessandro asiente con la cabeza, sonríe y después se va a toda pastilla. Llega enormemente tarde.
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