Juan Vásquez - El Ruido de las Cosas al Caer

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El Ruido de las Cosas al Caer: краткое содержание, описание и аннотация

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El ruido de las cosas al caer ha sido calificado como "un negro balance de una época de terror y violencia", en una capital colombiana "descrita como un territorio literario lleno de significaciones". El novelista se vale de los recuerdos y peripecias de Antonio Yammara, empezando por la "exótica fuga y posterior caza de un hipopótamo, último vestigio del imposible zoológico con el que Pablo Escobar exhibía su poder". Al dubitativo Yammara se suma la figura de Ricardo Laverde, un antiguo aviador de tintes faulknerianos que ha pasado 20 años en la cárcel y que, en cierto sentido, representa a la generación de los padres del protagonista.

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Al cabo de un par de segundos largos pareció despertarse, salir del sueño en que lo había sumido la travesía.

«Vengo de Medellín», dijo, «nunca me imaginé que me cogiera un aguacero así. Se me van a caer las manos de puro frío. No sé cómo puede hacer tanto frío en un sitio tan caliente, el mundo se está acabando».

«De Medellín», dijo Elaine, pero no era una pregunta. «Y vienes a ver a Ricardo.»

Mike Barbieri iba a decir algo (ella se dio cuenta perfectamente de que iba a decir algo) pero no lo hizo. Su mirada dejó de fijarse en ella y le pasó por encima como un avión de papel; Elaine, al darse la vuelta para ver de qué se trataba, se encontró con Maya, un pequeño fantasma de camisón de encaje. En una mano la niña llevaba un peluche -un conejo de orejas muy largas y tutu de bailarina que alguna vez había sido blanco-, y con la otra se quitaba el pelo caoba de la cara.

«Hello, beautiful», le dijo Mike, y a Elaine la sorprendió la dulzura de su trato.

«Hello, sweetie», le dijo ella. «Qué pasa, ¿te despertamos? ¿No puedes dormir?»

«Tengo sed», dijo Maya. «¿Por qué está el tío Mike?»

«Mike vino a ver a papá. Vuelve a tu cuarto, ya te llevo agua.»

«¿Ya llegó papá?»

«No. no ha llegado. Pero Mike vino a vernos a todos.»

«¿A mí también?»

«Sí, a ti también. Pero es hora de dormir, dile adiós, otro día se ven.»

«Adiós, tío Mike.»

«Adiós, linda», dijo Mike.

«Duérmete tranquila», dijo Elaine.

«Está grandísima», dijo Mike. «¿Cuántos años tiene ya?»

«Cinco. Va a cumplir cinco.»

«Qué barbaridad. Cómo pasa el tiempo.»

El lugar común molestó a Elaine. La molestó más de lo debido, la enfadó casi, fue como una afrenta, y enseguida la molestia se convirtió en sorpresa: por la desmesura de su reacción, por la extrañeza de la escena con Mike Barbieri, por el hecho de que su hija lo hubiera llamado tío. Le pidió a Mike que esperara ahí. porque el suelo de la casa era demasiado resbaloso para entrar mojado y corría el riesgo de hacerse daño: le trajo una toalla del baño de servicio y fue a buscar un vaso de agua en la cocina.

El tío Mike iba pensando, what's he doing here, y también lo pensaba en español, qué carajos está haciendo aquí, y de repente ahí estuvo de nuevo la canción aquella, what's there to live for, who needs the Peace Corps. Al entrar en el cuarto de Maya, al respirar su olor que era distinto a todos los olores, sintió un deseo inexplicable de pasar la noche con ella, y pensó que más tarde, cuando Mike se hubiera ido, se la llevaría cargada a su cama para que la acompañara hasta la llegada de Ricardo.

Maya se había vuelto a dormir. Elaine se agachó Junto a la cabecera de la cama, la miró, acercó la cara, respiró su aliento.

«Aquí está tu agua», le dijo, «¿quieres un poco?».

Pero la niña no dijo nada. Elaine le dejó el vaso en la mesita de noche, al lado de un carrusel de cuerda donde un caballo con la cabeza rota trataba, lenta pero incansablemente, de alcanzar a un payaso. Y luego volvió a la entrada.

Mike estaba manipulando la toalla vigorosamente, frotándose los tobillos, las pantorrillas.

«La estoy llenando de barro», dijo al ver llegar a Elaine. «La toalla, digo…

«Para eso es», dijo Elaine. Y luego: «Entonces viniste a ver a Ricardo».

«Sí», dijo él. La miró, la misma expresión vacía. «Sí», repitió. Volvió a mirarla: Elaine vio las gotas que le bajaban por el cuello, la barba que chorreaba como un grifo dañado, el barro. «Venía a ver a Ricardo. Y parece que no está, ¿verdad?»

«Tenía que llegar hoy. A veces le pasan estas cosas.»

«A veces se retrasa.»

«Sí, a veces. No vuela precisamente por itinerario. ¿El sabía que tú venías?»

Mike no contestó de inmediato. Estaba concentrado en su propio cuerpo, en la toalla embarrada. Fuera, en la noche oscura, en esa noche que se confundía con los farallones y se volvía infinita, había vuelto a desgajarse otro aguacero.

«Pues creo que sí», dijo Mike. «A ver si el confundido soy yo."

Pero no la miraba al hablar: se frotaba el cuerpo con la toalla y tenía esa expresión ausente, un gato lavándose a golpes de lengua. Y entonces Elaine pensó que Mike era capaz de seguir secándose hasta el final de los tiempos si ella no hacía algo.

«Bueno, ven y te sientas y te tomas algo», le dijo entonces. «¿Un ron?»

«Pero sin hielo», dijo Mike. «A ver si me caliento, no puede ser el frío que hace.»

«¿Quieres una camisa de Ricardo?»

«Pues no es mala idea, Elena Fritts. Así te dice él, ¿no? Elena Fritts. Una camisa, sí, no es mala idea.»

Y así, enfundado en una camisa que no era suya (de mangas cortas y a cuadros azules sobre fondo blanco, un bolsillo en el pecho cuyo botón se había caído). Mike Barbieri se bebió no uno sino cuatro vasos de ron.

Elaine lo miró hacer. Se sentía cómoda con él: sí, eso era, comodidad. Era la lengua, quizás, el regreso a la lengua, o eran quizás los códigos que compartían y la desaparición, mientras estaban juntos, de la necesidad de explicarse que siempre había con los colombianos. Estar con él tenía algo de indudable familiaridad, como volver a casa. Elaine también bebió y se sintió acompañada y sintió que Mike Barbieri también acompañaba a su hija.

Hablaron de su país y de la política de su país como lo habían hecho años antes, antes de que Maya existiera y antes de que existiera Villa Elena, y se contaron historias de sus familias y también noticias recientes, y hacerlo era cómodo y agradable, como ponerse un buen saco de lana una tarde de invierno. Aunque no era fácil saber de dónde salía el placer de hablar del billete de dos dólares que acababan de sacar en su país, de las celebraciones por los doscientos años de la independencia, de Sara Jane Moore, la mujercita despistada que había tratado de matar al Presidente.

Había dejado de llover y de la noche entraba una brisa fresca y cargada con los olores de los arbustos. Elaine se sentía ligera, se sentía en familia, de manera que no lo dudó un instante cuando Mike Barbieri le preguntó si no tenía una guitarra por ahí y en cuestión de segundos estaba afinándola y poniéndose a cantar canciones de Dylan y de Simón y Garfunkel.

Debían de ser las dos o tres de la mañana cuando sucedió algo que no chocó a Elaine (pensaría después) como hubiera debido chocarla. Mike estaba cantando la parte de America en que la pareja se sube a un bus Greyhound cuando se oyó un ruido afuera, a lo lejos, en la noche quieta, y los perros comenzaron a ladrar. Elaine abrió los ojos y Mike dejó de tocar, y los dos se quedaron callados, oyendo el silencio.

«Tranquilo, por aquí no pasa nada», dijo Elaine, pero Mike ya se había puesto de pie y había buscado el morral verde militar que había traído y del morral había sacado una pistola grande y plateada, o que le pareció a Elaine grande y plateada, y había salido al aire libre, levantado la mano y disparado dos tiros al cielo, uno, dos, dos estallidos.

La primera reacción de Elaine fue proteger el sueño de Maya o neutralizar su desconcierto o su miedo, pero al llegar en cuatro zancadas al cuarto de la niña la encontró dormida, hundida en un sueño imperturbable y ajena a todos los ruidos y a todas las preocupaciones, era increíble. Para cuando volvió al salón, sin embargo, ya algo se había roto en el ambiente. Mike se estaba justificando con una frase enrevesada:

«Si antes no era nada, ahora sí que menos».

Pero Elaine había perdido las ganas de seguir oyendo la canción del bus Greyhound y la New Jersey Turnpike: se sintió cansada, había sido un día largo. Se despidió y le dijo a Mike que se quedara en el cuarto de huéspedes, la cama estaba tendida, mañana podían desayunar juntos.

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