Lo mejor de lo mucho que la gran simpatía que Sofía sentía por Arie11a era hasta qué punto atormentaba con ello a Zaza. A Sofía le producía un enorme placer contarle el triunfante discurso de Ariella y ver cómo arrugaba la nariz de puro desdén. Ya había pasado un mes desde la fiesta, pero la curiosidad de Zaza por Ariella era insaciable y obligaba a Sofía a contarle la historia una y otra vez cada vez que se veían.
– ¿Cómo puede caerte bien? ¡Es una zorra! -boqueaba Zaza, encendiendo dos cigarrillos por error-. ¡Mierda! -exclamó, echando uno a la chimenea vacía-. No puedo creer que haya hecho eso.
– Estuvo fantástica. No sabes con qué elegancia le bajó los humos a Ian Lancaster… Tan digna y tan despiadada a la vez, tendrías que haberla visto. ¿Sabías que luego Ian me pidió disculpas? Maldito gusano. Naturalmente fui muy cortés con él, no quise rebajarme a su nivel, pero no quiero volver a verle en la vida -dijo con arrogancia.
– ¿De verdad te ha prometido David que no va a volver a verle?
– Sí, se acabó -respondió Sofía, pasándose un dedo por el cuello como fingiendo una ejecución-. Se acabó -repitió echándose a reír-. Ariella vino la semana pasada a recoger sus cuadros y no sólo se quedó a tomar el té sino que pasó aquí la noche. No podíamos parar de hablar. Yo no quería que se fuera -terminó, viendo sufrir a Zaza.
– ¿Y David?
– Lo pasado, pasado.
– Qué increíble -suspiró Zaza, arrancándose un pedazo de esmalte rojo que había empezado a despegársele de una uña-. Sois un par de excéntricos, la verdad.
– Oh, Dios mío, mira la hora que es. Tengo cita con el médico antes de encontrarme con David en su oficina a las cuatro -dijo Sofía, mirando el reloj-. Debo irme.
– ¿Para qué vas? -preguntó Zaza. Acto seguido intentó corregir su indiscreción-: Quiero decir que no te pasa nada, ¿verdad?
– Estoy bien, no te preocupes. Es sólo una rutinaria limpieza dental -dijo Sofía restándole importancia.
– Ah, bueno. Dale recuerdos a David de mi parte -dijo Zaza, estudiando con atención el rostro de Sofía. «Como que me creo que vas al dentista», pensó. Se preguntó si en realidad la visita tendría algo que ver con cierto ginecólogo.
Sofía llegó a la oficina de David a las cuatro y media. Estaba pálida y temblorosa, pero sonreía con esa sonrisa taimada de quien guarda un maravilloso secreto. La secretaria dejó rápidamente de hablar por teléfono con su novio y saludó con entusiasmo a la esposa del jefe. Sofía no esperó a ser anunciada y entró directamente en el despacho de su marido. Él la miró desde el escritorio. Sofía se apoyó en la puerta y le sonrió.
– Dios mío, ¿lo estás? -dijo David despacio con una ansiosa sonrisa-. ¿De verdad lo estás? Por favor, dime que sí -dijo quitándose las gafas con la mano temblorosa.
– Sí, David, lo estoy -le dijo echándose a reír-. No sé qué hacer conmigo misma.
– Oh, yo sí -dijo él, levantándose de un salto y corriendo hacia ella. La estrechó entre sus brazos y la abrazó con fuerza-. Espero que sea una niña -le susurró al oído-. Una Sofía en miniatura.
– Dios no lo quiera -se rió Sofía.
– No puedo creerlo -suspiró David, separándose de ella y poniéndole la mano sobre el estómago-. Aquí hay un pequeño ser humano que crece un poco cada día.
– No se lo digamos a nadie durante un par de meses, por si acaso -le pidió cautelosa. Luego recordó la expresión del rostro de Zaza-. He almorzado en casa de Zaza. Le he dicho que iba al dentista. Pero ya la conoces. Creo que sospecha algo.
– No te preocupes, la despistaré -dijo, dándole un beso en la frente.
– Pero sí quiero decírselo a Dominique.
– Muy buena idea. Díselo a quien tú quieras.
Sofía no sufrió las típicas náuseas matinales. De hecho, y para su sorpresa, se sentía increíblemente bien y en forma. David revoloteaba a su alrededor sin saber exactamente qué hacer, deseando implicarse y ser de alguna ayuda. Si su primer embarazo había sido una experiencia profundamente dolorosa, esta vez las cosas fueron totalmente distintas. Se sentía tan feliz que el recuerdo de Santiaguito fue perdiéndose en el olvido. David la colmaba de atenciones. Le compró tantos regalos que pasadas unas semanas Sofía tuvo que decirle que dejara de comprarle cosas porque ya no tenía dónde ponerlas. Hablaba a diario con Dominique, que prometió visitarla al menos una vez al mes.
Cuando, después del tercer mes, la pareja por fin rompió su silencio, Sofía empezó a recibir montones de flores y de regalos de amigos y de parientes de David. Como debido a su estado no podía montar a caballo, volvió a tocar el piano, y empezó a tomar clases tres veces por semana con un encantador octogenario cuya cara le recordaba a la de una tortuga. Visitaba regularmente al ginecólogo en Londres, y se gastaba cientos de libras en cosas para el bebé que le eran realmente necesarias. Como estaba segura de que iba a ser niña, elegía las cosas más femeninas que encontraba, y pidió a Ariella que pintara todos los personajes de Winnie the Pooh en las paredes de la habitación del bebé.
– Quiero que sea una habitación alegre y luminosa -dijo.
La obra de Ariella tuvo tal éxito que inauguró una moda que la llevó, pincel en mano, por todo Gloucestershire, copiando los personajes de E. H. Shepard.
– Cariño, hace demasiado frío en esta casa. ¿Le pasa algo a la calefacción? -se quejó un día, sin dejar de tiritar.
– Yo tengo un calor insoportable. Creo que es por culpa del embarazo -dijo Sofía, que iba por la casa en camiseta de tirantes.
– Puede que sí, pero ¿y nosotros? En serio, me sorprende que David no haya dicho nada.
– David es un ángel. El domingo pasado tuvo que salir a comprarme un bote de aceitunas. Tenía un antojo terrible. Si no comía aceitunas me daba algo.
– Ag, nunca me han gustado las aceitunas. Qué asco -dijo Zaza horrorizada-. Venga, abramos la caja, quiero enseñarte mi botín. No, cariño, tú no. Quédate ahí sentada y déjame a mí el trabajo duro -añadió autoritaria cuando Sofía intentó ayudarla a poner la caja sobre la mesita. Zaza abrió la cremallera con sumo cuidado, poniendo especial atención a no romperse una uña al hacerlo.
– Eran de Nick -dijo sacando unos pantalones de terciopelo rojo-. Preciosos, ¿no?
– Son perfectos para un niño de dos años -se rió Sofía-. Pero voy a tener una niña -dijo llevándose la mano a la barriga.
– ¿Tú cómo lo sabes? -dijo Zaza-. Por la forma de la barriga diría que va a ser niño. La mía era igual cuando estaba embarazada de Nick. Era una monada de niño.
– No, sé que va a ser una niña. Estoy segura.
– Sea lo que sea, mientras tenga cinco dedos en cada mano y cinco en cada pie, lo demás no importa.
– A mí sí me importa -dijo Sofía, pidiendo en silencio que fuera una niña-. Qué bonito -añadió, sacando un vestidito blanco-. Éste sí es para una niña.
– Era de Angela. Es precioso. Pero, claro, en seguida se hacen mayores y la ropa se les queda pequeña.
– Eres muy amable al dejármela -dijo Sofía, con un par de zapatitos en miniatura en las manos.
– No seas tonta. No te la estoy dejando. Te la estoy dando. Ya no la necesito.
– ¿Y Angela? Puede que algún día la necesite.
– ¿Angela? -soltó malhumorada-. Está en plena adolescencia y no hay quien la aguante. Dice que no le gustan los hombres y que está enamorada de una chica llamada Mandy.
– Probablemente te diga eso para hacerte enfadar -dijo Sofía maliciosamente.
– Pues lo está consiguiendo. Y no es que esa tal Mandy me preocupe.
– ¿Ah, no?
– No. A mí también me gustaron las mujeres en una época. Bueno, no le he puesto la mano encima a ninguna desde el colegio. Pero es que Angela está de un humor insoportable. Está hecha una maleducada y nos ha perdido el respeto, se gasta todo el dinero que le damos y luego nos pide más, como si el mundo le debiera algo. O por lo menos como si nosotros le debiéramos algo. Prefiero a Nick mil veces. Como siga así, no creo que vaya a necesitar nada de todo esto -dijo hundiendo sus garras rojas en un par de botitas de lana-. No, confío en que Nick me hará abuela algún día, aunque espero que tarde unos años. Todavía soy demasiado joven y atractiva para ser abuela. ¿Has visto a Ariella últimamente?
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