María Elena abrazó a su hijo con gran efusividad. Puso sus manos largas y elegantes en la cara de Paco y le miró a los ojos, exclamando palabras en español que Anna no pudo entender, pero que reconoció como expresiones de alegría. Luego se volvió hacia Anna y, con mayor reserva, la besó en su pálida mejilla y le dijo en un inglés precario que estaba encantada de conocerla. Anna entró detrás de ellos en la casa donde el resto de la familia estaba esperando para dar la bienvenida a Paco y conocer a su nueva prometida.
Cuando Anna vio el frío salón lleno de desconocidos, se sintió presa del terror. Percibió cómo todos los ojos la escudriñaban, críticos, para ver si era bastante buena para Paco. Éste le soltó la mano y al instante se perdió entre los brazos de su familia, a la que no había visto desde hacía dos años. Durante un breve instante, que a la asustada Anna le pareció una embarazosa eternidad, se sintió sola, como un pequeño barco a la deriva en el mar. Se quedó clavada donde estaba, mirando a su alrededor con los ojos humedecidos, sintiéndose violenta y fuera de lugar. Justo en el momento en que empezó a pensar que no podía soportarlo más, Miguel se acercó a ella y se encargó de presentarla a la familia. Miguel le resultó amable y le sonreía, compasivo.
– Esto va a ser para ti una pesadilla. Toma aire y pronto habrá terminado -le dijo en un inglés pronunciado con un agradable y marcado acento parecido al de su hermano, a la vez que ponía una mano ruda sobre su brazo con intención de infundirle confianza. Nico y Alejandro sonrieron a Anna, educados, pero cuando les dio la espalda sintió que todavía tenían sus ojos fijos en ella y oyó cómo hablaban de ella en español, aunque todavía era incapaz de entender sus palabras a pesar de todas las clases que había tomado. Hablaban muy rápido. Le sobresaltó la imperiosa belleza de Valeria, que la besó sin sonreírle a la vez que la miraba con ojos confiados y firmes. Se sintió aliviada cuando Chiquita la abrazó cariñosamente y le dio la bienvenida a la familia.
– Paco hablaba mucho de ti en sus cartas. Me alegra que estés aquí -dijo en un inglés titubeante y a continuación se sonrojó. Anna estaba tan agradecida que habría podido llorar.
Cuando Anna vio acercarse la imponente figura de Héctor, sintió que el sudor le resbalaba por las pantorrillas y que el estómago le daba un vuelco. Era un hombre alto e imponente, y Anna se encogió ante el sofocante peso de su carisma. Se agachó para besarla. Olía a colonia, que quedó impregnada en su piel durante algún tiempo. Paco se parecía mucho a su padre. Tenía los mismos rasgos afilados, la misma nariz aguileña, aunque había heredado la expresión suave de su madre.
– Quiero darte la bienvenida a Santa Catalina y a Argentina. Supongo que esta es tu primera visita a nuestro país -dijo en un inglés perfecto. Anna tomó aire y asintió, insegura-. Deseo hablar con mi hijo a solas. ¿Te importaría quedarte con mi esposa?
Anna meneó la cabeza.
– Por supuesto que no -replicó con voz ronca, deseando que Paco la llevara de vuelta a Buenos Aires y pudieran estar solos. Pero Paco salió lleno de felicidad con su padre, y Anna supo que esperaba de ella que lidiara con la situación.
– Ven, sentémonos fuera -dijo María Elena con amabilidad, viendo desaparecer a su esposo y a su hijo por el vestíbulo con una mirada de desconfianza que oscureció la palidez de sus ojos. Anna no tuvo más remedio que salir a la terraza con María Elena y el resto de la familia para que pudieran verla mejor a la luz del sol.
– ¡Por Dios, Paco! -empezó su padre con su voz profunda y firme, meneando la cabeza con impaciencia-. No hay duda de que es hermosa, pero mírala bien, es como un conejo asustado. ¿Tú crees que es justo para ella haberla traído?
El rostro de Paco se volvió rojo como la grana y el azul de sus ojos se tornó violeta. Había estado esperando ese enfrentamiento. Desde el principio había anticipado la desaprobación de su padre.
– Papá, ¿te sorprende que esté aterrada? No habla nuestra lengua y está siendo escudriñada por cada uno de los miembros de mi familia para ver si es lo suficientemente buena. Bien, sé perfectamente lo que me conviene y no pienso permitir que nadie me convenza de lo contrario. -Miró a su padre con actitud desafiante.
– Hijo, sé que estás enamorado y eso está muy bien, pero el matrimonio no tiene que ver necesariamente con el amor.
– No me hables así de mi madre -saltó Paco-. Voy a casarme con Anna -añadió con calma y decisión en la voz.
– Paco, es una provinciana, nunca ha salido de Irlanda. ¿Crees que es justo traerla y situarla aquí, en medio de nuestro mundo? ¿Cómo crees que va a soportarlo?
– Lo hará porque yo la ayudaré y porque tú también la ayudarás -dijo Paco encendido-. Porque harás que el resto de la familia logre que se sienta bienvenida.
– No será suficiente. Vivimos en una sociedad muy rígida. Todos la juzgarán. Con todas las chicas guapas que hay en Argentina, ¿por qué no has podido escoger a una de ellas? -Héctor levantó las manos exasperado-. Tus hermanos han conseguido buenos matrimonios en este país. ¿Por qué tú no?
– Amo a Anna porque es diferente de todas ellas. De acuerdo, es una provinciana, no pertenece a nuestra clase y es una chica sencilla. ¿Y qué? La amo como es, y tú también la querrás cuando la conozcas. Deja que se relaje un poco. Cuando olvide sus miedos entenderás por qué la amo tanto.
Paco tenía fijos los ojos en su padre. Su inquebrantable mirada se dulcificaba cuando hablaba de Anna. Héctor tenía rígida la mandíbula y apretaba la barbilla de pura tozudez. Meneaba lentamente la cabeza, y al aspirar se le ensanchaban las aletas de la nariz. No apartaba los ojos del rostro de su hijo.
– Está bien -terminó cediendo-. No puedo impedirte que te cases con ella. Pero espero que sepas lo que estás haciendo, porque desde luego yo no.
– Dale tiempo, papá -dijo Paco, agradecido porque su padre había dado su brazo a torcer. Era la primera vez que le había visto hacerlo en toda su vida.
– Ya eres un hombre y tienes edad suficiente para tomar tus propias decisiones -dijo Héctor con brusquedad-. Es tu vida. Espero equivocarme.
– Verás como sí. Sé lo que quiero -le aseguró Paco. Héctor asintió antes de abrazar a su hijo con firmeza y de darle un beso en su húmeda mejilla, como tenían por costumbre una vez que habían dado por terminada una discusión.
– Vayamos a reunimos con los demás -dijo Héctor, y ambos se encaminaron a la puerta.
Anna sintió de inmediato simpatía por Chiquita y Miguel, que la acogieron en la familia con afecto incondicional.
– No te preocupes por Valeria -le aconsejó Chiquita mientras le mostraba la estancia-. Le gustarás cuando te conozca. Todos esperaban que Paco se casara con una argentina. Ha sido toda una sorpresa. Paco anuncia que se casa y nadie te conoce. Serás feliz aquí una vez que te hayas instalado.
Chiquita mostró a Anna los ranchos -el abigarrado conjunto de casitas blancas donde vivían los gauchos- y el campo de polo, que volvía a la vida durante los meses de verano, cuando los chicos no hacían otra cosa que jugar o, en su defecto, hablar de ello. La llevó a la pista de tenis que estaba emplazada entre los pesados y húmedos plátanos y los eucaliptus, y la piscina de aguas cristalinas, situada sobre la pequeña colina artificial desde donde podía verse un enorme campo de hierba lleno de vacas marrones que rumiaban al sol.
Pronto Anna empezó a practicar el español con Chiquita. Ésta le explicaba las diferencias gramaticales entre el español de España, que Anna había aprendido en Londres, y el español que se hablaba en Argentina, y escuchaba pacientemente mientras Anna se peleaba con las frases.
Читать дальше