Hidalgo Nieves - Brezo Blanco

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Los McDurney y McFersson están enfrentados desde hace décadas. Desde que sus bisabuelos provocaron un choque que acabó con la vida de uno de ellos.
Al regresar de una aldea en la que ha estado ayudando a sanar a los enfermos, la patrulla de Josleen hace prisionero a un hombre, creyéndole culpable de un robo de caballos perpetrado a su clan. Atraída por él, averigua asombrada que se trata de un McFersson y, temiendo las represalias, le deja escapar para evitar posteriores complicaciones o incluso una guerra.
Meses más tarde, Josleen parte de Durney Tower hacia la fortaleza de Ian McCallister, con quien su madre se ha casado en segundas nupcias. Pero jamás llegará allí.
La patrulla dispuesta a robar el ganado de su hermano Wain, está liderada por el mismo guerrero al que ella dejó escapar. Y ese hombre, aunque ella lo ignora, no es otro que el laird Kyle McFersson, jefe del clan enemigo. Un guerrero sobre el que corren las historias más terroríficas.
La primera intención de Kyle es pedir rescate por la joven, pero luego la idea de dejarla marchar se le hace imposible.
Sin embargo, Wain McDurney no está dispuesto a dejar a su hermana en manos del rival al que desea matar hace mucho tiempo.
Josleen tendrá que tomar una penosa decisión: regresar con los suyos o permanecer al lado de las personas a las que acaba queriendo y del hombre que, aún enemigo de su clan, consigue ganar poco a poco su corazón.
Y para angustia de la joven, Stone Tower se verá rodeada por huestes enemigas, al mando de su hermano, decidido a no dejar piedra sobre piedra.

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– No pensé… -hipó-. Lo… siento…

La boca de él enjugó sus lágrimas. Y ella se sintió extrañamente segura entre sus brazos. Era agradable, sumamente agradable tenerlo tan cerca, olerle, sentir su fuerza. Alzó la cabeza, solicitando en silencio un beso. Y lo recibió. Respondió con el mismo ardor que él imprimía a la caricia. Sus manos volaron hacia aquellos hombros anchos, bajaron por los brazos, enlazó sus dedos a los de él.

Kyle se ahogaba. Nunca antes había sentido algo así. La había estado observando en la distancia, sin hacer otra cosa más que mirar cada gesto de ella, cada sonrisa mientras veía los correteos de la chiquitina, sus fruncimientos de cejas cuando la aguja la hería. Debería haber estado preocupándose de la próxima incursión, de sus hombres y de sus bienes; sin embargo, había olvidado todo cuando salió de la torre y la vio allí sentada, junto al río, alejada del resto. Luego, cuando ella se lanzó como una loca y se zambulló en la corriente, el corazón se le había parado en el pecho.

Suspiró hondo y la tomó en brazos para llevarla hasta el lecho.

Decididamente, se estaba volviendo idiota, pensó mientras sentía bajo su boca la suavidad de los labios de Josleen. Jamás antes una mujer le había enloquecido de aquel modo. Debería haber sido él quien se diera cuenta del peligro que corría la niña, pero no había tenido ojos más que para ella. Eso había provocado casi la muerte de la pequeña y la de Josleen. Un horrible dolor en la boca del estómago al imaginarlo le dijo lo que era realmente el miedo. Hasta entonces, el miedo había sido algo intangible, casi lejano. El era un guerrero y el temor no tenía cabida en su vida, así se lo enseñaron. Le educaron a pelear sin temblar ante el enemigo. Sin embargo, ahora sabía qué significaba el pavor de poder perder a alguien que le importaba y…

Ella le miraba con los ojos entrecerrados y arrasados por el llanto, tumbada sobre el lecho, el cabello flamígero y empapado extendido sobre los almohadones, el rostro aún pálido.

Kyle volvió a besarla con ansias.

– Nunca -gimió, mientras sus manos se encargaban ya de abrir el vestido de ella-. Nunca más, dulzura…

Josleen no entendió a qué se refería él, pero tampoco importaba. Su cuerpo joven comenzaba a notar el deseo mientras las manos de Kyle la desnudaban. Dejó que él le quitase el destrozado vestido y se sonrojó cuando los ojos ambarinos la admiraron a placer.

Sonrió. ¿Como no hacerlo cuando Kyle parecía dispuesto a devorarla y ofrecerla el mundo tras aquella mirada ardiente de pasión?

El comenzó a quitarse la ropa, pero Josleen se lo impidió. Las cejas doradas de Kyle se alzaron y ella sonrió más ampliamente.

– Quiero desnudarte -susurró.

Los músculos de Kyle se endurecieron como cuerdas. Ninguna mujer le había pedido algo semejante. Ni siquiera la descarada de Evelyna. Pero asintió, un tanto azorado, y permitió que Josleen le fuese quitando prenda a prenda. El corazón le latía como un tambor de guerra y le costaba respirar. El simple roce de las yemas de sus dedos le embriagaba. Cuando ropa y botas quedaron olvidadas en el suelo, junto al lecho, y la mirada azul profundo de ella le recorrió desde el cabello hasta la punta de los pies, su condición masculina saltó hacia adelante de forma desvergonzada, impúdicamente. No pudo controlarlo. Ya no.

Su voz fue un gemido agónico.

– Acaba cuanto antes, Josleen.

Los ojos de ella se agrandaron. ¿Qué acabara? ¡Por amor de Dios, si ni siquiera había empezado! Fijó su mirada en aquel punto entre los muslos masculinos. Y se maravilló del poder que ejercía sobre él, sin necesidad de acariciarle siquiera. Su madre la había contado algo, ciertamente, pero nunca que una mujer podía excitar a un hombre solamente con mirarlo. Se le escapó una risita.

El cuerpo dorado de Kyle era una tentación. Y habría ido de cabeza al infierno con tal de poder tocarlo en ese momento, pero… Un miedo repentino la paralizó. Si una mirada conseguía aquel efecto, ¿qué no haría él si le acariciaba… allí?

Kyle pareció adivinar los pensamientos de Josleen y con la decisión que a ella le faltaba, agarró su mano derecha y la llevó hasta su virilidad. Ella tembló de pies a cabeza cuando él le entregó su intimidad. Durante unos segundos, sin atreverse siquiera a respirar, notaba el latido de su sangre en los oídos… y el latido de él en su mano.

Le miró, roja de vergüenza, su cuerpo humedeciéndose de placer. Kyle parecía estar sufriendo tortura; tenía el gesto severo, sus cejas se fruncían, sus ojos despedían chispas doradas…

Poco a poco, le soltó y comenzó a acariciarlo. Kyle gimió y apretó los párpados. Ardía, consumido por lenguas de fuego que devastaban incluso su alma. Las caricias de Josleen carecían de experiencia, pero lo consumían y apenas podía respirar.

De pronto, con un movimiento rápido, Josleen se agachó y depositó un trémulo beso en la demostración de su hombría.

Kyle pegó un brinco. Tan fuerte, que la mano de ella resbaló y el miembro se le escapó. Al instante siguiente Kyle la tumbaba y comenzaba a besarla desde la barbilla hasta el vientre, sorbiendo cada gota de agua de su cuerpo. Su boca dejaba surcos ardientes por donde pasaba y ella emitió grititos de asombro cuando la lengua masculina jugueteó en su ombligo. Elevó las caderas al sentir un dedo en el interior de su cuerpo. Se mordió los labios para no gritar más fuerte cuando el dedo salió sólo para dar paso a dos. Y cuando el pulgar de Kyle comenzó a acariciar el montículo endurecido entre sus muslos, lloró sin poder remediarlo.

No se percató de la sonrisa ufana de él. Ni pudo adivinar el sentimiento de orgullo que embargó a Kyle.

Él pujó luego por entrar en su cuerpo y le recibió de buena gana. Se aferró a sus nalgas y salió al encuentro de sus embestidas para ascender, ascender, ascender… y alcanzar el cielo.

Capitulo 28

Los días se sucedieron y la estancia en Stone Tower le resultaba cada vez menos onerosa. De todos modos, no dejaba de pensar en los suyos. Pero, al menos, estaba tranquila porque su hermano aún no conocía su desaparición.

Kyle la dejaba acudir cada dos días para visitar a Verter y los demás y, aunque no gozaba de demasiada libertad, tampoco se sentía ya una prisionera.

Apenas conversaba con el resto de los habitantes de la torre; prefería comer a solas para no soliviantar los ánimos, que ya sabía alterados por su presencia. A pesar de su auto-exclusión, Josleen comenzó a notar que las mujeres no la miraban como antes; hasta estaban muy dispuestas a hablar con ella en ocasiones y pedirla pequeños favores o proporcionárselos. Pero sabía que los hombres de Kyle deseaban, que, cuanto antes, se pidiese un rescate definitivo.

Kyle estaba cada vez más remiso y siempre daba excusas para retardar el momento.

Josleen levantó la cabeza de su costura justo en el momento en que Elaine McFersson trataba de alzar un caldero lleno de agua. Dejó la costura e hizo intención de levantarse para ayudarla, pero no llegó a abandonar el taburete. Un hombretón de casi dos metros de alto salió, sólo Dios sabía de donde, y levantó sin esfuerzo el caldero. Josleen observó el rostro de la madre de Kyle, iluminado. Luego, bajó los ojos hacia el suelo, dió las gracias en un susurro y se sonrojó.

Josleen curvó las cejas. ¿Era tonta o acababa de ver a la única persona que parecía sacar a la mujer de su apatía? Hasta entonces, sólo la había visto pestañear cuando ella hirió a Kyle, y ni siquiera en ese momento pareció demasiado afectada; siempre se la veía pasear a solas, lánguida y apática, aunque se adivinaba en ella una férrea fortaleza. Elaine era una mujer joven aún, seguramente había tenido su primer parto siendo una muchachita. Sólo se unía al resto a las horas de la comida o de la cena. Distante de todo y de todos. Y sin embargo, ahora, ante la presencia de aquel gigante, se la veía muy frágil y casi amedrentada, como una jovencita vergonzosa.

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