Hidalgo Nieves - Brezo Blanco

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Los McDurney y McFersson están enfrentados desde hace décadas. Desde que sus bisabuelos provocaron un choque que acabó con la vida de uno de ellos.
Al regresar de una aldea en la que ha estado ayudando a sanar a los enfermos, la patrulla de Josleen hace prisionero a un hombre, creyéndole culpable de un robo de caballos perpetrado a su clan. Atraída por él, averigua asombrada que se trata de un McFersson y, temiendo las represalias, le deja escapar para evitar posteriores complicaciones o incluso una guerra.
Meses más tarde, Josleen parte de Durney Tower hacia la fortaleza de Ian McCallister, con quien su madre se ha casado en segundas nupcias. Pero jamás llegará allí.
La patrulla dispuesta a robar el ganado de su hermano Wain, está liderada por el mismo guerrero al que ella dejó escapar. Y ese hombre, aunque ella lo ignora, no es otro que el laird Kyle McFersson, jefe del clan enemigo. Un guerrero sobre el que corren las historias más terroríficas.
La primera intención de Kyle es pedir rescate por la joven, pero luego la idea de dejarla marchar se le hace imposible.
Sin embargo, Wain McDurney no está dispuesto a dejar a su hermana en manos del rival al que desea matar hace mucho tiempo.
Josleen tendrá que tomar una penosa decisión: regresar con los suyos o permanecer al lado de las personas a las que acaba queriendo y del hombre que, aún enemigo de su clan, consigue ganar poco a poco su corazón.
Y para angustia de la joven, Stone Tower se verá rodeada por huestes enemigas, al mando de su hermano, decidido a no dejar piedra sobre piedra.

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El chico que llegó buscándola no dijo una palabra, sólo le entregó la nota y se marchó. Era escueta, pero desde luego interesante: "Si queréis volver a ocupar el puesto que os corresponde, señora, tengo la llave. Os espero junto al acantilado."

Se preguntó quién deseaba ayudarla, porque sabía que no era santo de devoción de ninguno de los sirvientes y apenas trataba con los habitantes de la aldea. A fin de cuentas, ella era la hija de James Megan, no una vulgar muchacha de la plebe. Su puesto estaba junto a los amos, no junto a los criados. Evelyna era una muchacha decidida a cualquier cosa, siempre y cuando sacara provecho y la misiva parecía indicar que podía tener un as en la manga.

Se dejó ver veinte minutos más tarde y Barry admiró, aún sin desearlo, el contoneo primoroso de sus caderas. Kyle era un bribón con mucha suerte.

Evelyna se le acercó con cierta cautela. Su rostro reflejó extrañeza al encontrarse con Barry. Nunca le cayó bien, desde que le conoció. Había algo insano en su mirada, un deje de maldad que no le pasó nunca inadvertido. Además, se encontraban alejados de la aldea y el acantilado era un lugar peligroso. Sus ojos se convirtieron en dos rendijas cuando él hizo una ligera reverencia sin dejar de observarla.

– ¿Eres tú quien quería verme?

Barry asintió.

– Sí. Porque hasta hace poco compartías la cama del McFersson. Y ahora has perdido ese privilegio, ¿verdad?

Evelyna se tensó y su mirada despidió cólera. Le desagradó que la recordara que aquella zorra McDurney la había desplazado. Asintió secamente.

– He visto a la nueva adquisición de Kyle -ella hizo un gesto despectivo-. Sí, ya sé que los hombres a veces perdemos el gusto y sin duda él lo ha perdido porque… -la miró con descaro-, no cabe duda que ha perdido con el cambio. Eres la mujer más hermosa que he visto jamás, Evelyna.

– Tengo cosas que hacer -le cortó- Adulándome no conseguirás nada. ¿Qué quieres?

– Ayudarte.

– ¿A cambio de qué?

– Esa ramera McDurney me estorba. Digamos que… si la ocurriese algún accidente… ganaríamos ambos.

Ella retrocedió un paso. Las manos comenzaron a sudarle.

– Un accidente. ¿Estás hablando de un asesinato?

– Yo me vengaría de una antigua deuda y tú volverías a tener a Kyle para ti sola.

Durante un expectante momento, Eve no dijo nada, solamente le miró con intensidad, sopesando lo que acababa de decir.

– Podría delatarte a Kyle.

– No llegarías a él -Barry miró significativamente el precipicio, pero luego sonrió jovialmente-. No seas estúpida. Tú estarías muerta y yo encontraría a otra persona que me hiciera el trabajo.

De pronto, ella se echó a reír. Buscó una piedra plana en la que sentarse y sus ojos chispearon. Tomó una piedrecita y la lanzó lejos, alargando el momento de su respuesta.

– Yo también he pensado en quitarla del medio, ¿sabes? -le dijo al fin.

– Imaginaba que una mujer como tú lo habría hecho.

– Lo malo es que Kyle no la deja salir ni a sol ni a sombra. Apenas sale de la fortaleza y cuando lo hace él o alguno de sus hombres la acompaña.

– Estoy seguro de que encontrarás una manera de arreglarlo. Stone Tower es un lugar muy grande y en un sitio así, pueden suceder muchos accidentes.

Evelyna parpadeó, coqueta. Recordó la torre del ala norte que estaban remodelando. Andamios y cuerdas. Piedras sueltas. Sonrió como una gata melosa y se incorporó.

– Ciertamente, todo puede suceder, pero… ¿qué ganaríais vos?

– Ya os lo he dicho. Cobrarme una antigua deuda.

– ¿Por qué no hacéis vos mismo el trabajo? ¿Por qué he de arriesgarme yo? Tarde o temprano Kyle la repudiará. Y yo estaré entonces allí, a su lado.

Barry Moretland dejó escapar una larga carcajada. Con los puños apoyados en la cintura la miró y sacudió la cabeza.

– Me asombráis, Eve. Os creía una mujer con más agallas. Por lo que veo, os agrada ser el segundo plato en la mesa del bastardo.

Evelyna sonrió, sin dejarse llevar por la rabia.

– Es sólo que no estoy loca -le dijo-. Atentar contra la vida de esa zorra es peligroso. Además, ella vale un buen rescate.

– Si es que él se decide a pedirlo.

– ¡Lo hará!

– ¿Estáis segura?

– ¡Por todos los infiernos! -estalló la joven- ¿Pensáis acaso que Kyle va a quedarse con ella? ¡Es una maldita McDurney!

Moretland se encogió de hombros. Silbó a su caballo y esperó a que su montura se acercase obediente. Tomó las riendas y dijo:

– Os daré unos días para que recapacitéis. Estaré por aquí cerca. Yo tengo mucho tiempo, aunque me gustaría acabar con esto cuanto antes. Pero puedo esperar a que esa ramera desaparezca, sea canjeada o a que su hermano declaré la guerra al McFersson y se maten entre ellos. Pero vos, señora… ¿cuánto tiempo estáis dispuesta a esperar a que Kyle decida haceros un nuevo hueco bajo sus muslos?

Evelyna se atragantó, pero fue incapaz de decir una palabra antes de que Barry montara y espoleara su caballo. Le vio alejarse hacia las colinas con un sabor amargo en la boca. ¡Maldito fuese! ¿Qué pretendía? ¿Que se jugase el cuello matando a aquella puerca rubia?

Nota: Vuelvo a recordaros que esta novela es sólo un borrador y que está sin corregir, por lo que os pido perdón por los innumerables fallos que seguro que encontrareis en ella. Nieves Hidalgo.

Capitulo 30

Serman Dooley.

Ese era el nombre del guerrero que bebía los vientos por Elaine McFersson.

Josleen le observó mientras se encargaba de dirigir a una cuadrilla que ponía en orden las caballerizas. Al levantar la cabeza, la silueta de la madre de Kyle se escondió de inmediato tras la cortina de uno de los ventanales de la torre.

Sonrió. Ya no le cupo duda de que la señora del bastión estaba interesada por Serman. Y él era un tipo noble a pesar de su aparente rudeza, que desaparecía de inmediato cuando estaba próximo a la dama.

La muchacha decidió que si Kyle era ciego a las necesidades de su madre, ella bien podría poner unas gotitas de romanticismo para tratar de apañar el asunto. Pensó en el mejor modo y después de cavilar mucho supo que lo mejor sería una cita en la que ninguno de los dos podría escapar. Josleen había notado que apenas se cruzaban palabra, sólo miradas que lo decían todo para alguien que no fuera idiota.

Se acercó a Serman y le llamó.

– Esta tarde necesitaría ayuda para recoger unas hierbas -dijo la joven.

Serman alzó las cejas, sin entender.

– ¿Hierbas?

– Soy una experta trabajando con ellas. Liria, la cocinera, tiene molestias en la espalda y yo puedo prepararle una mezcla que la alivie. Pero no deseo salir sin protección, ya sabéis que el laird no permite que vaya sola más allá del río. Me han dicho que en el bosque puedo encontrar lo que me hace falta.

– Entiendo -asintió Dooley, aunque la observó con cierta intranquilidad.

Josleen se echó a reír.

– Las hierbas medicinales no son brujería, Serman.

El guerrero acabó por asentir.

– Ya. Imagino que sería un bonito detalle para Liria. Me gustará ayudaros, milady, aunque sólo sea sirviendo de guardián.

– ¿A las seis, entonces? Junto a la entrada norte

– Allí estaré, señora.

Con una sonrisa melosa, Josleen se alejó y él volvió a sus quehaceres. La primera parte estaba conseguida.

Luego, subió a la torre en busca de Elaine. La encontró en las cocinas, indicando a unas criadas el mejor modo de hacer velas, muy escasas en esa época y caras si habían de comprarse. Cualquier dama que se preciara debía conocer el modo de confeccionar velas para iluminar los aposentos. Ella aún recordaba las tardes que pasó junto a su madre aprendiendo el trabajo. Elaine estaba explicando en ese momento el modo en que se debía mezclar extracto de azahar con la cera, de modo que cuando se encendiesen los cirios desprendieran un olor agradable. Con toda seguridad, eran velas para una ocasión especial.

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