Hidalgo Nieves - Brezo Blanco

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Los McDurney y McFersson están enfrentados desde hace décadas. Desde que sus bisabuelos provocaron un choque que acabó con la vida de uno de ellos.
Al regresar de una aldea en la que ha estado ayudando a sanar a los enfermos, la patrulla de Josleen hace prisionero a un hombre, creyéndole culpable de un robo de caballos perpetrado a su clan. Atraída por él, averigua asombrada que se trata de un McFersson y, temiendo las represalias, le deja escapar para evitar posteriores complicaciones o incluso una guerra.
Meses más tarde, Josleen parte de Durney Tower hacia la fortaleza de Ian McCallister, con quien su madre se ha casado en segundas nupcias. Pero jamás llegará allí.
La patrulla dispuesta a robar el ganado de su hermano Wain, está liderada por el mismo guerrero al que ella dejó escapar. Y ese hombre, aunque ella lo ignora, no es otro que el laird Kyle McFersson, jefe del clan enemigo. Un guerrero sobre el que corren las historias más terroríficas.
La primera intención de Kyle es pedir rescate por la joven, pero luego la idea de dejarla marchar se le hace imposible.
Sin embargo, Wain McDurney no está dispuesto a dejar a su hermana en manos del rival al que desea matar hace mucho tiempo.
Josleen tendrá que tomar una penosa decisión: regresar con los suyos o permanecer al lado de las personas a las que acaba queriendo y del hombre que, aún enemigo de su clan, consigue ganar poco a poco su corazón.
Y para angustia de la joven, Stone Tower se verá rodeada por huestes enemigas, al mando de su hermano, decidido a no dejar piedra sobre piedra.

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Josleen seguía sollozando.

– ¿Puedo saber qué ha pasado?

– Ha sido un accidente, madre.

Observó a ambos y acabó por encogerse de hombros. La muchacha no podía explicarse y su hijo no parecía dispuesto a aclarar nada.

– Seguramente -dijo por fin-. Me parece que aquí no tengo nada que hacer, así que regresaré a mis asuntos.

Cuando la puerta se cerró Josleen se apoyó en ella y se enjugó las lágrimas.

– No quería…

– Ya lo sé.

Kyle parecía calmado. Dio un paso hacia él, pero se detuvo. Le debía una disculpa y tragándose el orgullo dijo:

– Lo lamento. Es la primera vez que hiero a alguien.

– Pues para ser la primera vez lo has hecho muy bien -gruñó. Ella se encogió, temerosa. Sintió un mazazo en el pecho. Estaba tan apenada, tan indefensa, tan inocente… ¿Qué estaba diciendo, condenación? Acababa de rajarle con su propia espada y la veía como un ángel. Debía estar perdiendo la razón. Pero su cuerpo empezaba a responder, una vez más, a su proximidad-. Márchate antes que decida retorcerte el cuello.

Josleen no esperó a oírlo dos veces y salió como alma que lleva el diablo.

Kyle se dejó caer sobre el colchón. ¡Maldita fuera! Tenerla a su lado le volvía idiota. Eso le irritaba. La odiaba. Le fastidiaban sus aires de reina. La deseaba…

– ¡Joder!

Ahí residía el problema. La imperiosa necesidad de abrazarla, de besarla, de protegerla, le golpeaba una y otra vez. Josleen era la hermana de su enemigo, el hombre que casi lo mató. Pero recordarla devolviéndole las caricias le produjo un dolor en el bajo vientre y su miembro respondió con vida propia.

Capitulo 26

Habían pasado varios días. Aburridos días durante los cuales Kyle no apareció en la recámara y ella no bajó al salón, comiendo y cenando a solas. Hasta Malcom parecía haberla abandonado a su suerte. Claro que ¿qué podía esperar después de herir a Kyle? La noticia se habría corrido por el castillo y el pequeño debía odiarla.

Josleen dejó escapar una palabrota cuando se clavó la aguja. Dejó la costura con la que había matado sus ratos de soledad durante aquellos dos días y se chupó la gotita de sangre. Odiaba coser y además no se le daba bien. Siempre prefirió entretenimientos más masculinos, como montar a caballo, tirar al arco o entrenar con Wain cuando él estaba de buen humor. También le agradaba enseñar a los pequeños.

Salió de la torre y paseó hasta el río, que corría a poca distancia. Hombres de guardia vigilaban, de modo que nadie le recriminó puesto que era imposible escapar sin que la vieran. Se acomodó, algo apartada, haciendo oídos sordos a la animadversión que destilaban las miradas que le dirigían todos.

Se fijó en una chiquitina de cabello cobrizo y rizado, largo hasta la cintura. Sus ojos, dos enormes círculos de un azul diáfano. Era menuda, posiblemente no hubiese cumplido aún los tres años. Caminaba a pasitos cortos y cuando corría Josleen no podía remediar sonreír. Su madre conversaba con otras mujeres mientras lavaban en la orilla.

Josleen adoraba a los niños. Soñaba con tener cuatro o cinco cuando su hermano encontrara para ella el esposo adecuado y… La imagen de Kyle haciéndole el amor la azotó sin piedad. Un dolor profundo se instaló en su pecho. ¿Qué estaba pensando? Ya ni siquiera podía soñar con un matrimonio. Se había dejado seducir por el McFersson, así que ¿quién iba a cargar con ella? Era una mujer mancillada. Le subió un sollozo a la garganta. Ni esposo, ni hijos. Lo único que podía esperar ya era el desprecio de todo su clan, si es que regresaba con ellos y Wain no la desterraba lejos de Durney Tower.

Entornó los ojos y se recostó en el árbol que la cobijaba, lamiéndose sus propias heridas. Por entre los párpados entornados observó que la niña se acercaba a la corriente y arrancaba florecillas amarillas. Josleen suspiró. La recordaba a ella misma cuando era pequeña: siempre investigando, deseando saber más del mundo, queriendo tenerlo todo en sus pequeñas manos.

Un jinete atravesó la explanada llamando su atención. Alto y rubio, poderoso de cuerpo. Casi tan apuesto como… Se le vino un taco feísimo a la boca al compararlo con Kyle. Resultaba irritante su obsesión por él. Aquel preludio sin verle había supuesto para ella una agonía. Porque le odiaba… ¿le odiaba? por haberla mancillado, pero era un suplicio tenerlo lejos. Vagaba constantemente por el mundo fantástico que Kyle había despertado en ella. Un mundo de sensaciones que la aturdían. Temía estarse enamorando como una estúpida de él y era lo último que deseaba.

El grito de alarma la hizo dar un brinco.

Un chapoteo.

Josleen vio con horror que la niña había caído al agua. Aunque el río iba mermado, era lo bastante profundo para alguien que no sabía nadar.

Josleen se quedó paralizada, escuchando los gritos de pánico de las mujeres y no pudo pensar en nada durante unos segundos. Luego, se levantó y corrió hacia la orilla. Echó a un lado los zapatos y se zambulló. Al emerger, la niña se hundió. Llenó sus pulmones y se sumergió en su busca.

Las aguas estaban revueltas y oscuras después de la pequeña tormenta del día anterior, que arrastró tierra rojiza. Resultaba difícil poder ver bajo el agua, pero braceó y tocó algo. Sin embargo, la corriente le robó lo que fuese que había palpado. Emergió, tomó aire de nuevo y, una vez más, buceó.

En la orilla, las mujeres seguían gritando y ya se acercaban algunos guardias.

Por fin, los esfuerzos de Josleen dieron fruto y sus dedos rozaron una cabellera. La agarró y tiró de ella, regresando a la superficie.

Muchas manos se tendieron hacia ella para ayudarlas a subir por la fangosa pendiente hasta tierra firme.

Le arrebataron a la niña y ella se dejó caer boca arriba, recuperando el aliento. Le ardían los pulmones. Sólo se tomó unos segundos y de inmediato se interesó por la chiquitina. Alguien había conseguido que escupiera el agua y ahora berreaba, más asustada que lastimada, acunada en los brazos de su madre.

Josleen comenzó a temblar, ahora que el peligro había pasado. Siempre le sucedía lo mismo. Encaraba el peligro con decisión y frialdad, pero después la entraba el pánico. Se abrazó y cerró los ojos mientras a su alrededor los comentarios se alejaban.

Presintió a alguien a su lado y alzó la cabeza.

Kyle estaba muy cerca. Se sintió invadida por un sentimiento de agradecimiento al tenerle allí.

– Decididamente, estás loca.

Josleen se incorporó sin ayuda. Muy propio de un McFersson, pensó. Acababa de jugarse la vida para salvar a uno de los suyos y aún la insultaba. Si sería mulo. Se le vino una invectiva a la boca, pero se mordió la lengua y se alejó para entrar en la torre.

No había subido tres escalones cuando un brazo de hierro rodeó su cintura. Se retorció para soltarse. Kyle le sujetó la cara entre sus grandes manos y su mirada la paralizó. ¿Podía ser reconocimiento lo que vio en sus ojos? Él agachó la cabeza y la besó, con tanta suavidad y dulzura que Josleen perdió la noción del tiempo y el espacio. Luego, cuando él la tomó en sus brazos, ya no tuvo fuerzas para oponérsele. Se reclinó en su pecho y cerró los ojos, dejando que él la llevara dentro.

Capitulo 27

Kyle la dejó resbalar hasta el suelo, pero ella seguía sin poder moverse. A sus pies, se fue formando un charquito de agua.

– No vuelvas a hacer algo así, Josleen.

Parpadeó. ¿Había connotaciones de miedo en su orden? Hizo un puchero, sin desearlo. Un segundo después se echaba a llorar. Sin pensarlo, sus brazos abarcaron la cintura de Kyle y arreció el llanto al sentirse abrazada y protegida.

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