Hidalgo Nieves - Brezo Blanco

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Los McDurney y McFersson están enfrentados desde hace décadas. Desde que sus bisabuelos provocaron un choque que acabó con la vida de uno de ellos.
Al regresar de una aldea en la que ha estado ayudando a sanar a los enfermos, la patrulla de Josleen hace prisionero a un hombre, creyéndole culpable de un robo de caballos perpetrado a su clan. Atraída por él, averigua asombrada que se trata de un McFersson y, temiendo las represalias, le deja escapar para evitar posteriores complicaciones o incluso una guerra.
Meses más tarde, Josleen parte de Durney Tower hacia la fortaleza de Ian McCallister, con quien su madre se ha casado en segundas nupcias. Pero jamás llegará allí.
La patrulla dispuesta a robar el ganado de su hermano Wain, está liderada por el mismo guerrero al que ella dejó escapar. Y ese hombre, aunque ella lo ignora, no es otro que el laird Kyle McFersson, jefe del clan enemigo. Un guerrero sobre el que corren las historias más terroríficas.
La primera intención de Kyle es pedir rescate por la joven, pero luego la idea de dejarla marchar se le hace imposible.
Sin embargo, Wain McDurney no está dispuesto a dejar a su hermana en manos del rival al que desea matar hace mucho tiempo.
Josleen tendrá que tomar una penosa decisión: regresar con los suyos o permanecer al lado de las personas a las que acaba queriendo y del hombre que, aún enemigo de su clan, consigue ganar poco a poco su corazón.
Y para angustia de la joven, Stone Tower se verá rodeada por huestes enemigas, al mando de su hermano, decidido a no dejar piedra sobre piedra.

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– ¿Cuando vas a enviar un mensajero al maldito McDurney? -preguntó James de pronto.

Kyle no contestó. En su cabeza flotaban aún los gemidos de Josleen mientras le hacía el amor.

Al no obtener respuesta, James se desentendió de su hermano, agarró una jarra de cerveza y bebió de ella, empapándose la túnica. El más pequeño debió decir algo gracioso, porque volvió a estallar en risas y le atizó a Duncan un palmetazo en la espalda que dio con el muchacho sobre la fuente de carne. Duncan blasfemó por lo bajo, se limpió la cara de grasa y, tomando un trozo de jabalí, lo estampó contra la cabeza de su hermano.

Josleen siguió la escena horrorizada. Y su asombro alcanzó el cenit cuando James, lejos de enfadarse, rió de buena gana, seguramente ebrio, y adornó la cabeza del más joven con una escudilla de caldo.

Volvió la cabeza, asqueada. Estaba claro que a aquellos dos les hacía falta una buena zurra y una mano dura para convertirlos en dos hombres decentes. Kyle seguía sin preocuparse por ellos. Estaba a punto de levantarse y solicitar permiso para marcharse cuando alguien tiró de su vestido.

Malcom estaba a su lado y le tendía un muslo de ave.

– ¿No quieres probarlo? -le preguntó- Estás muy delgada.

A su pesar, Josleen le sonrió y aceptó la comida. El niño se sentó a su lado.

Una muchacha joven y bonita, de rizada cabellera azabache y ojos claros, entró en el salón. Josleen no la prestó atención hasta que la vio acercarse a Kyle, inclinarse sobre él y besarle en la boca con todo el descaro del mundo. Algo se tensó en su interior.

– Creí que estarías fuera más tiempo -la escuchó decir con voz melosa, mientras su mano derecha le acariciaba el brazo-. Deberías haberme avisado.

Kyle dijo algo que Josleen no pudo escuchar. La belleza morena hizo un mohín y dejó escapar una risita satisfecha. Duncan le cedió el sitio y ella ocupó el banquillo junto a Kyle. Desde el primer momento, Josleen supo que aquella mujer no tenía intención de probar nada salvo, en todo caso, al propio jefe del clan.

– No me importa si me regañan -dijo la vocecita de Malcom, obligándola a prestarle atención.

– ¿Regañarte? ¿Por qué iban a regañarte?

– Porque tú eres nuestra enemiga.

– Y no deberías estar aquí, conmigo. ¿Es eso?

– Ajá.

– Entonces vuelve a tu sitio. Además, acaba de llegar una invitada.

El niño dio un vistazo a la mesa y en su cara se reflejó el fastidio. Movió la cabeza y cruzó los brazos sobre el pecho, en un gesto idéntico al de su padre.

– Cuando James y Duncan empiezan a tirarse cosas, siempre acabo manchado. Y luego la abuela se enfadará. Y ella -dijo señalando a la recién llegada-, no me cae bien.

– ¿La dama de pelo oscuro?

– No es una dama.

– Pero ¿qué…?

– Duncan dice… -bajó la voz-, pero no se lo digas a nadie… que es una ramera -se le frunció el ceño-. ¿Qué es una ramera, Josleen?

Ella se atragantó. Desde luego aquel chiquillo tenía unos maestros deleznables.

– No es algo que debas saber ahora, Malcom. Tal vez más adelante, cuando crezcas un poco. Anda, vuelve a la mesa, no me gustaría que tuvieras problemas por mi culpa.

– ¡Pero es que James y Duncan siguen tirándose la comida! -protestó el pequeño.

Los jóvenes seguían con su batalla particular, sin tener en cuenta a las damas. Las risotadas de ambos atronaban en el salón y los criados parecían remisos a acercarse a la mesa sobre la que volaban las viandas. Cruzó una mirada con Kyle y su mentón se elevó, altanero. Despreciaba a todos. A James y Duncan por su falta de educación, a la mujer mayor por no llamar al orden a aquellos dos asnos; a Kyle… por muchas cosas.

– ¿Quieres sentarte a mi lado en la mesa? -le preguntó Malcom.

Josleen le acarició el cabello. Era un encanto. Y tan parecido a su padre. Elevó la voz al responder. Lo suficiente para que la escucharan.

– Gracias, Malcom, pero estoy acostumbrada a compartir la mesa con personas y tus tíos no son buenos anfitriones. Estarían mejor comiendo en las porquerizas.

Malcom abrió los ojos como platos. Se acallaron las burlas y las conversaciones. El silencio podría haberse cortado. Duncan se atragantó con el trozo de carne que acababa de morder y James escupió el whisky.

Josleen enrojeció, pero no bajó la mirada, aunque se le formó un nudo en el estómago. ¿Estaba loca? ¿Cómo se atrevía a llamar cerdos nada menos que a los McFersson? Le hubiera gustado tragarse la lengua, pero ya era tarde. Los criados, aturdidos, la miraban horrorizados. Los que compartían la mesa del jefe, estaban atónitos, aunque distinguió alguna sonrisa divertida. En cuanto a la abuela de Malcom… Sus ojos se le clavaron en el alma. Y en el alma también, la chirriante voz de la recién llegada.

– ¿Quien es ella, amor?

Alguien dijo su apellido y la morena se puso tiesa.

– ¿Qué hace aquí? ¡Debería estar en una mazmorra!

– Cállate, Evelyna -le dijo Kyle.

– ¡Esto es increíble! ¡Una McDurney que se atreve a llamar cerdos a tus hermanos y…!

La risotada de Kyle la enmudeció. Todos le miraron. Recostado en su asiento y con una jarra en la mano, Kyle parecía estar pasándolo en grande.

– No es mala idea lo que ha dicho la muchacha -le oyeron decir al cabo de un momento-. Vamos, chicos, largaros a las cochiqueras.

– ¿Qué? -saltó James.

– ¿Desde cuándo…? -protestó Duncan.

– Ya me habéis oído. Salid ahora mismo de aquí.

– Kyle, te has vuelto loco.

– No lo dices en serio

Kyle se levantó. Su divertimento había desaparecido y regaló a sus hermanos una mirada hosca.

– La dama tiene razón. Coméis como los cerdos y allí es donde debéis estar. Por mi parte, prefiero tenerla a ella en la mesa. Hasta Malcom parece más sensato que vosotros.

– Pero Kyle…

– Hombre de Dios, no puedes obligarnos a…

– ¡Fuera!

Por un momento Josleen, que tenía problemas para respirar, pensó que aquellos dos se le enfrentarían. Pero James y Duncan, amilanados por la clara irritación del otro, se levantaron y salieron.

– Kyle, cariño -intercedió la morena-, no puedes hacer esto. ¿Cómo te atreves a…?

– Mujer, cierra la boca de una maldita vez -ordenó él con voz potente-. Que ocupes mi cama de vez en cuando no te da derecho a cuestionar mis órdenes.

Josleen agachó la cabeza. El bochorno por lo que había provocado le estaba produciendo ronchones en la cara.

– ¿Acaso has encontrado en esa… zorra, mejor compañía?

Josleen se envaró. Los ojos de Kyle se habían convertido en dos rendijas que exudaban peligro. No pronunció palabra, pero no fue necesario: Evelyna Megan se alejó de su lado para sentarse al otro extremo del salón, dejando escapar un sollozo muy convincente.

Josleen supo que acababa de ganarse otra enemiga.

Kyle volvió a tomar asiento y llamó a su hijo con un gesto. El niño, con una mueca de disgusto, volvió a sentarse junto a su abuela.

– Ahora, muchacha… -escuchó decir a Kyle en voz alta- ¿compartirás la mesa con nosotros?

Josleen ni se movió.

– No se han marchado todos los cerdos, milord.

Kyle fijo en ella su mirada, notando la tensión que entre sus hombres levantó el insulto. Procuró mostrarse sereno. Vaya si lo procuró. Acababa de ser insultado, por dos veces, por aquella cosita menuda y de frágil apariencia. Delante de su familia y sus soldados. Le resultó imposible: el semblante altanero de Josleen, su decisión, su valentía, eran algo a lo que no estaba acostumbrado. Y ya iba siendo hora de que James y Duncan recibieran un poco de medicina. Dejó caer la cabeza hacia atrás y rompió a reír.

– Siento haberme confundido con vos, señora -dijo luego, devorándola con los ojos-. Hubiera jurado que os agradaba la carne de porcino, por como la laméis.

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