Hidalgo Nieves - Brezo Blanco

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Los McDurney y McFersson están enfrentados desde hace décadas. Desde que sus bisabuelos provocaron un choque que acabó con la vida de uno de ellos.
Al regresar de una aldea en la que ha estado ayudando a sanar a los enfermos, la patrulla de Josleen hace prisionero a un hombre, creyéndole culpable de un robo de caballos perpetrado a su clan. Atraída por él, averigua asombrada que se trata de un McFersson y, temiendo las represalias, le deja escapar para evitar posteriores complicaciones o incluso una guerra.
Meses más tarde, Josleen parte de Durney Tower hacia la fortaleza de Ian McCallister, con quien su madre se ha casado en segundas nupcias. Pero jamás llegará allí.
La patrulla dispuesta a robar el ganado de su hermano Wain, está liderada por el mismo guerrero al que ella dejó escapar. Y ese hombre, aunque ella lo ignora, no es otro que el laird Kyle McFersson, jefe del clan enemigo. Un guerrero sobre el que corren las historias más terroríficas.
La primera intención de Kyle es pedir rescate por la joven, pero luego la idea de dejarla marchar se le hace imposible.
Sin embargo, Wain McDurney no está dispuesto a dejar a su hermana en manos del rival al que desea matar hace mucho tiempo.
Josleen tendrá que tomar una penosa decisión: regresar con los suyos o permanecer al lado de las personas a las que acaba queriendo y del hombre que, aún enemigo de su clan, consigue ganar poco a poco su corazón.
Y para angustia de la joven, Stone Tower se verá rodeada por huestes enemigas, al mando de su hermano, decidido a no dejar piedra sobre piedra.

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No había recorrido un metro cuando Kyle la sujetó del brazo, haciendo que cayera sobre su pecho. En el mismo instante, un graznido a su derecha la hizo respingar. Él rió bajito junto a su oreja y una ola de calor la inundó de la cabeza a los pies.

– Aquí no sólo están tus hombres, Josleen -explicó Kyle, conduciéndola pegada a su costado, lejos de las rejas de los ventanucos de las mazmorras- También hay asesinos. Si cualquiera de ellos atrapa tu lindo cuello, ten por seguro que te lo rompería.

Josleen no dijo nada. Lo disimuló, pero estaba asustada. Los soeces saludos que la regalaban la amilanaron un poco. Y el olor era nauseabundo. Apretó los dientes, pensando que sus amigos estaban allí encerrados.

Atravesaron una sala pequeña de alto techo y Kyle empujó una puerta que daba a otra galería. El cambio resultó asombroso. En el techo se abrían claraboyas por las que entraba la luz y no olía a orines, aunque tampoco a rosas. Kyle la soltó y ella comprendió que allí no corría peligro. Él echó a andar y le siguió.

Un minuto después, Kyle se paró y se hizo a un lado. Había una única puerta y Josleen se acercó. Llamó a sus amigos, sintiendo las lágrimas rodarle por el rostro.

Un rugido, movimiento de cuerpos y las voces entremezcladas de varios hombres que se agolparon contra el ventanuco.

– ¡Verter! ¡Norman! ¡Dillion! ¿Estáis bien?

Todos quisieron hablar a la vez. Josleen trató de verles a todos y metió la mano entre las rejas, riendo y llorando al sentir el contacto de varias manos que tomaban la suya.

Kyle la arrancó de allí.

– ¡No! -se resistió Josleen, pensando que iba a llevársela y no podría hablar con los suyos-. ¡Suéltame! ¡Bastardo!

Escocido por el insulto, la hizo a un lado y la apuntó con un dedo.

– Sigue zahiriéndome, mujer, y acabaré por calentarte el trasero antes de pedir rescate a tu hermano.

La amenaza fue escuchada por los hombres de Wain y voces airadas se alzaron a un tiempo. Entre ellas, la de Verter.

– ¡Si la tocas un solo cabello, McFersson, te arrancaré el corazón y las tripas y los dejaré secándose al sol!

Josleen le vio apretar los puños contra las caderas y supo que su cólera estaba a punto de estallar. Sin embargo, para su asombro, Kyle sacó una llave de su cinturón y abrió la celda.

– Dad un solo paso en falso y ella no saldrá de aquí.

Su voz retumbó en las profundidades de las mazmorras. Los hombres de Wain retrocedieron con precaución, pero sus sonrisas al ver a la joven hicieron que Josleen estallara en sollozos. Kyle no comprendió su repentino arrebato de fragilidad.

– Pensaba que era lo que querías -graznó.

La mirada de agradecimiento que recibió de aquellos ojos azules le quitó el aliento. Nunca lo habían mirado de ese modo.

– Así es -repuso ella.

– Entonces ¿por qué demonios lloras?

Josleen medio sonrió y se secó las lágrimas de un manotazo. Luego, entró en la celda y un mar de preguntas la aturdió, mientras escuchaba cerrarse la puerta a sus espaldas.

Verter la encerró entre sus brazos de oso, haciéndola desaparecer. El resto quiso también cerciorarse que estaba bien y no había sido maltratada. Ella buscó señales de la tortura en el rostro de Verter, el lugarteniente de su hermano.

Desde fuera, Kyle no perdía detalle, observando cada movimiento como un lobo en celo. No estaba seguro de haber obrado con prudencia dejándola entrar en la celda, pero la repentina necesidad de que ella no lo viera como un monstruo le había ganado a la lógica. Ahora se preguntaba si no estaría buscándose un problema.

Después de calmar a su escolta, Josleen echó un vistazo a la celda. Era amplia. Dos ventanas enrejadas situadas a buena altura dejaban entrar suficiente luz y calor. Había catres y una larga mesa montada sobre caballetes; sobre ella, aún quedaban restos de la última comida que les habían proporcionado. Se acomodó sobre las rodillas de aquel gigante moreno y fuerte como un toro y él la abrazó como a una criatura. Verter la trató siempre como si fuera su propia hija y ella le adoraba a pesar de sus toscos modos. Confiaría su vida a aquel guerrero sin dudarlo un segundo.

Kyle se irritó al ver la familiaridad con la que ella abrazaba a aquel oso. ¿Quién era aquel mastuerzo para mantenerla sobre sus rodillas? ¿Un familiar? ¿Un amante? Una repentina vena de celos se apoderó de él. Sacudió la cabeza y se dijo que ella, realmente, debería ser una bruja, porque él se sentía como si le hubieran echado un maleficio.

– ¡Le partiré los brazos a ese cabrón! -dijo entre dientes, asombrándose de inmediato de su falta de control. Se obligó a relajarse y se apartó ligeramente de la celda. Pero la súbita carcajada de Josleen le obligó a prestarles de nuevo atención.

La vio acariciar la cara del oso y apretó los dientes. La furia estaba barriendo su raciocinio, del que siempre hizo buena gala.

– ¿Te golpearon, Verter? -la escuchó preguntar.

Un silencio opresivo ocupó la celda. Ninguno se movió y alguno bajó la mirada.

– Lo siento -dijo Verter-. No tuve más remedio que contar a ese hijo de perra cuanto quería saber.

– Me lo contó, sí -asintió ella-. Bueno, no importa. Me preocupa más que estéis bien todos. Pensaba que podían haberos torturado.

Kyle maldijo de nuevo por lo bajo. ¿Qué clase de monstruo creía ella que era?

– Sólo recibí un par de golpes. Aunque hubiera preferido que me cortar el cuello antes de escuchar lo que nos dijo. Realmente, creímos que iba a hacerlo. Azotarte -alzó el puño cerrado hacia la puerta- ¡Que el demonio se lleve a ese condenado McFersson!

Josleen le sonrió.

– También yo lo hubiera creído -les dijo en tono muy bajo, para evitar que Kyle escuchara la conversación-. Pero creo que su salvajismo no es más que fachada. Ladra mucho, pero me ha devuelto mis vestidos y soy libre para deambular por la fortaleza. Ni siquiera tengo guardia en la puerta de su habitación.

El súbito taco de Verter la hizo respingar.

– ¡Hijo de puta! ¡¿Donde dices que estás?!

Josleen enrojeció entonces hasta la raíz del cabello.

– No ha pasado nada -susurró.

– ¡Mas le vale! ¿Me oyes, maldito Mc.Fersson? -gritó a pleno pulmón y Josleen se encogió- ¡Si te atreves a mancillarla te mataré con mis propias manos!

– Verter, por amor de Dios…

– ¿Te ha tocado?

– Ya te he dicho que no ha pasado nada -repuso, colorada de bochorno bajo la atenta mirada de todos-. Ni siquiera ha dormido allí.

– ¡Lo mataré!

– Verter, cálmate, por favor.

– Sólo digo que…

– Ya sé lo que quieres decir -le cortó-. Para eso no hace falta que nos dejes sordos a todos. Él tiene un oído excelente, ¿sabes? Y estoy segura de que ha entendido tus… insinuaciones.

– Si se le ocurre tocarte, niña…

– Ya lo sé, Verter. Lo matarás -suspiró-. Pero tendrías que esperar turno, porque yo lo haría antes. Vamos, contarme de vosotros. ¿Os tratan bien? ¿Coméis lo suficiente?

– No se puede decir que esto sea un paraíso -dijo alguien-, pero no nos han tratado mal.

– Pedirán un rescate, de modo que no debemos preocuparnos. Saldremos muy pronto hacia Durney Tower.

– Un minuto en las tierras de los McFersson ya es un siglo, muchacha -volvió a graznar Verter.

Kyle dejó que la entrevista se alargase un poco más. Luego, se asomó al ventano y ordenó:

– Suficiente, muchacha. Sal ahora.

Josleen le miró a través de la reja y frunció el ceño. Le hubiese gustado pasar más tiempo con sus camaradas. Verter la retuvo por la cintura cuando ya se incorporaba y dirigió a su enemigo una mirada retadora.

– ¿Por qué no entras tú a llevártela si te atreves, demonio?

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