Hidalgo Nieves - Brezo Blanco

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Los McDurney y McFersson están enfrentados desde hace décadas. Desde que sus bisabuelos provocaron un choque que acabó con la vida de uno de ellos.
Al regresar de una aldea en la que ha estado ayudando a sanar a los enfermos, la patrulla de Josleen hace prisionero a un hombre, creyéndole culpable de un robo de caballos perpetrado a su clan. Atraída por él, averigua asombrada que se trata de un McFersson y, temiendo las represalias, le deja escapar para evitar posteriores complicaciones o incluso una guerra.
Meses más tarde, Josleen parte de Durney Tower hacia la fortaleza de Ian McCallister, con quien su madre se ha casado en segundas nupcias. Pero jamás llegará allí.
La patrulla dispuesta a robar el ganado de su hermano Wain, está liderada por el mismo guerrero al que ella dejó escapar. Y ese hombre, aunque ella lo ignora, no es otro que el laird Kyle McFersson, jefe del clan enemigo. Un guerrero sobre el que corren las historias más terroríficas.
La primera intención de Kyle es pedir rescate por la joven, pero luego la idea de dejarla marchar se le hace imposible.
Sin embargo, Wain McDurney no está dispuesto a dejar a su hermana en manos del rival al que desea matar hace mucho tiempo.
Josleen tendrá que tomar una penosa decisión: regresar con los suyos o permanecer al lado de las personas a las que acaba queriendo y del hombre que, aún enemigo de su clan, consigue ganar poco a poco su corazón.
Y para angustia de la joven, Stone Tower se verá rodeada por huestes enemigas, al mando de su hermano, decidido a no dejar piedra sobre piedra.

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Dio en el clavo. Malcom se le acercó con el mentón alzado.

– No soy ningún cobarde.

– Eso imaginaba. ¿Te prohibieron venir?

– No.

Josleen se encogió graciosamente de hombros y a Malcom le agradó su sonrisa.

– ¿Eres una bruja?

Josleen elevó las cejas. Aquellos ojos dorados reflejaban decisión y un poquito de temor. Eran tan parecidos a los de…

– ¿Por qué me lo preguntas? ¿Te han dicho que soy una bruja?

– James lo dijo.

– ¿James? ¡Vaya!

– Bueno… -Malcom decidió que no se acercaría más-. En realidad, fue papá quien lo dijo, aunque no nos contó qué poderes tienes. James no lo negó, pero añadió que eras bonita. Luego creo que papá murmuró algo así como que sí, que era cierto, pero que una bruja a fin de cuentas. No sé, a veces no entiendo las conversaciones de los mayores. ¿Lo eres o no?

Josleen se mordió el labio inferior para no reír.

– No, cariño. No soy una bruja. Sólo soy una enemiga de tu clan.

Malcom la miró con reservas.

– ¿De veras no lo eres? ¿No puedes volar o convertir a los niños en ranas, hacer que un hombre desaparezca o un perro…?

– No, de veras. ¡Vaya! Nunca pensé que las brujas tuvieran tantos poderes.

El niño chascó la lengua y frunció el ceño. Parecía desencantado de que ella no poseyera terribles poderes maléficos.

– Había pensado demostrar a mi padre que era valiente.

– ¿Por visitar a una bruja?

– Claro. No todos los niños se atreverían.

– Por supuesto que no. Hasta ahora, no he conocido a nadie tan valiente como tú. Al fin y al cabo estás hablando con una enemiga. Una enemiga que te ha dicho su nombre y que sigue ignorando el tuyo.

El chico sonrió.

– Malcom.

– El nombre de un gran guerrero.

– Lo seré algún día. Eso dice papá.

– ¿El que dijo que yo era una bruja?

– Claro.

Josleen se sentó en el borde de la cama y palmeó el colchón, invitándole. Malcom acabó por ceder y se acomodó, aunque a distancia.

– Y dime, Malcom… ¿no temes que puedan regañarte por hablar con el enemigo?

– Nunca he visto a un enemigo. ¿Todos los enemigos de mi papá son como tú?

– No todos, pequeño – aquel crío era un encanto. Vivaz, directo, inteligente.

– ¿Como son los demás enemigos?

– Malcom… ¿Nadie te ha explicado nada al respecto?

– No. Papá sale a veces a hacer incursiones. Pero a mí no me llevan y nunca he visto a uno. Bueno, ahora te conozco a ti. Pero no pareces tan terrible.

– Ya.

Josleen se armó de paciencia. Se recostó sobre un codo y estuvo a punto de soltar la risa viendo que él la imitaba.

– Verás, Malcom. Los mayores hacen cosas estúpidas muchas veces, como estar enemistados. Pero un enemigo no es más que una persona con distintos intereses.

– ¿Y no son feos o algo así?

– Son como tú, como James, y como tu papá y tu mamá.

Por la mirada del niño atravesó una nube de pesar.

– Mi mamá se marchó -dijo.

– ¿Se marchó?

– Murió al nacer yo.

– ¡Oh, cielo, lo siento! -se acercó a él y lo abrazó. Malcom no se resistió-. No lo sabía.

– No podías saberlo, no vives aquí. ¿Tú tienes mamá?

– Sí -dijo en un hilo de voz.

– ¿Es tan bonita como tú?

– Más bonita, Malcom -sonrió.

– ¿No te maldijo al morir?

Josleen se envaró.

– ¿Qué?

– Mi mamá lo hizo.

– Pero…

– Se lo oí decir a papá, cuando hablaba con James y había bebido -le contó-. No sabe que yo lo sé. Papá no suele beber, ¿sabes?, pero a veces, cuando se acuerda de mamá, se marcha y no deja que sus hombres le acompañen. Tío James y tío Duncan dicen que es peligroso salir sin escolta, pero yo creo que le hace falta. Sufre mucho cuando se acuerda de mamá. Y cuando yo le pregunto algo sobre ella… -hizo un puchero-, me mira de modo extraño y no responde. En esos momentos, le temo.

– Santo Dios… -gimió Josleen. Le abrazó más fuerte, notando un nudo en la garganta. ¡Cómo podía alguien ser tan cruel con aquella criatura!.

– Yo creo que papá me quiere, menos cuando pregunto por ella.

– ¡Pues claro que tu padre te quiere! -aventuró, proyectando su rabia contra aquel sujeto sin sentimientos-. ¡Y tu madre también te quería!

Malcom la miró, esperanzado.

– ¿De verdad?

– Estoy segura.

– Pero él decía a tío James que nos odió a ambos y por eso murió maldiciéndonos.

Algo se desgarró en el pecho de Josleen y una repentina ternura hacia el niño la embargó. Revolvió su dorado cabello, sonriendo con esfuerzo.

– Verás, Malcom -dijo, poniendo cuidado en sus palabras-. A veces, el dolor hace que las personas digan cosas que no sienten. Traer un niño al mundo es muy difícil y seguramente tu mamá sufrió mucho. Por eso dijo esas cosas. Pero no se lo debes tener en cuenta. Si no te hubiese querido de verdad, no habrías nacido. ¿Comprendes lo que quiero decirte?

Malcom asintió.

– No dudes nunca del amor de tu madre, Malcom. Esté donde esté, te sigue queriendo y vela por tí. Mi papá también murió, hace mucho tiempo, pero yo sé que me sigue cuidando desde el Cielo.

– Entonces, ¿por qué estás prisionera? ¿Por qué te ha traído aquí mi padre? ¿No estaba el tuyo para protegerte?

– Bueno, hay cosas que ni los padres pueden remediar, aunque estén vivos y… -enmudeció de pronto y miró al niño con los ojos muy abiertos- ¿Tu padre? ¿Tu padre es el que me ha traído a Stone Tower?

– Pues claro. Papá y el tío James.

– ¡Oh, Dios!

Josleen se levantó y paseó nerviosamente por el cuarto. Fijó su mirada en el niño. ¿Cómo no se había dado cuenta? ¡Por todos los cielos, era la viva imagen de Kyle McFersson en miniatura! El mismo color de cabello, los mismos ojos… Dejó caer los hombros.

– Malcom, creo que debes marcharte.

– Creí que nos estábamos haciendo amigos.

La vocecita la hizo sentirse culpable.

– Y ya lo somos, pequeño. Pero tu papá se disgustará si te encuentra aquí.

– Casi nunca vengo -se encogió de hombros-. Él siempre está muy ocupado para atenderme. Es el jefe de clan y tiene muchas obligaciones. Eso dice tío James. También tío Duncan. Con ellos sí juego a veces. Pero no con papá.

Josleen tragó saliva. Se le estaba rompiendo el corazón, porque él la estaba haciendo partícipe de unas confidencias que no deseaba conocer. La necesidad de cariño afloraba en cada frase.

– Sí, tu padre debe estar muy ocupado con sus obligaciones. Debe velar por la seguridad y el bienestar de mucha gente.

– Pero a mí me gustaría pasar más tiempo a su lado. Y apenas le veo -dijo Malcom-. Otros niños salen de caza con sus padres y se bañan en el lago cuando hace buen tiempo.

– Estoy segura de que a tu padre le encantaría hacer eso mismo, cariño -le besó en la mejilla-. Debes darle un margen de confianza.

– ¿Qué es eso?

– Un poco más de tiempo. Y cuando sea el momento oportuno hablar con él y decirle lo que piensas.

– Eso no es fácil. Es el jefe y no debo estorbarlo. Mi abuela me lo repite a menudo.

– ¡Por Dios! -gimió de nuevo. ¿En qué casa de locos estaba?

Malcom se levantó de un salto. Sonrió de oreja a oreja y dijo:

– Me ha gustado conversar contigo, aunque no seas una bruja, Josleen. ¡Y podré contar a los otros que he estado hablando con una enemiga! -soltó ufano- Aunque… ¿me creerán?

Josleen le regaló una sonrisa.

– Si no lo hacen, que vengan a verme, si son capaces. Aunque dudo que sean tan valientes. Seguramente se quedarán en sus casas, temblando de solo pensarlo.

Malcom estalló en carcajadas y corrió hacia la puerta. Josleen se encontró sonriendo a la madera, como una boba. Pero al segundo, la irritación frunció su ceño. ¡Santo Dios! ¿Dónde había ido a caer? Una casa en la que un niño estorbaba. ¿Es que Kyle McFersson carecía de sentimientos? ¿Cómo podía excluir a su propio hijo de su vida?

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