» -¿Qué habría pasado, a su juicio, de no haber muerto ellos? -me aventuré a preguntar.
» -Nadie puede decirlo. Quizás el conflicto se habría agudizado. No me imagino a Rubén dejando la guerrilla. Era un fanático.
» -Como lo eran todos en aquellos años, hay que juzgarlo en ese contexto -¿qué hacía yo defendiendo a Rubén Palma, el que me robó a mi madre? Soy una loca, me dije.
» -Quizás ella habría vuelto a su país, o efectivamente habrían instalado un cuartel general aquí en Antigua, con Rubén entrando y saliendo. Quizás eso hubiese sido lo más posible. Ella era una mujer de armas tomar. No se veía sometida ni tímida, como muchas guatemaltecas. Recuerdo que me gustó la gran personalidad que demostraba, su capacidad para hablar de cualquier tema. No me dio la impresión de que estuviese tan posesionada por la idea de la revolución… yo diría más bien que era una mujer enamorada. Le interesaba la poesía. Yo soy poeta, aunque me gano la vida como médico. Y recuerdo que hablamos de la Mistral, de Neruda, de Vallejo, de Darío. No era ninguna tonta tu mamá. Y, ¿sabes? -me miró con cierta ternura-, Rubén la quería. ¡Por Dios que la quería! Si en algún insomnio has dudado de eso, no vuelvas a hacerlo. Soy un hombre perceptivo en cosas del corazón, y aunque vi poco a Rubén esos años, siento que se humanizó. Algo muy fuerte debió pasarle con esta mujer. Mi madre lo analizó varias veces conmigo, yo era el hijo soltero que comadreaba con ella. En las noches hablaba de este hijo tan amado, con los consecuentes celos míos. Después de todo, yo no la había abandonado y él sí. Pero ella lo adoraba. Era muy hermoso mi hermano. ¿Tú lo conociste?
» -Sí, estuvo una vez en mi casa, en Chile, invitado por mi abuelo, quien se lo presentó a mamá. Me acuerdo perfectamente de él. Yo tenía doce años y noté que mi mamá lo miraba; por lo tanto, lo miré yo. Me acuerdo de esos ojos verdes, como los de usted. Eran unos ojos muy lindos.
»Emilio sonrió, vanidoso.
» -Te mostraré luego unas fotografías de él. Rubén, desde que se dedicó a la política, no tomó nunca en serio a las mujeres. Las usaba para sus apetitos y nada más. Su causa no se lo permitía. Nunca llegó a casarse ni a tener hijos. Tampoco lo hice yo. Como el resto de la familia eran mujeres, mi madre no se consoló: el apellido perdido. Cuando supimos que vivía con una chilena y, más aun, que se la había traído de Chile, nos llamó mucho la atención. Sus parejas no duraban más que un par de meses. Mi mamá quiso conocerla.
» -;Y lo hizo?
» -Sí, aquella vez que la conocí yo, en esta casa.
» -¿Y qué impresión le causó?
» -Si se hizo cargo de su ataúd, te imaginarás que no fue mala. Tuvo la esperanza de que esta mujer llevara a su hijo a la razón. La hizo muy feliz que existieras tú, esta niña que parecía tan central para ella, pues podría ser una forma de traer al pródigo a casa. Apoyó mucho a Cayetana en esa pequeña discusión que hubo. Rubén no se sentía muy cómodo, eso sí lo recuerdo también.
»¡Como miel sus palabras, bálsamos, anestesia para el dolor acumulado! Por fin alguien reparaba fibras mías tan dolidas. Por fin alguien sabía algo de los sentimientos de mi madre.
»De repente me acordé del objetivo principal de mi visita.
» -¿Dónde están enterrados? He buscado la tumba en el cementerio y ha sido en vano.
» -¡Ah! La historia del mausoleo. Rubén está enterrado en la tumba familiar de los Palma. Cuando se discutió el asunto de dónde enterrar a Cayetana, hubo distintas opiniones. Pero ganó la de mi padre: que no estaban casados, que no había ningún vínculo legal entre ellos, que era inadecuado que su cuerpo reposara en el mausoleo de la familia.
Entonces buscó el espacio libre más cercano al de nosotros para enterrarla a ella en un nicho aparte. El problema es que el mausoleo de mi familia, por ser una familia antigua, tenía toda su cercanía ya construida. Encontraron un pequeño espacio vacío entre la familia Moreira y la familia Fernández. Compraron el lugar y construyeron allí la tumba para tu madre. Cuando llegó el momento de poner sus datos, nadie supo cómo dar con ellos. ¿Cuándo había nacido? ¿Cómo saberlo, cuando apenas pudimos dar con el apellido? Entonces mi madre dijo: entre la familia Moreira y la familia Fernández, no lo olviden. Yo no lo olvidé.
» -¿O sea, la tumba de mi mamá está en blanco?
» -Sí.
»Hubo un breve silencio.
» -Mi madre, que Dios la tenga en su santo reino, tuvo una intuición romántica y le pidió a mi padre que los enterraran juntos. Él se opuso. Su opinión no se discutía.
» -Por favor, no pido explicaciones. Sólo me desconcierta que su nombre nunca haya sido grabado. Me saqué los ojos en esas tumbas, y no son pocas. Nunca habría dado con ella si usted no me lo dice.
» -Tienes razón.
» -Una última cosa -había avanzado la hora y la cortesía me obligaba a partir-: ¿de qué murieron?
» -De fiebre tifoidea.
» -¿Cómo lo saben, si los ataúdes estaban sellados?
»É1 rió.
» -Se ve que no conoces este país. ¿Tú crees que mis padres se iban a contentar con la versión del gobierno? Pues no. Por medio de sus influencias, mi padre logró que abriesen en secreto los ataúdes. No, no había herida de bala. Ni de agresión alguna. Era efectivamente esa fiebre maldita. Estaban aislados en un hogar campesino y no hubo antibióticos ni remedios a tiempo. Mi padre llegó hasta esos campesinos, contraviniendo todo lo que el gobierno le había advertido. Luego los borraron del mapa, por si te da la tentación de buscarlos. Pero él, dueño y señor en su país, actuó como correspondía y encontró a los campesinos, dateado seguramente por los compañeros de Rubén. La información es exacta. Quedaron aislados, lo habían planeado así por estrategia. Nadie contó con ese terrible microbio. Ah, un dato que puede interesarte, en caso de que seas una mujer romántica: ella se enfermó primero y Rubén se contagió cuidándola. Duraron muy poco, no tengas pena. No fue una mala muerte, dadas las expectativas de muerte que mi hermano tenía. Lo único feo de esa fiebre fue que le quitó la posibilidad de ser héroe, de figurar junto a todos los héroes latinoamericanos de aquellos años.
»Noté un leve sarcasmo en su voz. ¿Aún le tenía celos, después de todos estos años?
»Me levanté discretamente, le dije un par de cortesías de rigor, como el agradecimiento por su tiempo y frases así. Me sentía como si hubiera subido y bajado el Everest en una tarde, exhausta. Emocionalmente exhausta. Decidí en el acto que la tumba quedaría innombrada. Me pareció absurdo grabar su nombre veintitantos años después, no es lo que a Cayetana le hubiera importado. Y al salir, en la puerta, él me dijo:
» -¿Así es que te quedas en Antigua?
» -Sí.
» -¿Sola?
» -No, con un extranjero. Y con mi hija, que llegará dentro de poco.
»Me miró con curiosidad.
» -¿Repitiendo la historia de tu madre?
» -No. Bueno, casi.»
Violeta se dirigía periódicamente a San Antonio Aguas Calientes. Quise acompañarla hoy, como quiero acompañarla a todos lados. Aparte de mi interés por conocer el lugar, estar con ella me produce una paz desconocida para mí, como si soldarme a Violeta me forjara.
Lo primero que enfrentamos saliendo de Antigua fue una enorme planta de la Nestlé.
– Nadie se escapa de la globalización en estos tiempos -me comentó-. En medio de este ambiente colonial, lo primero que te encuentras, cuando vienes en sentido contrario y entras a la ciudad, es el olor insoportable, entre dulce y grasoso, de la Nestlé.
Nos metimos luego por un pequeño camino de tierra, impresionantemente verde, enteramente plantado de cafetales. Cuando los vi por primera vez, me sorprendió saber que los cafetales eran los arbustos pequeños que estaban debajo de esos árboles mayores que se instalaban ahí para dar protección a las cosechas. Luego de unos diez kilómetros en que el único peligro eran los autobuses que corrían atestados y a una velocidad descontrolada, cruzamos por un caserío miserable: San Lorenzo. Camino de terracerías, casas con nísperos, palmas y naranjos. Lo demás, chozas, pobreza y tierra.
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