Mercedes Guerrero - La Última Carta

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Sola y sin dinero tras el doloroso fracaso de su matrimonio, Ann Marie decide aceptar una propuesta de matrimonio por conveniencia. Jake, propietario de una plantación de tabaco en la pequeña isla de Mehae, no consigue superar la muerte de su mujer y ha decidido buscar una nueva mujer por un método algo anticuado.
Quizás por eso, el día en que ha de recoger a Anne Marie en el puerto de Mehae, cambia de opinión y envía un emisario con dinero por las molestias y para el pasaje de vuelta.
Ann Marie no sólo sigue sola, sino que se encuentra en un lugar extraño pero, como suele decirse, la vida siempre sale al encuentro y muy pronto va a encontrar no sólo esa vida propia que tanto anhela, sino un amor verdadero que irá creciendo entre playas de arena blanca, atormentadas palmeras y una horrible serie de asesinatos en cuya resolución se verá inmersa.

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– Ann, estás muy tensa -dijo mientras se acercaba. Intentó abrazarla, pero ella se apartó-. ¿Qué te pasa?

– Jake, necesito saber dónde estuviste anoche, y la anterior… -En sus ojos se leía el miedo a recibir una respuesta que no quería oír.

– ¿A qué viene esa pregunta? ¿Tengo que darte cuenta de todos mis pasos? -Se revolvió incómodo.

– No. Nunca te he pedido explicaciones, pero esta vez quiero saber qué hiciste esas dos noches.

– ¿Y tú? ¿Adónde has ido esta mañana? -preguntó a su vez-. Me has mentido. Has dicho que no habías salido de casa, pero has ido a la misión. ¡Y completamente sola! Si alguien tiene que dar explicaciones no soy yo, sino tú. Sabes que no debes arriesgarte, pero lo haces continuamente. ¿No entiendes que es muy peligroso?

Ann estaba temblando. Aquélla era la prueba que necesitaba para confirmar sus sospechas: la vigilaba, sabía que podían ponerse en contacto con ella y estaba al acecho de la persona que le suministraba pruebas que lo delataban.

– Déjame, quiero estar sola. -Le dio la espalda y echó a andar hacia la playa.

– ¡No puedes! Está oscuro y hay un asesino suelto en la isla. Sé prudente, Ann…

– No me pasará nada -lo interrumpió, volviéndose hacia él desafiante-. Lo sé.

– ¿Qué sabes?

– Que no me haría daño -respondió sin pestañear.

– ¿Por qué estás tan segura?

– Porque tú estás a mi lado para defenderme y vigilas todos mis pasos. ¿Qué me puede pasar teniéndote tan cerca?

– ¿Qué te sucede Ann? Estás muy rara. ¿Ha ocurrido algo que yo deba saber?

– Tú lo sabes todo… -replicó.

Después se encaminó hacia la casa, pero él le cogió el brazo y se acercó a ella.

– ¿Qué quieres decir? Aclárame eso.

– Eres tú quien debe aclarar muchas cosas. -Se libró de su mano y lo dejó solo.

La cena estaba servida y se sentaron a la mesa en un tenso silencio. Ann apenas probó la comida. Se sentía observada, pero no le ofreció a Jake la oportunidad de intercambiar una mirada con ella.

– Esta mañana te he visto en la camioneta cuando regresabas de la misión. Yo estaba en los sembrados y me dirigía al pueblo a caballo. -Jake rompió el silencio. Su voz era templada, conciliadora. Luego añadió-: Confío en ti, Ann. No te vigilo. Aunque debería hacerlo, ya que no te importa correr riesgos innecesarios. No quiero que salgas sola hasta que detengan al criminal que anda suelto.

– Preferirías tenerme siempre en casa, ¿verdad? ¿Y si no se aclarasen nunca los crímenes? ¿Me encerrarías de por vida entre estos muros?

Se produjo un incómodo silencio. Parecía como si, en aquella relación, algo estuviese a punto de romperse para siempre.

– Te dije que si querías ir a la misión te acompañaría. Debiste decírmelo esta mañana y hubiera renunciado a montar a caballo para ir contigo. Ann, te quiero demasiado como para negarte algo, y no puedo permitir que corras peligro.

«Y tampoco quieres que nadie se acerque a mí para ofrecerme más pruebas», pensó ella.

– Estoy cansada. Me voy a dormir -dijo, levantándose de la mesa.

Ya a solas, su mente trabajaba a toda prisa. La realidad era más siniestra que sus pesadillas: su marido era un asesino, un violador, y Ann se torturaba preguntándose cómo no lo había descubierto antes. Ella lo amaba profundamente y todavía albergaba la leve esperanza de estar equivocada. Jake era algo brusco a veces, pero nunca lo había sido con ella; él sólo le había dado amor, ternura, pasión…

Recordó el ataque que había sufrido en la playa. ¿Habría sido capaz de hacerle aquello? Intentó reconstruir los hechos de aquella mañana: dejó allí a la joven, pero alguien avisó a Ann con las señales y él se sintió descubierto. Al verla allí, la agarró por detrás y, después de dejarla inconsciente, la ocultó en la camioneta y trasladó el cadáver de la chica unos cientos de metros, sospechando que ella señalaría el lugar exacto donde lo había visto. Después fue al embarcadero cercano a la mansión, la subió a ella a su lancha, se dirigió a la isla Elizabeth y la depositó en la playa después de empapar sus ropas en el agua del océano. La coartada era perfecta: Jake sabía que pronto la encontrarían, pues conocía la costumbre de los aldeanos de acercarse a esa isla llena de frutos tropicales y de abundante pesca.

Pero Ann se negaba a imaginar la horrible visión de él atacándola desde detrás y dejándola inconsciente.

Al oír el familiar sonido de la puerta del dormitorio, cerró los ojos fingiendo dormir y se volvió hacia el otro lado de la cama. Notó que él se desvestía y después se tendía a su lado. Aquella noche apenas se rozaron; permanecieron los dos en silencio, despiertos e inmóviles, y tardaron horas en conciliar el sueño, sin llegar a pronunciar una palabra.

Capítulo 36

Ann se despertó con la pavorosa certidumbre de haber dormido con un asesino. Jake ya no estaba en el lecho, y cuando bajaba la escalera, oyó voces en el salón.

– Buenos días, señora Edwards. -El jefe de policía estaba con Jake.

– ¿Hay alguna novedad, Joe?

– Lamentablemente, sí. Ha aparecido el cuerpo de la chica. Otro caso igual a los anteriores.

– ¿Dónde?

– Entre los sembrados, cerca del arroyo.

– ¿Han encontrado alguna pista sobre el asesino?

– Hasta el momento no.

– ¿Quiere decir que no hay huellas de pisadas, ni de caballos, ni de coches?

– Apareció entre las hojas de tabaco, y esta noche ha llovido mucho. Todas las huellas, si las hubiera dejado, habrían desaparecido.

– ¿Y ella? ¿Presentaba alguna herida, algún resto en las manos que pueda proporcionar alguna pista?

– Los religiosos me han dicho que fue violada y después estrangulada, como las otras, pero no han encontrado nada que pueda arrojar un poco de luz sobre el caso.

– ¡Vaya! Se trata de un asesino muy escrupuloso.

– ¿Ha tenido usted alguna novedad? Quiero decir… ¿Ha recibido algún mensaje o indicio que pueda ayudarnos?

Ann lo miró fijamente y guardó silencio. Después se volvió hacia su marido, que la observaba expectante. Dudó si mostrar el trozo de vidrio. ¿Qué podría ocurrir? Si Jake reconocía el cristal de sus gafas, sería interesante ver su reacción. Así confirmaría la autoría de los crímenes. Pero ¿y después? Si sospechaba que lo había desenmascarado, ella podría estar en peligro. Además, no confiaba en Joe Prinst; no era un hombre brillante, sino un empleado a sueldo que jamás mordería la mano de su amo. Podría detener y encarcelar a todos los que su jefe le ordenara, como había hecho con el capataz, y jamás movería un dedo en su contra.

– Ann, te han hecho una pregunta. -La voz de Jake sonó impaciente.

Ella seguía en silencio.

– Señor Prinst, si el asesino fuera un hombre blanco, ¿qué pena le impondrían por la muerte de las chicas de color?

– Señora Edwards, ese hombre ha matado a un considerable número de mujeres, entre ellas varias de color y una de raza blanca. Sobre él caerá todo el peso de la ley, sea de la raza que sea.

– Ann, aún no has respondido. -La voz de Jake revelaba cierto enojo.

– No he tenido ninguna noticia, Joe, lo siento -respondió ella con frialdad. Los dejó solos.

Los dos hombres se miraron contrariados.

Ann se dirigió a su estudio con la firme voluntad de no formular ninguna acusación contra Jake. Él no podía sospechar que ella conocía su secreto, por tanto, debía aparentar normalidad hasta decidir qué hacer.

De repente, oyó un fuerte golpe a su espalda. Alguien había entrado en el estudio cerrando la puerta violentamente. Cuando se volvió, vio el rostro contraído de Jake.

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