Péter Nádas - Libro del recuerdo

Здесь есть возможность читать онлайн «Péter Nádas - Libro del recuerdo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Libro del recuerdo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Libro del recuerdo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

“Una de las novelas más importantes de nuestro tiempo” – The Times Literary Supplement
“El libro que usted estaba esperando desde que leyó ‘En busca del tiempo perdido’ o ‘La montaña mágica’ – The New Republic

Libro del recuerdo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Libro del recuerdo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Yo aún no la había visto en una representación al aire libre, dijo ladeando la cabeza.

Esta nueva tentativa de evadirse y distanciarse me serenó también a mí, quizá porque era torpe y forzada, como el que se muerde la lengua, para reprimir un dolor más intenso; volví a sentir el aire fresco y el áspero aroma de los pinos del otoño, y la insignificancia del propio cuerpo, tan magnificado momentos antes, en la inmensidad de la llanura.

Y entonces sentí el deseo imperioso de marcharme, volver al coche y encerrarme, como si el encierro pudiera darme seguridad; al mismo tiempo, a esta corta distancia, sus palabras y sus gestos me indicaban claramente que estaría aventurándome por terreno peligroso si daba la impresión de que trataba de retenerla, porque mi sola presencia ya la incitaba, por lo que la imagen de antes, que aún viajaba por los conductos nerviosos de mis sentidos, en la que me veía a mí mismo asesinándola, no era el inocente ejercicio de la imaginación que yo creía; pero si la pasión reprimida engendra el ansia de matar, si alcanzaba mi objetivo y conseguía unirlos, de nada serviría mi agresividad, como no fuera para suicidarme.

O a la inversa, pensé, invirtiendo causa y efecto con un gesto de displicencia, quizá deseaba unirlos para escapar de ellos y buscarme una mujer -no importaba cuál, con tal de que fuera mujer-, porque encontraba el cuerpo de un hombre insuficiente o excesivo, quizá quería matar en mí el amor por Melchior; y quizá no quería una relación estable porque en el fondo de mi alma temía el castigo que otros, con la ansiedad de su propia inseguridad sexual, garabatean en las paredes de los lavabos.

Pero yo no podía salir corriendo, no podía huir, a ella aún le quedaba algo dentro, algo que no se atrevió a decir hasta haber salvado la distancia que se había abierto entre nosotros, hasta después de nuestro regreso al mundo mezquino y calculador, y sólo después de este preámbulo sugestivo y circunspecto.

Yo esperaba, y ella podía leer en mis ojos cómo me fatigaba esta espera; ella tenía ventaja, podía preguntar cualquier cosa, decir cualquier cosa, estaría vulnerable sólo mientras hablara, pero lo que dijera me haría vulnerable a mí.

Y esta vulnerabilidad empezaba a surtir efecto: las emociones generadas por el deseo reprimido, mi indefensión y el propósito secreto de acercarme a ella a través del hombre al que amaba, me situaban al borde de la frustración, el ridículo y el llanto, o quizá mis ojos se llenaron de lágrimas porque me di cuenta de la inutilidad de mis esfuerzos; ella, aprovechando esta ventaja, me acarició la cara cariñosa pero reservadamente, consciente de su propia alteración, como si quisiera hacerse creer a sí misma que mi emoción se debía a su historia y no pudiera o no quisiera comprender qué la provocaba, por lo menos en la misma medida, el inevitable fracaso de mi propósito; pero lo cierto es que sus dedos temblaban en mi cara, yo lo sentía y ella también, y con esta común percepción entramos en el tiempo de las catástrofes que habíamos temido momentos antes y que acarrearía nuevos sobresaltos y angustias.

Porque después, no menos deliberadamente, confiando en su superioridad, me asió el brazo.

Si la moral del amor no fuera más fuerte que el deseo amoroso, si yo no le hubiera dado tiempo para este gesto sino que le hubiera hecho sentir en los labios, con un beso, el mismo temblor de sus dedos, si esto hubiera sucedido, ella no me hubiera rechazado, pero con su boca me hubiera transmitido su desvalimiento; como esto no sucedió ahora también sus labios empezaron a temblar de ansia y de vergüenza por esta ansia.

Otra vez teníamos que dar un paso atrás, quizá porque la moral del amor no puede consentir que en el deseo amoroso quede ni el más pequeño elemento extraño, todo debe orientarse única y exclusivamente hacia el otro y, si acaso, sólo a través del otro, hacia un tercero; pero, en virtud de esta regresión, yo volvía a ser un instrumento que ella utilizaba para conseguir su objetivo de acercarse al tercero, y por ello también yo, aunque extraviado en un oscuro territorio, debía mantener mi objetivo de llegar hasta ella a través del otro.

Entonces esto significaba que no me quería, murmuré; en su lengua esto puede expresarse con una palabra más corriente que tiene menor carga emocional, en húngaro diría que no me apreciaba lo bastante.

Claro que me quería.

Suspiró las palabras en mi cuello, sobre mi piel, con un beso que se abrió y enseguida se cerró pudorosamente.

Este beso, evidentemente, puso fin a todos los sentimientos experimentados hasta entonces.

Pero nos abrazábamos, embargados por los pequeños detalles de las sensaciones que se trenzaban entre nosotros estimulándose recíprocamente, y un poco turbados por la novedad del cuerpo del otro, sin saber si nuestro cerebro podría o querría analizar o definir esta situación ilógica; por ello parecía que los que se abrazaban eran dos abrigos, con actitud un poco teatral y un poco rígida, porque seguía sin relajarse todo lo que relajarse debía, y nuestros cuerpos, por mucho que apretaran el abrazo, ¡y apretaban!, no disponían de tanta pasión, o la pasión no encontraba tantos puntos de contacto como ellos esperaban, y parecía que nada podía eliminar, disipar, neutralizar la sensación de que no éramos más que dos abrigos.

En casos como éste puede servirnos de ayuda la experiencia amorosa; con unos besos cautos, suaves y lentos que yo hubiera respirado en su cuello, ella hubiera vuelto a abrir los labios que se habían cerrado púdicamente en el mío, hubieran bastado tres o cuatro besos; entonces yo apartaría su cuerpo ligeramente, distanciándome un poco, y ella me besaría a su vez, de manera que los mutuos besos en el cuello despertaran el deseo de aproximación y este deseo sólo podría satisfacerse con la aproximación de los labios, y así sucesivamente, hasta llegar a ese estado en el que «nunca te parece estar lo bastante cerca».

No hubiera hecho falta mucho para encender la arcaica pasión biológica de nuestros cuerpos, ni siquiera un pequeño engaño, ni un poco de voluptuosidad, ni el imperativo egoísta del instinto, al fin y al cabo, nos queríamos, aun con abrigo y a pesar del abrigo, con nuestra rigidez y a pesar de nuestra rigidez, sólo que eso hubiera sido contrario a la moral de nuestro amor.

Tuvo que ponerse de puntillas, lo que le daba un encanto especial, y sus labios se posaron en mi cuello un momento, esperando descubrir si yo hacía lo que dictaba la experiencia, mientras mi boca, en su cuello, esperaba que se produjera la compenetración que pudiera hacer desaparecer a la tercera persona; pero mi cuerpo ya sentía la caricia del viento.

Pero ella no podía desear que mis labios se dejaran guiar por la experiencia, al fin y al cabo, había sido la primera en rendirse a la intensa presencia de Melchior, y era natural, porque no estaba tan cerca de él como yo, y sólo el que está seguro de poseer algo puede permitirse ciertos desvíos; me apartó un poco, pero sin deshacer el abrazo, me miró a la cara con la cara toda, estaba tan cerca que casi me dolían los ojos de mirarla, aunque el dolor sordo que llega al cerebro también te ayuda a grabar en él la cara del otro, a asimilar esa cara que la debilidad e inseguridad de tus ojos te hacen ver borrosa.

Sus sentimientos nunca la habían engañado, dijo con voz ronca, y su aliento sorprendió a mi nariz, no habituada a olores femeninos, con el aroma dulce, a pesar del tabaco, de boca de mujer; sus palabras se referían tanto a nosotros como al que estaba entre nosotros.

Pero no bastó la dulzura de su aliento para neutralizar mi súbita repulsión, ¡fuera esa voz y esa cara! Porque no estaba alterada sólo como la mía, su alteración no era la simple respuesta a mi alteración, estaba como obsesionada, poseída por una idea fija, y no por primera vez pensé que quizá estuviera loca.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Libro del recuerdo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Libro del recuerdo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Libro del recuerdo»

Обсуждение, отзывы о книге «Libro del recuerdo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x