Martin Amis - Agua Pesada

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Las historias de Agua pesada son mundos en miniatura que contienen, en dosis altamente concentradas, la acidez, el cinismo y el profundo cuestionamiento de las bases de nuestra sociedad que caracterizan las grandes novelas de Martin Amis. Así, en uno de los cuentos, la sociedad es mayoritariamente gay, y los heterosexuales son una minoría perseguida, en otro, un sarcástico robot marciano nos trae extrañas noticias sobre la vida en el sistema solar, y en el relato ‘Agua pesada’, Amis retrata sin piedad el malestar y la fatiga de la cultura de la clase trabajadora.

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– Se pudrió todo. Joseph Andrews… No me alcanza. Esto, por suerte, es temporario. Pero con todos los cambios necesito cualquier extra que pueda conseguir.

Mal no podía hablar con absoluta libertad. Además de Mal y Lol, también estaban sentadas a la mesa Yvonne, la esposa de Lol, y Vic, el hijo de seis años. Estaban almorzando en Del's Caff en Paradise Street, en el East End… y era como otro mundo. Mal y el Gordo Lol habían nacido en la misma casa, la misma semana; pero a Mal le había ido bien, y a Lol no. Mal había evolucionado. Mal, con el traje entallado y los anteojos negros, un tipo moderno. A su hijo le había puesto un nombre moderno: Jet. Podía llamar a su chica asiática por el celular. Y se había ido de su casa. Y eso no lo hacía cualquiera. En cambio Joe con la ropa desaliñada, los zapatos gastados, con esa esposa que parecía una asaltante de Bancos y el chico que se estremecía cada vez que la madre o el padre hacían un movimiento para tomar el vinagre o la salsa. El Gordo Lol todavía estaba en vigilancia (lo que conseguía). Nunca había sentido el llamado de otra vocación. Y ahí se había quedado, como un sello de fidelidad.

– Me estás diciendo que si sale algo, lo que sea, tú estás dispuesto a probar.

– Exactamente.

– Siempre part-time. Nocturno.

– Ajá.

El Gordo Lol. Una prueba dramática de que uno es lo que come. El Gordo Lol era lo que comía. Es más: el Gordo Lol era lo que estaba comiendo en ese momento: como almuerzo había pedido un desayuno inglés… el especial de Del's que se servía en cualquier momento del día a tres libras con veinticinco. Su boca era una feta de tocino crudo, sus ojos una mezcolanza de yema de huevo y tomate enlatado. La nariz era la punta de una salchicha apenas cocida… y la piel color poroto hervido, y los oídos como hongos peludos. Se parecía a Paradise Street por donde lo buscaran… ése era el Gordo Lol. Una rebanada de pan frito sobre dos piernas. Mal miró al chico. Silencioso, en guardia, con los ojos clavados en la máquina de jugo de fruta, que observaba con implacable paciencia. Yvonne dijo:

– Así que te está dando un poco de trabajo ganarte el día. Desde que te fuiste con esa Lucozade…

A las de piel oscura las llamaban “lucozade” porque solían pedir esa bebida sin alcohol.

– Por favor, Iv, no lo hagamos peor de lo que es -dijo solemnemente Mal. Aunque ya no se veían con mucha frecuencia, Yvonne y Sheilagh habían sido muy amigas. Yvonne era siempre dura, como su nombre, como su cara…

Yvonne siguió comiendo, sin levantar la cabeza. Linzi era de Bombay y bebía gin.

– Desciende de hindúes, es cierto, pero nació aquí, en Paradise Street.

– Qué diferencia hay -dijo Yvonne.

– Cierra la boca -dijo el Gordo Lol.

Cuando la boca de Yvonne estaba cerrada, como ahora, parecía una moneda de cobre que se hubiera quedado atascada en una ranura. No, no había ranura, sólo el borde festoneado de la moneda que la atrancaba. Ay, Dios, pensó Mal, en qué estado tiene el barco. Hasta ahora “barco” nunca le había parecido una palabra muy adecuada para aludir a la cara de una persona. Pero la cabeza de Yvonne era como una proa, una curva pronunciada en un camino, la doblez de un alfiler de gancho.

– Cuando Linzi escribe su nombre -dijo Yvonne-, ¿dibuja un circulito sobre la segunda i?

Mal pensó.

– Sí -dijo por fin-, así es.

– Lo suponía. Como cualquier chusmita inglesa. ¿En “Paqui” hace lo mismo?

– Acábala -dijo el Gordo Lol.

Más tarde, en el Queen Mum, el Gordo Lol dijo:

– ¿Qué haces esta noche?

– Nada en especial.

– Hay trabajo, si quieres.

– ¿Ajá?

– Cepo.

– ¿Cepo?

– Cepo.

Yvonne tenía cara de haberla corrido, lo mismo que Sheilagh. Cara de barco, tal como él la recordaba, porque ahora no la veía. Era confiada, silenciosa, vulgar, bajo esa mata de cabellos rojizos. Pronto Mal se vería obligado a mirar esa cara, a mirarla profundamente, a enfrentarse con ella.

¡Pero primero Jet en la dos y veinte!

– Recuerda el plan. Trabájala como si fuera una carrera corta. Paso tras paso.

Jet le sonrió con picardía. Sin duda el plan de Mal consistía en que Jet volara con cada paso que daba.

– Adelante, hijo. Hazlo.

La pistola alzada, la confusa salida desde la línea… A mitad del trayecto Jet llevaba arduamente la delantera.

– Ahora te estás portando -murmuró Mal, en la terraza, parado junto a Sheilagh-. Ahora depende de lo que tú quieras. Vamos, muchacho, fuerza, fuerza, ¡fuerza! -Cuando Jet llegó, tambaleándose, al tramo final y, uno por uno, los demás comenzaron a pasarlo, Mal se llevó la mano fría a la frente. Pero entonces Jet dio un envión. Casi como si esa parte de la pista hubiera tomado declive hacia abajo y Jet no corriera, sino más bien fuera cayendo. Pasó a un contrincante, luego a otro…

Cuando Mal se acercó Jet todavía estaba boca abajo en la tierra rojiza.

– Cuarto. Eso se llama recuperarse. Gran esfuerzo, compañero. Se lo debes a tu carácter. A tu corazón. Vi tu corazón peleando. Vi tu corazón.

Sheilagh estaba más adelante, esperando. Mal ayudó a Jet a levantarse y le dio dinero para una lata de bebida. La pista tenía un cerco bajo; más allá había un campo o lo que fuese, con un montecito de árboles y arbustos en el medio. Hacia allá iba Sheilagh y Mal la seguía, con la cabeza gacha. Cuando pasó sobre el cerco estuvo a punto de desmayarse por un sacudón cultural: la pista de carreras era una pista de carreras, pero era el país…

Se acercó a Sheilagh agitando un dedo en el aire.

– Mira, parece estúpido -dijo-, pero colócate detrás de ese arbusto y te llamaré.

– ¿Me llamarás?

– A tu celular.

– ¡Mal!

Se volvió y se inclinó para marcar el número. Y comenzó:

– ¿Sheilagh? Soy Mal. Bien. ¿Recuerdas a esa mujer que fuimos a consultar, y que dijo que yo tenía un problema de comunicación? Muy bien. Tal vez decía algo cierto. Desde que los dejé a ti y a Jet… es como si tuviera gangrena o algo así. Estoy bien durante diez minutos si estoy leyendo el diario, o mirando golf. Porque me distraigo, ¿sabes? O si estoy jugando con Val y Rodge. -Val y Rodge eran una pareja mucho mayor que la gente del grupo de Mal y Sheilagh, de la época en que jugaban dobles en Kentish Town Sports. -Durante diez minutos no es tan terrible. -Mal se rodeaba la cabeza con los brazos. Porque a la vez que hablaba por teléfono se atajaba las lágrimas con la manga. -Perdí algo que no sabía que tenía. La paz del espíritu. Entendí lo que sienten ustedes… ustedes, las mujeres. Cuando están mal, no sólo están decaídas. Se sienten mal físicamente. Les pasa por adentro. Me siento como una mujer. Acéptame otra vez, Sheilagh. Por favor. Te juro que…

Oyó tono de discar y la mano de ella en su hombro. Se abrazaron. “¡A!”

– Por Dios, Mal, ¿quién te hizo eso en la cara?

– Ridículo, ¿no? Una gente que ni siquiera te imaginas. -Y ella suspiró, frunciendo el entrecejo, le arregló el cuello de la camisa y le sacudió la caspa con el dorso de la mano.

6. Show automovilístico

– Estaciona en la hostería del parque -dijo el Gordo Lol.

– No es aquí que lo hacemos, ¿no?

– No digas tonterías. Ve a buscar mi camioneta.

Una vez que, gracias a las relaciones del Gordo Lol, y a la remuneración que recibió uno de los asistentes del garaje, los dos hombres entraron audazmente por la rampa en el C-reg BM de Mal, lo cambiaron por el Vauxhall Rascall del Gordo Lol y siguieron hacia el este por Mayfair y el Soho. Mal miraba todo el tiempo atrás. Ahí estaban los cepos, amontonados, como minas terrestres de una antigua guerra.

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