Título original: Heavy Water and other Stories
Copyright © Martin Amis 1998
Alistair terminó de escribir el guión que había titulado Ofensiva desde Quasar 13, lo presentó a LM {Little Magazine), y esperó. Durante el año anterior le habían rechazado más de una docena de guiones en Little Magazine. Pero la última entrega de cinco cuentos le había llegado de vuelta con algo más que la circular de siempre. Venía con una nota manuscrita del editor de los guiones, Hugh Sixsmith, que decía:
Hay dos o tres que me sorprendieron, y uno que me tentó seriamente: Arranque libre, porque está casi totalmente logrado. Siga enviándome material.
Hugh Sixsmith también era guionista y bastante conocido, aunque no necesariamente prestigioso. Su nota era realmente alentadora. Alistair se sintió fuerte.
Preparó audazmente Ofensiva desde Quasar 13 para presentarlo. Pulsó con firmeza el mouse para justificar los márgenes del texto. No envió el sobre al Editor de Guiones. No. Lo dirigió al señor Hugh Sixsmith. Y esta vez no incluyó su curriculum vitae, que ahora contemplaba con cierta incomodidad. El CV mostraba, en un staccato implacable, los guiones que había publicado en forma de folleto hecho en computadora y en pequeñas revistas cómicamente desconocidas; hablaba hasta de los que había publicado en revistas universitarias. La parte más desdichada venía al final, donde decía Derechos Ofrecidos: Primera Serie Británica, solamente.
Dedicó largo tiempo a la nota preliminar para Sixsmith… casi tanto como le había dedicado a la introducción de Ofensiva desde Quasar 13. La nota se iba reduciendo a medida que la corregía. Por fin quedó satisfecho. Ya amanecía cuando tomó el sobre y pasó la lengua por el borde engomado.
Ese viernes, en camino al trabajo, y sintiéndose de pronto muy alicaído, Alistair dejó el sobre en la estafeta de correo de Calchalk Street y Euston Road. Deliberadamente, muy deliberadamente, no había incluido respuesta paga en un sobre con su dirección. La carta que acompañaba al paquete sólo decía: “¿Sirve? Si no… A. C.”
Por supuesto que “A. C.” quería decir “al canasto”, un receptáculo que un aprendiz de guionista imaginaba gigantesco. Con una mano en la frente Alistair se abrió paso para salir de la estafeta. Pasó junto a las tarjetas de Feliz Cumpleaños, las filas de jubilados nerviosos, los sobres, los ovillos de hilo.
Luke terminó el nuevo poema, titulado simplemente “Soneto”, fotocopió la hoja impresa y se la mandó por fax a su agente. Una hora y media después volvió del gimnasio de la planta baja y se preparó su jugo de frutas especial mientras el contestador le indicaba, entre otras cosas, llamar a Mike. A la vez que buscaba otra naranja Luke apretó la tecla de Talent International en la memoria del teléfono.
– Ah, Luke -dijo Mike-. La cosa funciona. Ya tuvimos respuesta.
– ¿Cómo puede ser? Si allá son las cuatro de la mañana.
– No, son las ocho de la noche. Está en Australia. Trabajando en un poema con Peter Barry.
Luke no quería ni oír hablar de Peter Barry. Se inclinó y se quitó la campera sin mangas. Las paredes y las ventanas se mantenían a respetuosa distancia, la cocina estaba bañada de resplandor del sol y luz del río. Luke bebió un sorbo de jugo; estaba tan ácido que sólo hizo una mueca y una señal de asentimiento sin emitir sonido.
– ¿Qué le pareció? -articuló después.
– ¿A Joe? Mandó un mensaje: “Dile a Luke que estoy fascinado con su nuevo poema. Te aseguro que ‘Soneto’ va a ser un éxito”.
Luke conservó la calma. No era viejo, pero hacía mucho que escribía poesía. Se volvió a mirar a Suki, que había salido de compras y en ese momento entraba en el departamento con cierta dificultad. Traía una carga muy pesada.
– Todavía no han hablado de números. Ni siquiera de una cifra aproximada -dijo Luke.
– En ese terreno nos entendemos. Joe conoce el tema de los impuestos -dijo Mike.
– Bien -dijo Luke. Suki se acercaba a él y se le caían cosas que había comprado: cajas, estuches, brillantes envoltorios de plástico.
– Te harán ir por lo menos dos veces -continuó Mike-. La primera para discutir… Les cuesta darse cuenta de que no vives allá.
Luke veía que Suki había gastado mucho más de lo que se proponía. Lo supo porque el suspiro que dejó escapar mientras le acariciaba los omóplatos con la lengua era como decir “¡Paciencia!”.
– Vamos, Mike -respondió-, saben que odio toda esa basura de Los Angeles.
Ese lunes, en camino al trabajo, Alistair estaba desplomado en el asiento del ómnibus, agotado por la ambición y el abandono. Una de sus fantasías era poderosa: al entrar en su oficina el teléfono estaría sonando desesperadamente: Hugh Sixsmith, desde Little Magazine, le comunicaba con voz grave, pero tensa, que su guión aparecería en el siguiente número de la revista. (A decir verdad, había tenido la misma fantasía el viernes anterior, cuando Ofensiva desde Quasar 13 todavía rodaba de aquí para allá en el piso de la estafeta de correos.) Su novia, Hazel, había viajado desde Leeds para pasar el fin de semana con él. Alistair y ella eran tan flacos que podían dormir cómodamente en la cama de una plaza de él. El sábado por la noche asistieron a una lectura de guión en una librería de Camden High Street. Alistair quería impresionar a Hazel con sus amistades del medio (y se las arregló para intercambiar miradas cómplices con algunas figuras más o menos conocidas: colegas guionistas, gente que buscaba ubicarse, gente que estaba al tanto de todo). Pero de todas maneras Hazel ya parecía bastante impresionada por él, hiciera lo que hiciese. A la mañana siguiente, todavía en la cama mientras ella cumplía con su turno de preparar el té, Alistair meditaba sobre ese asunto de la impresión que causaba el otro. Siete años atrás Hazel lo había impresionado poderosamente en la cama: no se enfriaba cuando él empezaba a calentarse. El teléfono de la oficina sonó muchas veces esa mañana, pero ninguno de los que llamaron tenía nada que decir sobre Ofensiva desde Quasar 13. Alistair vendió un espacio de publicidad para una publicación agrícola; los que llamaban querían hablar de mezclas de creosota y reciclado de residuos.
Durante cuatro meses no tuvo ninguna noticia. Normalmente esto hubiera sido una buena señal. Significaba, o podía significar, que estaban estudiando el guión con mucho detalle. Era mejor que ver reaparecer el guión devuelto por el correo. También era posible que Hugh Sixsmith hubiera seguido el consejo de Alistair de tirarlo al canasto de los papeles si no le interesaba, y esto podía haber sucedido cuatro meses atrás. Releyendo la copia en carbónico del guión, ahora algo borrosa, Alistair se lamentaba por su deliberada indiferencia. No debía haber dicho “Si no sirve, A. C.”, sino, en todo caso, “R. P.” (respuesta paga). Todas las mañanas bajaba corriendo los tres pisos hasta la planta baja para recoger y mirar la correspondencia. Y más o menos cada cuatro viernes rompía el sobre que traía la Little Magazine para ver si Sixsmith no había incluido el guión sin decirle nada. Como sorpresa.
“Estimado señor Sixsmith”, pensaba Alistair mientras iba en tren a Leeds, “estoy considerando publicar el guión que le envié en otra parte. Espero que… Pensé que era justo…” Alistair echó la cabeza hacia atrás y miró el vidrio manchado de la ventanilla. “En Mudlard Books. Parece que en Ostler Press también están interesados. Esto implica un poco de trabajo que, por más tedioso que sea… Para que quede constancia… Esto facilitaría mucho… Claro que si usted…”
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