Félix Palma - La hormiga que quiso ser astronauta

Здесь есть возможность читать онлайн «Félix Palma - La hormiga que quiso ser astronauta» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La hormiga que quiso ser astronauta: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La hormiga que quiso ser astronauta»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Cuando las preocupaciones podían extirparse con anguilas modificadas con Quimicefa, y tus amantes incluían a una pintora que era, literalmente, tu alma gemela, y a un ángel (bueno, un serafín) exiliado del Cielo. Cuando los repartidores de pizzas conspiraban para escribir tu biografía no autorizada, y una vieja grabadora trucada podía servir para recuperar y extraer sentido de las palabras dichas en una ruptura. Cuando La Muerte recorría la ciudad con una lista de víctimas que, si eras lo suficientemente rápido, podías alterar. Cuando las hormigas aspiraban a alcanzar las estrellas. ¿Lo recuerdas? ¿Sí? Ahora, ¡despierta!

La hormiga que quiso ser astronauta — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La hormiga que quiso ser astronauta», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Divisé a la chica haciendo cola en la parada más próxima. Y pude constatar que lo globuloso de sus curvas no había sido ningún efecto óptico. Poseía en verdad uno de esos cuerpos que producen sed. Me negaba a dejarla ir. La explicación de su comportamiento era lo de menos, pero me ofrecía la excusa perfecta para abordarla, para tratar de retenerla antes de que el autobús la extirpara de mi vida por tiempo indefinido. Avancé hacia ella con paso rápido y la atrapé por el brazo justo cuando se disponía a subir al autobús.

– Un momento -dije, forrando mi voz de una indignación impostada-. ¿Dónde crees que vas?

Ella se volvió y se mostró visiblemente contrariada de encontrarme allí, como si me estuviera extralimitando en mi papel. ¿Qué se suponía que debía hacer yo? ¿Seguir leyendo el periódico como si nada hubiese pasado o como si la gente me echara cerveza encima con regularidad, como si eso les diera suerte o algo así? Ella forcejeó ligeramente, pero desistió al comprender que debería resignarse a tomar el siguiente autobús. Me dedicó una mirada tan gélida que de haber llevado abrigo no hubiese podido evitar subirme las solapas.

Así que allí estábamos, el uno frente al otro. ¿Y ahora? Cuando uno se encuentra ante una chica así no desea más que abrazarla, envolverla en un abrazo sin malicia, como de amigos de verano, sólo eso, y luego seguir apurando el día con su aroma pegado al cuerpo y olerlo cuando menos te lo esperas, como ese perfume de ensueño que nos queda en los dedos tras pelar una mandarina. Pero claro, era un deseo difícil de explicar, excesivamente estrafalario de tan benigno. Uno debe decir cosas más acordes con los tiempos si no quiere pasar por gilipollas. Las chicas de hoy ya no malgastan las tardes cosiendo junto a una madre viuda, madurando sus encantos para aquél que se muestre más educado a la hora del té.

– Escucha: hoy he dejado pasar la convocatoria de unas oposiciones que he estado preparándome desde hace meses, llevo casi un año en esta ciudad y aún no he encontrado trabajo, no he hecho un solo amigo digno de ese nombre y de mi bagaje sentimental mejor no hablar; para colmo casi todos los jueves me llama mi madre para saber cómo me va y yo le suelto todas las mentiras que se me ocurren. Pero a pesar de todo trato de conservar cierto optimismo y al irme a la cama lo hago con la esperanza de que al día siguiente me toque ganar a mí. Cierro los ojos y antes de dormirme intento convencerme de que el mundo no es tan malo, de que es incluso comprensible, que es lógico que la amistad sucumba ante el dinero, que los hombres se maten unos a otros por lo que dicen los mapas, que esperemos al sábado por la noche para emborracharnos con desesperación o que, ya en un ámbito más personal, esta mañana una chica me vaciara una copa de cerveza en la cabeza sin mediar palabra.

Me felicité por el discurso, que aparte de informarla de que el monigote sobre el que se había desahogado también sangraba si se le pinchaba, le daba a entender que estaba disponible, que llevaba una vida perra y que necesitaba que alguien me consolara. No pareció en absoluto conmovida.

– Así que para colmo necesitas una explicación… -dijo, casi para sí misma, como si con mi ignorancia acabase por defraudarla del todo.

– Me ayudaría, sí -respondí, cortante.

– De acuerdo. A mí, aunque te suene raro, no me gusta que me den plantón.

¿Qué cojones quería decir con eso?

– No sé de qué me hablas -dije. No se puede ser brillante siempre.

– ¿Ya no te acuerdas de mi pelo de whisky? -me preguntó, pasándose una mano rápida por sus cabellos-. ¿Y de mi sonrisa de anís? -Trazó una sonrisa tipo Jim Carrey-. Me tuviste esperando casi una hora en la Plaza Nueva, estúpido.

Creo que me estaba perdiendo algo. Me encogí de hombros, y mi desconcierto debió parecerle de lo más sincero, pues el furor de sus ojos amainó de pronto.

– Pues sí que estabas trompa… -comentó, dándole a sus palabras un tono de regañina que me sacó los colores.

Me contó entonces una historia disparatada. Al parecer, el sábado pasado yo le había regalado un poema y le había propuesto una cita a la que no había tenido el detalle de acudir. Escuché sus explicaciones con media sonrisa. Me sentí halagado de que aquella belleza inventara todo ese tinglado para atraer a un tipo como yo. Ahora que sabía su juego, podía hacer dos cosas: pasar o jugar. La muñeca merecía el riesgo. Decidí tirar los dados.

– Me llamo Álex -dije con una amplia sonrisa-. Y sí, estaba trompa perdido y no te recuerdo. Debía ser un buen whisky si consiguió que me olvidara de una cara como la tuya. ¿Te gustó el poema?

Se puede ser brillante casi siempre.

– Puede -respondió ella, con una sonrisa recelosa.

La refunfuñante mole del autobús dobló la esquina. Ambos lo miramos avanzar hacia la parada. Al parecer ya habíamos agotado nuestro tiempo.

– ¿Cómo te llamas? -me apresuré a preguntarle.

– Carolina -respondió ella, haciéndole una señal al autobús-. Coral, es más corto.

– Coral -repetí, saboreando el exotismo del nombre, pensando en corsarios intrépidos y tesoros bien enterrados. Era un nombre que incitaba a la aventura, idea que secundaba su cuerpo de trapecista.

El maldito autobús se detuvo ante nosotros y abrió sus puertas. El conductor me obsequió con una mirada entre maliciosa y divertida, contento de que su tedioso trabajo le otorgase al menos cierto poder sobre las vidas ajenas: los conductores de autobuses, como confirmará cualquiera que no disponga de coche, pueden desbaratar conversaciones con toda impunidad, forzar a los enamorados a concluir con un beso rápido o incluso interrumpir discusiones en los momentos más álgidos. Me refiero, claro, a los de la vida real. Los conductores de las películas suelen ser infinitamente más pacientes e incluso algunos de ellos hacen gala de una increíble complicidad.

– Bueno, ha sido un placer -se despidió Coral, poniendo un pie en el primer peldaño del autobús.

– Espera… -dije, obligándola a dejar a medias la subida-. ¿Y si nos vemos otro día?

Coral acabó de subir al transporte, pero se quedó en el primer peldaño.

– Mañana -dijo, regalándome una sonrisa ladina a través de las puertas que el conductor se apresuró a cerrar-. En la Plaza Nueva. A las diez.

No me gustó la forma en que lo dijo, pero no me costaba comprobar si aquello era una cita o una venganza. A la hora de espera en la Plaza Nueva, ya lo sabía. Dejé de hacer el panoli y eché a caminar hacia mi casa, consolándome con el argumento de que de no haberme presentado, nunca hubiera sabido que no me perdía nada.

Pero esa noche Coral y yo teníamos una cita, y el que ella no hubiese acudido sólo era un detalle sin importancia, de lo más nimio, porque esa noche a todo ese azahar que flotaba en la brisa le faltaba la h. Hay un escritor americano que convierte sus novelas en sinceras apologías sobre el azar, esa fuerza inescrutable que nos gobierna con mano invisible y que deberíamos escribir con mayúsculas. Ese tipo hubiera disfrutado con lo que sigue, una cadena de decisiones aparentemente inocuas y arbitrarias que, en contra de todo pronóstico, acabaron por conducirme hasta Coral. Hacía una noche demasiado agradable para meterse en casa. Decidí meterme en un cine, estrechando sin saberlo el cerco en torno a la chica que había comenzado mi periplo y a cuyo lado acabaría. Tiré hacia el más cercano, un multicines. Debido a la temporada veraniega, la cartelera estaba saturada de títulos infantiles. Examiné con detalle las tres o cuatro alternativas que tenía. Durante el trayecto hasta el cine, deprimido por la cita fallida, tras varios circunloquios, mi mente se saltó la regla número uno de la casa y me descubrí pensando en Blanca. Eso decidió la película: me metí a ver Cosas que nunca te dije , una película española que había sido rodada con un presupuesto anoréxico en Estados Unidos, una carambola que, según decían las revistas, estaba saliendo bastante rentable. El cartel hablaba por sí solo: mostraba a los enamorados en una lavandería, esperando que la colada terminase, nada de besos ni abrazos empalagosos, nada de posturitas made in Hollywood, aquello prometía una historia de amor sin trucos, de las de verdad, de ésas en las que uno busca reconocerse y tal vez aprender algo más constructivo que cómo follar con filtros azules, una historia de amor con ropa sucia incluida. Entré en la sala a oscuras, buscando una butaca libre, cosechando murmullos de fastidio cuando mi zarpa invadía alguna bolsa de palomitas o manoteaba un muslo confiscado. Al fin di con una butaca desocupada, y, aunque la cogí empezada, la película no tardó en subyugarme. Era, en efecto, un romance sin glamour, envuelto en lluvia y cielos penumbrosos, ribeteado de soledad y desesperanza, y deseé enormemente recibir aquellas imágenes con la mano de Blanca entre las mías, sintiendo a través de sus dedos cómo se le conmovía el alma. Fue la primera película que Coral y yo vimos juntos, y la única en la que no nos cogimos de la mano.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La hormiga que quiso ser astronauta»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La hormiga que quiso ser astronauta» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La hormiga que quiso ser astronauta»

Обсуждение, отзывы о книге «La hormiga que quiso ser astronauta» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x