– Tú eres guapo de cara, Josh tiene un cuerpazo, Gabe toca en el grupo y yo soy capaz de entablar conversación con cualquiera: si nos combináramos en una sola persona podríamos follarnos a cualquier tía del instituto.
– Calla.
– Vale, pero haz algo.
– Ve a preguntarle si quiere conocer a un camello.
El milagro de Linus es que siempre está dispuesto a hacer un favor. No es cuestión de valor, sino de maleabilidad. Por ejemplo, a instancias de Gabe, Linus había robado una pizza que estaba enfriándose en el mostrador de Famous Ray’s y recorrido con ella todo el camino hasta Washington Square. Ahora Dylan observa mientras Liza Gawcet y sus amigas escuchan la exuberante propuesta de Linus. Linus señala hacia la puerta, luego al sello de la mano, explicándoles que los dejarán volver a entrar sin problemas.
Y Liza Gawcet asiente.
Los amplificadores de Stately Wayne Manor están a punto y el grupo espera en el camerino fumando porros, comportándose como un grupo, haciendo esperar a la gente. Que les jodan. Dylan oye los acordes introductorios, los principios en falso y las bromas privadas, todo en su cabeza. Gabe tocará y no verá a Dylan desde el escenario y luego le preguntará y Dylan le contestará: «Yo tampoco he visto a Gawcet, ¿y tú?». Que se pregunte lo que quiera.
Eh, a lo mejor estaba de suerte. Tal vez se colocarían en casa del camello y Liza se saltaría el toque de queda.
De todos modos, está contento de protegerla del momento de gloria de los Manor. No le impresiona descubrir que los celos de la banda se retuercen en su corazón, solo con echar un vistazo a su corazón descubriría que tiene catalogados todos los malos sentimientos.
En la acera adoptan una formación chico-chico y chica-chica porque Dylan todavía no ha hablado directamente con Liza. Pero, joder, Linus y él conducen a las de primero lejos del CB por Saint Marks Place.
Avanzan por la noche urbana dentro de una burbuja vertiginosa. Adolescentes mayores que ellos, hombres con carritos de la compra, taxis, todos retroceden hacia los márgenes, invisibles.
– Mary es John; Lou, Paul; Murray, George; Ted Baxter, Ringo.
Linus seguirá con lo mismo hasta que le manden parar, pero Dylan no quiere que pare, sirve para dar conversación.
– Esa es buena.
– Yo no me lo he inventado -dice Linus-. Es el patrón esencial de agrupación humana.
– O sea que, según tú, por eso Stately Wayne Manor están condenados al fracaso. Porque no siguen bien la dinámica Beatles.
– Pues claro, es triste pero evidente.
– Andrew se cree que es John y nadie quiere ser Paul.
– Todos se creen John. Son cuatro intentos de John. Son como cuatro Georges. Sin ningún Ringo que alegre la cosa.
– ¿Ninguno es un verdadero John?
– Tal vez Giuseppe. Da igual. Sin un Paul conciliador, John es igual de malo que George.
– Yo creía que George no se metía con nadie, que el tipo solo quiere, bueno, escribir un tema por álbum y tocar el sitar.
– No, no. George es malvado. Quiere usurpar el puesto de John. Es su naturaleza.
«¿Chewbacca quiere usurpar el puesto de Han Solo?» En fin. Dylan dice:
– Entonces van a tener que separarse.
– Sin duda.
– Volvamos a decírselo.
Las chicas empiezan a prestar atención.
– ¿Los Stately Wayne Manor se separan? -pregunta Liza Gawcet.
– Esta noche -bromea Dylan, y lo sorprendente es que antes nunca se le había ocurrido.
No había dudado ni por un momento que el grupo ficharía por una discográfica, se haría famoso; que serían un cuadrángulo exclusivo de por vida. Ahora que cae en la cuenta de que es poco probable, sus celos transmutan en generosidad: los Stately Wayne Manor no van a ninguna parte, así que mejor que esta noche toquen en el CBGB. Vaya, al menos que duren un mes más y consigan telonear en Halloween a los Heartbreakers de Johnny Thunders en el Roxy.
Mientras, Linus intenta explicarles a las chicas la dinámica Beatles con la ayuda de su ejemplo más torpe hasta la fecha.
– …La razón por la que nunca saldrán de la isla es que Skipper es un Paul muy flojo y Gilligan es un John que preferiría ser Ringo. Si prácticamente se enfrenta con Míster Howell para conseguir el estatus de Ringo. Además, el profesor es un George de lo más dominante. Lo tienen jodidísimo…
Cuando una de las amigas de Liza pregunta qué pasa con las chicas, Linus contesta, impaciente.
– Las chicas dan igual -responde, antes de pensar.
Dylan decide aprovechar la brecha.
– Un grupo de rock exige cierta química -dice en tono inquietante-. ¿Habéis visto Quadrophenia ?
– Claro.
– Pues así. Es como… las cuatro caras de los Who.
Liza lo mira sin entender, como si ella considerara Quadrophenia algo así como «la peli esa en la que sale Sting». Dylan está cada vez más desesperado. Las medias de rejilla no son lo mismo que un vocabulario cultural. Ha quedado demostrado en varias ocasiones que hablar con las chicas de secundaria con la palabrería irónica y salpicada de referencias que constituye la única conversación fácil de Dylan es como hablar con la pared.
– Creo que a mí, sobre todo, me gustan los grupos con un miembro que tenga una personalidad muy marcada -dice ella-. Como los Doors.
Dylan queda traumatizado por partida triple. Liza ha captado la esencia del concepto de Linus escondida tras la cortina de humo del ejemplo de La isla de Gilligan ; después, con igual premura, la ha desestimado, lo que significa una gran agilidad. Por otro lado, lo cual es profundamente deprimente, le gustan los Doors. Peor aún -si Dylan ha entendido bien la implicación-, ¿quiere decir eso que piensa que en Stately Wayne Manor hay una personalidad marcada?
Pero ya están en la calle Novena con la Segunda Avenida, cerca del portal de su contacto, y Dylan quiere centrar la atención en sus conocimientos criminales. «Liza ha dicho que quería conocer a un camello.»
– No puedo subir a tanta gente, no mola -dice Dylan. Y como si la selección fuera arbitraria, añade-: Eh, Liza, sube conmigo. Linus se quedará abajo con las demás.
Linus le sigue el rollo y, encorvándose de espaldas y entornando los ojos, replica:
– Nos quedaremos vigilando.
– Vigilando ¿qué? -pregunta una de las amigas de Liza, asustada.
– Nada -dice Dylan, exasperado.
– ¿Por qué no podemos quedarnos todos juntos? -gimotea la niña asustada.
– No te preocupes.
A Dylan la idea de tener mucha calle en Manhattan siempre le ha parecido broma, se ha preocupado de no mofarse de sus amigos nacidos en el West Side o Chelsea que cruzan calles para esconderse de grupos de oriundos como si allí hubiera alguna vez algún mal rollo. El East Village está demasiado poblado y es demasiado frenético para resultar peligroso y, la verdad, hay policía por todas partes. Sus amigos no saben lo que es el miedo, no tienen ni idea. Aunque, vete tú a saber, en lo alto de la escalera del gay ahora mismo hay sentado con las piernas separadas un negro con sudadera con capucha y no parece que le intimide en absoluto encontrarse fuera de su territorio habitual.
Entonces, un vistazo a la calle Novena revela dos figuras más con gorras Kangol enfundadas hasta las cejas y pantalones anchos que caminan deliberadamente despacio y que no le dan buena espina, pero eso es una estupidez: Dylan se está asustando solo. Y no es momento de titubeos.
– Bajaremos en cinco minutos. Podéis pasaros por Saint Marks a comer algo de pizza, pero volved.
– Esto… ¿Dylan? -dice Liza, una vez dentro. Están en la segunda planta, esperando a que el camello abra el cerrojo de la puerta.
– ¿Sí?
– Creo que la puerta de abajo no se ha cerrado del todo.
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