Aquí las paredes lucen pintadas punks, otro tipo completamente distinto de graffiti: una A dentro de un círculo que significa anarquía escrita en unas mayúsculas que recuerdan a grupos como los Mice y Steaming Vomit, cuya huella más duradera puede que haya sido precisamente ese detalle.
Esta noche el plan del grupo de Stuyvesant es mejor de lo habitual, los padres de alguno de ellos se han ido de fin de semana y hay perspectivas de ir a hartarse de ácido en el piso. El fin de semana, todo pasa en fin de semana, como si no estuviera a solo un día de las clases, como si tu vida hubiera cambiado en algo. Puedes enfrentarte al sistema y ver algún espectáculo en martes o miércoles o ir al Bowl-Mor, un local de la University Place abierto las veinticuatro horas y que anuncia «Bolera y rock’n’roll»; pero por ese camino te esperan demasiados impedimentos y errores, los destinos donde tocan fondo los estudiantes de la Escuela-de-la-Calle o tu instituto local. Como a Tim Vandertooth, quizá no vuelvan a verte.
Por lo tanto, arréglate y finge que no os veréis todos en chándal el lunes por la mañana, con resaca y una vergüenza de morirse.
Dentro, Miller Miller Miller & Sloane terminan su actuación. Su famoso bis consiste en un número cómico: el batería aparece por detrás cantando «Respect» de Aretha Franklin, que se puede adorar sin correr peligro en el marco irónico que proporcionan unos chicos blancos del Upper West Side tocando en el local punk más famoso del mundo.
Hay que admitir que es una gran canción y que todos la tararearán al día siguiente si el LSD no borra de su cerebro todo recuerdo de la noche.
Stately Wayne Manor actuarán dentro de quince minutos.
Dylan Ebdus pulula entre la muchedumbre junto a la base de la tarima, a pesar de que solo ha visto al grupo unas cien veces entre conciertos pequeños y ensayos en el local de Delancey. Su amigo Gabe Stern toca el bajo en los Stately Wayne Manor: es un autodidacta del escenario, como Sid Vicious. Dylan viene a ser el quinto miembro de los Manor, se sabe su escaso repertorio de memoria, les diseña los pósters a mano, es confidente de las quejas de sus novias.
A veces se pega el lote con ellas.
Tal vez algún día se acueste con ellas.
Las novias actuales y futuras conforman buena parte del público que abarrota el bar cual barra de refrescos en un cómic de Archie. Ninguno de los tres grupos tiene un solo seguidor mayor de edad. Cualquiera de ellos aseguraría sin duda que ha visto tocar a los Talking Heads en el minúsculo escenario del CBGB y estaría mintiendo, puesto que debían de tener doce o trece años la última vez que el grupo tocó allí. Puedes crecer en una ciudad en la que se está haciendo historia y aun así perdértelo. En la actualidad Talking Heads tocan en las pistas de tenis de Forest Hills: compras una entrada en el sótano de Abraham & Straus y vas a Queens en metro como cualquier otro pringado.
La clave para casi todo consiste en fingir que tu primera vez no es tal.
El viaje de ácido de esta noche es solo el ejemplo más a mano.
Linus Millberg, amigo de Dylan, emerge del gentío con un vaso de cerveza y grita:
– Dorothy es John Lennon, el Espantapájaros es Paul McCartney, el Hombre de Hojalata es George Harrison y el León es Ringo.
– Star Trek -ordena Dylan por encima de la gangosa música country que pinchan en el CB entre actuación y actuación.
– Fácil -responde a gritos Linus-. Kirk es John, Spock es Paul, Bones es George, Scotty es Ringo. O Chekov, después de la primera temporada. Da lo mismo, es un Ringo mezcla de Scotty y Chekov. Los suplentes son siempre Georges y Ringos de repuesto.
– Pero ¿Spock, el que no tiene corazón, y McCoy, el que no tiene cerebro, no son como el Hombre de Hojalata y el Espantapájaros? Y, por tanto, ¿Dorothy no sería Kirk?
– No te enteras. Eso son coincidencias superficiales. Lo de los Beatles es un arquetipo, la formación humana básica. Todo, de manera natural, acaba adoptando la forma de los Beatles. Es inevitable.
– Repíteme los tipos.
– Progenitor responsable, progenitor genio, hijo genio, hijo payaso.
– Vale, ahora con La guerra de las galaxias .
– Luke es Paul; Han Solo, John; Chewbacca, George, y los robots son Ringo.
– Tonight Show .
– Ah, Johnny Carson es Paul; el invitado, John; Ed McMahon, Ringo, y como-se-llame es George.
– Doc Severinson.
– Sí, ese. ¿Ves? Todo gira en torno a John, incluso Paul. Por eso John es el invitado.
– Y Severinson es callado pero tiene talento, como un wookie.
– Empiezas a entenderlo.
Dylan esta noche es el encargado de comprar el LSD, guarda el dinero de todos, ciento noventa pavos que, por costumbre, ase con fuerza en la mano que lleva en el bolsillo. El orgullo le impide atender a la llamada de un hábito aún más arraigado y transferir el fajo a un calcetín. La tarea de pillar ácido ha recaído en Dylan y Linus Millberg por dos razones: a ) son clientes habituales de un camello, un gay de la calle Novena que vende a los chicos de Stuyvesant en su apartamento; b ) no tocan en el grupo.
Linus Millberg es un prodigio de las matemáticas, un estudiante de segundo que sale con los de tercero, ex tímido.
– Si vamos ahora volveremos a tiempo de ver a los Speedies -dice Linus.
– Vale, solo un minuto.
– Hace una hora que deberíamos haber ido.
– Vale, ya lo sé. Espera solo un momento. Ve a buscarme una cerveza.
Linus asiente y se dirige de nuevo al bar.
A Dylan le satisface vagamente el servilismo de cachorro de Linus, tal vez porque en el grupo de los Stately Wayne Manor le sirve para enmascarar el suyo. Tiene muchas cosas guapas ser colega del grupo en lugar de tocar con ellos. Aunque, en general, es un coñazo. De ahí nace su parsimonia: Stately Wayne Manor nunca ha tocado en el CB y Dylan no quiere perderse la parte de glamour que le toca por el debut.
Guarda cierta relación con estar junto a Henry cuando colaba en el tejado una pelota que tú habías recogido en la calle.
También está el factor dramático: saber si Josh, el cantante, saldrá borracho o si Giuseppe, el guitarrista, podrá tocar con las manos vendadas. Aunque los acordes de Manor hasta tú podrías sacarlos tocando el mástil de una Stratocaster con el codo o un pie.
– He visto a la Gawce, está estupenda.
Linus ha vuelto con las cervezas.
– Está la Gawcester, Ebdus -repite-. Será mejor que esta vez hagas algo.
Linus lleva razón: otro factor de la parsimonia es Liza Gawcet. Liza es una estudiante de primero que quizá le guste a Dylan. La chica tiene un toque de queda de todos conocido, de modo que después no estará, cuando se droguen o jueguen a los bolos: no habrá más oportunidades. Dylan había filtrado el hechizo que le producía su belleza de rubia silenciosa recién desarrollada entre una red de alcahuetas, sorprendido y horrorizado de que semejante sistema de ligue por representación funcionara con él como había funcionado para todos con los que él mismo había colaborado. También a ella quizá le gustara Dylan, tal era el mensaje que había filtrado de vuelta la cuadrilla femenina de Liza.
Dylan hablaría con ella esa noche si lograba separarla de su pandilla, una operación arriesgada.
El modo en que las medias de redecilla de Lisa asoman por sus OshKosh B’Gosh rotos en las rodillas y el culo es aniñado y excitante, como si se hubiera enfundado las medias punk por debajo de una ropa que no se había quitado desde que jugaba a la rayuela en quinto curso.
Se podían tener dieciséis años y seguir sospechando que escondías deseos pederastas.
Toda la banda ha estado soltando risitas al hablar de Liza, encolerizando así a sus novias de segundo, pero Dylan está en situación de ventaja.
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