Philip Roth - Me Casé Con Un Comunista

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El sueño americano se convierte en pesadilla.
En plena caza de brujas, durante la era McCarthy, Iron Rinn -cavador de zanjas primero, actor radiofónico más tarde- ve cómo tras participar en la Segunda Guerra Mundial, comprometido en la lucha por un mundo mejor, termina en la lista negra, desempleado y perseguido por el fanatismo ideológico.
En este camino tendrá un papel fundamental la exquisita actriz Eve Frame. El matrimonio de ambos se transformará: de idilio fascinante y perfecto pasará a ser un tremendo y cruel culebrón. Y cuando ella revele a la prensa las relaciones de Iron con la URSS, el apogeo de la traición y la venganza se materializarán en el escándalo nacional y la ruina personal. El hermano de Iron, Murray, será quien cuente esta historia años más tarde.
Philip Roth, el autor de Pastoral americana y La mancha humana, vuelve a explorar y a retratar con ironía, sinceridad y vehemencia los conflictos de la sociedad norteamericana del siglo XX.

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– La biblioteca estaba detrás de la sala de estar, y se accedía a ella subiendo un escalón -recordaba Murray-. Había unas puertas corredizas de roble que separaban una sala de la otra, pero cuando Sylphid practicaba a Eve le gustaba escucharla, y por ello dejaban las puertas abiertas y el sonido del instrumento se difundía por toda la casa. Eve, quien inició a Sylphid en el arpa allá en Beverly Hills, cuando la niña tenía siete años, no se cansaba nunca de escucharla, pero Ira no entendía la música clásica y nunca escuchaba nada, que yo sepa, excepto las canciones populares de la radio y al coro del ejército soviético, y, por eso, de noche, cuando preferiría sentarse en la sala de estar con Eve, charlando o leyendo el periódico, como hacen en casa la mayoría de los maridos, se encerraba en su estudio. Sylphid tañía y Eve hacía punto ante la chimenea y, cuando alzaba la vista, él se había ido y estaba arriba, escribiendo cartas a O'Day.

Pero después de lo que ella había pasado en su tercer matrimonio, el cuarto, una vez en marcha, siguió siendo bastante admirable. Cuando ella conoció a Ira, salía de un mal divorcio y se estaba recuperando de una crisis nerviosa. A juzgar por lo que decía de él, el tercer marido, Jumbo Freedman, había sido un payaso sexual, experto en entretenimientos de alcoba. Lo pasaron muy bien juntos, hasta que un día ella regresó temprano de los ensayos y le encontró en su despacho con un par de chicas. Pero era todo lo que Pennington no era. Ella tiene una aventura con Jumbo en California, sin duda muy apasionada, y al final Freedman abandona a su mujer, ella abandona a Pennington y los tres, Eve, Sylphid y Freedman, se van al Este. Eve compra esa casa en la calle West Eleventh y Freedman se muda ahí, instala su despacho en lo que sería más adelante el estudio de Ira y empieza a comerciar con propiedades tanto en Nueva York como en Los Ángeles y Chicago. Durante algún tiempo compra y vende propiedades de Times Square, lo cual le permite conocer a los grandes productores teatrales, empiezan a asistir a fiestas y muy pronto Eve Frame actúa en Broadway. Comedias de salón y obras de suspense, protagonizadas por la que fuese belleza del cine mudo. Una producción tras otra es un éxito. Eve gana dinero a espuertas, y Jumbo se encarga de que lo gasten bien.

Eve se aviene a la extravagancia de ese hombre, acepta su desenfreno, un desenfreno por el que incluso ella se deja arrollar. A veces, cuando Eve se echaba a llorar de improviso y Ira le preguntaba por qué, ella le decía:

«Las cosas que me obligaba a hacer, que debía hacer…». Después de que ella escribiera aquel libro y todos los periódicos hablaran de su matrimonio con Ira, éste recibió una carta de una mujer de Cincinnati, diciéndole que si le interesaba escribir por su parte un librito, le convendría ir a Ohio y tener una charla con ella. En los años treinta había trabajado en un club nocturno, como cantante, y fue novia de Jumbo. Le dijo a Ira que quizá le gustaría ver ciertas fotografías que Jumbo había hecho. Quizás ella y Ira podrían colaborar en unas memorias propias; él pondría las palabras y ella, por dinero, aportaría las fotos. Por entonces Ira estaba tan deseoso de venganza que respondió a la mujer, enviándole un cheque por cien dólares. Ella afirmaba tener dos docenas de fotos, así que él le envió los cien pavos que le pedía por ver una sola.

– ¿Y la consiguió?

– La mujer cumplió su palabra. Le envió una foto, en efecto, a vuelta de correo. Pero como yo no iba a permitir a mi hermano que distorsionara todavía más la idea que tenía la gente de lo que había significado su vida, se la quité y la destruí. Fue una estupidez. Sentimental, mojigato y estúpido, y tampoco fui muy clarividente. Haber hecho circular la foto habría sido benevolente en comparación con lo que ocurrió.

– Quería desacreditar a Eve con la foto.

– Mira, hubo un tiempo en que en lo único que Ira pensaba era en cómo aliviar los efectos de la crueldad humana. Todo lo canalizaba en esa dirección. Pero después de que se publicara el libro de Eve, en lo único en que pensaba era en infligir esa crueldad. Le habían privado de su trabajo, su vida doméstica, su nombre, su reputación, y cuando se dio cuenta de que lo había perdido todo, que había perdido su categoría social y ya no tenía que actuar en consonancia con ella, se desprendió de Iron Rinn, dejó de actuar en Los libres y los valientes y abandonó el Partido Comunista. Incluso dejó de hablar tanto. Aquella interminable retórica ofendida. Tanto hablar y hablar cuando lo que quería de veras aquel hombretón era atacar ferozmente. La charla era la manera de embotar esos deseos.

¿A qué crees que venía su actuación en el papel de Abe Lincoln? Se ponía aquella chistera y pronunciaba las palabras de Lincoln, pero prescindió de cuanto le había desbravado, de todas las comodidades civilizadoras, y volvió a ser el Ira que cavaba zanjas en Newark, el Ira que trabajaba en la mina de cinc, allá arriba, en las colinas de Jersey. Recuperó su experiencia más temprana, cuando la pala era su tutora. Estableció contacto con el Ira anterior a la época en que se impuso la corrección moral, antes de que hubiera asistido a la escuela de buenos modales de la señorita Frame y tomado todas aquellas lecciones de etiqueta. Antes de que fuera al colegio privado contigo, Nathan, representando el impulso paterno y mostrándote que podía ser un hombre bueno y nada violento. Antes de que fuera al colegio privado conmigo y a la escuela con O'Day, la escuela donde te ponían al día acerca de Marx y Engels, la escuela de la acción política. Porque O'Day fue en realidad la primera Eve y ésta tan sólo otra versión de O'Day, quien le sacó de la zanja, le hizo salir al mundo de la luz.

Ira conocía su propia naturaleza. Sabía que, físicamente, estaba muy fuera de proporción y que eso le convertía en un hombre peligroso. Tenía la rabia y la violencia y, como medía más de dos metros, tenía los medios. Sabía que necesitaba sus domadores, sus maestros, a un chico como tú, sabía que ansiaba conocer a un chico como tú, que tenía cuanto él nunca había tenido y que era el hijo admirador. Pero, tras la publicación de Me casé con un comunista, Ira abandonó el colegio privado de buenos modales y recuperó al Ira que nunca viste, que zurraba la badana a sus compañeros en el ejército, el Ira que, de muchacho, cuando se independizó, usó la pala con la que cavaba para protegerse de aquellos tipos italianos. Blandía su herramienta de trabajo como un arma. Toda su vida fue una lucha por no tomar aquella pala. Pero después de que se publicara el libro, Ira se dispuso a ser el mismo de antes, sin corregir.

– ¿Y lo hizo?

– Ira nunca eludía un trabajo de hombre, por pesado que fuese. El cavador de zanjas causó su efecto en ella, la puso en contacto con lo que ella había hecho. «Muy bien», me dijo. «La educaré, sin la foto guarra».

– Y lo hizo.

– Lo hizo, sí. Ilustración por medio de la pala.

A principios de 1949, unos dos meses y medio después de que Henry Wallace sufriera una derrota tan aplastante -y, ahora lo sé, después de su aborto-, Eve Frame dio una gran fiesta, precedida por una cena más reducida, con la intención de animar a Ira, el cual llamó a casa para invitarme a asistir. Después del mitin de Wallace en el Mosque, sólo había vuelto a verle otra vez en Newark, y hasta que recibí la sorprendente llamada telefónica («Ira Ringold, amigo. ¿Cómo está mi chico?») había empezado a creer que no volvería a verle. Tras la segunda vez que nos encontramos, y fuimos a dar nuestro primer paseo por el parque de Weequahic, cuando me habló de Irán, le envié una copia hecha con papel carbón de mi obra radiofónica El secuaz de Torquemada. A medida que transcurrían las semanas y él no me respondía, comprendí el error que había cometido al someter una obra mía a un actor radiofónico profesional, incluso la que había considerado la mejor de las que había escrito. Estaba seguro de que ahora que había visto el poco talento que tenía, se había apagado el interés que pudiera haber tenido por mí. Entonces, una noche, mientras estaba estudiando, sonó el teléfono y mi madre entró corriendo en mi habitación: «¡Nathan, querido, es el señor Iron Rinn!».

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