Philip Roth - Me Casé Con Un Comunista

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El sueño americano se convierte en pesadilla.
En plena caza de brujas, durante la era McCarthy, Iron Rinn -cavador de zanjas primero, actor radiofónico más tarde- ve cómo tras participar en la Segunda Guerra Mundial, comprometido en la lucha por un mundo mejor, termina en la lista negra, desempleado y perseguido por el fanatismo ideológico.
En este camino tendrá un papel fundamental la exquisita actriz Eve Frame. El matrimonio de ambos se transformará: de idilio fascinante y perfecto pasará a ser un tremendo y cruel culebrón. Y cuando ella revele a la prensa las relaciones de Iron con la URSS, el apogeo de la traición y la venganza se materializarán en el escándalo nacional y la ruina personal. El hermano de Iron, Murray, será quien cuente esta historia años más tarde.
Philip Roth, el autor de Pastoral americana y La mancha humana, vuelve a explorar y a retratar con ironía, sinceridad y vehemencia los conflictos de la sociedad norteamericana del siglo XX.

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– ¿Tenías amigos negros?

– Sí, claro que los tenía. Había un hombretón llamado Earl nosequé, y me gustó enseguida por su parecido con Paul Robeson. No tardé en descubrir que pertenecía a la misma clase de trabajador vago y corriente que yo. Earl tenía que hacer un recorrido tan largo como el mío en tranvía y ferrocarril elevado para ir al trabajo, y siempre procurábamos viajar juntos, a fin de tener a alguien con quien charlar. Earl y yo charlábamos y reíamos hasta la misma entrada de la fábrica, lo mismo que hacíamos durante el trabajo. Pero una vez dentro, donde había blancos a los que no conocía, Earl se ponía serio y se limitaba a decirme «hasta luego». Así estaban las cosas, ¿comprendes?

En las páginas de los cuadernillos marrones que Ira había traído de la guerra, mezclados con observaciones y manifestaciones de sus creencias, figuraban los nombres y direcciones en Estados Unidos de casi todos los soldados de ideología similar a la suya a los que había conocido durante el servicio. Había empezado a localizarlos, enviaba cartas a lo largo y ancho del país y visitaba a los que vivían en Nueva York y Jersey. Un día viajamos en coche a las afueras de Maplewood, al oeste de Newark, para visitar al ex sargento Erwin Goldstine, quien se había mostrado en Irán tan de izquierdas como Johnny O'Day («un marxista muy bien desarrollado», según Ira), pero que, como descubrimos, al regresar se había casado con una mujer cuya familia poseía una fábrica de colchones en Newark y ahora, padre de tres hijos, era partidario de todo aquello a lo que antes se oponía. Ni siquiera discutió con Ira acerca de la ley Taft-Hartley, las relaciones raciales y los controles de precios, y se limitó a reír.

La esposa y los hijos de Goldstine estaban ausentes, pasando la tarde con unos familiares, y nos sentamos en la cocina, tomando gaseosa mientras Goldstine, un hombre menudo y delgado, con el aire altivo y astuto de un tahúr callejero, se reía y burlaba de todo lo que Ira le decía. ¿Su explicación de su cambio de postura? «No sabía de la misa la media. Hablaba sin saber lo que decía.»

– No le hagas caso, muchacho -me dijo-. Vives en Estados Unidos, el país y el sistema más grandes del mundo. Cierto que hay gente que las pasa putas. ¿Acaso crees que no las pasan putas en la Unión Soviética? El te dice que el capitalismo es un sistema de caníbales. ¿Qué es la vida sino un sistema de caníbales? Tenemos un sistema que está en armonía con la vida. Y por eso funciona. Mira, todo lo que los comunistas dicen del capitalismo es cierto, como lo es todo lo que los capitalistas dicen del comunismo. La diferencia estriba en que nuestro sistema funciona porque se basa en la verdad del egoísmo humano, mientras que el suyo se basa en un cuento de hadas sobre la hermandad de la gente. Es un cuento de hadas tan absurdo que tienen que desterrar a algunos a Siberia para que se lo crean. Para lograr que crean en su hermandad, tienen que controlar los pensamientos de la gente o liquidarla. Y entretanto, en Norteamérica, en Europa, los comunistas siguen con este cuento de hadas a pesar de que saben de qué se trata en realidad. Claro, durante cierto tiempo no lo sabes. Pero ¿qué es lo que no sabes? Conoces a los seres humanos, así que lo conoces todo. Sabes que ese cuento de hadas no puede ser posible. Cuando eres muy joven supongo que está bien. A los veinte, veintiuno, veintidós años está bien. ¿Pero luego qué? No hay ningún motivo para que una persona de inteligencia normal se trague ese cuento, este cuento de hadas del comunismo. «Haremos algo maravilloso…» Pero sabemos qué es nuestro hermano, ¿no? Es una mierda. Y sabemos lo que es nuestro amigo, ¿verdad? Pues más o menos otra mierda. Y nosotros también somos mierdas. ¿Cómo va a ser entonces un sistema maravilloso? No hace falta ser cínico ni escéptico, tan sólo la capacidad normal de observación nos dice que eso no es posible.

¿Quieres visitar mi fábrica capitalista y ver cómo se hace un colchón a la manera capitalista? Ven y habla con los auténticos trabajadores. Este tipo es un astro de la radio. No estás hablando con un obrero, sino con un astro de la radio. Vamos, Ira, eres un astro como Jack Benny [5], ¿qué diablos sabes tú del trabajo? Que el chico venga a mi factoría y verá cómo se hace un colchón, verá el cuidado que ponemos, verá cómo he de supervisar cada etapa del proceso para impedir que me jodan el colchón. Verá lo que es ser el perverso propietario de los medios de producción. Tienes que deslomarte trabajando las veinticuatro horas del día, mientras que los empleados terminan la jornada a las cinco. Ellos se van, y yo me quedo hasta medianoche, vuelvo a casa y no puedo dormir porque la contabilidad me baila en la cabeza, y, a las seis de la mañana, estoy ahí de nuevo para abrir el negocio. No dejes que te atiborre de ideas comunistas, muchacho. Son todo mentiras. Gana dinero. El dinero no es una mentira. El dinero es la manera democrática de apuntar los tantos. Gana dinero, y entonces, si todavía tienes necesidad de hacerlo, expresa tus ideas sobre la hermandad humana.

Ira se retrepó en el sillón, alzó los brazos para entrelazar sus manazas en la nuca y, sin disimular su desprecio, dijo en tono sarcástico (no a nuestro anfitrión, sino, como si quisiera irritarle al máximo, a mí):

– ¿Sabes cuál es uno de los mejores sentimientos de la vida, tal vez el mejor? El de no tener miedo. ¿Conoces la historia del necio mercenario en cuya casa nos encontramos? Tiene miedo. De eso se trata, ni más ni menos. Durante la Segunda Guerra Mundial, Erwin Goldstine no tenía miedo, pero ahora la guerra ha terminado y teme a su esposa, a su suegro, al recaudador de impuestos, todo le da miedo. Miras con tus ojazos el escaparate capitalista y quieres más y más, tomas más y más, adquieres, posees y acumulas, y ése es el fin de tus convicciones y el comienzo de tu temor. Yo no tengo nada de lo que no pueda prescindir, ¿comprendes? No he tropezado con nada que me ate e inmovilice como lo está un mercenario. Que llegase a abandonar la mísera casa de mi padre en la cañe Factory para convertirme en el personaje de Iron Rinn, que Ira Ringold, que sólo ha cursado un año y medio de enseñanza secundaria, haya conocido a la gente que conoce y tenga las comodidades que tiene ahora como miembro oficial de la clase privilegiada… todo eso es tan increíble que perderlo todo de la noche a la mañana no me parecería tan extraño, ¿sabes? ¿Comprendes lo que quiero decir? Puedo regresar a Middle West, puedo trabajar en las fábricas textiles y, si he de hacerlo, lo haré. Cualquier cosa antes que convertirme en un conejo como este tío. Eso es lo que eres ahora políticamente -añadió, mirando por fin a Goldstine-, no un hombre, sino un conejo, un conejo sin la menor importancia.

– Estabas cargado de sandeces en Irán y sigues estándolo, Hombre de Hierro -replicó Goldstine, y entonces se dirigió de nuevo a mí. Yo era la caja de resonancia, el actor que da pie al cómico, la mecha de la bomba-. Nadie podría escuchar jamás lo que dice, nadie podría tomarle jamás en serio. Este tío es un hazmerreír, incapaz de pensar, nunca le funcionó el tarro. No sabe nada, no ve nada, no aprende nada. Los comunistas se hacen con un pelele como Ira y lo utilizan. No ve más allá de sus narices -se volvió hacia Ira-: Fuera de mi casa, gilipollas comunista.

El corazón ya me latía con violencia antes de que viera la pistola que Goldstine había sacado del cajón de un armario de cocina, el cajón situado a su espalda, donde estaba la cubertería. Yo nunca había visto una pistola de cerca, excepto bien enfundada en la pistolera de un policía de Newark. El arma no parecía grande porque Goldstine era menudo, sino que era grande de veras, de un tamaño increíble, negra y bien hecha, moldeada, torneada… todos sus detalles expresaban con elocuencia lo que era capaz de hacer.

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