Roux no está. Mejor dicho, todavía no se ha presentado, aunque sí que ha llegado el momento de que Vianne sirva la cena.
Comienza a hacerlo a regañadientes. Todavía es temprano y aún cabe la posibilidad de que Roux venga. Su lugar se encuentra en la cabecera de la mesa y, si alguien pregunta, Vianne dirá que es el sitio reservado para honrar a los que ya no están, tradición secular que se hace eco del Día de los Muertos, algo muy adecuado para la celebración de la velada.
De primero tomamos una sopa de cebolla tan ahumada y olorosa como las hojas en otoño, con trocitos de pan frito, gruyere rallado y una espolvoreada de pimentón por encima. Mientras sirve, Vianne me observa y tal vez espera que de la nada saque un plato todavía más perfecto que hará sombra a sus esfuerzos.
Me limito a comer, a charlar y a sonreír; felicito a la cocinera y el tintineo de la vajilla se le sube a la cabeza, por lo que se siente ligeramente embotada, como si no las tuviera todas consigo. El pulque es un brebaje misterioso y el ponche contiene generosas cantidades, cortesía de la casa, en honor de la gozosa ocasión. Si acaso como consuelo, Vianne sirve más ponche y el perfume de los clavos la hace sentir como si la enterrasen viva, el sabor se asemeja al de las guindillas aderezadas con fuego y se pregunta: ¿ terminar á alguna vez?
El segundo plato se compone de delicadísimo foie gras, untado sobre tostadas finas y acompañado de carne de membrillo e higos. El contraste es lo que da encanto al plato, lo mismo que el chasquido del chocolate bien templado; el foie gras se deshace lentamente en la boca, suave como una trufa de praliné, y se sirve con una copa de Sauternes muy frío que Anouk rechaza y que Rosette bebe en un vaso minúsculo, del tamaño de un dedal, lo que le provoca una rara y radiante sonrisa a la vez que, con impaciencia, expresa mediante signos que quiere más.
El tercer plato consta de salmón cocido en papillotte, servido entero y con salsa bearnesa. Alice se lamenta de que está casi llena.
pero Nico le da bocaditos escogidos de su plato y se burla de su escaso apetito.
Por fin llega el plato principal: la oca, asada lentamente al horno para que la grasa se derrita y se separe de la piel, lo que la deja crujiente y casi caramelizada, mientras que la carne acaba tan tierna que se separa de los huesos como una media de seda de la pierna de una mujer. La acompaña con patatas y castañas asadas en la grasa dorada.
Nico emite un sonido que es mitad lujuria y otro tanto risa.
– Creo que acabo de morir y he ido al cielo de las calorías -comenta y ataca con deleite una pierna de oca-. Debo reconocer que no he probado nada tan delicioso desde la muerte de mi madre. ¡Felicitaciones a la cocinera! Si no estuviera perdidamente enamorado de este insecto palo, te garantizo que me casaría contigo sin pensármelo dos veces… -Menea el tenedor alegremente y con tanta exuberancia que está a punto de clavárselo en el ojo a madame Luzeron, que aparta la cara justo a tiempo.
Vianne sonríe. Seguramente el ponche comienza a surtir efecto y se ha ruborizado por el éxito obtenido.
– Gracias -responde poniéndose en pie-. Me siento muy contenta de que hoy estéis aquí y quiero agradeceros la ayuda que nos habéis prestado.
Pienso que es una reacción encantadora y me pregunto qué han hecho exactamente.
– Quiero agradecer vuestra fidelidad, apoyo y amistad en el momento en el que más los necesitábamos. -Vuelve a sonreír y tal vez comienza a hacerse cargo de las sustancias químicas que circulan libremente por sus venas, que la han vuelto locuaz, extrañamente imprudente y casi temeraria, como una Vianne mucho más joven de otra vida casi olvidada-. Tuve lo que suele definirse como una infancia inestable. Eso significa que nunca me asenté. Fuera donde fuese, no me sentía aceptada. Siempre tuve la sensación de ser forastera. He logrado estar cuatro años aquí y se lo debo a personas como vosotros.
¡Qué aburrimiento, qué aburrimiento! Se aproxima un discurso interminable.
Me sirvo un vaso de ponche y busco la mirada de mi pequeña Anouk. Noto que está un pelín inquieta, tal vez por la ausencia de Jean-Loup. El pobre debe de estar muy enfermo. Suponen que se debió a algo que comió. Con un corazón tan delicado como el suyo todo resulta peligroso: un resfriado, una ráfaga de viento, un ensalmo, incluso…
¿Es posible que Anouk se sienta culpable?
Por favor, Anouk, descarta esa idea. ¿Por qué te sientes responsable? Como si no estuvieras lo bastante atenta a cada negativa. Querida, debo decir que veo tus colores y la forma en la que contemplaste mi pequeño belén, con el círculo mágico del trío que se encuentra bajo la luz de las estrellas eléctricas.
Hablando de todo un poco, falta alguien. Llega tarde, como era de esperar, pero se acerca deprisa, serpentea por las callejuelas de la colina sigiloso como un zorro alrededor del gallinero. Su lugar en la cabecera de la mesa permanece vacío y allí continúan los platos y las copas.
Vianne se tacha de tonta. Anouk empieza a sospechar que tantos planes e invocaciones no han servido, que la nieve no cambiará nada y que aquí no hay nada que la retenga.
A medida que la cena toca a su fin, todavía queda tiempo para los tintos del Gers, los p'tits cendr é s recubiertos de ceniza de roble, los quesos frescos sin pasteurizar, los secos y los maduros, el Buzet añejo, la carne de membrillo, las nueces, las almendras frescas y la miel.
En ese momento Vianne presenta los trece postres y el tronco de Yule, grueso como el brazo de un forzudo y blindado con una capa de dos centímetros y medio de chocolate. Todos los que pensaron que ya no podían más, Alice incluida, encuentran un hueco para un trozo de tronco (en el caso de Nico, son dos o tres huecos) y, como el ponche se ha terminado, Vianne descorcha una botella de champán y brindamos.
¡ Por los ausentes!
Lunes, 24 de diciembre.
Nochebuena, diez y media de la noche
Rosette está casi dormida. Se ha portado muy bien durante la cena; ha comido con los dedos, pero limpiamente, sin babear demasiado, y ha hablado mucho (por signos, claro) con Alice, que está sentada junto a su trona.
Adora las alas de hada de Alice, lo que es bueno porque esta le ha traído un par de regalos, que ha dejado al pie del árbol de Navidad. Rosette es demasiado pequeña para esperar a la medianoche, en realidad ya debería estar en la cama, por lo que decidimos que abra los regalos. Desenvolvió el paquete con las alas de hada, que son moradas, plateadas y geniales, y se olvidó del resto de los regalos; si he de ser sincera, espero que Alice me haya hecho el mismo obsequio, lo cual parece probable dada la forma del paquete. Rosette se ha convertido en mono volador, algo que le parece muy gracioso; gatea por el suelo con las alas moradas y el disfraz de mono y, con una galleta de chocolate en la mano, sonríe a Nico desde debajo de la mesa.
Se ha hecho tarde y empiezo a estar cansada. ¿Dónde está Roux? ¿Por qué no ha venido? Soy incapaz de pensar en otro asunto, ni siquiera en la comida o en los regalos. Me siento demasiado nerviosa. Tengo la sensación de que mi corazón se ha convertido en un juguete de cuerda y da vueltas descontrolado. Cierro los ojos unos instantes y percibo el aroma del café y del chocolate caliente con especias, que tanto le gusta a mamá, y el sonido de los platos que retiran de la mesa.
Vendr á , pienso. Tiene que venir.
Ya es muy tarde y no está aquí. ¿He hecho algo mal? ¿Me equivoqué con las velas, el azúcar, el círculo y la sangre? ¿Con el oro y el incienso? ¿Con la nieve?
Читать дальше