Roux extiende el brazo y me sujeta. Aparentemente es el único que no comparte el sentimiento generalizado de consternación. Apenas reparo en que madame Rimbault, la madre de Jean-Loup, me ha clavado la mirada. Por debajo del pelo teñido, su rostro se ha demudado de desaprobación. Es evidente que desea irse, pero también está hipnotizada, atrapada por la explicación de Zozie.
Zozie sonríe y prosigue:
– Digamos que soy una aventurera. Siempre he vivido de mi ingenio, de las apuestas, de robar, de mendigar y del fraude. No conozco nada más. Nunca tuve amigos ni un lugar que me gustase lo suficiente como para quedarme. -Hace una pausa y percibo el encanto en el aire, puro incienso y polvo centelleante, y sé que los convencerá y los hará girar sobre la punta de su dedo meñique-. Aquí he encontrado un hogar. He descubierto personas a las que les caigo bien, que me quieren por ser quien soy. Supuse que podría reinventarme, pero las viejas costumbres tardan en desaparecer. Thierry lo lamento y me comprometo a devolverte el dinero.
A medida que las voces suben de tono confundidas, afligidas y titubeantes, la discreta madame se encara con Thierry. Madame, cuyo nombre no conozco, ha palidecido a causa de algo que apenas es capaz de expresar y en su rostro rígido sus ojos semejan ágatas.
– Monsieur, ¿cuánto le debe? -pregunta madame-. Me ocuparé personalmente de pagarlo, incluidos los intereses.
Incrédulo, Thierry le clava la mirada e inquiere:
– ¿Por qué?
Madame se yergue en toda su altura, que no es mucha, ya que al lado de Thierry parece una codorniz frente a un oso.
– No me cabe la menor duda de que tiene derecho a protestar -responde con su tono nasal típicamente parisino-, pero tengo sobradas razones para suponer que, quienquiera que sea, Vianne Rocher es asunto mío mucho más que suyo.
– ¿Por qué? -repite Thierry.
– Porque soy su madre.
Lunes, 24 de diciembre.
Nochebuena, once y cinco de la noche
El silencio que la ha contenido en su gélido capullo se quiebra con un grito. Vianne, que ya no está pálida sino enrojecida por el pulque y la confusión, se dispone a afrontar a madame en el pequeño semicírculo que se ha formado a su alrededor.
Sobre sus cabezas cuelga una rama de muérdago y experimento el deseo desaforado, salvaje e incontenible de correr hasta donde está y besarla en la boca. Al igual que los demás, es muy fácil de manipular y ahora casi saboreo el premio, lo noto en el ritmo de mi sangre, lo oigo como la rompiente en una playa lejana y su sabor es tan dulce, como el del chocolate…
La señal del Uno Jaguar posee muchas propiedades. Como es obvio, la verdadera invisibilidad es imposible, salvo en los cuentos de hadas, pero podemos timar al ojo y al cerebro como no es posible engañar a las cámaras y a la película. Mientras centran su atención en madame, es bastante fácil alejarme de puntillas, sin pasar desapercibida del todo, y recoger la maleta que con tanto esmero he preparado.
Como sabía que ocurriría, Anouk me siguió.
– ¿Por qué lo has dicho? -espetó-. ¿Por qué dijiste que eres Vianne Rocher?
Me encogí de hombros.
– ¿Acaso tengo algo que perder? Anouk, me cambio de nombre como de chaqueta. Nunca permanezco mucho tiempo en el mismo sitio. Eso es lo que nos diferencia. Yo jamás podría vivir así. No podría ser respetable. Me da igual lo que piensen de mí, pero tu madre tiene mucho que perder. Me refiero a Roux, a Rosette y a la chocolatería, por supuesto…
– ¿Y qué pasa con esa mujer?
La puse al corriente de la triste historia: la niña en el coche y el dije del gatito. Resulta que Vianne jamás se lo contó. No puedo decir que rae sorprenda.
– Si sabía quién era, ¿por qué no se ocupó de buscarla y encontrarla? -preguntó Anouk.
– Tal vez tuvo miedo o quizá se sintió más unida a su madre adoptiva. Nanou, t ú eliges a tu familia. ¿No es lo que tu madre dice siempre? También es probable que… -Me inventé una pausa.
– ¿Qué? Sigue.
– Las personas como nosotras somos distintas. Nanou, tenemos que estar juntas, tenemos que elegir a nuestra familia. -Acoté maliciosamente-: Al fin y al cabo, si es capaz de mentirte sobre ese tema, ¿estás segura de que tú no fuiste robada?
Dejé que Anouk reflexionase. En el local, madame hablaba y su voz subía y bajaba con los ritmos de la narradora innata. Es algo que comparte con su hija, pero no es el momento de divagar. Tengo la maleta, el abrigo y los documentos. Como siempre, viajo ligera de equipaje. Saco del bolsillo el regalo para Anouk: un paquetito envuelto en papel rojo.
– Zozie, no quiero que te vayas.
– Nanou, te aseguro que no tengo elección.
El regalo brilla entre los dobleces del papel de seda rojo. Se trata de una pulsera: una delgada tira de plata, lustrosa y nueva. Contrasta con el único dije que de ella cuelga: un minúsculo gato de plata ennegrecida.
Anouk sabe qué significa y se le escapa un sollozo.
– Zozie, no…
– Lo siento mucho, Anouk.
Cruzo velozmente el obrador vacío. Los platos y las copas están ordenadamente apilados junto a los restos de la comilona. Sobre el hornillo está a punto de hervir un cazo con chocolate caliente y el vapor que despide es la única señal de vida.
Pru é bame, sabor é ame, implora.
Se trata de un encanto modesto, de un hechizo cotidiano al que Anouk se ha opuesto durante los últimos cuatro años pero, de todas maneras, más vale jugar sobre seguro, así que apago el fuego mientras me dirijo hacia la puerta trasera.
En una mano llevo la maleta y con la otra, como si arrojara al aire un puñado de telarañas, trazo la señal de Mictecacihuatl. La Muerte y un regalo, la seducción esencial, mucho más poderosa que el chocolate.
Me vuelvo y sonrío. Una vez fuera la oscuridad me tragará. El viento nocturno coquetea con mi vestido rojo. Mis zapatos escarlatas parecen sangre sobre la nieve.
– Nanou, todos elegimos -afirmo-. Yanne o Vianne. Annie o Anouk. El Viento del Cambio o el Huracán. No siempre resulta fácil ser como nosotras. Si prefieres el camino fácil, será mejor que te quedes aquí, pero si lo que te apetece es volar con el viento…
Parece dudar unos instantes, pero yo ya sé que he ganado.
Gané en el momento en el que adopté tu nombre y, a la vez, la invocación del Viento del Cambio. Verás, Vianne, nunca tuve la intención de quedarme. Nunca quise tu chocolatería. Ni se me pasó por la cabeza tener arte y parte en la penosa vida que has creado.
Gracias a sus dotes, Anouk es de un valor incalculable. Tan joven, con tanto talento y, sobre todo, tan fácil de manipular. Nanou, mañana podríamos estar en Nueva York, Londres, Moscú, Venecia e incluso en México. Allí hay muchas conquistas que esperan a Vianne Rocher y a su hija Anouk y seremos fabulosas, las recorreremos como el viento de diciembre.
Anouk me mira hipnotizada. Todo tiene tanto sentido que se pregunta por qué no lo vio antes. Se trata de un intercambio justo: una vida por otra.
¿Acaso ahora no soy tu madre? ¿No soy mejor que la de la vida real y el doble de divertida? ¿Para qué necesitas a Yanne Charbonneau? ¿A quién necesitas?
– ¿Y Rosette? -protesta Anouk.
– Rosette ya tiene una familia.
Tarda unos segundos en elaborarlo. Pues sí, Rosette tendrá una familia. Rosette no necesita elegir. Rosette tiene a Yanne. Rosette tiene a Roux.
Otro sollozo escapa del pecho de Anouk.
– Por favor…
– Vamos, Nanou, es lo que quieres: magia, aventuras, la vida al límite…
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