– ¿Nombre? -preguntó la estirada dama, que llevaba el pelo recogido en un moño, un estilo de antes de la guerra.
– Guy Trentham.
– ¿Graduación y regimiento?
– Capitán de los Fusileros Reales, diría yo.
La mujer desapareció tras una puerta cerrada, pero volvió al cabo de diez minutos con una pequeña carpeta marrón. Extrajo una sola hoja de papel y la leyó en voz alta.
– Capitán Guy Trentham, MC. Sirvió en la Primera Guerra
Mundial, fue destinado posteriormente a la India y dimitió en 1923. No dio explicaciones. No :consta ninguna dirección.
– Es usted un genio -dije y, ante su consternación, la besé en la frente antes de marcharme.
Cuanto más descubría, más necesitaba saber, aunque durante un tiempo tuve la impresión de encontrarme en otro punto muerto. Dediqué las semanas siguientes a concentrarme en mi trabajo de tutor, hasta que mis pupilos se fueron al empezar las vacaciones de Navidad.
Volví a Londres y pasé unas espléndidas vacaciones con mis padres en Little Boltons. Mi padre parecía mucho más relajado que en verano, y mi madre, aparentemente, había dejado de lado sus inexplicadas angustias. Sin embargo, durante aquellas vacaciones surgió un nuevo misterio y, como yo estaba convencido de que guardaba relación con los Trentham, no dudé en preguntar a mi madre.
– ¿Qué ha pasado con el cuadro favorito de papá?
Su respuesta me entristeció sobremanera. Me suplicó que jamás mencionara Los comedores de patatas delante de él. La semana antes de volver a Cambridge, mientras me dirigía por la calle Beaufort hacia Little Boltons, vi a un inválido de Chelsea, con su uniforme de estameña azul, que intentaba cruzar la calle.
– Permítame que le ayude -dije.
– Gracias, señor- contestó, mirándome con una sonrisa legañosa.
– ¿Con quién sirvió usted?
– Con el propio príncipe de Gales -replicó -. ¿Y usted?
– Con los Fusileros Reales -atravesamos la calle juntos-. ¿Conoce a alguno?
– Los Fuzzies. Oh, sí, a Banger Smith, que sirvió durante la Gran Guerra, y a Sammy Tomkins, que ingresó después, en el veintidós o veintitrés, si no recuerdo mal, y quedó inválido después de Tobruk.
– ¿Banger Smith?
– Sí -replicó el inválido. Habíamos llegado a la otra acera-. Un gandul de cuidado. -Rió por lo bajo-. Todavía se pasa un día a la semana por el museo del regimiento, si hay que creerle.
Me presenté en el pequeño, museo, del regimiento, sito en la Torre de Londres, al día siguiente. El director me dijo que Banger Smith sólo venía los jueves, aunque no todos. Paseé por una sala llena de recuerdos del regimiento, banderas raídas que desplegaban condecoraciones militares, un aparador donde, se exhibían uniformes, anticuados instrumentos bélicos de una era periclitada y grandes mapas cubiertos de alfileres de colores que señalaban cómo, dónde y cuándo se habían ganado aquellas condecoraciones.
Como el director sólo era unos años mayor que yo, no le agobié con preguntas sobre la Primera Guerra Mundial, pero regresé el jueves siguiente y encontré a un viejo soldado sentado en un rincón del museo, fingiendo que realizaba su trabajo del día.
– ¿Banger Smith?
El vil anciano no debía medir ni un centímetro más de metro y medio, y no hizo el menor intento de levantarse de la silla. Me miró con aire suspicaz.
– ¿Y qué?
Saqué del bolsillo interior un billete de diez chelines.
Miró primero el billete, y después a mí, con ojos suspicaces.
– ¿Qué quiere?
– ¿Se acuerda de un tal capitán Trentham, por casualidad?
– ¿Es usted de la policía?
– No, soy abogado y me ocupo de su herencia.
– Apostaría a que ese cabrón no le dejó nada a nadie.
– No estoy autorizado a hablar de eso. Supongo que no sabe qué fue de él después de abandonar los Fusileros. Los datos que constan en los registros del regimiento sobre él acaban en 1923.
– No es extraño. Cuando se fue de los Fusileros, la banda del regimiento no le despidió con canciones en el terreno de instrucción. En mi opinión, tendrían que haber descuartizado entre cuatro caballos a ese cabrón.
– ¿Por qué?
– No me sacará ni una palabra. Secreto del regimiento -añadió, tocándose un lado de la nariz.
– ¿No sabe qué hizo después de marcharse de la India?
– Eso le costará más de diez chelines -rió el viejo.
– ¿Qué quiere decir?
– Se largó a Australia, ¿sabe? Murió allí, y su madre trajo el cadáver en barco. En mala hora, es lo único que puedo decir. Arrancaría su jodida fotografía de la pared, si pudiera.
– ¿Su foto?
– Sí, Los MC están al lado de DSO, [23] en la esquina superior izquierda -dijo, consiguiendo levantar un brazo para señalar en aquella dirección.
Me acerqué lentamente a la esquina que Banger Smith había indicado. Dejé atrás los VC de los Fusileros, varios DSO y llegué a los MC. Estaban en orden cronológico: 1914, tres; 1915, trece; 1916, diez; 1917, once; 1918, diecisiete. El capitán Guy Trentham había ganado la MC después de la segunda batalla del Marne, el 21 de julio de 1918, según constaba en la inscripción.
Miré la foto del joven oficial uniformado de capitán y supe al instante que debía viajar a Australia.
– ¿Cuándo piensas marcharte?
– En verano.
– ¿Tienes dinero suficiente para pagarte el viaje?
– Aún me quedan casi todas las quinientas libras que me regalaste cuando me gradué. En realidad, sólo he gastado en el MG; ciento ochenta libras, si no recuerdo mal. En cualquier caso, un soltero que se hospeda en el colegio no necesita muchos ingresos. -Daniel levantó la vista cuando su madre entró en la sala de estar.
– Daniel piensa ir a Estados Unidos este verano -dijo Charlie.
– Qué divertido -comentó Becky, poniendo flores sobre una mesilla auxiliar, al lado del Remington-. Ve a ver a los Fields en Chicago y los Bloomingdale en Nueva York, y si tienes tiempo también podrías…
– Para ser sincero -la interrumpió Daniel, apoyándose contra la repisa de la chimenea-, me parece que iré a ver a Waterston en Princeton y a Stinstead en Berkeley.
– ¿Les conozco? -preguntó Becky, frunciendo el ceño.
– No creo, madre. Los dos son profesores universitarios que enseñan matemáticas, o matemática, como ellos dicen.
Charlie rió.
– Bien, escríbenos a menudo -dijo su madre-. Siempre me gusta saber dónde estás y qué haces.
– Claro que lo haré, madre -contestó Daniel, intentando controlar su tono de voz-, si prometes acordarte de que ya tengo veintiséis años.
Becky le dirigió una sonrisa.
– ¿De veras, querido?
Daniel volvió aquella noche a Cambridge, tratando de imaginar cómo podría mantenerse en contacto desde Estados Unidos, cuando en realidad su auténtico destino era Australia. No soportaba la idea de engañar a su madre, pero sospechaba que a ella le dolería mucho más contarle la verdad sobre el capitán Trentham.
No contribuyó a mejorar la situación que Charlie le enviara un pasaje en primera clase para Nueva York a bordo del Queen Mary, con la fecha que había citado. Costaba ciento tres libras, incluyendo la vuelta abierta.
Daniel alcanzó un compromiso consigo mismo. Averiguó que si embarcaba en el Queen Mary con destino a Nueva York la semana siguiente al fin de curso, y proseguía el viaje en el 20th Century Limited hasta San Francisco, atravesando todo el país, aún podría subir al SS Aorangi que zarpaba hacia Sydney con un día de antelación. De esta forma aún podría permitirse cuatro semanas en Australia antes de repetir el viaje de sur a norte, y llegaría a Southampton pocos días antes de que diera comienzo el primer trimestre.
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