Los tres volvieron al estudio de la directora en donde les esperaba una tetera con té. Uno de los ayudantes se instaló a hacer copias de todo lo que aparecía en el dosier de Cathy mientras Roberts telefoneaba a la residencia en que se encontraba la señorita Benson para decirle a la supervisora que estarían allí antes de una hora. Cuando ambas tareas estuvieron realizadas, Charlie dio las gracias a la señora Culver y se despidió. Ella aún estaba sin habla pero se las arregló para decirle:
– Gracias, sir Charles, gracias.
Charlie salió del orfanato llevando firmemente aferrado el cuadro y, una vez de vuelta al coche, inmediatamente dio instrucciones al conductor de custodiar el cuadro con su vida.
– ¿Adonde ahora? -preguntó éste.
– Al Hogar Residencia Maple Lodge, en el lado norte -dijo Roberts-, Naturalmente ahora espero -dijo volviéndose hacia su cliente- que me explique lo que ha sucedido allí en Santa Hilda. Porque me siento, como diría un buen libro, «gravemente sorprendido».
– Le contaré todo lo que yo sé -dijo Charlie, y explicó cómo había conocido a Cathy hacía quince años, y continuó con su historia sin interrupción hasta llegar al hecho de que Cathy era ahora una de las directoras de «Trumper's», y que no sabía decirles nada acerca de sus antecedentes porque había perdido la memoria de todo lo que había sucedido antes de llegar a Inglaterra. La primera observación del abogado ante esta información cogió por sorpresa a Charlie.
– No puede haber sido casualidad que la señorita Ross visitara su país en primer lugar; o, si es por eso, que solicitara trabajo en «Trumper's».
– ¿Qué quiere decir?
– Quizá se fue de Australia con el único objetivo de averiguar algo sobre su padre, pensando que aún estaba vivo y tal vez en Inglaterra. Ésa debe de haber sido su primera motivación para ir a Londres, donde sin lugar a dudas descubrió cierta conexión entre la familia de su padre y la suya, sir Charles. Y si usted logra descubrir ese vínculo entre su padre, su ida a Inglaterra y su solicitud para trabajar en «Trumper's», entonces tendrá su prueba, la prueba de que Cathy Ross es de hecho Margaret Ethel Trentham.
– Pero es que no tengo la menor idea de cuál puede ser el vínculo -dijo Charlie-, Y ahora que Cathy ha perdido la memoria, tal vez jamás logre descubrirlo.
– Bueno, esperemos que por lo menos la señorita Benson esté dispuesta a orientarnos en la dirección correcta -dijo Roberts-. Aunque, como le advertí anteriormente, nadie que la conociera en Santa Hilda diría cosas buenas de ella.
– Pero, si tenemos en cuenta lo que ha pasado con Walter Slade, no será tan fácil sacarle algo a ella. Parece evidente que la señora Trentham hechizaba a todo el mundo con quien hablaba.
– Yo pienso lo mismo. Por eso no dije nada a la supervisora de Maple Lodge acerca de nuestros motivos para visitar la residencia. No vi ningún sentido en poner sobreaviso a la señorita Benson de nuestra visita. Eso sólo le daría tiempo para tener bien preparadas sus respuestas.
– ¿Pero se le ha ocurrido alguna idea respecto al método a emplear con ella? -gruñó Charlie-, Porque estoy seguro de que la pifié en mi entrevista con Walter Slade.
– No. Tendrá simplemente que tocar de oído y esperar a que ella esté dispuesta a colaborar. Aunque Dios sabe qué acento tendrá que sacarse de la manga esta vez, sir Charles.
A los pocos minutos pasaron por dos imponentes puertas de hierro forjado y continuaron por un largo camino de entrada bajo los árboles que los llevó a una gran mansión de comienzos de siglo, situada en terrenos particulares.
– Esto no tiene aspecto de ser barato.
– Exacto -dijo Roberts-, Y lamentablemente no parecen tener necesidad de un minibús.
El coche se detuvo ante una pesada puerta de roble, Trevor saltó fuera del coche y esperó hasta que Charlie se le reuniera para tocar el timbre.
No tuvieron que esperar mucho rato antes de que una enfermera joven abriera la puerta y los escoltara por un corredor embaldosado y brillantemente pulcro hasta la oficina de la supervisora.
La señora Campbell vestía el típico uniforme azul almidonado, con cuello y puños blancos de su profesión. Dio la bienvenida a Charlie y Trevor Roberts con un áspero y duro acento escocés; y si no hubiera sido por el ininterrumpido sol que entraba por la ventana, se le habría podido disculpar a Charlie la ocurrencia de que la supervisora aún no se enteraba de que no estaba en Escocia.
Después de las presentaciones, la señora Campbell preguntó en qué podía servirlos.
– Esperaba que nos autorizara para conversar con una de sus residentes.
– Naturalmente, sir Charles. ¿Puedo saber a quién desea ver?
– A una señorita Benson -explicó Charlie-. Verá usted…
– Ay, sir Charles, ¿no lo ha sabido usted?
– ¿Sabido?
– Sí. La señorita Benson murió la semana pasada. De hecho, la enterramos el jueves.
Por segunda vez en el día le flaquearon las piernas a Charlie y Trevor Roberts se apresuró a tomarle por el codo y guiarlo hacia la silla más cercana.
– Oh, cuánto lo siento -dijo la supervisora-. No tenía idea de que fuera usted un amigo tan íntimo. -Charlie no dijo nada-. ¿Y ha hecho usted todo el viaje desde Londres especialmente para verla?
– Sí -contestó Trevor Roberts en voz baja-. ¿Recibió alguna otra visita de Inglaterra la señorita Benson este último tiempo?
– No -repuso sin vacilar la supervisora-. Recibía muy pocas visitas al final. Una o dos de Adelaida, pero jamás a nadie de Gran Bretaña -añadió con tono algo afilado.
– ¿Y alguna vez le mencionó a usted a una persona llamada Cathy Ross o Margaret Trentham?
La señora Campbell meditó profundamente durante un momento.
– No -dijo finalmente-. Al menos, jamás, que yo recuerde.
– Entonces, creo que deberíamos marcharnos, sir Charles, ya que no tiene ningún sentido que hagamos perder más tiempo a la señora Campbell.
– Sí -repuso en voz baja Charlie-, Y gracias, supervisora.
Roberts lo ayudó a ponerse de pie y la señora Campbell los acompañó por el corredor hacia la puerta de la calle.
– ¿Ha de regresar pronto a Gran Bretaña, sir Charles? -preguntó ella.
– Sí, posiblemente mañana.
– ¿Sería mucha molestia si le pidiera que echara al correo una carta cuando esté en Londres?
– Será un placer -dijo Charlie.
– No lo hubiera molestado con esto en circunstancias normales -dijo la supervisora-, pero como tiene que ver directamente con la señorita Benson…
Los dos hombres se detuvieron en seco y se quedaron mirando a la remilgada dama escocesa.
– No es que desee sencillamente ahorrarme los sellos, sir Charles, comprenda usted, que es de lo que todo el mundo nos acusa. En realidad se trata exactamente de lo contrario, porque todo lo que deseo es una rápida devolución a favor de los benefactores de la señorita Benson.
– ¿Los benefactores de la señorita Benson? -dijeron al unísono Charlie y Roberts.
– Sí -dijo la supervisora irguiéndose en toda su altura de un metro cincuenta y cinco centímetros -. En Maple Lodge no tenemos la costumbre de cobrar a los residentes que han muerto, señor Roberts. Al fin y al cabo, como estoy segura de que usted estará de acuerdo, eso sería deshonesto.
– Ciertamente lo sería, supervisora.
– Por tanto, aunque insistimos en que se paguen tres meses por adelantado, también devolvemos el dinero cuando muere un residente. Después de que todas las facturas que quedan han sido cubiertas, usted me comprende.
– Lo comprendo -dijo Charlie mirando a la supervisora, con una luz de esperanza en sus ojos.
– De modo que si tienen la amabilidad de esperar un momentito, iré a buscar la carta a mi oficina.
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