– No necesariamente, sobre todo si creyéramos que su único propósito, al integrarse en la junta, es apoderarse de la empresa.
Se hizo el silencio cuando todos los presentes reflexionaron sobre esta posibilidad.
– Imaginemos por un momento -dijo Tim Newman- que no aceptamos las condiciones de la señora Trentham, sino que entramos en competencia para adquirir el solar. No sería la solución más barata, porque le puedo asegurar, sir Charles, que Sears, Boots, la Casa Fraser y la Sociedad John Lewis, por citar sólo cuatro, se sentirían muy satisfechas de abrir unos nuevos grandes almacenes en pleno «Trumper's».
– Independientemente de su opinión sobre esa dama, señor presidente, rechazar su oferta nos podría salir mucho más caro, a la larga -dijo Paul Merrick-. En cualquier caso, debo informar a la junta de algo que me parece importante a efectos de esta discusión.
– ¿Qué es? -preguntó Charlie, preocupado.
– Tal vez interese saber a mis colegas directores -empezó Merrick, con cierta pomposidad- que Kitcat & Aitken ha rescindido el contrato a Nigel Trentham, que es lo mismo que decir que ha sido despedido por incompetente. No puedo imaginar que su presencia en esta mesa nos cause problemas, ahora o en el futuro.
– Informaría a su madre de todos nuestros movimientos -observó Charlie.
– ¿Tal vez le interese saber cómo va la venta de bragas en la séptima planta? -bromeó Merrick-. Y no olvidemos el escape de agua en el lavabo de caballeros, ocurrido el mes pasado. No, presidente, sería absurdo, e incluso irresponsable, no aceptar esa oferta.
– A propósito, señor presidente, ¿qué haría usted con el espacio disponible, si «Trumper's» entrara en posesión, repentinamente, del solar de la señora Trentham? -preguntó Daphne, desconcertando a todo el mundo.
– Ampliaciones -respondió Charlie-, Nuestras costuras empiezan a descoserse. Ese trozo de tierra significa, como mínimo, tres mil metros cuadrados. Si le pusiera las manos encima, abriría veinte departamentos más.
– ¿Ya cuánto se elevaría el proyecto de construcción? -continuó Daphne.
– A muchísimo dinero -intervino Paul Merrick-, del que tal vez no dispongamos si hemos de pagar por ese solar mucho más de lo que vale.
– Me permito recordarle que las cosas marchan viento en popa este año -dijo Charlie, dando un puñetazo sobre la mesa.
– Estoy de acuerdo, señor presidente, pero nos debemos antes que nada a nuestros accionistas -continuó Paul Merrick, sin levantar la voz-. Si llegaran a enterarse de que habíamos pagado una cantidad excesiva por el solar, a causa de, y se lo diré con la mayor delicadeza posible, un ajuste de cuentas personal entre los dos principales implicados, recibiríamos severas censuras en la próxima asamblea general, y es posible que pidieran su dimisión.
– Me da igual -casi gritó Charlie.
– Bien, a mí no -dijo Merrick, sin perder la calma-. Le diré más: si no aceptamos su oferta ya sabemos que la señora Trentham convocará una asamblea general extraordinaria para exponer su caso a los accionistas, y no albergo muchas dudas sobre su decisión. Creo que deberíamos poner a votación este tema, en lugar de proseguir esta discusión inútil.
– Espere un momento… -empezó Charlie.
– No, no esperaré, señor presidente, y propongo que aceptemos la generosa oferta de la señora Trentham, consistente en ceder su terreno a cambio del diez por ciento de las acciones de la empresa.
– ¿Y qué propone que hagamos con su hijo? -preguntó Charlie.
– Invitarle a integrarse en la junta, al mismo tiempo.
– Pero…
– Basta de peros. Gracias, señor presidente. Ha llegado el momento de votar. No hemos de permitir que prejuicios personales nublen nuestro juicio.
– Puesto que se ha presentado una propuesta -dijo Arthur Selwyn, tras un momento de silencio-, será tan amable de contar los votos, señorita Allen? -Jessica cabeceó y miró a los nueve miembros de la junta.
– ¿Señor Merrick?
– A favor.
– ¿Señor Newman?
– A favor.
– ¿Señor Denning?
– En contra.
– ¿Señor Makins?
– En contra.
– ¿Señor Harrison?
El abogado posó las palmas de las manos sobre la mesa y pareció vacilar, como si se encontrara en un terrible dilema.
– A favor -dijo por fin.
– ¿Lady Trumper?
– En contra -dijo Becky sin titubear.
– ¿Lady Wiltshire?
– A favor -dijo Daphne con calma -. Prefiero que el enemigo esté dentro, causando problemas, que fuera, provocando aún más.
Becky no dio crédito a sus oídos.
– Supongo que usted está en contra, sir Charles.
Charlie cabeceó vigorosamente.
El señor Selwyn alzó la mirada.
– ¿Debo entender que hay empate a cuatro votos? -preguntó a Jessica.
– Así es, señor Selwyn.
Todo el mundo miró al director gerente. Dejó a su lado el bolígrafo que había utilizado.
– En ese caso, debo apoyar lo que considero más beneficioso para los intereses de la empresa a largo plazo. Voto a favor de aceptar la oferta de la señora Trentham.
Todos los miembros de la junta se pusieron a hablar, excepto Charlie.
– La moción ha sido aprobada, sir Charles, por cinco votos a favor y cuatro en contra -dijo el señor Sehvyn, al cabo de unos instantes-, En consecuencia, daré instrucciones a nuestro banco mercantil y a nuestros abogados de que tomen las medidas económicas y legales necesarias para asegurar que la transacción se efectúe sin problemas y de acuerdo con las normas de la empresa.
Charlie no dijo nada, y continuó con la mirada fija al frente.
– Si no hay más temas, presidente, tal vez debería declarar concluida la reunión.
Charlie asintió con la cabeza, pero no se movió cuando los otros directores se levantaron para abandonar la sala. Sólo Becky siguió en su sitio, en mitad de la larga mesa. Momentos después se quedaron a solas.
– Tendría que haberle metido mano a esos pisos hace treinta años, ¿sabes?
Becky no contestó.
– Y no deberíamos haber impulsado una sociedad anónima mientras esa jodida mujer continuara viva.
Charlie se levantó y caminó lentamente hacia la ventana, pero su esposa siguió en silencio mientras él contemplaba el banco vacío de la acera opuesta.
– Al menos, ya he descubierto lo que trama para Nigel Trentham.
Becky enarcó una ceja cuando su marido se volvió para mirarla.
Su plan consiste en que él me suceda como próximo presidente de «Trumper's».
La única pregunta que no sabía contestar de niña era: «¿Cuándo fue la última vez que viste a tu padre?».
Al contrario que el joven caballero, no sabía la respuesta. De hecho, no tenía ni la menor idea de quién era mi padre, ni mi madre. La gente normal ignora cuántas veces al día, al mes o al año se formula esa pregunta. Y si una responde siempre «No lo sé, porque ambos murieron antes de que yo pudiera recordarles» se te dedican miradas de sorpresa o suspicacia…, aún peor, incredulidad. Al final, aprendes a levantar una cortina de humo o a cambiar de tema rápidamente. No existen variaciones en esa cuestión, y no he desarrollado una vía de escape.
El único recuerdo de mis progenitores es el de un hombre que se pasaba casi todo el tiempo chillando y el de una mujer tan tímida que apenas hablaba. También tengo la sensación de que se llamaba Margaret. Por lo demás, sólo permanece de ellos una mancha borrosa.
Cuánto envidiaba a aquellos niños que podían hablarme sin vacilar de sus padres, hermanos, hermanas, e incluso primos segundos y tías lejanas. Lo único que sabía de mí era que había sido educada en el orfanato St. Hilda para chicas, Park Hill, Melbourne. Rectora: señorita Rachel Benson.
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