Jodi Picoult - Diecinueve minutos

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Peter Houghton es un estudiante de 17 años en Sterling, New Hampshire, que lleva tiempo sufriendo los abusos verbales y físicos de sus compañeros de clase. Su única amiga, Josie Cormier, ha sucumbido a la presión del grupo y ahora pertenece a la élite popular que habitualmente lo acosa. Un último incidente lleva a Peter al límite y lo empuja a cometer un acto de violencia que cambiará para siempre la vida de los habitantes de Sterling. Incluso aquellos que no se encontraban en la escuela aquella mañana vieron sus vidas supendidas, incluyendo a Alex Cormier.

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Cuando, en lugar de eso, tuviera que comportarse como una madre.

Eleanor no aparecía por ninguna parte, pero había dejado el papeleo sobre la mesa de Alex. Ésta se sentó y lo estudió.

Jordan McAfee, quien el día anterior ni siquiera había abierto la boca durante la audiencia, estaba pensando llamar a Josie como testigo.

Notó un cosquilleo en la barriga. Era una emoción para la cual Alex no tenía palabras, el instinto animal que aparece cuando te das cuenta de que alguien a quien amas está atrapado.

McAfee había cometido el pecado imperdonable de involucrar a Josie, y a Alex le daba vueltas la cabeza preguntándose qué podría hacer para hacer que se fuera o incluso expulsarlo. Pensando en ello, ni siquiera le importaba si la venganza estaba dentro o fuera de la ley. Entonces Alex se detuvo de pronto. No sería de Jordan McAfee de quien se ocuparía, sino de Josie. Haría lo que fuera para evitar que volvieran a herir a su hija.

Quizá debería agradecerle a Jordan McAfee que le hubiera hecho darse cuenta de que ya tenía en su interior la materia prima para ser una buena madre.

Alex se sentó frente al portátil y empezó a escribir. El corazón le palpitaba con fuerza cuando se dirigió a la mesa de Eleanor y le entregó la hoja de papel. Es lo normal cuando se está a punto de saltar por el precipicio.

– Tienes que llamar al juez Wagner-dijo Alex.

La orden de búsqueda no estaba a cargo de Patrick, pero cuando oyó que otro oficial decía que iba a pasarse por el juzgado, intervino.

– Yo voy hacia allí-le dijo-. Déjamelo a mí.

En realidad, no tenía que ir hacia el juzgado; y tampoco era tan buen samaritano como para conducir de buena gana sesenta kilómetros en lugar de que lo hiciera otro. Si Patrick quería ir allí era por una única razón: tener una excusa para ver a Alex Cormier.

Estacionó en una plaza vacía y salió del coche, localizando de inmediato el Honda de ella. Eso era bueno. Por lo que sabía, ella no tenía por qué estar en el juzgado ese día. Y entonces se dio cuenta de que había alguien en el coche…y que ese alguien era la jueza.

Estaba quieta, con la mirada fija en el parabrisas. Los limpiaparabrisas estaban conectados, pero no llovía. Ella misma no parecía darse cuenta de que estuviera llorando.

Patrick sintió en la boca del estómago el mismo movimiento desagradable que tenía cuando llegaba a la escena de un crimen y veía las lágrimas de las víctimas. «Llego tarde-pensó-. Otra vez».

Patrick se acercó al coche, pero la jueza no lo vio hacerlo. Cuando golpeó la ventanilla, ella dio un respingo y se enjugó los ojos apresuradamente. Él le pidió con señas que bajase la ventanilla.

– ¿Está bien?-le preguntó.

– Sí, estoy bien.

– No lo parece.

– Entonces deje de mirar-le espetó.

Él se aferró a la puerta del coche con las manos.

– Oiga, ¿quiere que vayamos a hablar a alguna parte? La invito a un café.

La jueza suspiró.

– No puede invitarme a un café.

– Bueno, aun así podemos tomarnos uno.

Rodeó el coche, abrió la puerta del pasajero y se sentó junto a ella.

– Está de servicio-observó Alex.

– Estoy en mi descanso para comer.

– ¿A las diez de la mañana?

Él agarró la llave del tablero, la introdujo y puso el motor en marcha.

– Salga del garaje y gire a la izquierda, ¿está bien?

– ¿Y si no qué?

– Por Dios, ¿no se le ocurre nada mejor que discutir con alguien que lleva una pistola Glock?

Ella se lo quedó mirando un buen rato.

– Tal vez esto pueda ser considerado un asalto-comentó ella empezando a conducir.

– Recuérdeme que luego me arreste a mí mismo-dijo Patrick.

El padre de Alex la educó desde pequeña para que hiciera todo lo mejor posible, y aparentemente ella lo aplicaba también a enojarse. ¿Por qué no apartarse de forma voluntaria del mayor juicio de su carrera, solicitar la baja administrativa y salir a tomar un café con el detective del caso, todo de golpe?

Pero si no hubiera salido con Patrick Ducharme, se dijo a sí misma, no se habría enterado de que el restaurante chino Dragón Dorado abría a las diez de la mañana.

Si no hubiese salido con él, tendría que haberse ido a casa y comenzar su vida de nuevo.

Parecía que todos en el restaurante conocieran al detective, y que no les importase que entrara en la cocina para servirle a Alex una taza de café.

– Lo que ha visto antes-dijo Alex dubitativa-, no…

– No le diré a nadie que se lo estaba pasando bien llorando en el coche.

Ella se quedó mirando la taza que le acababa de servir sin saber cómo responder. Según su experiencia, cuando muestras a los demás que eres débil lo usan contra ti.

– A veces es difícil ser jueza. La gente espera que actúes como tal, incluso cuando estás enferma y lo único que quieres es esconderte en algún sitio para morir, o poner verde a la cajera que te ha devuelto mal el cambio a propósito. No hay mucho margen para errores.

– Su secreto está a salvo-dijo Patrick-. Por mí, nadie de la comunidad policial sabrá que usted tiene emociones.

Alex tomó un sorbo de café y volvió a mirarlo.

– En serio, no pasa nada. Todos tenemos malos días en el trabajo.

– ¿Usted llora en su coche?

– No recientemente, pero se me conocía por volcar los armarios de pruebas en mis ataques de frustración.

Puso un poco de leche en un recipiente y se sentó.

– En realidad no son mutuamente excluyentes.

– ¿El qué?

– Ser un juez y ser humano.

Alex echó un poco de leche.

– Dígaselo a todos los que quieren que me recuse a mí misma.

– ¿No es éste el momento en que me dice que no podemos hablar del caso?

– Sí-dijo Alex-. Sólo que ya no estoy en el caso. Al mediodía se hará público.

Él se puso serio.

– ¿Por eso estaba disgustada?

– No. Ya había tomado la decisión de dejarlo, pero entonces me enteré de que Josie está en la lista de testigos de la defensa.

– ¿Por qué?-preguntó Patrick-. No se acuerda de nada. ¿De qué les puede servir?

– No lo sé-dijo Alex mirándolo-. Pero ¿y si es por mi culpa? ¿Y si el abogado sólo lo ha hecho para sacarme del caso, porque yo era demasiado cabezota para recusarme cuando el asunto se trató por primera vez?-Se avergonzó al darse cuenta de que estaba llorando otra vez. Agachó la cabeza y miró hacia la barra, esperando que Patrick no se diera cuenta-. ¿Y si tiene que ponerse en pie delante de todo el juzgado y revivir ese día?

Patrick le pasó una servilleta para que se enjugase los ojos.

– Lo siento. No suelo ser así.

– Cualquier madre cuya hija haya estado tan cerca de morir tiene derecho a desahogarse-dijo Patrick-. Mire. He hablado dos veces con Josie. Me sé su declaración de memoria. No importa que McAfee la llame a declarar. Nada de lo que pueda decir la perjudicará. Consuélese pensando que ya no tiene que preocuparse por un conflicto de intereses. Lo que Josie necesita ahora mismo es una buena madre, no una buena jueza.

Alex esbozó una sonrisa.

– Me duele que me evite.

– No diga eso.

– Es verdad. Toda mi vida con Josie se ha basado en la pérdida de comunicación.

– Bueno-señaló Patrick-, eso significa que en cierto momento estuvieron conectadas.

– Ninguna de nosotras lo recuerda. Últimamente usted ha tenido mejores conversaciones con Josie que yo-comentó Alex mirando la taza de café-. Todo lo que le digo a Josie le parece mal. Me mira como si yo fuera de otro planeta. Como si ahora no tuviera derecho a actuar como una madre preocupada porque no actuaba como tal antes de que todo esto sucediera.

– ¿Por qué no lo hacía?

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