– ¿No tiene hijos?
– Nunca me he casado.
– ¿Por qué?
Patrick sacudió la cabeza, esbozando una sonrisa.
– No he tenido ocasión.
– Deben de habérsela jugado-dijo la jueza.
Se quedó sorprendido. ¿Acaso era como un libro abierto?
– Supongo que no tiene el monopolio de las facultades detectivescas asombrosas-comentó ella, riendo-. Nosotras lo llamamos intuición femenina.
– Sí, eso le daría de inmediato la placa de policía-dijo observando su mano sin anillo-. Y ¿por qué no está usted casada?
La juez repitió su respuesta.
– No he tenido ocasión.
Sorbió algo de vino en silencio durante un momento mientras Patrick golpeaba la barra con los dedos.
– Ella ya estaba casada-admitió.
La jueza dejó la copa en la mesa, vacía.
– Él también-confesó, y cuando Patrick se dio la vuelta, ella lo miró a los ojos.
Los de ella eran de un gris pálido que evocaba el crepúsculo, el brillo de balas de plata y la llegada del invierno. El color del cielo antes de que un relámpago lo rasgue.
Patrick nunca se había dado cuenta, y pronto supo por qué.
– No lleva anteojos.
– Me encanta saber que Sterling tiene a alguien tan agudo como usted como protector y servidor.
– Usualmente lleva anteojos.
– Sólo cuando trabajo. Las necesito para leer.
«Y cuando yo suelo verla, está trabajando».
Por eso no se había dado cuenta de que Alex Cormier era atractiva. Antes, cuando se encontraban, ella iba a vestida de jueza, con la toga totalmente abotonada. No la había visto inclinada sobre la barra de un bar, como una flor en un invernadero. Nunca le había parecido tan…humana.
– ¡Alex!
La voz les llegó desde atrás. El hombre iba muy elegante, con un buen traje y zapatos de calidad, con las suficientes canas en las sienes como para parecer interesante. Llevaba escrito en la cara que era abogado. Sin duda era rico y estaba divorciado. El tipo de hombre que se pasaría la noche hablando del código penal antes de hacer el amor. El tipo de hombre que duerme en su lado de la cama en lugar de abrazado a ella con tanta fuerza que, incluso aunque se cayesen de la cama seguirían pegados.
«Dios mío-pensó Patrick mirando al suelo-. ¿A qué viene esto?».
¿Qué le importaba con quién se viera Alex Cormier, aunque el tipo fuera lo suficientemente mayor como para ser su padre?
– Whit-dijo ella-, estoy tan contenta de que hayas venido.
Lo besó en la mejilla y luego, dándole aún la mano, se dirigió a Patrick.
– Whit, éste es el detective Patrick Ducharme. Patrick, Whit Hobart.
El hombre tenía un buen apretón de manos, lo que todavía cabreaba más a Patrick. Éste esperó a ver qué más decía la jueza acerca de él, pero de hecho, ¿qué iba a decir? Patrick no era un viejo amigo y tampoco era alguien a quien hubiera conocido en el bar; y no podía mencionar que ambos estaban en el caso Houghton, porque entonces no deberían estar hablando.
Patrick se dio cuenta de que eso era lo que ella había estado intentando decirle todo el rato.
May salió de la cocina con una bolsa de papel doblada y bien cerrada.
– Aquí lo tienes, Pat-dijo-. Te vemos la semana que viene, ¿de acuerdo?
Él sabía que la jueza lo estaba mirando.
– Familia feliz-dijo ella, ofreciéndole como premio de consolación la más pequeña de las sonrisas.
– Ha sido un placer verla, Su Señoría-dijo Patrick con educación.
Abrió la puerta del restaurante con tanta fuerza que golpeó la puerta exterior. Cuando estaba a medio camino del coche, se dio cuenta de que ya no tenía hambre.
La noticia principal en los informativos locales de las 11:00 de la noche era la audiencia en el Tribunal Superior para apartar a la jueza Cormier del caso. Jordan y Selena estaban sentados en la cama, a oscuras, con un tazón de cereales cada uno sobre la barriga, viendo llorar a la madre de una chica parapléjica en la pantalla.
– «Nadie tiene en cuenta a nuestros hijos-decía-. Si el caso se complica por algún asunto legal…bueno, no son lo suficientemente fuertes como para pasar por lo mismo dos veces».
– Ni tampoco Peter-señaló Jordan.
Selena dejó la cuchara.
– Cormier va a quedarse en el caso aunque tuviera que arrastrarse hasta su silla.
– Bueno, tampoco voy a contratar a alguien que le rompa las rodillas, ¿no?
– Vamos a mirar la parte positiva-dijo Selena-. Nada de lo que diga Josie puede perjudicar a Peter.
– ¡Dios mío, tienes razón!
Jordan se incorporó tan rápido que salpicó con leche el edredón. Dejó el tazón en la mesita de noche.
– Es brillante.
– ¿El qué?
– Diana no va a llamar a Josie como testigo de la acusación porque no puede declarar nada que les sea útil. Pero nada me impide llamarla a mí como testigo de la defensa.
– ¿Estás bromeando? ¿Vas a poner a la hija de la jueza en tu lista de testigos?
– ¿Por qué no? Era amiga de Peter y él ha tenido contados amigos. Lo hago de buena fe.
– Pero no puedes…
– No creo que tenga que llamarla. Pero la acusación no va a saberlo-dijo sonriendo a Diana-. Y, a propósito, tampoco la jueza.
Selena también dejó el tazón.
– Si incluyes a Josie en tu lista de testigos…Cormier tiene que abandonar.
– Exactamente.
Selena se abalanzó para tomarle la cara con las manos y darle un beso en los labios.
– Eres diabólicamente bueno.
– ¿Cómo?
– Ya me has oído.
– Sí-dijo Jordan sonriendo-, pero no me importaría nada oírlo de nuevo.
El edredón se deslizó hacia abajo mientras él la abrazaba.
– Mi pequeño glotón-murmuró Selena.
– ¿No fue eso lo que te hizo enamorarte de mí?
Selena se echó a reír.
– Bueno, desde luego no fueron ni tu encanto ni tu gracia, cariño.
Jordan se inclinó sobre Selena, besándola hasta que dejara de burlarse de él, o al menos eso esperaba.
– Vamos a hacer otro niño-susurró él.
– ¡Aún estoy amamantando al primero!
– Entonces vamos a practicar cómo tener otro.
Para Jordan no había nadie en el mundo como su mujer. Escultural e impresionante, la más lista de los dos-aunque nunca lo hubiese admitido ante ella-y tan perfectamente compenetrada con él que casi se veía obligado a abandonar su escepticismo y a creer que los telépatas existían. Enterró la cara en la parte de Selena que más le gustaba: donde la nuca daba paso al hombro, donde su piel tenía el color del jarabe de arce y era incluso más dulce.
– Jordan-dijo-, ¿nunca te preocupas por nuestros hijos? Quiero decir…ya sabes. Haciendo lo que haces…y viendo lo que ves…
– Bueno-dijo poniéndose boca arriba-, acabas de matar el momento.
– Lo digo en serio.
Jordan suspiró.
– Por supuesto que pienso en eso. Me preocupo por Thomas. Y por Sam. Y por cualquier otro que pueda venir.
Se apoyó en un codo para verle los ojos en la oscuridad.
– Pero luego me imagino que los hemos tenido para eso.
– ¿Qué quieres decir?
Él miró por encima del hombro de Selena, hacia la luz verde que parpadeaba en el monitor del bebé.
– Quizá-dijo Jordan-ellos sean los que cambien el mundo.
Whit no había hecho cambiar a Alex de opinión. Ella ya pensaba así cuando se vieron para cenar. No obstante, él fue el ungüento que ella necesitaba para sus heridas, la justificación que temía darse a sí misma.
– A la larga tendrás otro gran caso-le había dicho él-. Pero no recuperarás este momento con Josie.
Alex entró en la oficina con energía, principalmente porque sabía que eso era lo más fácil. Apartarse del caso y escribir la moción para recusarse a sí misma no sería ni con mucho tan terrible como lo que sucedería al día siguiente, cuando ya no fuera la jueza del caso Houghton.
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