Peter partió en dos un lápiz y luego clavó la parte de la goma de borrar en el pan.
– Cumpleaños feliz-cantó en voz baja.
No terminó la canción. ¿Para qué, si ya sabía cómo acababa?
– Eh, Houghton-dijo un funcionario del correccional-, tenemos un regalo para ti.
Detrás de él había un chico no mucho mayor que Peter. Se balanceaba adelante y atrás y llevaba los mocos colgando. El guardián lo metió en la celda.
– Asegúrense de compartir el pastel-dijo antes de irse.
Peter se sentó en la litera de abajo para que el chico entendiera quién mandaba. El otro seguía de pie, con los brazos cruzados, sosteniendo la manta que le habían dado y mirando al suelo. Levantó una mano para ponerse bien los anteojos, y entonces Peter se dio cuenta de que tenía algo raro. Tenía la mirada vidriosa y los labios caídos que tienen algunos retrasados mentales.
Se dio cuenta de por qué lo habían metido en su celda: habían pensado que a él no se le ocurriría cogérselo.
Peter apretó los puños.
– Eh, tú-dijo.
El chico levantó la cabeza hacia Peter.
– Tengo un perro-dijo-. ¿Tienes un perro?
Peter se imaginó a los funcionarios del correccional observando el numerito por el circuito cerrado de vídeo, para ver cómo se las apañaba.
Para ver algo, y punto.
Alargó la mano y le quitó los lentes de la nariz. Eran tan gruesos como el culo de una botella, con montura negra de plástico. El chico comenzó a chillar, tomándose la cara. Sus gritos parecían una sirena.
Peter tiró los anteojos al suelo y los pisoteó, pero con las chancletas de goma apenas les hizo nada. Así que los tomó y los golpeó contra los barrotes de la celda, hasta que el cristal se hizo añicos.
Entonces llegaron los guardias para alejar a Peter del chico, aunque en realidad ni lo había tocado. Lo esposaron mientras los otros reclusos lo animaban, y se lo llevaron a rastras a la oficina del superintendente.
Se sentó encorvado en una silla, respirando aceleradamente. Un guarda lo vigiló hasta que llegó el superintendente.
– ¿Qué ha pasado, Peter?
– Es mi cumpleaños-dijo Peter-. Quería estar solo.
Se dio cuenta de que lo curioso era que, antes del tiroteo, creía que lo mejor del mundo era estar solo, para que nadie pudiera decirle que era un inadaptado. Pero como terminó por ver-y no iba a decírselo al superintendente-tampoco le gustaba mucho su propia compañía.
El superintendente empezó a hablar de una acción disciplinaria. De cómo lo afectaría algo así en caso de condena. De los pocos privilegios que aún le quedaban. Peter dejó de prestarle atención a propósito.
Pensó en cómo se irritarían todos cuando se hablara de ese incidente por televisión durante una semana.
Pensó en el síndrome de víctima acosada del cual le había hablado Jordan y se preguntó si se lo creía, si alguien se lo creería.
Pensó en por qué ninguno de los que lo habían visitado en la cárcel-ni su madre ni su abogado-había dicho lo que pensaban: que Peter estaría encerrado de por vida, que moriría en una celda.
Pensó en que lo mejor sería terminar su vida con una bala.
Pensó en que, de noche, se oían las alas de los murciélagos golpear las esquinas de cemento de la cárcel, y los gritos. Nadie era tan tonto como para llorar.
A las 9:00 de la mañana del sábado, cuando Jordan abrió la puerta, todavía llevaba los pantalones del pijama.
– Tiene que ser una broma-dijo.
La jueza Cormier esbozó una sonrisa.
– Siento que hayamos empezado con mal pie-replicó-, pero ya sabe cómo son las cosas cuando es un hijo el que tiene problemas…No se piensa con claridad.
Ella estaba en pie, con su mini-yo al lado. «Josie Cormier», pensó Jordan mientras miraba a la chica, que temblaba como una hoja. El pelo castaño le caía por los hombros, y sus ojos azules no se atrevían a mirarlo a la cara.
– Josie está muy asustada-dijo la jueza-. Me preguntaba si podríamos sentarnos un momento…quizá usted pueda tranquilizarla acerca de prestar testimonio. Escuche si lo que ella sabe puede servir siquiera para el caso.
– ¿Jordan? ¿Quién es?
Él se dio la vuelta y vio a Selena en el recibidor, con Sam en los brazos. Ella llevaba un pijama de franela que no podría haber sido más formal.
– La jueza Cormier se preguntaba si podríamos hablar con Josie acerca de su testimonio-dijo él detenidamente, intentado telegrafiarle con desesperación que se encontraba en un apuro, ya que todos sabían, quizá con la excepción de Josie, que la única razón por la cual él había hecho pública la intención de llamarla era para sacar a Cormier del caso.
Jordan volvió a dirigirse a la juez.
– Mire, aún no me he planteado ese punto.
– Estoy segura de que es porque si la llama como testigo sabe lo que quiere de ella…de otro modo, no la habría incluido en la lista-señaló Alex.
– ¿Por qué no llama a mi secretaria y acuerda una cita?
– Pensaba resolverlo ahora-dijo la jueza Cormier-. Por favor. No estoy aquí como juez. Sólo como madre.
Selena dio un paso al frente.
– Venga, entren-dijo usando el brazo libre para rodear a Josie por los hombros-. Tú debes de ser Josie, ¿verdad? Éste es Sam.
Josie sonrió al bebé con timidez.
– Hola, Sam.
– Cariño, ¿por qué no traes un poco de café o jugo para la jueza?
Jordan se quedó mirando a su mujer, preguntándose qué demonios estaba haciendo.
– Vamos, entren.
Afortunadamente, la casa no tenía el mismo aspecto que la primera vez que Cormier se había presentado sin avisar. No había platos por lavar, las mesas no estaban llenas de papeles y los juguetes estaban misteriosamente desaparecidos. Jordan podía decir que su mujer era una obsesa del orden. Ofreció una de las sillas de la cocina a Josie, y luego le ofreció otra a la jueza.
– ¿Cómo quiere el café?-preguntó él.
– No hace falta que nos prepare nada-dijo Alex tomando la mano de su hija por debajo de la mesa.
– Sam y yo nos vamos a jugar al salón-intervino Selena.
– ¿Por qué no se quedan aquí?-preguntó Jordan con una mirada que suplicaba que no lo dejase solo para que lo destripasen.
– Es mejor que no te molestemos-insistió Selena llevándose al bebé.
Jordan se sentó con pesadez al otro lado de la mesa. Era bueno improvisando. Seguro que podría salir de aquello.
– Bueno-dijo-, no es nada de lo que tengas que asustarte. Sólo iba a hacerte unas preguntas básicas acerca de tu amistad con Peter.
– No somos amigos-dijo Josie.
– Sí, lo sé. Pero lo fueron. Me interesa la primera vez que se vieron.
Josie miró a Alex.
– En la guardería, o incluso antes.
– Bien. ¿Jugaban en tu casa? ¿En la suya?
– En las dos.
– ¿Había otros amigos que salieran con ustedes?
– No-dijo Josie.
Alex escuchaba, pero no podía evitar prestar atención como abogada a las preguntas de McAfee. «No tiene nada-pensó-. Esto no es nada».
– ¿Cuándo dejaron de verse?
– En sexto-contestó Josie-. Sencillamente, comenzamos a tener gustos distintos.
– ¿Tuviste algún contacto con Peter tras eso?
Josie se acomodó en la silla.
– Sólo en los pasillos, cosas así.
– También trabajaste con él, ¿verdad?
Josie volvió a mirar a su madre.
– No mucho tiempo.
Tanto la madre como la hija se lo quedaron mirando, esperando, lo que era terriblemente divertido, porque Jordan estaba improvisándolo todo.
– ¿Qué hay de la relación entre Matt y Peter?
– No tenían ninguna relación-dijo Josie ruborizándose.
– ¿Matt le hizo algo a Peter que pudiese haberlo molestado?
– Quizá.
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