Jodi Picoult - Diecinueve minutos

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Peter Houghton es un estudiante de 17 años en Sterling, New Hampshire, que lleva tiempo sufriendo los abusos verbales y físicos de sus compañeros de clase. Su única amiga, Josie Cormier, ha sucumbido a la presión del grupo y ahora pertenece a la élite popular que habitualmente lo acosa. Un último incidente lleva a Peter al límite y lo empuja a cometer un acto de violencia que cambiará para siempre la vida de los habitantes de Sterling. Incluso aquellos que no se encontraban en la escuela aquella mañana vieron sus vidas supendidas, incluyendo a Alex Cormier.

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Alex se cruzó de brazos, no porque tuviera frío sino porque no recordaba la última vez que había sentido esa luz interior, como si su cuerpo alojara un segundo sistema solar. Observó a Patrick sacar dos copas de vino de un armario y servirlo.

– Por ser una civil-dijo él brindando.

El vino era delicioso y tenía cuerpo. Era como el terciopelo. Como el otoño. Alex cerró los ojos. Le habría gustado aferrarse al momento, ensancharlo y completarlo hasta que cubriese todos los que había vivido antes.

– Y bien, ¿qué se siente al estar desempleada?-preguntó Patrick.

Ella permaneció pensativa un momento.

– Hoy he hecho un sándwich de queso gratinado sin quemar la sartén.

– Espero que lo hayas enmarcado.

Alex sonrió, sintiendo que se disolvía en la estela de sus pensamientos.

– ¿Alguna vez te sientes culpable?-le preguntó a Patrick.

– ¿Por qué?

– Por, durante un segundo, casi olvidar todo lo que sucedió.

Patrick dejó su copa.

– A veces, cuando repaso las pruebas y veo una huella, una foto o un zapato que pertenecieron a uno de los chicos que murieron, me tomo cierto tiempo para mirarlo. Parece una tontería, pero es como si alguien tuviera que hacerlo, de manera que se los recuerde uno o dos segundos más-dijo mirándola-. Cuando alguien muere, su vida no es la única que se detiene en ese momento, ¿sabes?

Alex vació de un trago su copa de vino.

– Dime cómo la encontraste.

– ¿A quién?

– A Josie. Ese día.

Patrick la miró a los ojos, y Alex supo que él estaba sopesando su derecho a saber por lo que su hija había pasado, frente a su deseo de mantenerla al margen de una verdad que la heriría en lo más profundo.

– Ella estaba en los vestuarios-contestó en voz baja-. Y pensé…pensé que también estaba muerta, porque estaba cubierta de sangre, boca abajo, junto a Matt Royston. Pero entonces se movió y…-Se le quebró la voz-. Fue lo más bonito que he visto nunca.

– Sabes que eres un héroe, ¿verdad?

Patrick sacudió la cabeza.

– Soy un cobarde. El único motivo por el cual entré en ese edificio fue porque, de no hacerlo, sabía que tendría pesadillas el resto de mi vida.

Alex se estremeció.

– Yo tengo pesadillas, y ni siquiera estuve allí.

Él le quitó la copa y le tomó la mano, como si fuera a leerle la palma de la mano.

– Quizá deberías dormir menos-dijo entonces Patrick.

De cerca, la piel de él olía a menta. Alex sentía los latidos de su propio corazón a través de las puntas de los dedos. Imaginó que él también los sentiría.

Alex no sabía qué sucedería, qué era lo que tenía que suceder, pero sería azaroso, impredecible, incómodo. Estaba preparándose para apartarse de él cuando las manos de Patrick la sujetaron.

– Deja de actuar como jueza, Alex-susurró, y la besó.

Cuando él se apartó, ella estaba en medio de una tormenta de colores, excitación y sensaciones. Lo único que podía hacer era permanecer allí y esperar a que la tormenta amainase. Alex cerró los ojos y se preparó para lo peor, pero eso no llegó. Simplemente fue algo distinto. Más confuso, más complicado. Ella dudó, y luego le devolvió el beso a Patrick, deseando reconocer que tienes que perder el control antes de darte cuenta de lo que te has perdido.

EL MES ANTERIOR

Cuando se ama a alguien, hay un patrón en el modo en que uno se acerca al otro. Puede que ni siquiera se sea consciente de ello, pero los cuerpos ejecutan una coreografía: un toque en la cadera, un movimiento del cabello. Un beso en staccato, separación, un beso más largo, la mano que se desliza bajo la camisa. Es una rutina, pero no en el sentido aburrido de la palabra. Es la forma en que se ha aprendido a encajar mutuamente, y ésa es la razón por la que, cuando se ha estado con un chico mucho tiempo, los dientes no chocan en el beso, ni las narices ni los codos.

Matt y Josie tenían un patrón. Cuando comenzaron a salir, él se inclinó hacia ella y la miró como si no fuera capaz de ver ninguna otra cosa en el mundo. Era hipnotismo, Josie se dio cuenta, porque al cabo de un momento también ella se sintió así. Luego, él la besó, tan lentamente que ella apenas sintió presión en la boca, hasta que fue la propia Josie la que presionó contra él pidiendo más. Él la acarició, desde la boca hasta el cuello, del cuello a los pechos y luego sus dedos llevarían a cabo una incursión por debajo de la cintura de sus tejanos. Esa primera vez todo el asunto duró alrededor de diez minutos; luego Matt se dio la vuelta para agarrar el condón de su cartera para que pudieran tener sexo.

Las veces posteriores habían seguido un esquema muy parecido. No es que a Josie le molestase. Para ser franca, el patrón le gustaba. Se sentía como en una montaña rusa, subiendo, consciente de qué era lo que venía a continuación, la bajada; y sabiendo también que no podría hacer nada para detenerlo.

Estaban en el salón, a oscuras, con la televisión encendida para que hiciera ruido de fondo. Matt ya le había quitado la ropa, y ahora se inclinaba sobre ella como una ola marina, bajándose los calzoncillos. Se liberó de ellos y se metió entre las piernas de Josie.

– Eh-dijo ella, mientras él intentaba penetrarla-, ¿no estás olvidándote de algo?

– Oh, Jo. Sólo por una vez quiero que no haya nada entre nosotros.

Sus palabras podían hacer que ella se derritiese, casi tanto como cuando la besaba o la tocaba; a esas alturas lo sabía perfectamente. Por otra parte, odiaba el olor a goma que impregnaba el aire desde el momento en que él rasgaba el envoltorio del preservativo, y que permanecía en sus manos hasta que terminaban. Y, Dios, ¿había algo mejor que sentir a Matt dentro de ella? Josie se levantó sólo un poco, sintió su cuerpo adaptarse al de él y sus piernas temblaron.

Cuando Josie tuvo su primera regla, a los doce, su madre no le dio la típica charla íntima entre madre e hija. En lugar de eso, le entregó a Josie un libro sobre probabilidades y estadísticas.

– Cada vez que tienes sexo, puedes quedarte embarazada o puedes no quedarte embarazada-dijo su madre-. Eso es cincuenta y cincuenta. Así que no te engañes pensando que si lo haces una vez sin protección las probabilidades están a tu favor.

Josie empujó a Matt.

– Creo que no debemos hacer esto-susurró ella.

– ¿Tener sexo?

– Tener sexo sin…ya sabes, nada.

Él estaba decepcionado, Josie lo sabía por el modo en que su cara se paralizó por un solo instante. Pero salió de ella y rebuscó en su cartera; encontró un condón. Josie se lo quitó de las manos, abrió el paquete y ayudó a que él se lo pusiera.

– Un día…-comenzó, luego él la besó y ella olvidó qué era lo que iba a decirle.

Lacy había comenzado a echar maíz en el patio trasero en noviembre, para ayudar a los ciervos durante el invierno. Había muchos vecinos que fruncían el cejo ante la actitud de echar una mano artificialmente durante el invierno-la mayoría era la misma gente cuyos jardines eran destrozados en verano por los ciervos que sobrevivían-, pero para Lacy, tenía que ver con el karma. Mientras Lewis insistiera en cazar, ella haría lo mínimo que pudiera para compensar sus acciones.

Se puso las pesadas botas-todavía había mucha nieve en el suelo, aunque ya hacía suficiente calor como para que la savia comenzara a fluir, lo que quería decir que, al menos en teoría, la primavera estaba llegando. Tan pronto como Lacy salió, pudo oler el jarabe de arce refinándose en la cabaña en la que lo hacían sus vecinos, como cristales de dulce en el aire. Cargó el cubo de maíz hacia el columpio que había en el patio de atrás; una estructura de madera en la que los muchachos se habían balanceado cuando eran pequeños y que Lewis nunca se había molestado en quitar.

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