– ¿Puedes ser más específica?
Sacudió la cabeza, apretando los labios con fuerza.
– ¿Cuándo fue la última vez que viste a Matt y a Peter juntos?
– No me acuerdo-susurró Josie.
– ¿Se pelearon?
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
– No lo sé.
Miró a su madre, y entonces, se inclinó sobre la mesa lentamente, ocultando la cara en su propio brazo.
– Cariño, ¿por qué no me esperas en la otra habitación?-dijo la jueza con voz calma.
Observaron a Josie mientras se sentaba en una silla del salón, enjugándose los ojos e inclinándose hacia adelante, para ver jugar al bebé.
– Mire-dijo la jueza Cormier-, estoy fuera del caso. Sé que por eso la puso en la lista de testigos aun sin tener intención de llamarla a declarar. Pero ahora no le estoy hablando de eso. Le estoy hablando de madre a padre. Si le doy una declaración firmada por Josie, diciendo que no recuerda nada, ¿podría replantearse lo de llamarla a declarar?
Jordan echó un vistazo hacia el salón. Selena había hecho que Josie se sentara en el suelo, con ella. Estaba empujando un avión de juguete hacia los pies de Sam. Cuando él se echó a reír con ese sonido puro que sólo los bebés tienen, Josie también sonrió un poco. Selena miró a Jordan a los ojos y arqueó las cejas de forma interrogativa.
Él tenía lo que quería: la recusación de Cormier. Podía ser gene-roso con ella.
– De acuerdo-le dijo-. Deme esa declaración.
– Cuando te dicen que hiervas la leche-dijo Josie frotando con otro trapo el ennegrecido fondo del recipiente-, no creo que se refieran a esto.
Su madre agarró una servilleta.
– Bueno, ¿y cómo iba a saberlo?
– Quizá deberíamos empezar por algo más fácil que el budín-sugirió Josie.
– ¿Como qué?
– ¿Una tostada?-dijo sonriendo.
Con su madre en casa durante el día, Josie no tenía descanso. De momento, Alex se encargaba de la cocina, lo que era una buena idea sólo si se trabajaba para el departamento de bomberos y se quería un trabajo seguro. Ni siquiera cuando su madre seguía la receta el resultado era el esperado, de manera que Josie, inevitablemente, terminaba haciéndole confesar que había usado levadura en lugar de soda en polvo, o harina de trigo entero en lugar de harina de maíz; «No teníamos», se quejaba.
Al principio, Josie le sugirió clases de cocina nocturnas por motivos de supervivencia. Cuando su madre depositaba en la mesa un ladrillo de carne carbonizada con la misma reverencia sagrada que le habría dedicado al Santo Grial, ella se quedaba sin palabras. Aunque al final resultó divertido. Cuando su madre no actuaba como si lo supiera todo-porque de cocina no tenía ni idea-, era francamente divertido estar con ella. Josie se lo pasaba bien sintiendo que controlaba la situación. Cualquier situación, aunque estuvieran haciendo un budín de chocolate, o fregando los restos del fondo de la cacerola.
Esa noche hicieron pizza, y Josie lo consideró un éxito, hasta que su madre intentó sacarla del horno y, a medio camino, se le dobló sobre la rejilla, lo que quería decir que esa noche cenarían queso gratinado. Tomaron además ensalada preparada, algo que su madre no podía arruinar por más que lo intentase. Pero a causa del desastre con el budín se quedarían sin postre.
– ¿Cómo conseguiste ser Julia Child?-preguntó su madre.
– Julia Child está muerta.
– Nigella Lawson, entonces. Emeril. Lo que sea.
Josie se encogió de hombros, cerró el grifo y se quitó los guantes amarillos de plástico.
– Estaba harta de sopa-dijo.
– ¿No te dije que no encendieras el horno cuando no estuviera en casa?
– Sí, pero no te hice caso.
Una vez, cuando Josie estaba en quinto, los alumnos tuvieron que hacer un puente con palos de polos. La idea era elaborar un diseño que pudiera resistir mucha presión. Josie recordaba haber ido hasta el puente del río Connecticut para estudiar los arcos, las riostras y los soportes de los puentes reales, intentando reproducirlos luego lo mejor posible. Al final de la asignatura, vinieron dos miembros del Cuerpo de Ingenieros del Ejército con una máquina especialmente diseñada para someter los puentes a peso y presión, y dilucidar cuál era el más fuerte.
Los padres estaban invitados a la prueba. La madre de Josie estaba en el juzgado, la única madre que no estaba presente ese día. O eso era lo que había recordado Josie hasta ese momento, porque luego se acordó de que su madre sí había estado allí…durante los últimos diez minutos. Se había perdido la prueba de Josie, durante la cual los palos se astillaron y chirriaron antes de reventar de una manera catastrófica, pero había llegado a tiempo para ayudarla a recoger los pedazos.
La cacerola plateada brillaba. La botella de leche estaba medio llena.
– Podríamos comenzar de nuevo-sugirió Josie.
Al no obtener respuesta, Josie se dio la vuelta.
– Me gustaría-contestó su madre en voz baja, pero en ese momento ninguna de las dos estaba hablando ya de cocinar.
Alguien llamó a la puerta, y la conexión entre ellas, frágil como una mariposa que se posa en la mano, se rompió.
– ¿Esperas a alguien?-preguntó la madre de Josie.
No esperaba a nadie, pero fue a ver de todos modos. Cuando Josie abrió la puerta, se encontró allí al detective que la había entrevistado.
¿No es cierto que los detectives se presentan sólo cuando tienes problemas serios?
«Respira, Josie», se dijo a sí misma. Pero cuando su madre se acercó a ver quién era, se dio cuenta de que él llevaba una botella de vino.
– Oh-dijo su madre-, Patrick.
«¿Patrick?»
Josie se dio la vuelta y vio que su madre se había ruborizado.
Él le dio la botella de vino.
– Ya que parece haber un muro de contención entre nosotros…
– Bueno-dijo Josie, incómoda-, voy a…estudiar arriba.
Dejó a su madre preguntándose cómo iba a hacerlo, dado que había terminado los deberes antes de la hora de cenar.
Subió la escalera de prisa, pisando con fuerza para no oír lo que su madre estaba diciendo. En su habitación, subió la música del reproductor de CD al máximo, se tumbó en la cama y se quedó mirando el techo.
El toque de queda de Josie era a medianoche, aunque en esos momentos ni siquiera saliese. Antes, el trato era así: Matt dejaba a Josie en casa a medianoche. En contrapartida, la madre de Josie desaparecía a partir del momento en que entraban en casa. Se iba al piso de arriba para que ella y Matt pudieran estar a sus anchas en el salón. Josie no tenía ni idea de cuál era el razonamiento de su madre para comportarse así, a menos que considerase que era más seguro para Josie hacer lo que fuera en su propio salón en lugar de en el coche o bajo las gradas. Recordaba cómo Matt y ella se habían abrazado en la oscuridad, con sus cuerpos fundiéndose mientras medían el silencio. Saber que, en cualquier momento, su madre podría bajar por un vaso de agua o una aspirina sólo lo hacía mucho más excitante.
A las tres o las cuatro de la madrugada, con los ojos vidriosos y la barbilla enrojecida por el roce de la incipiente barba de él, Josie daba un beso de buenas noches a Matt en la puerta delantera. Se quedaba mirando las luces traseras del coche mientras desaparecían, como el brillo de un cigarro que se apaga. Subía de puntillas al piso de arriba y pasaba por delante de la habitación de su madre, pensando: «No tienes ni idea de lo que hago».
– Si no permito que me invites a una copa-dijo Alex-, ¿qué te hace pensar que aceptaré una botella de vino?
Patrick sonrió.
– No te la estoy dando. Voy a abrirla, y tú puedes beber si quieres.
Dicho eso entró en la casa, como si conociera el camino. Entró en la cocina, husmeó dos veces-todavía olía a cenizas de corteza de pizza y a leche quemada-, y empezó a abrir y cerrar cajones al azar hasta que encontró un sacacorchos.
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