Estaba buena. Peter se dio cuenta de inmediato. En lugar de llevar un suéter informe de talla grande, se había puesto una ajustada blusa de botones. Si se inclinaba hacia adelante, incluso podía verle el escote.
Tenía el pelo espeso, largo y rizado, y ojos marrones. A Peter le costaba creer que alguien se hubiese burlado de ella en el instituto. Pero estaba sentada frente a él, eso seguro, y a duras penas podía mirarlo a los ojos.
– No puedo creerlo-dijo, acercando la punta de los pies hasta la línea roja que los separaba-. No puedo creer que esté aquí contigo.
Peter hizo como si no fuera la primera vez que oía eso.
– Sí-dijo-, está bien que hayas venido.
– Por Dios, era lo mínimo que podía hacer-dijo Elena.
Peter pensó en las historias que había oído acerca de admiradoras que se habían comenzado a cartear con presos y que, a la larga, se habían casado con ellos en una ceremonia en la prisión. Pensó en el oficial del correccional que había acompañado a Elena, y se preguntó si estaría contándoles a los demás que una que estaba buena estaba visitando a Peter Houghton.
– No te importa que tome notas, ¿verdad?-preguntó Elena-. Es para mi trabajo.
– Está bien.
La vio sacar un lápiz y aguantarlo con la boca mientras abría un cuaderno de notas por una página en blanco.
– Bueno, como te dije, estoy escribiendo acerca de los efectos del acoso.
– ¿Por qué?
– Bueno, a veces, cuando estaba en el instituto, pensaba que lo mejor sería matarme en lugar de volver a clase al día siguiente, me parecía más fácil. Imaginé que si a mí se me ocurría, tenía que haber más gente que también lo pensase…y así fue como tuve la idea.
Ella se inclinó hacia adelante-alerta de escote-y miró a Peter fijamente.
– Espero poder publicarlo en una revista de psicología o algo así.
– Eso está bien.
Él hizo una mueca. Demonios, ¿cuántas veces iba a decir que algo estaba bien? Seguramente estaba quedando como un retrasado mental.
– Bueno, quizá pudieras comenzar diciéndome cuán a menudo te sucedía. El acoso, quiero decir.
– Cada día, supongo.
– ¿Qué tipo de cosas te hacían?
– Lo usual-dijo Peter-. Meterme dentro de un casillero. Tirarme los libros por la ventanilla del autobús.
Le contó la letanía que ya le había contado a Jordan miles de veces: cómo le daban codazos mientras subía la escalera, cómo le quitaban los anteojos y se los rompían, cómo lo insultaban constantemente.
A Elena se le humedecieron los ojos.
– Eso tiene que haber sido muy duro.
Peter no sabía qué decir. Quería mantenerla interesada en su historia, pero no al precio de hacerle creer que era un debilucho. Se encogió de hombros, esperando que fuera respuesta suficiente.
Ella dejó de escribir.
– Peter, ¿puedo preguntarte algo?
– Claro.
– ¿Incluso si está fuera de lugar?
Peter asintió.
– ¿Planeaste matarlos?
Ella volvió a inclinarse hacia adelante, con los labios abiertos, como si lo que Peter iba a decir fuera una hostia, una comunión que llevase toda la vida esperando. Peter oía los pasos de un guardia que pasaba por la puerta que tenía detrás, casi podía saborear el aliento de Elena. Quería darle la respuesta correcta, una que sonase lo suficientemente peligrosa como para que se quedase intrigada y quisiera volver.
Él sonrió de una manera que fuera algo seductora.
– Digamos que aquello tenía que terminar-contestó.
Las revistas de la consulta del dentista de Jordan llevaban allí una eternidad. Eran tan viejas, que la famosa que se casaba en la portada ya se había divorciado de ese marido; tanto, que el presidente nombrado Hombre del Año ya había dejado la presidencia. En ese momento, al toparse con el último número de Time mientras esperaba su cita para un empaste, Jordan se dio cuenta de que se hallaba ante un hecho extraordinario.
INSTITUTO: ¿EL NUEVO FRENTE DE BATALLA?, decía la portada, y había una imagen del de Sterling tomada desde un helicóptero, con los chicos saliendo disparados por todas las salidas posibles del edificio. Hojeó distraídamente el artículo y las secciones, sin esperar encontrar nada que no supiera ya o que no hubiera leído en los informes, pero un subtítulo le llamó la atención.
«En la mente del asesino», leyó, y vio aquella fotografía tan usada de Peter, sacada del libro escolar de octavo.
Empezó a leer.
– Maldición-dijo poniéndose en pie y dirigiéndose hacia la puerta.
– Señor McAfee-dijo la enfermera-, es su turno.
– Tengo que cambiarlo…
– De acuerdo, pero no puede llevarse nuestra revista.
– Añádala a mi cuenta-le soltó Jordan antes de echar a correr hacia el coche.
El móvil sonó justo al encender el motor. Esperaba que fuera Diana Leven, pavoneándose de su buena suerte, pero era Selena.
– Oye, ¿has terminado con el dentista? Necesito que te pases por CVS y que compres pañales de regreso a casa. Me voy.
– No voy a casa. Tengo un asunto serio ahora.
– Cariño-dijo Selena-, no hay asuntos más serios.
– Te lo explicaré luego-dijo Jordan.
Apagó el móvil, de manera que, aunque Diana llamara, no pudiera encontrarlo.
Llegó a la cárcel en veintiséis minutos, un récord personal, y se dirigió raudo hacia la entrada. Una vez allí, pegó la revista que llevaba contra el plástico que lo separaba del policía que lo estaba registrando.
– Necesito entrar esta publicación para enseñársela a mi cliente-dijo Jordan.
– No puede ser-dijo el oficial-. No puede entrar nada que tenga grapas.
Irritado, Jordan se apoyó la revista en la pierna y le arrancó las grapas.
– Ya está. ¿Puedo ver ahora a mi cliente?
Lo acompañaron a la misma sala de siempre, y se quedó dando vueltas mientras esperaba a Peter. Cuando llegó, Jordan golpeó la mesa con la revista abierta por la página del artículo.
– ¿Qué carajo estabas haciendo?
Peter se quedó con la boca abierta.
– Ella…¡Nunca dijo que escribía para Time !-dijo con la mirada clavada en la página-. No puedo creerlo-murmuró.
Jordan sentía que la sangre se le subía a la cabeza. Con toda seguridad, así era como la gente sufría apoplejías.
– ¿Te das cuenta de lo serias que son las acusaciones contra ti? ¿De lo mal que lo tienes? ¿De las pruebas que hay en contra?-Golpeó la página del artículo con la mano abierta-. ¿Crees que esto te hace parecer más simpático?
Peter frunció el cejo.
– Bueno, gracias por la lectura. Quizá si hubiese estado aquí para ahorrármelo hace unas semanas, no estaríamos discutiendo ahora.
– Oh, perfecto-replicó Jordan-. Consideras que no vengo lo suficiente, de manera que decides vengarte de mí hablando con la prensa.
– No era de la prensa. Era mi amiga.
– ¿Sabes?-dijo Jordan-, tú no tienes amigos.
– Dígame algo que no sepa-contestó Peter.
Jordan abrió la boca para gritarle de nuevo, pero no pudo. La sinceridad de su frase lo golpeó, ya que recordó la entrevista que Selena había mantenido esa misma semana con Derek Markowitz. Los amigos de Peter lo habían abandonado, o traicionado, o habían difundido sus secretos por todas partes.
Si de verdad quería hacer bien aquel trabajo, no podía limitarse a ser su abogado. Tenía que ser su confidente, y hasta la fecha lo único que había hecho era darle falsas esperanzas, como todos los demás en su vida.
Jordan se sentó cerca de Peter.
– Mira-dijo en voz baja-, no puedes volver a hacer algo así. Si alguien se pone en contacto contigo otra vez, por cualquier motivo, tienes que decírmelo. Por mi parte, vendré a verte más a menudo. ¿De acuerdo?
Читать дальше