Jordan se imaginó que no serviría de nada decirle a Ruth que tenía un aspecto magnífico ese día, ni hacerla reír con un chiste de rubias tontas, ni dar la lata con su brillante currículo como abogado defensor.
– Es una emergencia familiar-dijo.
– Su familia tiene una emergencia psicológica-repitió Ruth con énfasis.
– Nuestra familia-improvisó Jordan-. Soy el hermano del doctor Wah.
Cuando Ruth se lo quedó mirando, Jordan añadió:
– El hermano adoptado del doctor Wah.
Ella arqueó una fina ceja y apretó un botón del intercomunicador. Un momento después dijo:
– Doctor, un hombre que dice ser su hermano ha venido a verlo.
Colgó el teléfono.
– Dice que puede pasar.
Jordan abrió la pesada puerta de caoba y se encontró a King comiendo un sándwich, con los pies sobre la mesa.
– Jordan McAfee-dijo sonriendo-. Debería habérmelo imaginado. Dime, ¿cómo está mamá?
– ¿Cómo voy a saberlo? Siempre te prefirió a ti-bromeó Jordan mientras se acercaba a darle la mano a King-. Gracias por recibirme.
– Tenía que averiguar quién era el jeta que se atrevía a hacerse pasar por mi hermano.
– «Jeta»-repitió Jordan-. ¿Lo aprendiste en la universidad china?
– Exacto.
Hizo un ademán a Jordan para que se sentase.
– ¿Cómo va todo?
– Bien-contestó Jordan-. Bueno, quizá no tan bien como te va a ti. No puedo poner «Juzgado TV» sin ver tu cara en la pantalla.
– Desde luego tengo mucho trabajo. De hecho, faltan diez minutos para mi siguiente cita.
– Lo sé. Por eso me la he jugado. Quiero que evalúes a mi cliente.
– Jordan, óyeme, sabes que lo haría, pero estoy dando cita para dentro de seis meses.
– Éste es diferente, King. Se lo acusa de varios asesinatos.
– ¿Asesinatos?-dijo King-. ¿A cuántos maridos ha matado?
– A ninguno, y no es una mujer. Es un hombre. Un chico. Lo acosaron durante años, hasta que perdió el control y entró disparando en el Instituto Sterling.
King le ofreció la mitad de su sándwich de atún a Jordan.
– De acuerdo, hermanito-dijo-. Hablemos durante el almuerzo.
Josie observó desde el desnudo suelo de baldosas grises hasta las paredes de color ceniza, desde las barras de hierro que aislaban a los policías de guardia del área de descanso hasta la puerta pesada, con su cerradura automática. Era como una celda, y se preguntó si el policía que estaba dentro había pensado alguna vez en la ironía. Entonces, tan pronto como la imagen de la cárcel apareció en su mente, Josie pensó en Peter y volvió a asustarse.
– No quiero estar aquí-dijo volviéndose hacia su madre.
– Lo sé.
– ¿Por qué sigue queriendo hablar conmigo? Ya le he dicho que no recuerdo nada.
Habían encontrado su carta en el buzón. El detective Ducharme tenía «más preguntas» que hacerle. Para Josie, eso significaba que ahora el hombre debía de saber algo que no sabía la primera vez que la interrogó. Su madre le explicó que una segunda entrevista era sólo la manera que tenía la acusación de comprobar que el testigo era coherente, no significaba nada, pero que tenía que ir a la comisaría de todos modos. Dios no permitiera que Josie fuera la que diese al traste con la investigación.
– Lo único que tienes que hacer es volver a decirle que no recuerdas nada…y ya está-dijo su madre poniendo con suavidad la mano en la rodilla de Josie, que estaba temblando.
Lo que Josie quería era levantarse, salir por la puerta de la comisaría y echar a correr. Quería correr sin parar, atravesar el garaje, la calle, los campos de juego de la escuela y meterse en el bosque que lindaba con el estanque del pueblo, hacia las montañas que a veces veía desde su habitación si las hojas de los árboles se habían caído; llegar tan alto como pudiera. Y luego…
Y luego quizá extendiese los brazos y saltase por el borde del mundo.
¿Y si todo aquello estuviera preparado?
¿Y si el detective Ducharme ya lo supiese…todo?
– Josie-dijo una voz-. Muchas gracias por venir.
Ella levantó la mirada y vio al detective frente a ella. Su madre se puso en pie. Josie lo intentó, lo intentó de veras, pero no encontró el coraje para hacerlo.
– Jueza, le agradezco que haya acompañado a su hija.
– Josie está muy disgustada por esto-dijo su madre-. Sigue sin poder recordar nada de ese día.
– Eso tengo que oírlo de la propia Josie.
El detective se arrodilló para poder mirarla a los ojos. Josie se dio cuenta de que tenía unos ojos bonitos. Un poco tristes, como los de un perro basset. Eso hizo que se preguntara cómo sería oír todas esas historias de boca de las víctimas y no poder evitar absorberlas por ósmosis.
– Te prometo que no nos llevará mucho-le dijo amablemente.
Josie comenzó a imaginar cómo sería cuando la puerta a la sala de entrevistas se cerrase, si las preguntas se acumularían como la presión en una botella de champán. Se preguntó qué le dolía más, no recordar lo que había pasado, por más que intentase llevarlo a su mente, o recordar cada pequeño y horrible detalle.
Con el rabillo del ojo, Josie vio que su madre se volvía a sentar.
– ¿No vienes conmigo?
La última vez que el detective había hablado con ella, su madre había puesto la misma excusa; era jueza, no podía estar presente en el interrogatorio policial. Pero luego habían tenido aquella conversación tras la comparecencia. Su madre se había desvivido para que Josie comprendiera que actuar como jueza en aquel caso no excluía actuar como madre. O, en otras palabras, Josie había sido lo suficientemente estúpida como para pensar que las cosas entre ellas habían empezado a cambiar.
La boca de su madre se abría y cerraba como la de un pez fuera del agua. «¿Te sientes incómoda?-pensó Josie con palabras que le golpeaban la mente-, bienvenida al club».
– ¿Quieres una taza de café?-preguntó el detective.
Entonces ella negó con la cabeza.
– O una Coca-Cola. No sé, ¿las chicas de tu edad ya beben café o te lo estoy ofreciendo porque soy tan tonto que no tengo ni idea?
– Me gusta el café-dijo Josie.
Ella evitó la mirada de su madre mientras el detective Ducharme la guiaba hacia el centro sagrado de la comisaría de policía.
Entraron en una sala de entrevistas y el detective le sirvió una taza de café.
– ¿Leche? ¿Azúcar?
– Azúcar-dijo Josie, tomando dos terrones del cuenco para añadirlos a la taza.
Entonces miró alrededor: la mesa de formica, las luces fluorescentes, la normalidad de la habitación.
– ¿Qué?
– ¿Qué qué?-dijo Josie.
– ¿Qué pasa?
– Estaba pensando que no parece el lugar adecuado para sacarle una confesión a alguien.
– Depende de si tienes una que sacar-dijo el detective.
Josie palideció, pero él se rió.
– Estoy bromeando. Para ser sincero, sólo extraigo confesiones de la gente cuando hago de policía en la televisión.
– ¿Usted hace de policía en la televisión?
Él suspiró.
– Olvídalo.
Cogió una grabadora del centro de la mesa.
– Voy a grabar la conversación, como la otra vez…principalmente porque no soy capaz de recordarlo todo punto por punto.
El detective apretó el botón y se sentó frente a Josie.
– ¿Te han dicho que te pareces a tu madre?
– No, nunca-dijo ladeando la cabeza-. ¿Me ha traído aquí para preguntarme eso?
Él sonrió.
– No.
– De todos modos, no me parezco a ella.
– Te aseguro que sí. Sobre todo los ojos.
Josie miró la mesa.
– Los míos son de un color totalmente distintos a los suyos.
– No estaba hablando del color-dijo el detective-. Josie, vuelve a decirme lo que viste el día de los disparos en el Instituto Sterling.
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