Bajo la mesa, Josie se agarró las manos. Se hundió las uñas en la palma para que algo le doliese más que las palabras que iba a decir.
– Tenía un examen de química. Había estudiado hasta muy tarde, y estaba pensando en eso cuando me levanté por la mañana. Eso es todo. Ya se lo he dicho, no recuerdo siquiera haber estado en la escuela ese día.
– ¿Recuerdas qué te hizo entrar en el vestuario?
Josie cerró los ojos. Le venía a la mente el vestuario, el suelo de baldosas, los casilleros grises, el calcetín desparejado en una esquina de la ducha. Y luego, todo se volvía rojo de rabia. Rojo de sangre.
– No-dijo Josie con las lágrimas formándole un nudo en la garganta-. Ni siquiera sé por qué pensar en ello me hace llorar.
Odiaba que la vieran así. Odiaba ser así. Más que nada, odiaba no saber cuándo sucedería: un cambio de viento, un ciclo de la marea. Josie aceptó el pañuelo que el detective le ofrecía.
– Por favor-susurró-, ¿puedo irme ya?
Hubo un momento de silencio en que Josie sintió el peso de la pena del detective cayendo sobre ella como una red, una que sólo atrapaba sus palabras, mientras el resto-la vergüenza, la rabia, el miedo-pasaban a través.
– Claro, Josie-dijo-. Puedes irte.
Alex fingía estar leyendo el Informe Anual de la Ciudad de Sterling cuando Josie irrumpió por la puerta de seguridad en la sala de espera de la comisaría. Estaba llorando, y Patrick Ducharme no estaba a la vista. «Lo mataré-pensó Alex de forma racional y tranquila-, en cuanto haya calmado a mi hija».
– Josie-la llamó mientras ésta pasaba por delante de ella hacia la salida del edificio, hacia el garaje.
Alex corrió detrás, atrapándola frente al coche. La abrazó por la cintura.
– Déjame sola-dijo Josie sollozando.
– Josie, cariño, ¿qué te ha dicho? Dímelo.
– ¡No te lo puedo decir! No lo entiendes. Nadie lo entiende-dijo apartándose-. Los únicos que lo entenderían están muertos.
Alex dudó. No sabía qué hacer. Podía abrazar con fuerza a Josie y dejarla llorar. O podía hacerle ver que, por más apenada que estuviese, tenía recursos para manejar la situación. Una especie de responsabilidad de Allen, pensó Alex, las instrucciones que un juez daba a un jurado que no estuviera llegando a ninguna parte con sus deliberaciones, recordándoles su deber como ciudadanos americanos y asegurándoles que podían y debían llegar a un consenso.
En el juzgado siempre le había funcionado.
– Sé que es duro, Josie, pero eres más fuerte de lo que crees, y…
Josie sacudió la mano, apartándose de ella.
– ¡Deja de hablarme así!
– ¿Cómo te hablo?
– ¡Como si fuera algún testigo o abogado a quien intentases impresionar!
– Su Señoría. Siento interrumpir.
Alex se volvió y vio a Patrick Ducharme justo detrás de ellas, oyéndolo todo. Se ruborizó. Aquél era exactamente el tipo de comportamiento que no se muestra en público cuando se es juez. Lo más seguro era que él volviese a las oficinas de la comisaría para enviar un correo electrónico general a todo el cuerpo: «Adivinen qué acabo de oír».
– Su hija-dijo-se ha dejado la camiseta.
De color rosa y con capucha, la sostenía bien doblada sobre el brazo. Se la dio a Josie. Y entonces, en lugar de irse, le puso la mano en la espalda.
– No te preocupes, Josie-dijo mirándola como si ellos dos fuesen las únicas personas en el mundo-. Todo va a salir bien.
Alex esperaba que le contestara bruscamente, pero en lugar de eso Josie se calmó. Asintió como si, por primera vez desde el día del tiroteo, así lo creyera.
Alex sintió que algo crecía en su interior. Se dio cuenta de que era alivio porque su hija había conseguido al fin tener cierta esperanza. Pero también una amarga pena por no haber sido ella quien devolviera la paz al rostro de Josie.
Ésta se enjugó los ojos con la manga de la sudadera.
– ¿Estás mejor?-preguntó Ducharme.
– Creo que sí.
– Bien.
El detective hizo un gesto hacia Alex.
– Jueza.
– Gracias-murmuró, mientras él daba media vuelta y regresaba a comisaría.
Alex oyó que Josie cerraba la puerta del coche tras sentarse en el asiento del pasajero, sin dejar de mirar a Patrick Ducharme hasta que éste desapareció de su vista. «Ojalá hubiera sido yo», pensó Alex, evitando a propósito terminar la frase.
Como Peter, Derek Markowitz era un genio de la informática. Como Peter, no había sido bendecido con músculos, altura o, para el caso, cualquier otro regalo de la pubertad. El pelo le quedaba de punta en mechones pequeños, como si se lo hubiesen plantado. Siempre llevaba la camisa por dentro de los pantalones, y nunca había sido popular.
Pero a diferencia de Peter, nunca había ido a la escuela y matado a diez personas.
Selena se sentó a la mesa de la cocina de los Markowitz, mientras Dee Dee Markowitz la observaba como un halcón. Ella había ido a entrevistar a Derek con la esperanza de que pudiera ser un testigo de la defensa, pero a decir verdad, la información que Derek le había dado hasta el momento lo hacía mucho mejor candidato para la acusación.
– ¿Y si todo es culpa mía?-dijo Derek-. Quiero decir que soy el único a quien se le dio una pista. Si hubiera escuchado mejor, quizá habría podido detenerlo. Podría habérselo dicho a alguien más. En cambio, pensé que estaba bromeando.
– No creo que nadie hubiera actuado de otro modo en tu caso-dijo Selena con amabilidad y totalmente en serio-. El Peter que conocías no es el que fue al instituto ese día.
– Sí-dijo Derek asintiendo para sí.
– ¿Ha terminado?-preguntó Dee Dee interrumpiendo-. Derek tiene clase de violín.
– Casi, señora Markowitz. Sólo quiero preguntarle a Derek acerca del Peter que conocía. ¿Cómo se conocieron?
– Ambos estábamos en el equipo de fútbol de sexto-dijo Derek-, y éramos unos desgraciados.
– ¡Derek!
– Perdona, mamá, pero es cierto.-Miró a Selena-. Por supuesto, ninguno de esos atletas podrían escribir un código HTML aunque sus vidas dependieran de ello.
Selena sonrió.
– Bueno, a mí inclúyeme en la categoría de los inútiles tecnológicos. ¿De manera que se hicieron amigos mientras estaban en el equipo?
– Permanecíamos juntos en el banquillo porque nunca nos hacían jugar-explicó Derek-. Pero no, no nos hicimos amigos hasta que dejó de verse con Josie.
Selena jugaba con el bolígrafo.
– ¿Josie?
– Sí, Josie Cormier. También va a la escuela.
– ¿Y ella era amiga Peter?
– Era la única con quien él se relacionaba-respondió Derek-, pero luego ella se convirtió en una chica popular, y lo plantó.-Se quedó mirando a Selena-. A Peter en realidad le dio igual. Dijo que se había vuelto una puta.
– ¡Derek!
– Lo siento, mamá-dijo-. Pero es cierto.
– ¿Me perdonan un momento?-preguntó Selena.
Salió de la cocina y entró en el baño, donde sacó el móvil del bolsillo y marcó el número de su casa.
– Soy yo-dijo cuando Jordan contestó. Entonces se extrañó-. ¿Por qué hay tanto silencio?
– Sam está durmiendo.
– ¿No le habrás puesto otro vídeo de dibujos sólo para leer con tranquilidad tu revista?
– ¿Me has llamado para acusarme de ser un mal padre?
– No-dijo Selena-. He llamado para decirte que Peter y Josie eran buenos amigos.
En máxima seguridad, Peter tenía permitida una sola visita por semana, pero algunas personas no contaban. Por ejemplo, su abogado podía ir a verlo tantas veces como fuera necesario. Y, esto era lo raro, también los periodistas. Lo único que Peter tenía que hacer era firmar una pequeña nota diciendo que deseaba hablar con la prensa para que Elena Battista pudiera reunirse con él.
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