Jordan McAfee estaba sentado al lado de su cliente, quien llevaba un traje naranja de presidiario y grilletes, y hacía todo lo posible por evitar la mirada de Alex, mientras ella leía los cargos.
– En fecha 6 de marzo de 2007, se lo acusa de asesinato en primer grado, artículo 631:1-A, por causar la muerte intencionada de otro, verbi gratia, Justin Friedman…
– En fecha 6 de marzo de 2007, se lo acusa de asesinato en primer grado, artículo 631:1-A, por causar la muerte intencionada de otro, verbi gratia, Christopher McPhee…
– En fecha 6 de marzo de 2007, se lo acusa de asesinato en primer grado, artículo 631:1-A, por causar la muerte intencionada de otro, verbi gratia, Grace Murtaugh…
La mujer de la foto se puso en pie mientras Alex leía los cargos. Se inclinó sobre la barra que la separaba de Peter Houghton y su abogado, y le dio tal golpe a la fotografía que rompió el cristal.
– ¿La recuerdas?-gritó la mujer con voz ahogada-. ¿Recuerdas a Grace?
McAfee se volvió sobresaltado, mientras Peter agachaba la cabeza, manteniendo los ojos fijos en la mesa.
Alex ya había tenido gente problemática en la sala, pero no recordaba que la hubiesen dejado sin respiración. El dolor de aquella madre parecía llenar todo el espacio de la sala y calentar al máximo las emociones de los demás espectadores.
Le empezaron a temblar las manos. Las deslizó bajo el banco para que nadie las viese.
– Señora-dijo-, voy a tener que pedirle que se siente…
– ¿La miraste a la cara cuando le disparaste, bastardo?
«¿Lo hiciste?», pensó Alex.
– Señoría-exclamó McAfee.
La acusación ya había puesto en duda la capacidad de Alex para llevar el proceso de manera imparcial. Aunque no tenía que justificar sus decisiones ante nadie, acababa de decirles a los abogados que podía separar su implicación personal y profesional en ese caso. Había pensado que sería cuestión de no ver a Josie como a su hija, sino como a una de los centenares de chicos y chicas presentes durante el tiroteo. No se había dado cuenta de que, en realidad, era a sí misma a la que, en lugar de ver como juez, vería como otra madre.
«Puedes hacerlo-se dijo-. Sólo recuerda por qué estás aquí».
– Alguaciles-murmuró Alex, y dos fornidos guardas aferraron a la mujer por los brazos para acompañarla fuera de la sala.
– ¡Te quemarás en el infierno!-gritó la mujer, mientras las cámaras de televisión la seguían por el pasillo.
Alex no la miró. Mantenía los ojos en Peter Houghton mientras su abogado estaba distraído.
– Señor McAfee-dijo ella.
– ¿Sí, Señoría?
– Por favor, pida a su cliente que abra la mano.
– Lo siento, juez, pero creo que ya ha habido suficiente…
– Hágalo, abogado.
McAfee hizo un gesto a Peter, que levantó las muñecas esposadas y abrió los puños. En la palma de la mano de Peter brillaba un fragmento del cristal roto de la foto. Pálido, el abogado se lo quitó.
– Gracias, Señoría-murmuró.
– De nada.
Alex miró a la sala y se aclaró la garganta.
– Confío en que no habrá más arrebatos como ése, o me veré forzada a hacer desalojar al público.
Continuó leyendo los cargos en una sala tan silenciosa que podían oírse los latidos. Se percibía que la esperanza llenaba la sala.
– En fecha 6 de marzo de 2007, se lo acusa de asesinato en primer grado, artículo 631:1-A, por causar la muerte intencionada de otro, verbi gratia, Madeleine Shaw. En fecha 6 de marzo de 2007, se lo acusa de asesinato en primer grado, artículo 631:1-A, por causar la muerte intencionada de otro, verbi gratia, Edward McCabe. Se lo acusa de intento de asesinato en primer grado, artículo 631:1-A y 629:1, por planear con premeditación un asesinato en primer grado, verbi gratia, disparando a Emma Alexis. Se lo acusa de posesión de armas de fuego en instalaciones escolares. Posesión de artefactos explosivos. Uso ilegal de un artefacto explosivo. Aceptar bienes robados, verbi gratia, armas de fuego.
Cuando Alex terminó, tenía la voz ronca.
– Señor McAfee-dijo-, ¿cómo se declara su cliente?
– Inocente de todos los cargos, Su Señoría.
Un murmullo se extendió por la sala como un virus, algo que siempre sucedía al oírse un alegato de no culpabilidad, y que a Alex siempre le parecía ridículo. ¿Qué se suponía que tenía que hacer el acusado? ¿Declararse culpable?
– Dada la naturaleza de los cargos, no tiene derecho a libertad bajo fianza. Permanecerá bajo custodia del sheriff.
Alex disolvió la audiencia y se dirigió a su despacho. Una vez dentro, con la puerta cerrada, avanzó como una atleta que hubiese acabado una carrera a vida o muerte. Si estaba segura de algo era de su habilidad para juzgar con justicia. Pero si le había resultado tan duro en la comparecencia, ¿cómo reaccionaría cuando la acusación comenzase a detallar los sucesos de ese día?
– Eleanor-dijo Alex, apretando el botón del intercomunicador de su secretaria-, anule mis citas durante dos horas.
– Pero usted…
– Anúlelas-la cortó con sequedad.
Todavía veía las caras de los padres en la sala. Llevaban escrito en la cara lo que habían perdido, como una cicatriz colectiva.
Alex se quitó la toga y bajó la escalera trasera hasta el garaje. En lugar de detenerse a fumar, se metió en el coche. Condujo hasta la escuela elemental y aparcó en el carril de incendios. Había una furgoneta de televisión en el estacionamiento de los profesores. Alex se asustó al principio, pero luego se dio cuenta de que la matrícula era de Nueva York, y de que era improbable que alguien la reconociera sin la toga de juez.
La única persona con derecho a pedirle a Alex que se recusase a sí misma era Josie, pero Alex sabía que su hija lo entendería. Era el primer gran caso de Alex en el Tribunal Superior, el que podría cimentar su reputación allí. Además, era un modelo de comportamiento para la propia Josie, para que retomara su vida. Alex había intentado ignorar la razón oculta por la que estaba luchando por permanecer en ese caso, la que llevaba clavada como una espina, como una astilla, causándole dolor hiciera lo que hiciese: le resultaría más fácil enterarse de lo que había pasado su hija por la acusación y la defensa que por la propia Josie.
Entró en la oficina principal.
– Vengo a buscar a mi hija-dijo Alex.
La secretaria sacó un formulario para que lo llenase. Alex leyó ESTUDIANTE, HORA DE SALIDA, MOTIVO, HORA DE ENTRADA.
Josie Cormier , escribió. 10:45. Dentista .
Sentía la mirada de la secretaria. Era evidente que la mujer se estaba preguntando por qué la jueza Cormier estaba delante de ella en lugar de estar en la sala, presidiendo la comparecencia de la cual todos querían noticias.
– Por favor, dígale a Josie que la espero en el coche-dijo Alex antes de salir de la oficina.
A los cinco minutos, su hija abrió la puerta del pasajero y se sentó en el coche.
– No llevo hierros.
– Tenía que pensar una excusa con rapidez-contestó Alex-. Ha sido lo primero que se me ha ocurrido.
– Entonces, ¿para qué has venido?
Alex se quedó mirando a Josie mientras ésta daba potencia al ventilador.
– ¿Necesito una razón para almorzar con mi hija?
– Bueno, son las 10:30.
– Entonces estamos huyendo de clase.
– Como quieras-dijo Josie.
Alex puso el coche en marcha. Josie estaba junto a ella, pero era como si estuviesen en continentes distintos. Su hija se limitaba a mirar por la ventana, viendo cómo pasaba el mundo.
– ¿Ya has terminado?
– ¿La comparecencia? Sí.
– ¿Por eso has venido?
¿Cómo podía contarle a Josie lo que había sentido al ver en la sala a todos esos padres y madres sin nombre, sin un hijo entre ellos? Si pierdes a tu hijo, ¿puedes seguir llamándote padre?
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