– Estoy al tanto de eso-dijo la jueza-. Había mil alumnos en la escuela durante el tiroteo.
– Por supuesto, Su Señoría. Pero…quisiera preguntar, antes de que nos presentemos ante toda esa gente, si usted tiene intención de asumir sólo la comparecencia o piensa presidir todo el caso.
Jordan miró a Diana, preguntándose por qué estaba tan segura de que Cormier no debería presidir el caso. ¿Qué sabía ella acerca de Josie Cormier que él ignorase?
– Como he dicho, había miles de chicos en la escuela. Algunos de los padres son oficiales de policía, otros trabajan aquí, en el palacio de justicia. Incluso hay uno en su oficina, señora Leven.
– Sí, Su Señoría…pero ese abogado, concretamente, no lleva el caso.
La jueza se la quedó mirando tranquilamente.
– ¿Va a llamar a mi hija como testigo, señora Leven?
Diana dudó.
– No, Su Señoría.
– Bien, he visto la declaración de mi hija, abogada, y no veo ninguna razón por la cual no podamos proceder.
Jordan empezó a revisar lo que sabía hasta el momento:
Peter había preguntado por el estado de Josie.
Josie estuvo presente durante el tiroteo.
La foto de Josie en el libro escolar que había visto durante la presentación de pruebas era la única marcada con DEJAR VIVIR.
Pero según su madre, lo que le había dicho a la policía no afectaría al caso. Según Diana, nada de lo que sabía Josie era suficientemente importante como para llamarla como testigo de la acusación.
Bajó la mirada mientras su mente repasaba los hechos una y otra vez, como el rebobinado de una cinta.
Una cinta que no tenía sentido.
La antigua escuela elemental que alojaba ahora al Instituto Sterling no tenía cafetería. Los niños comían en las clases, en sus mesas. Pero eso no se consideraba sano para adolescentes, de manera que la biblioteca se había convertido en una cafetería improvisada. Ya no había libros ni estanterías, pero en la alfombra todavía se veía el abecedario impreso, y un cartel del Gato con Botas colgado junto a las puertas dobles.
En la cafetería, Josie ya no se sentaba con sus amigos. No le parecía bien. Era como si faltara masa crítica y fueran a partirse, como un átomo sometido a presión. Se aislaba voluntariamente en una esquina de la biblioteca donde había unos salientes alfombrados en los que le gustaba imaginar a una maestra leyendo en voz alta a sus niños.
Ese día, al llegar a clase, las cámaras de televisión y los periodistas ya estaban esperando. Había que caminar entre ellos para llegar a la puerta principal. Durante la última semana habían desaparecido-sin duda habían tenido que cubrir alguna otra tragedia en algún otro lugar-, pero ahora acababan de regresar con redobladas fuerzas para informar sobre la comparecencia. Josie se preguntaba cómo iban a llegar a tiempo desde la escuela hacia el norte, hasta el juzgado. Se preguntaba cuántas veces más volverían a aparecer. ¿En el último día de clase? ¿En el aniversario del tiroteo? ¿En la graduación? Se imaginó el artículo que la revista People escribiría acerca de los sobrevivientes de la masacre del Instituto Sterling diez años después. ¿Dónde están ahora? ¿Estaría John Eberhard jugando al hockey otra vez, o siquiera caminando? ¿Los padres de Courtney se habrían ido de Sterling? ¿Dónde estaría Josie?
¿Y Peter?
Su madre era la jueza del caso. Aun sin hablar de ello con Josie-legalmente no podía-, no era algo que se pudiera obviar. Josie estaba atrapada entre el alivio de saber que su madre era la encargada del proceso, y un terror absoluto. Por un lado, sabía que su madre reconstruiría lo sucedido ese día, y eso quería decir que Josie no tendría que hablar de ello. Por otro lado, una vez que su madre hubiese empezado a reconstruir lo sucedido, ¿qué llegaría a descubrir?
Drew entró en la biblioteca. Lanzaba una naranja al aire y la atrapaba con la mano, una vez tras otra. Echó un vistazo a los estudiantes, que formaban pequeños grupos sobre la alfombra, con las bandejas de comida balanceándose sobre sus rodillas dobladas, y entonces localizó a Josie.
– ¿Qué hay de nuevo?-preguntó, sentándose junto a ella.
– Nada.
– ¿Te han atrapado los chacales?
Se refería a los periodistas de televisión.
– Conseguí dejarlos atrás.
– Ojalá se fueran todos a la mierda-dijo Drew.
Josie reclinó la cabeza contra la pared.
– Ojalá todo volviera a ser como antes.
– Quizá tras el juicio-dijo él mirándola-. Supongo que es extraño, ¿no?, quiero decir con tu madre y todo eso.
– No hablamos de ello. En realidad, no hablamos de nada.
Alcanzó la botella de agua y tomó un trago para que Drew no se diera cuenta de que le temblaba la mano.
– No está loco.
– ¿Quién?
– Peter Houghton. Vi sus ojos ese día. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
– Drew, cállate-suspiró Josie.
– Bueno, es verdad. No importa lo que un abogado engreído diga para salvarlo.
– Creo que eso es algo que tendrá que decidir el jurado, no tú.
– Por el amor de Dios, Josie-replicó él-. No creo que justamente tú quieras defenderlo.
– No lo estoy defendiendo. Sólo te estoy diciendo cómo funciona el sistema legal.
– Bien, gracias, Marcia Clark. Pero eso no te importa cuando te están sacando una bala del hombro. O cuando tu mejor amigo, o tu novio, está desangrándose delante de…
Se calló de pronto porque a Josie se le cayó la botella de agua, mojándolos a los dos.
– Lo siento-dijo enjugando el estropicio con una servilleta.
Drew suspiró.
– Y yo. Estoy un poco nervioso con las cámaras y todo eso.
Arrancó un trozo de la servilleta mojada, se la metió en la boca y la escupió contra la espalda del chico obeso que tocaba la tuba en la banda de la escuela.
«Dios mío-pensó Josie-. No ha cambiado nada en absoluto».
Drew arrancó otro trozo de servilleta e hizo una bola con la mano.
– Para ya-dijo Josie.
– ¿Por qué?-preguntó Drew encogiéndose de hombros-. Tú eras la que quería que todo volviera a ser como antes.
Había cuatro cámaras de televisión en la sala: de la ABC, la NBC, la CBS y la CNN. Y además, periodistas del Time , el Newsweek , el New York Times , el Boston Globe y de Associated Press. Los medios de comunicación se habían reunido con Alex en las oficinas la semana anterior, para que decidiese quién estaría representado en la sala mientras los demás esperaban fuera, en la escalera del palacio de justicia. Miraba las pequeñas luces rojas de las cámaras, que indicaban que estaban grabando, y oía el ruido de los bolígrafos sobre el papel a medida que los periodistas anotaban literalmente sus palabras. Peter Houghton se había convertido en un personaje, y, en consecuencia, Alex tendría sus quince minutos de fama. Quizá dieciséis, pensó. Ése sería el tiempo que le llevaría leer todos los cargos.
– Señor Houghton-dijo Alex-, con fecha 6 de marzo de 2007, se lo acusa de asesinato en primer grado, artículo 631:1-A, por causar la muerte intencionada de otro, verbi gratia, Courtney Ignatio. En fecha 6 de marzo de 2007, se lo acusa de asesinato en primer grado, artículo 631:1-A, por causar la muerte intencionada de otro, verbi gratia…
Se quedó mirando el nombre.
– Matthew Royston.
Aunque leer esas palabras fuera pura rutina, algo que Alex podía hacer con los ojos cerrados, se centró en ellas, intentando mantener la voz equilibrada e igualada, dando énfasis al nombre de cada muerto. La sala estaba llena. Alex reconocía a los padres de los estudiantes y a algunos de los propios estudiantes. Una madre, una mujer a quien Alex no conocía ni de vista ni de nombre, estaba sentada en primera fila, detrás de la mesa de la defensa, sujetando una foto enmarcada de una chica sonriente.
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