Jodi Picoult - Diecinueve minutos

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Peter Houghton es un estudiante de 17 años en Sterling, New Hampshire, que lleva tiempo sufriendo los abusos verbales y físicos de sus compañeros de clase. Su única amiga, Josie Cormier, ha sucumbido a la presión del grupo y ahora pertenece a la élite popular que habitualmente lo acosa. Un último incidente lleva a Peter al límite y lo empuja a cometer un acto de violencia que cambiará para siempre la vida de los habitantes de Sterling. Incluso aquellos que no se encontraban en la escuela aquella mañana vieron sus vidas supendidas, incluyendo a Alex Cormier.

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Pero los juegos bélicos estaban muy vistos, y los juegos con pandilleros habían llegado al extremo gracias a Grand Theft Auto. Lo que necesitaba, pensaba Peter, era un nuevo personaje malvado, alguien a quien los demás también quisieran abatir. Ésa era la gracia de un videojuego: poder darle su merecido a alguien que se lo había buscado.

Trató de imaginar otros microcosmos del universo que pudieran constituirse en campos de batalla: invasiones alienígenas, tiroteos en el Salvaje Oeste, misiones de espías. Hasta que se le ocurrió pensar en la primera línea de fuego a la que debía enfrentarse él cada día.

¿Y si tomabas a las presas…y las convertías en cazadores?

Peter se levantó de la cama y se sentó en su escritorio. Sacó el anuario escolar de octavo curso del cajón en el que lo había confinado hacía meses. Diseñaría un videojuego que sería como una Revancha de los novatos actualizada para el siglo XXI. Un mundo de fantasía cuyo equilibrio de poder fuera a la inversa, en el que el más desvalido tuviera finalmente la oportunidad de vencer a los matones.

Tomó un rotulador y se puso a hojear el anuario escolar, señalando con un círculo las fotografías.

Drew Girard.

Matt Royston.

John Eberhard.

Peter volvió la página, y se quedó inmóvil unos segundos. Luego trazó un círculo también alrededor del retrato de Josie Cormier.

– ¿Puedes parar ahí?-dijo Josie, cuando pensó que ya no era capaz de soportar un minuto más en aquel coche fingiendo que el encuentro con su padre había sido un éxito. Matt apenas había detenido el vehículo y Josie ya abría la puerta y salía disparada, corriendo sobre la alta hierba hacia el bosque que bordeaba la carretera.

Se dejó caer sobre el manto de hojas de pino y se echó a llorar. Qué era lo que había esperado, no habría podido decirlo en realidad…salvo que no era aquello. Una aceptación incondicional, quizá. Curiosidad al menos.

– ¿Josie?-dijo Matt, acercándose por detrás-. ¿Estás bien?

Ella trató de decir que sí, pero ya no podía seguir mintiendo. Sintió la mano de Matt acariciándole el pelo, lo cual sólo hizo que llorara con mayor sentimiento; la ternura podía ser tan cortante como cualquier otro cuchillo.

– No le importo una mierda.

– Entonces por qué tiene que importarte una mierda él a ti-replicó Matt.

Josie levantó los ojos hacia él.

– No es tan sencillo.

Él la atrajo hacia sus brazos.

– Ay, Jo.

Matt era la única persona que le había dado un apodo. No recordaba que su madre la hubiera llamado nunca con algún tonto mote familiar, como Calabacita o Bichito, tal como hacían otros padres. Cuando Matt la llamaba Jo, a ella le recordaba Mujercitas, y aunque estaba más que convencida de que Matt jamás había leído la novela de Alcott, la complacía secretamente que la asociaran con un personaje tan fuerte y seguro de sí mismo.

– Soy idiota. Ni siquiera sé por qué estoy llorando. Es que…es sólo que hubiera querido gustarle.

– Yo estoy loco por ti-le dijo Matt-. ¿Eso vale algo?

Se inclinó y la besó, en medio del rastro de sus lágrimas.

– Vale un montón.

Notó los labios de Matt yendo de su mejilla al cuello, hasta aquel punto detrás de la oreja que la hacía sentirse como si se derritiera. Era novata en cuanto a tontear con un chico, pero Matt se acaramelaba cada vez más cuando se quedaban a solas. «Es por tu culpa-le decía él, con aquella sonrisa suya-. Si no estuvieras tan buena, no me costaría tanto quitarte las manos de encima». Eso sólo ya era un afrodisíaco para Josie. ¿Ella? ¿Buena? Y además, tal como Matt le prometía siempre, le gustaba que él la tocara por todas partes, dejar que la saboreara. Cada paso adelante en el grado de intimidad con Matt la hacía sentir como si estuviera al borde de un precipicio…aquella falta de aire, aquella sensación en el estómago…Un paso más, y volaría. A Josie no se le ocurría pensar que, al saltar, en lugar de volar pudiera caer.

Ahora sintió las manos de él moverse por debajo de su camiseta, colándose bajo la blonda de su sujetador. Sus piernas se enredaron entre las de él. Matt restregó su cuerpo contra el suyo. Cuando él le levantó la camisa y el aire frío le acarició la piel, ella volvió de pronto a la realidad.

– No podemos-susurró.

Oyó sobre su hombro que a Matt le chirriaban los dientes.

– Estamos estacionados a un lado de la carretera.

Él la miró, ebrio, enfebrecido.

– Si supieras cuánto te deseo-le dijo, como le había dicho una docena de veces.

En esta ocasión, sin embargo, ella levantó la vista.

«Te deseo».

Josie podía haberle hecho parar, pero se daba cuenta de que no pensaba hacerlo. Él la deseaba, y en aquel momento eso era lo que ella necesitaba escuchar más que cualquier otra cosa.

Hubo un instante en que Matt se quedó quieto, preguntándose si el hecho de que ella no le apartara las manos significaba lo que él creía que significaba. Josie oyó rasgarse el envoltorio plateado de un condón…«¿Cuánto tiempo habrá estado llevando eso encima?» Luego se despojó de los vaqueros de un tirón y fue subiéndole a ella la falda, despacio, como si aún esperara que fuera a cambiar de idea. Josie notó cómo Matt le bajaba la ropa interior por la goma, sintió el ardor de su dedo al penetrar dentro de ella. Aquello no se parecía en nada a lo sucedido hasta entonces, cuando sus caricias le dejaban una estela como la de un cometa sobre la piel, cuando se sentía morir después decirle que ya era suficiente. Matt cambió el peso del cuerpo y se colocó de nuevo encima de ella, sólo que esta vez con más ardor, con mayor presión.

– Au-gimió ella, y Matt vaciló.

– No quiero hacerte daño-dijo.

Ella volvió la cabeza a un lado.

– Hazlo-le pidió Josie, y Matt hundió sus caderas entre las de ella. Fue un dolor que, aunque esperado, le arrancó un grito.

Matt lo interpretó erróneamente como pasión.

– Ya lo sé, nena-gruñó.

Ella podía sentir el corazón de él, pero como si estuviera dentro de ella, hasta que de pronto él comenzó a moverse más de prisa, retorcién-dose contra ella como un pez liberado del anzuelo sobre la dársena.

Josie habría querido saber si a Matt también le había dolido la primera vez. No sabía si siempre le dolería. Tal vez el dolor era el precio que todo el mundo pagaba por el amor. Volvió la cara hacia el hombro de Matt y se preguntó, con él todavía dentro de ella, por qué se sentía vacía.

– Peter-dijo la señora Sandringham al finalizar la clase de lengua-. ¿Podría hablar contigo un momento?

Ante el requerimiento de la profesora, Peter se quedó hundido en su asiento. Empezó a pensar en alguna excusa que pudiera darles a sus padres cuando volviera a casa con otro suspenso.

La señora Sandringham le gustaba de verdad. Aún no había cumplido los treinta años…Si la mirabas mientras parloteaba cosas sobre gramática inglesa y Shakespeare, aún podías imaginártela no hacía tanto, cuando ella también debía de estar repanchigada en su asiento, como cualquier otro alumno, preguntándose por qué no había manera de que el reloj avanzara.

Peter esperó a que el resto de la clase se hubiera marchado, antes de acercarse a la mesa de la profesora.

– Sólo quería comentarte una cosa acerca de tu redacción-dijo la señora Sandringham-. Aún no he corregido las de todos, pero he tenido ocasión de leer la tuya y…

– Puedo rehacerla-la cortó Peter.

La señora Sandringham arqueó las cejas.

– Pero Peter…Lo que quería decirte es que te he puesto un sobresaliente.

Le devolvió el trabajo. Peter se quedó mirando la brillante nota en rojo, en el margen.

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