Claudia Piñeiro - Betibú
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El Tribuno, uno de los diarios más importantes del país, deja de lado por unos días su enfrentamiento con el gobierno para cubrir a fondo la noticia. Al escenario del crimen, envía a Nurit Iscar, una escritora retirada, y a un periodista joven e inexperto. Y aunque el antiguo jefe de la sección Policiales, Jaime Brena, ha sido desplazado por sacar los pies del plato, decide involucrarse en el caso y ayudar a su reemplazante y a Nurit, a quien admira en secreto.
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“Si la casa de Pedro Chazarreta pudiera hablar sabríamos quién fue el asesino. Porque esa casa fue el único testigo del crimen que allí se cometió. En esa casa está la verdad. En sus pisos, en sus paredes, en los muebles y adornos que aún la visten. Todos testigos mudos.
Si el fantasma de Pedro Chazarreta pudiera presentarse ante nosotros, como se presentó el fantasma del padre muerto de Hamlet a decir su verdad, también sabríamos quién lo mató. Siempre que ese fantasma estuviera dispuesto a contárnoslo, cosa que en este caso rodeado de secretos, mentiras y ocultamientos en los que también estaba involucrado el muerto no parece tan claro como en el caso del padre de Hamlet, rey de Dinamarca.
Si el asesino se quebrara, si quien mató a Pedro Chazarreta no pudiera guardar más su secreto, viniera ante nosotros y dijera, arrepentido o no: ‘Yo lo hice’, tendríamos otra oportunidad de saber la verdad.
¿Cuál de las tres alternativas es más probable y cuál menos?
He visto muy pocos asesinos de este tipo de crímenes quebrados.
Una casa no tiene voz.
Los fantasmas no existen.
Marcelo dijo en el primer acto de Hamlet, después de conocer la versión del fantasma: ‘Algo está podrido en el reino de Dinamarca’. Y yo después de estar dentro de la casa de Pedro Chazarreta digo lo mismo, algo está podrido, algo huele mal.
Una casa no tiene voz, ¿pero puede hablar de alguna otra manera?
Algo huele mal, no sólo en esa casa. Algo huele mal en La Maravillosa.”
Guarda el archivo. Le gustaría mandárselo a Jaime Brena para que le dé su opinión. Pero Nurit Iscar se da cuenta de que no tiene un mail de él, ni un número de teléfono. Nada. Ni él de ella. Si quiere contactarlo, no tendrá más alternativa que llamarlo al diario el lunes. Pero por qué lo haría, con qué excusa. ¿La necesita?, ¿necesita una excusa para llamarlo? No, si ahora están juntos en este lío, se responde. Y trata de pensar en otra cosa. Nurit adjunta el archivo a un nuevo correo y se lo envía al pibe de Policiales. Esta vez se olvida por completo de enviárselo a Lorenzo Rinaldi.
En el momento en que Nurit apaga la computadora y baja a cenar con sus amigas, Jaime Brena está en la cocina de su departamento cocinando un churrasco que encontró perdido en su heladera y que, a pesar de su mustio color, lo salvará de bajar a comprar algo para la cena de esa noche. Las empanadas del mediodía y los buñuelos de banana de la tarde hace rato desaparecieron de su estómago que está, otra vez, pendiente de que alguien se ocupe de él. Mientras el churrasco se cocina se acerca al mueble donde tiene los pocos libros que compró o le regalaron después de la separación, y los DVD. Los DVD sí los recuperó, seguramente porque a Irina nunca le gustó el mismo cine que a él. ¿Qué cine le gusta a su ex mujer? ¿Le gusta el cine a ella? No está seguro, y le sorprende cómo se le van borrando de Irina no sólo la cara sino sus gestos, sus gustos, las anécdotas que compartieron. ¿Será eso lo que llaman “el duelo”? ¿O será que por fin el duelo terminó? Pero no se le borra que ella le debe sus libros. Eso no. Jaime Brena busca en su propio desorden hasta que encuentra el DVD que quiere, lo saca de la pila. Mira la caja un instante. Lee: Betty Boop y sus amigos, 90 minutos de dibujos animados. Lo da vuelta y revisa el índice: No! No! No! Un millón de veces No!, Pobre Cenicienta, Betty Boop y el pequeño Jimmy, Betty Boop y el pequeño Rey, Matar a la Mosca, Montañeses músicos, Betty en Disparatelandia. El churrasco chirrea desde la cocina, Jaime Brena va hacia allá con el DVD en la mano y sin dejar de leer: También un automóvil, Cupido Flecha su Hombre, Pudgy En Feliz Tu Allegre Yo, Grampy en Blues de Limpieza de la Casa. El humo y el olor a carne asada invaden la cocina, Jaime Brena sala el churrasco, lo da vuelta y lo sala del otro lado. Se sirve un vaso de vino. Grampy con el Bromista Poco Práctico, Pingüinos Curiosos, Grampy en el Candidato Cándido. Busca los cubiertos y los pone sobre la mesa. Deja un plato junto a la plancha para cuando el churrasco esté listo. Y el DVD de Betty Boop a un lado. En un rato, cuando se vaya a dormir, se va a fumar un porro, va a poner ese DVD y, cuando sea, se va a dormir. Con Betty Boop cantándole Boop, Boop a Doop como si fuera una canción de cuna. ¿Se animará alguna vez a contarle a Nurit Iscar que fue él quien la bautizó Betibú? ¿Le contará que tenía en su escritorio pegada la foto de ella que salió en la revista del diario cuando publicó Morir de a ratos, su novela preferida? ¿Le contará que Rinaldi no hizo más que copiarlo? ¿Le contará alguna vez a ella, Nurit Iscar, Betibú, que él estuvo enamorado a la distancia -como alguien puede estar enamorado de una actriz de cine- no sólo de esos rulos sino de la cabeza que inventaba esas historias, que elegía esas palabras, que creaba esos personajes? No, no cree que se anime. Y mucho menos se animará a contarle que la tarde en que se dio cuenta de que ella y Rinaldi eran amantes, despegó la foto de su escritorio y la tiró a la basura.
Jaime Brena empieza a comer su churrasco, se sirve más vino, y mira de reojo el DVD que dejó sobre la mesada, en el mismo momento en que el pibe de Policiales enciende su computadora. El pibe revisa su casilla y encuentra el informe de Nurit Iscar. Lo lee. A pesar de las dudas de ella, que él desconoce, al pibe de Policiales le parece muy bueno. Lo reenvía a la redacción para que entre antes del cierre. Se lo reenvía a Jaime Brena, y agrega una posdata: El que se murió esquiando se llamaba José Miguel Bengoechea, lo encontré en Internet, claro. Pero Jaime Brena no revisa mails en su casa, nunca, a menos que alguien lo llame por teléfono, le avise que es algo urgente y no le quede más remedio que hacerlo. Y el pibe no lo llama, sólo le reenvía el mail de Nurit Iscar. A él, en cambio, al pibe de Policiales, una vez que enciende la computadora le cuesta dejarla. Es una compañía incondicional, como para Jaime Brena la fantasía de tener un perro. El pibe revisa los tweets, a ver si entró alguno nuevo que importe, los hace pasar rápido; la mayoría, como pasa todos los fines de semana, son reflexiones más egocéntricas que interesantes. Y después se mete en Google a buscar información acerca del colegio al que fue Pedro Chazarreta. Pone en el buscador: Chazarreta+Gandolfini+Collazo+colegio secundario. No aparece nada que sirva. Intenta probando sacar alguna de las variables. Empieza eliminando uno de los apellidos. Tampoco. Prueba rotando el apellido que elimina. Nada. Elimina dos apellidos cada vez. No funciona. Cambia “colegio secundario”, por “escuela”, luego por “instituto”, luego por “colegio” solo, luego por “secundaria” sola. No. Cambia de estrategia, busca ahora todos los colegios que tienen nombre de santo. Incluso eligiendo de entre las respuestas sólo los colegios que están en la ciudad de Buenos Aires, esa lista es interminable. Descarta los colegios con nombre de santos “conocidos”, como dijo Gladys Varela. Se queda con San Ildefonso, San Bartolomé, San Anselmo, San Viator, San Silvestre, San Hermenegildo. Prueba con ésos, ingresa en cada uno, ninguno tiene lista de nombres de egresados. Se levanta a hacerse un café, mira por la ventana de su departamento, se despereza, piensa. Se da cuenta de que su novia no lo llamó en todo el día y que a él no le importa. La noche ganó la calle. Las luces de los autos que van y vienen se confunden entre sí. Le gustaría salir, dar una vuelta. La noche es generosa, piensa, siempre te tira algo. Eso se lo dijo Cynthia, una ex novia, hace tiempo, hace tanto. ¿Qué será de la vida de Cynthia?, se pregunta. Debería salir. Al fin y al cabo, se pasó todo el sábado trabajando. Vuelve a la computadora y se mete en Facebook a ver si alguien organizó algo para ese final de sábado. Contesta dos o tres encuestas, mira un video, revisa las fotos del álbum de un amigo que no ve hace años. Y el álbum de un amigo de ese amigo. Busca en los eventos del día otra vez. Nada que le interese. ¿Y si sale a ver qué pasa, sin nada armado, sin rumbo fijo? No, él no es para ese tipo de salida a lo imprevisto. Puede terminar bajoneado mal, lo sabe. No se le cruza llamar a su novia. O se le cruza pero lo descarta inmediatamente, casi con desprecio. ¿Puede despreciar a alguien con quien durmió hace menos de 24 horas? No, debe ser que está enojado con ella, por lo de la bikini, o cansado. O medio podrido. O que la desprecia, sí. Pone el nombre completo de Cynthia en el buscador de Facebook, la encuentra entre varias opciones, sabe que es ella por la foto, porque está igual, revisa su muro, dice que está en pareja, entonces no le pide que sea su amiga, para qué. ¿Y si invita a salir a Karina Vives? Qué estupidez, si ni siquiera tiene el teléfono. Además ella debe ser como cinco o seis años mayor que él. ¿Le importa? También la busca en Facebook, la encuentra, verifica el año de nacimiento, siete años mayor que él, bueno tampoco es tanto, dice, pero no se atreve a pedirle que sea su amiga. Amiga en esa red social. A veces tiene la sensación de que ella cree que es un pelotudo. Sigue un rato más pensando en ella, revisa su muro en la pantalla, el de Karina Vives, su álbum de fotos; le extraña que no esté restringido sólo a amigos, si se atreviera a decirle que lo estuvo mirando, le aconsejaría que lo restrinja. Pero no le pide su amistad. No, eso no. Reinicia la página para ver si se sumó alguna noticia nueva. Funciona, hay una. Un amigo suyo se unió al grupo “Yo soy Fan de la 99 y odio al agente 86”. Le causa gracia. ¿O le parece un idiota? ¿Se estará convirtiendo él también en un idiota? En Facebook hay grupos de lo que quieras, piensa. Y de lo que no quieras. Grupo de todo. Es entonces que se le ocurre, porque acaba de pensar “en Facebook hay grupos de lo que quieras y de lo que no quieras”. Tipea en el buscador: “Yo fui al colegio San…” y le aparece una lista de 28 posibilidades. Descarta, otra vez, los de nombres de santos comunes y entra en San Ildefonso, San Anselmo, San Jerónimo Mártir y algunos otros. Todos los comentarios son de usuarios que buscan a ex compañeros, intentando organizar reuniones, encuentros, homenajes. Nadie de una generación cercana a Chazarreta. Mientras sigue revisando noticias antiguas, el pibe de Policiales se pone a pensar en su propia escuela secundaria. Le da miedo imaginar que sus ex compañeros estén tratando de juntarse. No le interesa. La escuela secundaria no fue una etapa feliz para él. Dos o tres ex compañeros lo engancharon en Facebook de manera individual, pero él no respondió al pedido de amistad. Si nunca socializó con ellos más que en los recreos y en algunas pocas salidas que siempre le resultaron aburridas, ¿por qué buscarlos ahora? Los busca. Ahí están. Lee los comentarios de varios de ellos y confirma lo mismo que pensaba en ese entonces: él no tiene nada que ver con esa gente ni le interesa saber de ellos. Pero sigue leyendo, y mirando fotos, y pensando “qué manga de boludos”. Vuelve a los colegios a los que podría haber ido Chazarreta y en el San Jerónimo Mártir encuentra un comentario que lo pone alerta. No lo alerta lo que dice -Aguante el San Jerónimo Mártir, carajo-, sino quién lo hace. Es de uno de los miembros del grupo, Gonzalo Gandolfini. Gandolfini. Entra en su muro y se trata de un tipo joven, según dice en su perfil es del 83. No entiende por qué la gente pone su fecha de nacimiento con año y todo, él la omite, y omite la ciudad donde vive y su estado sentimental. Piensa que ese Gandolfini del 83 podría ser pariente del muerto, con suerte un hijo. Busca datos en sus comentarios y amistades, pero no encuentra nada más. Es amigo de otro Gandolfini, Marcos. Entra en el muro de Marcos. También fue al San Jerónimo Mártir, y es de 1987. ¿Hermanos? ¿Primos? Empieza a sospechar que tal vez el colegio sea de esos que conserva familias de generación en generación, colegios que se autodenominan “tradicionales”. Le manda un mensaje a Gonzalo. Hola, cómo estás? Hace tiempo fui amigo de un Gandolfini que fue a este colegio -si el pibe de Policiales supiera el nombre de pila del Gandolfini muerto lo agregaría al mensaje, pero no lo sabe-, un tipo que hoy debe tener unos sesenta años. Luego me fui del país y le perdí el rastro. ¿Lo conocés, es algo tuyo? Era de la camada de Pedro Chazarreta y Luis Collazo. Me gustaría contactarlo. Tengo muchos recuerdos de ellos. El pibe envía el mensaje y espera un rato a ver si llega respuesta. Mientras tanto, pasea por otros muros. Se da cuenta de que es mejor que Gonzalo no sea el hijo de Gandolfini, si lo fuera, no cree que le resulte agradable recibir un mensaje que pregunte por su padre muerto. Pero no se arrepiente de haberlo hecho aun corriendo ese riesgo, es más, siente que está aplicando las enseñanzas de Jaime Brena como nunca. Si Brena vuelve a preguntarle, “¿te disfrazaste alguna vez?”, “¿te hiciste pasar por policía y llamaste a la casa del muerto?”, va a poder contestarle que sí, que empezó a hacerlo. A su modo. Las nuevas tecnologías aportaron miles de disfraces. Pasa el tiempo, el pibe de Policiales empieza a sentir el cansancio de un largo día. Gonzalo Gandolfini sigue sin contestar el mensaje, un chico joven, piensa, debe estar haciendo algún programa de sábado a la noche. Un chico tan joven como él. Pero él, el pibe de Policiales, decide que mejor se va a dormir, que lo más lógico que puede hacer esa noche de sábado que a través de la ventana todavía parece encendida, es cerrar los ojos y descansar.
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