Los tres -Nurit Iscar, Jaime Brena y el pibe de Policiales- están conmocionados con la revelación, pero lo que sienten es como una rara mezcla de excitación y de perplejidad. Y el pibe de Policiales, además, está impresionado por la intuición de sus compañeros. Más allá de cualquier explicación lógica que ellos le quieran dar al asunto, él empieza a sospechar que en todo esto -y cuando piensa en “esto” es porque no puede poner otras palabras: muerte, crimen, asesinato- hay una conexión, una cierta percepción especial que a Nurit Iscar y Brena les hizo sentir -sentir, no pensar- cuando se enfrentaron a esa mesa llena de portarretratos, que aquel que estaba vacío escondía una clave. Un don, se dice el pibe, estos dos tienen un don.
Gladys Varela les avisa que tiene que irse, que la esperan en su casa. Nadie la detiene, ellos no tienen mucho más que preguntar por el momento y necesitan quedarse solos para poder ordenar sus cabezas. Es demasiada información, demasiadas puntas para seguir, demasiadas dudas nuevas. ¿Y la foto?, pregunta Gladys antes de salir. Nurit y Jaime Brena no entienden su pregunta, siguen impresionados, no pueden pensar en otra foto que no sea la de los muertos que acaban de conocer. Reacciona el pibe, y saca su Blackberry. Ahora, dice. ¿Con eso la vas a sacar?, le pregunta la mujer. Sí, saca mejor que una cámara, se defiende el pibe, y le muestra cómo se ve en la pantalla cuando encuadra para tomar una foto. Ah, dice ella, ¿mejor que una cámara? Mejor que una cámara, repite el pibe. Además, como tiene conexión a Internet la mando de acá directo al diario y vos la podés ver en la edición de papel o en el cíber. Ah, sí, la veo en el cíber, dice ella y luego: ¿Dónde me pongo?, pregunta. Junto a la ventana, dice el pibe, la acomoda en el lugar, toma distancia, encuadra y saca la foto. Se la muestra a Gladys Varela, ¿te gusta? Sí, ¿no?, dice ella. Sí, salió muy bien, confirma él, igual te saco dos más por las dudas, dice y lo hace. ¿Y cuándo aparece el reportaje?, le pregunta la mujer. En unos días, le contesta el pibe de Policiales, vamos a tener que chequear algunos datos antes, pero en unos días sale. Te avisamos al celular, Gladys, vos quedate tranquila. El pibe se ofrece a acompañarla hasta la puerta para arreglar con el remisero el pago por el traslado y Gladys Varela acepta, se despide y se para, dispuesta a irse. Antes de que salgan de la habitación, Nurit Iscar los detiene. Una pregunta más, dice y se dirige a la mujer, la última, le prometo, uno de los otros hombres que estaban en la foto, ¿puede ser Luis Collazo? Sí, sí, el señor Collazo estaba en la foto, confirma Gladys, pero ése sigue vivo, que yo sepa. Ése sigue vivo, sí, contesta Nurit.
La improvisada y multitudinaria reunión social que se armó en la casa donde Nurit Iscar se hospeda es arrasada por los acontecimientos. Los hijos, amigos, novias y perro, luego de concluir que nadie los atenderá en lo que resta del día, que nadie está pensando en la cena de ellos para esa noche, ni nadie está preparando camas donde puedan dormir, deciden aceptar una invitación de último momento a un asado en Banfield, pero aseguran que si el domingo sigue el buen tiempo, vuelven. Viviana Mansini se queja de que no le avisaron que la reunión incluía quedarse a dormir: No cerré las ventanas, no dejé comida para los chicos. Por suerte, mis chicos se cocinan solos, dice Carmen. Yo nunca dejo las ventanas abiertas, por los murciélagos, ¿viste?, dice Paula. Al oír la palabra “murciélago”, Viviana Mansini se estremece: en mi casa no hay murciélagos. Qué raro, contesta Carmen, todo Buenos Aires está lleno de murciélagos. Nurit acompaña al pibe de Policiales y a Jaime Brena hasta su auto. ¿Cómo seguimos?, pregunta el pibe de Policiales. Creo que lo mejor es manejar esta información sólo entre nosotros hasta que esté chequeada, dice Jaime Brena. Yo opino lo mismo, dice Nurit. Y yo soy el pelotudo al que Lorenzo Rinaldi va a cagar a puteadas por no haber dado la primicia cuando se nos adelante alguien, se queja el pibe. Jaime Brena se queda mirándolo, recién en ese momento toma conciencia de que, mal que aún le pese, él ya nada tiene que ver con el manejo de la información acerca de la muerte de Chazarreta. Entonces dice, sin enojo ni poniéndose en lugar de víctima, sino con resignada convicción: La decisión es tuya, vos sos el que maneja Policiales, o tuya y de Nurit, yo ya no soy parte. Vos sos nuestro asesor honorario, Brena, dice Nurit. Honorario y ad honorem, aclara el pibe, ¿aceptás? Brena se queda un instante en silencio y luego dice: ¿Ni un billete hay? Los tres se ríen. No lo dice, pero lo cierto es que Jaime Brena hasta pagaría por hacer ese trabajo: después de un tiempo de no sentir nada cuando está trabajando en un informe o una nota -o sentir, sí, pero pereza, frustración, hartazgo, bronca-, otra vez palpa aquel vértigo, aquella pasión por los que eligió ser periodista. Mi opinión honoraria y ad honorem es que tenés que guardar la primicia para cuando esté más redonda, pibe, no podés mandarte a publicar esto con tan pocos datos. ¿Y a la policía?, pregunta el pibe de Policiales, ¿deberíamos decirle algo? Sólo sabemos que hace tiempo robaron una foto de la casa de Chazarreta, y eso ya se lo dije yo mismo al comisario Venturini y no le importó ni mierda. No creo que sea necesario, por el momento, avisarle que en esa foto están incluidas tres personas que, casualmente o no, murieron, dos de ellas, en accidentes. Yo no creo en las casualidades, dice Nurit. Y yo no creo en los trabajos a los que se refería Gladys Varela, dice el pibe de Policiales. Yo no creo en ninguna de las dos cosas, dice Jaime Brena, pero sí creo en que en el mundo hay asesinos. Empecemos por averiguar a qué colegio fue Chazarreta y quiénes eran sus amigos más cercanos, propone. Por el lado del comisario Venturini no quiero insistir, se va a hartar y me va a cortar el chorro. Yo voy a intentar ser más sociable con los vecinos de La Maravillosa; alguno, además de Collazo, tiene que saber, dice Nurit. Y yo, por supuesto, y cuando el pibe dice por supuesto mira a Jaime Brena como si le estuviera dedicando lo que está por decir, voy a sumergirme en Internet, en alguna parte de la red debe decir dónde hizo Chazarreta el secundario. Los dos hombres saludan con un beso a Nurit y se suben al auto. Ella se queda parada ahí, esperando que arranquen. Siente frío. El rocío de la noche sumado a un viento lento e intermitente que se arremolina justo frente a la casa hacen que Nurit Iscar junte los brazos sobre su pecho y se los frote en el mismo momento en que Jaime Brena baja la ventanilla buscando un poco de aire. Los hombres y las mujeres siempre tenemos distinto termostato, le dice. Sí, es un clásico, contesta ella. Vos debés ser de las que prefieren el ventilador de techo al aire acondicionado, le dice Jaime Brena. Y vos de los que prenden el aire hasta en invierno, contesta Nurit. ¿O sea que nuestra convivencia sería fatal?, pregunta Brena y ella se sonroja. Nunca se sabe, diría Nurit Iscar si fuera la protagonista de una novela que ella escribe. Pero no lo es, entonces no lo dice; sólo lo piensa y se sonríe. ¿Por qué pone tanta distancia? ¿Por qué pone aún más distancia cuando un hombre le gusta? A la edad que tiene, sigue sin entenderlo. Viviana Mansini viene corriendo apurada, se acaba de dar cuenta de que tiene el auto en la entrada del country. ¿Me alcanzan?, dice. Sí, claro, le contesta el pibe. La mujer le da un beso a Nurit y se sube al auto. Jaime Brena saluda con la mano, haciendo como que se saca un sombrero que no lleva puesto y lo vuelve a dejar sobre su cabeza, mientras el auto avanza por la grava gris y luego desaparece.
Nurit entra y se prepara un café. Aunque Paula Sibona y Carmen Terrada son casi sus hermanas, esta noche preferiría estar sola. La conversación de ellas le llega como si fuera el diálogo en inglés de una serie proyectada en una televisión encendida en la que no alcanza a leer los subtítulos. Se disculpa: Tengo que ir a escribir el informe para El Tribuno, y se va a su cuarto. Enciende la computadora. Nada de lo que escribe le importa, porque ahora lo único que tiene importancia, de verdad, es esa foto que falta y los muertos que incluye. Y de esa foto ella no puede hablar. No todavía. Entonces se dedica a describir la casa de Chazarreta, por dentro y por fuera, cada detalle, cada lugar donde estuvo, los colores de las paredes, las texturas de las telas que tapizan los sillones o que visten las ventanas, a qué huele esa casa, su sonido a pesar del vacío: el motor de la heladera todavía enchufada y un reloj despertador sobre la mesa de luz de Chazarreta que marca un tictac seco. Todo. Menos el portarretrato sin foto. Relee lo que escribió, no la conforma, no está a la altura de los otros informes. Ella sabe por qué, por el silencio, por lo que calla o esconde, eso que cuando escribía ficción se convertía en la parte del iceberg de Hemingway que quedaba sumergida debajo del océano para bien del relato pero que en este caso, un informe, un texto periodístico que saldrá en un diario, le resulta delator de su imposibilidad de decir lo que tendría que decir. Es lo que hay, piensa. Hoy es lo que hay. Tipea dos o tres oraciones más y luego remata el informe que se trata casi en su totalidad de la descripción de la casa de Chazarreta con lo siguiente:
Читать дальше