Nurit archiva el texto. Se lo manda a Rinaldi, pero esta vez no va con copia para el chico de Policiales. Al pibe se lo envía en otro mail que está dirigido sólo a él. Intenta un cuerpo del mensaje cordial; no sabe por qué, pero no empieza con Estimado, ni con Sr., ni nada por el estilo sino simplemente con Hola! Luego: Te envío el informe para mañana. Me gustó mucho tu nota de ayer. Un abrazo. Nurit Iscar. Y se le ocurre agregar al final del texto la siguiente postdata: PD: Si te interesa conocer el lugar donde se cometió el crimen acerca del cual escribimos los dos, podés venir en algún momento del fin de semana, o cuando mejor te convenga. Y para que no quepa ninguna sospecha de que la invitación lleva bajo cuerda alguna intención de tirarle onda a un chico que debe tener casi treinta años menos que ella, Nurit Iscar agrega en un segundo renglón de la postdata: Vení con quien quieras.
El pibe de Policiales abre el mail de Nurit Iscar que acaba de entrar en su bandeja. Le sorprende la invitación a La Maravillosa. Sin todavía leer el nuevo informe, se levanta y va hasta el escritorio de Jaime Brena: ¿Qué se traerá entre manos esta mina?, le pregunta. ¿Betibú? Betibú. Me mandó el informe sin pasar por Rinaldi y me invita a La Maravillosa. Nada, a lo mejor es buena compañera, hay también, de vez en cuando te encontrás con alguien que no está pensando sólo en cagarte para hacer carrera más rápido que vos o para ocupar tu silla. ¿Lo decís por mí? No, pibe, vos no tenés nada que ver con que yo esté donde estoy, o mejor dicho, que no esté donde debería estar, ¿vas a ir?, le pregunta. Es una gran oportunidad, no la puedo desperdiciar, pero no sé. Acordate de la primera lección pibe, calle, tenés que ir y estar ahí, aunque las calles de ese lugar sean muy distintas de las de Mataderos. ¿Qué tiene que ver Mataderos con todo esto? Nada, tengo que ir en un rato a Mataderos a cubrir la inauguración de un jardín maternal, ¿me querés acompañar? Si vos me acompañás el fin de semana a La Maravillosa. No puedo caer de colado en la casa de la mina. La mina no, Brena, Nurit Iscar, tenés que aplicar tus propias lecciones. Tenés razón, Nurit Iscar. Betibú. Y sí, podés, insiste el pibe, porque ella me dice en su mail que si quiero vaya acompañado. Pero, boludo, te está hablando de tu chica. No aclara nada, así que puedo ir con quien quiera. Yo ya conozco el lugar, dice Jaime Brena, estuve entrevistando ahí a Chazarreta, me odió después de esa entrevista. ¿Por? Porque no dije lo que él quería que dijera, porque no me pudo manipular. Era un buen manipulador el hijo de puta y ésos son los que a mí más miedo me dan. Yo de una piña me sé defender, de un manipulador me cuesta más. ¿Me acompañás entonces?, insiste una vez más el pibe de Policiales, si conocés el lugar mucho mejor, un lujo ir con alguien que conoce el terreno. Jaime Brena se lo queda mirando. Este pibe no se parece en nada a mí cuando empecé a trabajar en El Tribuno, piensa, pero hay algo en él que me tira a ayudarlo, será por eso de que nadie le niega una mano a un ciego que está por cruzar una calle, se dice a sí mismo y luego se sonríe y le confirma: Okey, vos también me estás manipulando, pibe, pero me caés simpático. Gracias, es todo un avance en nuestra relación, bromea el pibe de Policiales. Y, de última, si Nurit Iscar espera que caigas con una chica, yo te agarro de la mano y te doy un piquito. Sos muy viejo para mí, Brena. José de Zer lo habría hecho si hubiera sido necesario, concluye él, ¿ves?, ésa va a ser tu tercera lección, pibe, averiguá qué ciudad del conurbano, muy pegada a la capital, donde nació uno de nuestros mejores jugadores de fútbol, fue bautizada gracias a José de Zer y por qué se hizo famosa su frase: Seguime, Chango, seguime. Lo averiguo, dice el pibe y parece entusiasmado, me voy a terminar mi nota de hoy así después te puedo acompañar a Mataderos. Dale. El pibe se va. Brena mira a Karina, ¿ves?, acá tengo un colega que me va a acompañar a Mataderos aunque no sea cool, nena. Qué rápido me reemplazás, Jaime Brena. Vos sos irreemplazable, linda, aunque me tengas abandonado. Ella se sonríe pero no dice nada, sabe que Brena tiene algo de razón, pero no es que lo tenga abandonado porque no le importa, sino porque estar cerca de él la obliga a tomar una decisión y contársela. ¿Por qué es para ella tan fuerte la mirada de Jaime Brena? Si ella tiene padre y hermanos mayores. ¿Por qué si pudiera elegir un padre se quedaría con Brena y no con el suyo? Lo mira y le vuelve a sonreír. Él también le sonríe y tampoco dice nada, no tiene dudas de que a la chica le pasa algo, algo que todavía no puede contarle. El pibe de Policiales se levanta y vuelve al escritorio de Brena. ¿Qué pasa, pibe?, le pregunta Brena. Te debo algo, le contesta. Brena no entiende. ¿Qué me debés? Una respuesta a una pregunta que me hiciste en la primera lección de este curso acelerado de ayuda al periodista discapacitado. Eh, pará, tampoco es para tanto. El pibe sigue: Gustavo Germán González, el de Crítica, se disfrazó de plomero para entrar en la morgue y ver qué decían los médicos forenses acerca del cadáver del concejal radical, y después escribió: “No hay cianuro”. No había cianuro en el cadáver, fue el primero en publicarlo. Jaime Brena se sonríe con cierta satisfacción. ¿Aprobado?, le pregunta el pibe. Sí, pibe, aprobado, vas a aprender vos, le dice Brena, vas a ver que vas a aprender.
Nurit Iscar supone que sería bueno contar con algo de ayuda para el fin de semana. Sus amigas colaboran y son como de la familia, pero la casa es grande, entra mucho polvo, mucho polen de los árboles. Además, si llega a venir el pibe de Policiales le gustaría que todo esté bien ordenado y no tener que ocuparse de la comida, la bebida, los platos, el papel higiénico en el baño y demás menesteres hogareños, para poder así atenderlo, llevarlo a conocer el barrio, la casa de Chazarreta, que todavía está rodeada de cintas plásticas que impiden el paso -custodiada además por un policía de la Bonaerense y uno de la seguridad del barrio-, y cualquier otro lugar que el pibe quiera conocer. Se imagina que una forma de conseguir a alguien que la ayude con las tareas de la casa es preguntarle a la empleada de algún vecino si tiene una amiga, pariente o conocida para recomendarle. Sale a la puerta y espera a que aparezca alguna. Pero no aparece. En cambio, pasa un auto, a los diez minutos otro, quince minutos después una camioneta cuatro por cuatro. Supone que debe haber un método que le lleve menos tiempo, tocarle la puerta a un vecino, por ejemplo. Lo hace en la casa de la derecha, no sale nadie. Lo hace en la casa de enfrente, nadie. No se atreve a tocar el timbre en la de la izquierda: si de allí tampoco sale un ser vivo y hablante -no vale perros ni ningún otro animal doméstico-, la sensación de solitud la va a sumir en una angustia de la que no está segura de poder recuperarse. Si ella, Nurit Iscar, es el único ser humano en metros a la redonda, prefiere no saberlo. Deja pasar unos minutos más, fingiendo una calma que no tiene. Debe reconocer que la espera la inquieta. Para ver gente, se teme, va a tener que ir hasta la proveeduría, la cancha de tenis, el gimnasio o el bar del golf. Y Nurit Iscar quiere ver gente. Está a punto de ser tomada otra vez por el síndrome de abstinencia de ciudad cuando por la esquina ve venir a una empleada doméstica que camina paseando un perro chihuahua. Nurit Iscar respira aliviada, como si acabara de escapar de un peligro que sólo ella reconoce. La mujer parece bastante fastidiada por la tarea que le encargaron, cosa comprensible con sólo observar los movimientos histéricos del perro. Este bicho es el diablo, dice casi para sí cuando pasa junto a ella. Nurit asiente y aprovecha el acercamiento que provoca la confesión para preguntarle si conoce a alguien que pueda ayudarla el fin de semana. La mujer intenta detenerse para responderle, pero el perro ladra de una manera tal que las obliga a las dos a seguir caminando juntas. Yo tengo mi hija, le dice, pero el fin de semana no puede, el marido no la deja, si la quiere para la semana, sí, pero fin de semana no la deja. Y la mujer está a punto de empezar a quejarse del marido de la hija, pero Nurit Iscar la interrumpe y le aclara que lamentablemente ella sólo necesita alguien que la ayude unas horas el sábado y otras pocas horas el domingo, con el resto de la semana se arregla. Van a ser pocos, ella, dos amigas y un compañero de trabajo, pero aun así prefiere que alguien le dé una mano. Lástima, fin de semana el marido no la deja, repite la mujer. Lástima, dice Nurit. La empleada que sigue luchando con el chihuahua saluda a un jardinero que pasa en bicicleta cargando sobre el manubrio la cortadora de césped y, sin que Nurit se lo pida, la mujer le pregunta si él tiene a alguien. El hombre se detiene, ellas también intentan detenerse pero el perro ladra histérico otra vez y resulta imposible conversar con ese sonido de fondo. Entonces el hombre da vuelta la bicicleta y las acompaña unos metros en la dirección en la que el chihuahua quiere ir. Tenía, dice el hombre, mi mujer, pero ya consiguió, ayer consiguió, tres meses sin trabajar, duro, pero ayer consiguió. El hombre se acuerda de algo, le cuenta que los fines de semana, en la entrada, del otro lado de la barrera, suele haber mujeres que se ofrecen para trabajar por hora, que a lo mejor ahí puede encontrar a alguien, a veces los guardias las corren, pero es la calle, así que ellas pueden, ¿o no es la calle? Sí, es la calle, dice Nurit Iscar y se acuerda de ella misma discutiendo acerca de quién es dueño de una calle el día en que entró en La Maravillosa. Cierto, dice la empleada que pasea el chihuahua, yo también las tengo vistas, vienen los sábados tempranito. Y si necesita, hay hombres que se ofrecen para hacer asados o para lavar autos, lo que usted precise, dice el jardinero. Nurit agradece la información y regresa a la casa. El hombre retoma su camino. La mujer sigue detrás del perro y masculla: lástima, el marido de mi hija.
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