Jaime Brena vuelve a su escritorio, hoy le toca escribir sobre la inauguración de un jardín maternal de última generación en Mataderos. Se lo pidió Rinaldi, y a Rinaldi seguramente se lo pidió el Intendente. No es que Rinaldi y el Intendente sean tan amigos, pero hoy los dos detestan al Presidente de la Nación y eso los une. Si hay algo que tiene de bueno escribir sobre la inauguración del jardín maternal, reconoce Jaime Brena, es que para completarla nota a media tarde piensa ir a Mataderos. Y saber que va a pasar parte de su jornada laboral en la calle, yirando por algún barrio de Buenos Aires, lo pone de buen humor. Con qué poco te conformás últimamente, Jaime Brena, se dice a sí mismo y empieza a tipear. Te invito a tomar el té en Mataderos, le propone a Karina Vives, que acaba de llegar. ¿El té en Mataderos?, pero qué cool que estás, Brena, ¿Mataderos Soho o Mataderos Hollywood?, le dice la chica y se instala en su escritorio. Vos reíte, nena, que una de estas noches te voy a llevar a bailar a Avenida de los Corrales y Lisandro de la Torre y ahí vas a saber lo que es bueno, le advierte Brena y la hace sonreír otra vez.
En el momento en que Jaime Brena titula la nota para el Intendente, a unos metros de él, el pibe de Policiales busca en Internet datos sobre todas las personas que trabajan con el fiscal Pueyrredón a ver si tiene la suerte de conocer a alguien, mientras en La Maravillosa Nurit Iscar intenta escribir un nuevo informe para El Tribuno. Al pibe no le suena ningún nombre, y a ella nada de lo que escribe la conforma. Mira por la ventana: todo es verde. Cierra la cortina y prende la luz artificial para sentir que está en su casa, en el cuarto de los chicos que convirtió en su estudio desde que ellos se fueron a vivir solos, sentada en su silla y recostada sobre el almohadón con funda tejida en punto arroz que alguna vez fue de su madre. Tendría que haberlo traído, aunque sea el almohadón, para sentirse más cerca de su casa. Y alguna de las macetas del balcón; aunque sus plantas son menos llamativas que las que la rodean, son suyas. Sin embargo, en lugar de mirar la luna, como ET, y decir con voz balbuceante: “mi casa”, ella, Nurit Iscar, Betibú, elige una frase más clara y contundente: ¿Y si me voy a la mierda? Interrumpe sus pensamientos y divagues un llamado de Carmen Terrada. Tenés mala voz hoy, le dice su amiga. Estoy pasando la segunda prueba de resistencia en La Maravillosa. La primera fue atravesar la barrera de entrada, ¿te acordás?, le pregunta Nurit. Sí, me acuerdo, ¿y ahora con quién te peleaste?, quiere saber Carmen. Todavía con nadie, responde ella. Contame, insiste su amiga. Síndrome de abstinencia de ciudad: me estresan los árboles, me estresa el verde, me rompe poderosamente las pelotas el canto de los pájaros a las seis de la mañana, el chirrido de los grillos, las ranas que croan toda la noche, ¿sabés lo que necesito, Carmen? Un hombre, amiga. No, cemento, mucho cemento y un café en la esquina de mi casa, responde Nurit. Y sigue: Imaginate lo que es salir a caminar por la calle y sentir que en este lugar no te podés llegar a cruzar con nadie que te conmueva, que todo lo que te rodea es naturaleza, deporte, vida supuestamente sana, y casas vacías. Porque aunque haya gente, no la ves si no es haciendo alguna actividad deportiva. Aunque sea trotando. Imaginate lo que es sentir que no puede suceder nada que te sorprenda, que no te puede pasar nada fuera de lo previsto, dice Nurit. Bueno, te pueden cortar el cuello de lado a lado, te recuerdo, ¿o te olvidaste por qué estás ahí?, pregunta Carmen. Cierto, también te pueden degollar, pero te digo que un par de días más de soledad y canto de pájaros, y yo voy a salir a la calle pidiendo que alguien, por favor, me degüelle, confiesa Nurit. Tranquila, el sábado temprano estamos ahí con Paula y nos instalamos en tu casa todo el fin de semana, le promete su amiga. Gracias, dice ella, eso me va a hacer bien. Al final, pregunta Carmen Terrada, ¿la casa tiene pileta?
El pibe tipea su nota bajo el efecto del susto que le dejó la entrada en la redacción de Rinaldi, hace apenas un rato, para dejarle claro que está haciendo mal su trabajo. Jaime Brena describe las instalaciones del jardín maternal de Mataderos que todavía no vio sino a través de la gacetilla que recibió del Departamento de Prensa de la ciudad. Y yo tengo el tupé de decirle a este pibe que no le hago la gacetilla a cualquiera, piensa y le da a las teclas con bronca. Rinaldi redacta su editorial para mañana, empieza por el título: Otra mentira del Presidente. Karina Vives desgraba la entrevista que le acaba de hacer al egipcio/italiano/mexicano Fabio Morabito. Nurit Iscar tipea su segundo informe.
“Este lugar, día a día, es ganado por el silencio. Dos muertes tan extrañas y a su vez tan similares, en la misma casa, dentro del mismo club de campo (así se autodenominan este y otros lugares similares que forman la asociación que los agrupa), desconciertan y aterran a los vecinos. Pero ellos ya no lo dicen, ya no hablan como los primeros días. Intentan pensar en otra cosa, seguir con sus vidas de siempre. Muchos, no todos pero casi, se conforman pensando: es con ellos, con los Chazarreta, no con nosotros. Como si quien entró a matar por segunda vez hubiera venido a completar un asunto que sólo afecta a Pedro Chazarreta y Gloria Echagüe. O, en todo caso, a ellos y su familia. O a ellos, su familia y sus allegados próximos. O a ellos, su familia, sus allegados próximos y sus socios de negocios. Entonces el universo se amplía. Pero no tanto. No a ‘nosotros’. A ‘nosotros’, no. ¿Y quiénes son ‘nosotros’? Todos los demás que tienen una casa en La Maravillosa y siguen vivos. Sin embargo, hay preguntas que les incomoda contestar y que, por lo tanto, no quieren que nadie les haga ni hacérselas ellos mismos. Porque todos los que viven en este lugar, aunque quieran ignorarlo, saben que las opciones no son tantas: o el asesino es alguien de adentro de La Maravillosa, o alguien que entró por la guardia y salió con autorización de algún socio, o (y esto es llamativamente lo que más nerviosos pone a los vecinos) fallaron los controles de seguridad del ingreso en el country. Hoy, a quien quiere entrar en un lugar como éste se le pide: autorización de un socio mayor de edad (un chico de 17 años no puede hacer ingresar a un amigo, ni la empleada doméstica puede dejar ingresar a nadie si no está autorizada por escrito por los dueños de casa), documento de identidad (antes se pedía sólo el número sin necesidad de mostrar el documento propiamente dicho, ya que la gente que ingresa con cierta regularidad en el country tiene su fotografía cargada en la computadora y se puede chequear que cara y foto coincidan, pero desde el último robo que hubo en un barrio cerrado vecino, por más que cara y foto sean idénticas, se pide documento), seguro contra terceros a nombre del conductor del auto que ingresa (si una persona quiere entrar con el auto de su cónyuge, estará en problemas), foto (si es la primera vez que la persona ingresa, y aunque ahora no sirva de nada ya que piden el documento; ‘lo que abunda no daña’, es uno de los tantos lemas del jefe de seguridad de este lugar; otros: ‘más vale prevenir que curar’, ‘hay que curar en salud’, ‘todo el mundo es sospechoso hasta que se demuestre lo contrario’), revisión del baúl del auto a la entrada y a la salida, y ahora también revisión del capot a la salida, ¿por si una visita se lleva algo escondido entre el radiador y el motor? Vaya uno a saber. Si el vehículo ingresa de noche se agrega, desde hace unas semanas, la obligación de apagar las luces externas y encender las internas hasta que el guardia se acerque y verifique quiénes están adentro, exactamente como era el procedimiento en la época de la dictadura militar cuando se requisaba un auto. Pero así y todo, con autorización, seguro, foto, documento, baúl en orden y luces apagadas, o sin ellos, el asesino de Chazarreta entró. O estaba adentro, o un vecino lo autorizó a pasar, o pasó sin que la guardia notara nada extraño. Y eso, a ‘nosotros’, es lo que de verdad nos tiene mal.”
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