Cormac McCarthy - En la frontera

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Historia de dos adolescentes, Billy y Boyd, de origen campesino, que en medio de un paisaje hostil y huraño irán descubriendo las duras reglas del mundo de los adultos al tiempo que encuentran en la naturaleza el sentido heroico de sus vidas.
Segundo volumen de la llamada «Trilogía de la frontera», En la frontera nos remite a un tiempo inmediatamente anterior al de Todos los hermosos caballos, para centrarse en la historia de dos adolescentes, Billy y Boyd, de origen campesino, que en medio de un paisaje hostil y huraño irán descubriendo las duras reglas del mundo de los adultos al tiempo que encuentran en la naturaleza el sentido heroico de sus vidas. Desde una extraña relación de afecto y complicidad con una loba acosada por los tramperos hasta el asesinato de sus padres a manos de unos cuatreros, el personaje de Billy, protagonista a su vez del último título de la trilogía, Ciudades de la llanura, se verá inmerso en un destino en el que la belleza y la rapiña moral se presentan como los límites inseparables de una misma aventura vital.

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Tanta hambre no tienes.

Yo estaba muerto de hambre. ¿Tú no?

Claro. Ahora no. No hemos comido gato, ¿verdad?

No hombre.

¿Te habrías dado cuenta?

Claro. Y tú también. Pensaba que querías llegar a la alameda .

Te estoy esperando.

Ahora las lagartijas, dijo Billy. Apenas se las diferencia del pollo.

Maldita sea, dijo Boyd.

Arrearon los caballos calle arriba bajo la sombra de unos árboles pintados y Billy ató unos cabestros con cabos colgantes para que los animales pudieran andar si les apetecía apartarse de ellos. Boyd permaneció tumbado en la hierba reseca con el perro por almohada y el sombrero sobre los ojos hasta que se durmió. La calle estuvo desierta toda la tarde. Billy les puso los cabestros a los caballos, los ató, se estiró en la hierba y al cabo de un rato también se durmió.

Al caer la tarde un solitario jinete a lomos de un caballo poco acorde con su condición humilde se detuvo en la calle frente a la alameda, miró detenidamente a los chicos dormidos en la hierba y luego dirigió su atención a los caballos. Se inclinó a escupir. Por fin, hizo girar el caballo en redondo y se fue por donde había venido.

Cuando Billy despertó se puso de pie y miró a su hermano. Boyd se había puesto de lado y tenía al perro cogido con un brazo. Alargó la mano y levantó del polvo el sombrero de su hermano. El perro abrió un ojo y lo miró. Por la calle se acercaban cinco jinetes.

Boyd, dijo.

Boyd se incorporó y buscó su sombrero.

Por allá vienen, dijo Billy. Se incorporó, se dirigió a donde estaba Bird, le ajustó el látigo, desató las riendas y montó. Boyd se puso el sombrero y se encaminó hacia los caballos. Desató a Niño, lo llevó hasta uno de los pequeños bancos de hierro y se subió al banco y pasó una pierna por encima del lomo del animal, todo ello con un único movimiento y sin parar siquiera el caballo; luego volvió y dejando atrás los árboles salió a la calle. Llegaron los jinetes. Billy miró a Boyd. Boyd estaba montado con el cuerpo ligeramente inclinado y las palmas boca abajo sobre la cruz del caballo. Escupió a un costado y se secó la boca con el dorso de la muñeca.

Se acercaron lentamente. Ni siquiera miraron los caballos que estaban bajo los árboles. A excepción del jinete manco, todos eran jóvenes y no parecían llevar armas.

Allá está nuestro amigo, dijo Billy.

El jefe .

Yo no creo que tenga mucho de jefe .

¿Ah no?

No estaría aquí. Habría mandado a alguien. ¿Reconoces a alguno de los otros?

No. ¿Por qué lo dices?

Solo me preguntaba si habremos de vérnoslas con una cuadrilla muy numerosa.

El mismo hombre de idénticas botas labradas e idéntico sombrero chato ladeó ligeramente su caballo, como si tuviera intención de pasar de largo. Luego enderezó el caballo otra vez. Finalmente sofrenó el caballo delante de los dos hermanos y asintió. Bueno, dijo.

Quiero mis papeles, dijo Billy.

Los jóvenes que esperaban detrás se miraron. El manco estudió detenidamente a los dos chicos. Les preguntó si se habían vuelto locos. Billy no respondió. Extrajo el papel del bolsillo y lo desdobló. Dijo que tenía factura de los caballos.

¿ Factura de dónde?, dijo el manco .

De La Babícora .

El manco volvió la cabeza y escupió en el polvo de la calle sin dejar de mirar a Billy . La Babícora, dijo.

Sí .

¿ Firmada por quién ?

Firmada por el señor Quijada .

No se alteró en absoluto. Quijada no es alguacil, dijo.

Es gerente, dijo Billy.

El manco se encogió de hombros. Pasó el lazo de las riendas por encima del borrén delantero y alargó su única mano. Permítame, dijo.

Billy dobló el papel y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Dijo que habían vuelto por los otros dos caballos. El hombre volvió a encogerse de hombros. Dijo que no podía ayudarlos. Dijo que no podía ayudar a los jóvenes americanos.

No necesitamos su ayuda, dijo Billy.

¿ Cómo ?

Pero Billy ya había tirado de las riendas hacia la derecha y llevado el caballo al centro de la calle. Quédate ahí, Boyd, dijo. El jefe se volvió hacia el jinete que estaba a su derecha. Le dijo que se encargara de los caballos.

No toque esos caballos, dijo Billy.

¿ Cómo?, dijo el jefe. ¿Qué ?

Boyd se apartó de los árboles.

Quédate ahí, dijo Billy. Haz lo que te digo.

Dos de los jinetes habían avanzado hacia los caballos atados. El tercero quiso ponerse delante del caballo de Boyd, pero este picó a su caballo y lo situó en mitad de la calle.

Ponte detrás, dijo Billy.

El jinete se volvió hacia su jefe. Niño puso los ojos blancos y comenzó a piafar. El manco había cogido las riendas de su caballo con los dientes y se disponía a desabotonar la solapa de su pistolera. La actitud de Niño debió de comunicar alguna información desagradable a los otros caballos que estaban en la calle, pues el del jefe empezó a agitarse y sacudir la cabeza. Billy se quitó el sombrero de golpe y metió piernas a su caballo y pasó el sombrero por delante de los ojos del caballo del jefe, que se empinó de repente, se acodilló y dio dos pasos hacia atrás. El jefe asió la gran perilla plana de su silla y en el momento de hacerlo el caballo retrocedió otra vez, se volvió y pateó el sombrero del jefe, que voló a ras de suelo. Al volverse Billy vio arbolarse a Niño y a Boyd apretar con los talones los flancos del caballo. El del jefe había doblado las rodillas y después de piafar y forcejear se lanzó calle abajo arrastrando las riendas anudadas y zarandeando los estribos. El jefe yacía en el suelo. Sus ojos iban de un lado a otro captando los rencorosos movimientos de los caballos que había alrededor de él. Miró su sombrero aplastado en la calle.

La pistola estaba en el suelo. De los jinetes que iban con el jefe dos estaban tratando de contener a sus caballos bajo los árboles, donde embestían y tiraban de los ronzales, y uno había desmontado y se acercaba a ayudar al que estaba en tierra. El cuarto jinete se volvió y miró la pistola. Boyd se deslizó del caballo, al tiempo que bajaba las riendas por encima de su cabeza y de un puntapié mandó la pistola al centro de la calle. Niño intentó empinarse otra vez y casi lo levantó del suelo, pero Boyd lo hizo bajar, se plantó delante del jinete montado, le cortó el paso cuando el otro había dado ya la vuelta y metió dos dedos por los ollares del caballo del otro, que retrocedió debatiéndose. Luego trajo a Niño trotando detrás de él y se agachó para coger la pistola del suelo y se la metió en el cinto y agarró un manojo de crin, montó e hizo girar al caballo sobre sí mismo.

Billy estaba de pie en la calle. De los otros vaqueros, uno también había desmontado y ahora había dos arrodillados en el polvo intentando incorporar a su jefe. Pero el jefe no podía sentarse. Lo pusieron de pie, pero él se derrumbó en brazos de sus hombres como un pelele. Debían de pensar que solo estaba aturdido, porque siguieron hablándole y palmeándole las mejillas. En la calle había empezado a reunirse un grupo de espectadores. Los otros dos jinetes descabalgaron, dejaron las riendas sueltas y se acercaron a la carrera.

No vale la pena, dijo Billy.

Uno de los vaqueros se volvió y lo miró. ¿ Cómo?, dijo.

Es inútil, dijo Billy. Se ha roto el espinazo .

¿ Mande ?

Se ha roto la espalda, dijo.

A un kilómetro y medio al norte del pueblo abandonaron la carretera y siguieron hacia el oeste hasta llegar al río. Boyd había ahuyentado a los otros caballos mientras los jinetes estaban en la calle al lado de su jefe, y ahora tenían a todos los caballos. Era casi de noche. Se sentaron en un guijarral y observaron a los caballos en el agua recortados contra el cielo que se enfriaba. El perro se metió en la corriente, bebió, levantó la cabeza y los miró.

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