Y la cáscara no es la cosa , dijo. Se le parecía. Pero no lo era.
¿ Y la tercera historia ?, preguntó Billy.
La tercera historia, dijo el gitano, es esta. Porque en definitiva la verdad no puede estar en otro lugar distinto del que habla , dijo. Extendió las manos ante él y se miró las palmas. Como si hubieran estado ocupadas en alguna cosa que él no hubiese determinado. El pasado, dijo, es una eterna discusión entre contrademandantes. Los recuerdos se borran con los años. Nuestras imágenes no tienen depositario. Los seres queridos que nos visitan en sueños son desconocidos. Incluso ver correctamente requiere un esfuerzo. Buscamos un testigo, pero el mundo no nos lo proporciona. Esta es la tercera historia. Es la historia que cada hombre hace por separado a partir de lo que le queda. Restos de un accidente. Unos huesos. Las palabras de los muertos. ¿Cómo crear un mundo de esto? ¿Cómo vivir en él una vez construido?
Miró el cubo. El vapor había dejado de elevarse y el gitano asintió y se puso de pie. Rafael se levantó, cogió la mochila, se la colgó de un hombro y fue a coger el balde. Todos siguieron al gitano a través del bosque hasta donde estaba Niño, y una vez allí uno de los hombres se arrodilló y levantó del suelo la cabeza del caballo mientras Rafael sacaba de la bolsa un embudo de cuero y un trozo de manguera de goma y agarraron la boca del caballo y se la abrieron mientras él daba grasa a la manguera y la introducía por el esófago del animal y encajaba el embudo en el extremo de fuera y luego, sin más ceremonias, echaban en el embudo el contenido del cubo.
Cuando hubieron terminado el gitano volvió a limpiar la sangre seca que cubría el pecho del caballo y después de examinar la herida espolvoreó por encima dos puñados de las hojas cocidas que había en el fondo del cubo e hizo con ellas un emplasto que apelotonó sobre la herida y luego lo aseguró mediante tela de arpillera y ató con cordel a la nuca del caballo y a las patas delanteras. Después se levantó, retrocedió un par de pasos y se quedó mirando al animal durante largo rato en actitud reflexiva. El caballo tenía un aspecto ciertamente extraño. Levantó un poco la cabeza, los miró de soslayo y luego resolló y estiró el cuello entre la hojarasca, y allí se quedó. Bueno, dijo el gitano. Miró a Billy y sonrió.
De pie en la carretera el gitano se bajó el ala del sombrero, se ajustó bajo la barbilla el trozo de hueso de ave que usaba a modo de fiador y miró los bueyes y la balsa y el aeroplano. Desvió la mirada hacia donde el petate que contenía el cuerpo de Boyd estaba calzado en las ramas bajas del tascate. Miró a Billy.
Lo llevo de vuelta a mi país , dijo Billy.
El gitano sonrió otra vez y miró hacia el norte por la carretera. Otros huesos , dijo. Otros hermanos. Dijo que de niño había viajado mucho por la tierra del gabacho. Dijo que había acompañado a su padre por las calles de ciudades de Occidente recogiendo chatarra y trastos viejos que luego vendían. Dijo que a veces encontraban viejas fotografías y daguerrotipos dentro de una caja o un baúl. Aquellos retratos únicamente tenían valor para los vivos que habían conocido a los retratados, y con el paso de los años de estos últimos no quedaba ninguno. Pero a su padre, que era gitano y tenía mente de gitano, le gustaba colgar aquellos descoloridos retratos mediante pinzas de la ropa en las barras superiores de la carreta. Y allí se quedaban. Nadie preguntó nunca por ellos. Nadie quiso comprarlos. Al poco tiempo el muchacho interpretó que se trataba de una historia aleccionadora y empezó a escrutar aquellos rostros de color sepia en busca de algún secreto que pudieran divulgar de cuando eran mortales. Los rostros acabaron resultándole muy familiares. A juzgar por la indumentaria llevaban muertos muchos años y el chico los contemplaba posando sentados en los escalones de un porche, o en sillas en medio de un patio. Todo el pasado y todo el futuro y todos los sueños por nacer aparecían cauterizados en aquella fugaz aprehensión de luz en el interior de la cámara. Escudriñó aquellas caras. Miradas de vago descontento. Miradas de arrepentimiento. Quizá el germen de cierta acritud ante cosas que, de hecho, aún no existían y que, sin embargo, ya eran agua pasada.
Su padre le decía que los payos eran gente impenetrable, y así se lo pareció a él también. Dentro y fuera de toda descripción. Las fotografías que colgaban de las riostras se convirtieron en una forma de interrogante que el mundo le planteaba. Presentía en ellas cierto poder, y dedujo que los payos las consideraban de mal agüero, pues apenas las miraban, pero la verdad era aún más siniestra, como suele ocurrir con la verdad.
Lo que acabó comprendiendo fue que así como los parientes que aparecían en aquellas difuminadas instantáneas carecían de valor alguno excepto en el corazón de otra persona, así ocurría también con ese corazón en el de otro en un desgaste horrible e interminable, y no existía valor de ninguna otra clase. Cada representación era, por sí sola, un ídolo. Cada retrato una herejía. En sus imágenes habían creído alcanzar cierta inmortalidad, pero nada puede mitigar el olvido. Eso era lo que su padre intentaba decirle, y por esa razón vivían en el camino. Ese era el porqué de los amarillentos daguerrotipos que se balanceaban en las riostras de la carreta de su padre.
El gitano dijo que los viajes en que estaba involucrada la compañía de los muertos eran famosos por su dificultad, pero que en realidad todo viaje tenía esa comparsa. Dijo que en su opinión era una temeridad pensar que los muertos no tienen poder para actuar en el mundo, pues su poder es grande y a menudo su influencia es de mucho peso precisamente en quienes sospechan que es insignificante. Dijo que lo que los hombres no comprenden es que los muertos no han abandonado un mundo sino meramente la imagen del mundo que el hombre tiene en su corazón. Dijo que el mundo no puede ser abandonado puesto que, sea en la forma que sea, es eterno, como lo son todas las cosas que contiene. En aquellos rostros que ya para siempre serán anónimos entre sus anticuados enseres está escrito un mensaje que nadie puede pronunciar, pues el tiempo asesinaría al mensajero antes de que este pudiera llegar a destino.
Sonrió. Creemos ser víctimas del tiempo, dijo. En realidad el mundo sigue un camino que no está fijado en ningún lugar. ¿Cómo iba a estarlo? Nosotros mismos somos nuestro propio viaje. Y por eso también somos el tiempo. Somos como el tiempo. Huidizos. Inescrutables. Despiadados .
Se dirigió a los demás en caló y uno de ellos cogió un látigo largo que estaba claveteado a las tablas laterales de la balsa, lo desenrolló y lo hizo serpentear en el aire con un chasquido cuyo eco resonó como un pistoletazo en el bosque y el carromato se puso en marcha. El gitano se volvió y sonrió. Dijo que tal vez se encontrasen de nuevo en otro camino, pues el mundo no era tan grande como los hombres imaginaban. Al preguntarle Billy qué le debía por sus servicios, el gitano desechó la cuestión con un gesto de la mano. Para el camino , dijo. Luego se volvió y partió carretera arriba detrás de los otros. Billy se quedó con el pequeño fajo de billetes manchados de sangre que había sacado del bolsillo. Llamó en voz alta al gitano y el gitano se volvió.
Gracias, exclamó.
El gitano levantó una mano. De nada .
Yo no vivo en el camino .
Pero el gitano solo sonrió y agitó una mano. Dijo que el trayecto del camino era la regla que todos los que estaban en él debían seguir. Dijo que en el camino no había excepciones. Luego dio media vuelta y echó a andar a grandes zancadas.
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