Los otros hombres de en torno a la pálida fogata diurna parecieron poner mucha atención a sus palabras. Como si se hubieran apuntado a aquella aventura muy recientemente. El gitano hablaba despacio. Describió la región en que el aeroplano se había estrellado. Lo agreste de la misma y las vegas herbosas y los profundos barrancos donde los días eran tan breves como en los polos, barrancos en cuyos lechos un río caudaloso no parecía más que un trozo de cordel. Dejaron la región y en primavera regresaron de nuevo. No les quedaba dinero. Una vidente trató de advertirles que no fueran. Una de su misma raza. Él había sopesado las palabras de la mujer, pero sabía cosas que ella ignoraba. Que si un sueño puede predecir el futuro también puede frustrarlo. Pues Dios no permite que sepamos lo que está por venir. Dios no está obligado a hacer que el mundo siga precisamente ese curso y aquellos que por un sortilegio o un sueño pudieran acabar penetrando el velo que se cierne sobre todo lo que está ante su vista, por culpa de esa misma visión podrían servir para que Dios arranque el mundo de su rumbo cambiando completamente su curso y entonces ¿dónde queda el hechicero?, ¿dónde el soñador y su sueño? Hizo una pausa para que todos pudieran meditar sobre esto. Para que también él pudiera reflexionar. Luego prosiguió. Habló del frío que hacía en las montañas. Ilustró el terreno nombrando aves y otros animales. Loros. Tigres. Hombres de otra era viviendo en cavernas de una región tan remota que el mundo había pasado por alto matarlos. Los tarahumaras medio desnudos al borde mismo de la abrupta pared rocosa del vacío mientras el fuselaje y las alas del avión destrozado pendían en el azul y se empequeñecían y giraban lentamente en el abismo cada vez más profundo del barranco, silenciosos e insonoros, y mucho más abajo las formas de unos buitres describiendo lentas espirales como partículas de ceniza en una corriente ascendente.
Les habló de los rápidos en el río y de las grandes rocas que había en el desfiladero y de la lluvia en las montañas por la noche y del río que al pasar por las gargantas aullaba como un tren y de la lluvia que había caído a cántaros en aquella definitiva separación de la corteza terrestre y hacía chisporrotear sus lumbres de madera de acarreo y la roca maciza a través de la cual el agua pasaba rugiendo se estremecía como una mujer y si hablaban no podían oírse debido al ruido espantoso de aquel mundo infernal.
Pasaron nueve días en el desfiladero sin que parara de llover y el río creció hasta que finalmente siete de ellos quedaron encajonados en lo alto de una hendidura como ratones de campo buscando refugio, sin comida y sin poder encender un fuego y toda la garganta temblando como si el propio mundo fuera a abrirse bajo sus pies y tragárselos a todos, y por la noche apostaron vigías hasta que fue él mismo quien preguntó qué vigilaban y en caso de que llegara ¿qué?
El platillo de cobre que tapaba el cubo se levantó ligeramente y por uno de los lados dejó escapar una espuma verde que corrió cubo abajo y el platillo volvió a caer sin ruido. El gitano tendió el brazo y con aire pensativo arrojó la ceniza del cigarrillo a las brasas.
Nueve días y nueve noches. Sin comida. Sin fuego. Sin nada. El río crecía y tuvieron que atar la balsa con las cuerdas del torno y después con enredaderas, y el río creció y acabó llevándose la balsa y no se pudo hacer nada de nada y la lluvia siguió cayendo. Primero arrastró las alas. En la oscuridad rugiente él y sus hombres se colgaron de las rocas como simios cercados y lanzaron mudos gritos en medio del vórtice y su primo Macio bajó para asegurar el fuselaje, aunque nadie sabía de qué les serviría sin las alas y el propio Macio estuvo a punto de ser arrastrado por la corriente. La mañana del décimo día dejó de llover. Avanzaron penosamente entre las rocas a la luz grisácea del alba pero todo rastro de su aventura había desaparecido con la inundación como si no hubiera existido jamás. El río siguió creciendo y a la mañana siguiente, mientras contemplaban allá abajo la hipnótica cañada, un ahogado bajó como una bala de la catarata cual enorme pez exangüe y giró una vez boca abajo en la espuma del remolino como si estuviera buscando alguna cosa en el lecho del río y luego fue succionado por la corriente y continuó su viaje. A juzgar por su aspecto ya había recorrido un largo trecho, pues había perdido la ropa y gran parte de la piel y de su paso por las piedras del río tan solo le quedaba una leve pelusilla en lo alto del cráneo. Al girar en la espuma se había movido flácido y descoyuntado como si no tuviera huesos en el cuerpo. Como un íncubo o un maniquí. Pero cuando pasó a su altura los gitanos vieron como en una revelación eso de que están hechos los hombres y que habría sido preferible que no vieran. Vieron huesos y ligamentos y también sus costillas flotantes y a través de la piel escoriada las formas más oscuras de los órganos de dentro. Giró sobre sí mismo y ganó velocidad y luego salió disparado por la rugiente cañada como si río abajo tuviera cosas urgentes que hacer.
El gitano dejó escapar el aire entre los dientes. Estudió el fuego.
¿ Y qué pasó entonces ?, preguntó Billy.
El hombre sacudió la cabeza. Como si recordar supusiera un gran esfuerzo para él. Finalmente consiguieron trepar por la garganta y salir de las montañas. Llegaron a Sahuaripa y allí esperaron hasta que por fin, por la casi impracticable carretera de Divisaderos, apareció zumbando un camión en la caja del cual viajaron durante cuatro días, con palas sobre las rodillas, embarrados de pies a cabeza, apeándose innumerables veces para cavar en la inmundicia como convictos mientras el conductor les gritaba desde la cabina para luego proseguir su renqueante camino. Rumbo a Bacanora. Rumbo a Tonichi. De nuevo al norte saliendo de Nuri hacia San Nicolás y Yécora y luego por las montañas hasta Temosachic y Madera, donde el hombre con quien habían firmado un contrato les exigió la devolución del dinero que les había adelantado.
El gitano arrojó la colilla a la lumbre, cruzó las piernas, las atrajo hacia él con las manos y se quedó mirando las llamas inclinado hacia delante. Billy preguntó si el aeroplano había sido localizado y él respondió que no, puesto que no había nada que encontrar. Entonces Billy preguntó que por qué habían regresado a Madera y el hombre meditó la respuesta. Por último dijo que a su juicio no era una casualidad el que hubiera conocido al hombre que lo había contratado para ir a las montañas, ni era la casualidad la que había enviado las lluvias y hecho desbordar el Papigochic. Siguieron sentados. El que vigilaba el cubo se puso de pie por tercera vez, removió el contenido y lo puso a enfriar. Billy miró las caras solemnes de los hombres en torno a la lumbre. La osamenta bajo la tez olivácea. Nómadas del mundo. Estaban ligeramente agachados en aquel círculo, a un tiempo incoercibles y vigilantes. No tenían relación de propiedad con nada, apenas con el espacio que ocupaban. De sus vidas precedentes habían llegado a la misma interpretación que antes que ellos sus padres. Que el movimiento es en sí mismo una forma de propiedad. Los miró y dijo que el aeroplano que transportaban ahora hacia el norte por la carretera era, por tanto, un aeroplano diferente.
Todos los ojos negros se volvieron hacia el jefe del pequeño clan. Él permaneció por un buen rato como estaba. Reinaba la calma. En la carretera uno de los bueyes empezó a mear ruidosamente. Por fin el gitano dio voz a sus pensamientos y dijo que según él el destino había intervenido por sus propias y buenas razones. Dijo que el destino podía tomar parte en los asuntos humanos para oponerse a ellos o desbaratarlos, pero decir que el destino podía negar la verdad y sostener lo falso podría dar una visión contradictoria de las cosas. Una cosa era hablar de una voluntad en el mundo que iba en contra de la propia voluntad y otra muy distinta afirmar que esa voluntad iba en contra de la verdad, pues entonces nada en este mundo tendría sentido. Billy preguntó entonces si su teoría era que el falso aeroplano había sido arrebatado por Dios a fin de singularizar lo verdadero, y el gitano dijo que no. Cuando Billy dijo que había creído entender por sus palabras que había sido Dios quien en última instancia había decidido en lo concerniente a los dos aeroplanos, el gitano dijo que así lo creía él pero que no pensaba que esa acción la hubiera dedicado Dios a nadie en particular. Dijo que no era supersticioso. Los gitanos escucharon todo aquello y luego se volvieron hacia Billy para ver qué respondía. Billy dijo que a su modo de ver los transportistas no consideraban la identidad del aeroplano una cosa de gran importancia, pero el gitano lo miró fijamente con sus ojos oscuros y atribulados. Dijo que sí tenía importancia y que, de hecho, esa identidad era el tema principal de su investigación. Desde cierta perspectiva uno incluso podía aventurarse a decir que el gran problema del mundo era que lo que sobrevivía siempre era citado como prueba fehaciente en relación con hechos pasados. Una falsa autoridad revestía aquello que perduraba, como si esos artefactos del pasado hubiesen logrado soportar el paso del tiempo por voluntad propia. Pero el testigo no consiguió sobrevivir al testimonio. Lo que prevaleció en el mundo resultante nunca pudo hablar en nombre de lo que pereció sino tan solo exhibir su propia arrogancia. Se pretendía símbolo y recapitulación del mundo desaparecido pero no era una cosa ni la otra. Dijo que en el fondo el pasado era poco más que un sueño, y que el hombre había exagerado mucho su fuerza. Pues cada día el mundo nacía de nuevo y solo el apego de los hombres a sus gastadas cáscaras podía hacer del mundo una cáscara más.
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