Alcanzó la base de la montaña poco antes de la medianoche. La fiesta se había desarrollado según sus previsiones. Siguió las diferentes etapas de la celebración por la intensidad del bullicio que llegaba a sus oídos durante su silenciosa marcha: unos salvajes alaridos, cual parodia de los coros británicos, que se habían apagado ya hacía un buen rato. Ahora todo estaba en silencio. Escondido en compañía de dos partisanos que lo habían seguido por detrás de la cortina de árboles, oyó esos alaridos por última vez no lejos de la vía férrea, que tras atravesar el puente continuaba paralela al río, tal como había explicado joyce. Cargados con el material, los tres hombres se dirigieron con precaución hacia la vía.
Warden estaba convencido de que podría operar con total seguridad. Sobre esa margen del río no había presencia enemiga alguna. Los japoneses habían gozado de tal calma en ese rincón apartado del mundo que habían llegado a perder por completo su desconfianza. En ese momento, todos los soldados, e incluso la totalidad de los oficiales, estaban con toda seguridad tirados en algún sitio y completamente inconscientes. Warden colocó de centinela a uno de los tailandeses, por si acaso, y se puso metódicamente a trabajar, ayudado por el otro.
Su proyecto era simple y clásico. Es la primera operación que se enseña a los alumnos de la escuela especial de «Explosivos Plásticos y Destrucciones S.L.» de Calcuta. Es fácil separar los guijarros que forman el balasto de una vía, a ambos lados y por debajo del raíl, abriendo así una pequeña fosa, donde insertar una carga de plástico que se adherirá a la cara inferior de dicho raíl. Ahí radica la virtud de ese compuesto químico: una carga de apenas un kilogramo, adecuadamente colocada, es suficiente. La energía almacenada en esa pequeña masa se libera bruscamente por el efecto de un detonador en forma de gas, cuya velocidad alcanza varios miles de metros por segundo. Ni el acero más robusto resiste, sino que queda pulverizado por esa súbita explosión.
Se fija un detonador en el plástico (es tan fácil introducirlo como clavar un cuchillo en la mantequilla). Un cordón, conocido como «instantáneo», lo conecta a un pequeño artefacto de asombrosa simplicidad, también oculto en un boquete excavado bajo el raíl. Dicho objeto está compuesto básicamente por dos láminas, separadas por un robusto resorte. Entre ambas se sitúa el cebo. Una de las láminas hace contacto con el metal, mientras que la otra se inmoviliza con una sólida piedra. El cordón detonador se entierra. Un equipo de dos expertos puede instalar el dispositivo en media hora. Si el trabajo se realiza con cuidado, el mecanismo es invisible.
Cuando la rueda de una locomotora pasa por encima del aparato, la lámina superior queda aplastada contra la otra. El cebo encendido activa el detonador por medio del cordón, y el plástico explota. Una sección de acero queda pulverizada y el tren descarrila. Con un poco de suerte y una carga un poco más fuerte, se puede derribar la locomotora. Una de las ventajas de este sistema es que la activación la realiza el propio tren, por lo que el agente encargado de instalarlo puede hallarse a varios kilómetros del lugar. Otra ventaja: no se activa intempestivamente por la pisada de un animal, sino que se precisa un peso muy considerable, como el de una locomotora o un vagón.
Warden el experto, Warden el calculador razonaba de la siguiente manera: el primer tren vendrá de Bangkok por la orilla derecha. De acuerdo a lo previsto, saltará en pedazos con el puente y se desplomará en el río. Ése es el objetivo número uno. Seguidamente, la vía quedará cortada y la circulación interrumpida. Los japoneses se emplearán a fondo para reparar los daños. Querrán hacerlo lo más rápidamente posible, para restablecer el tráfico y vengar ese atentado, que supondrá un duro golpe a su prestigio en el país. Desplazarán una gran cantidad de equipos y trabajarán sin descanso. Se afanarán durante días, semanas o incluso meses. Cuando la vía por fin quede despejada y el puente reconstruido, pasará un nuevo convoy. El puente resistirá esta vez, pero, poco después, saltará por los aires el segundo tren. Ello, con toda certeza, tendrá un efecto psicológico devastador, aparte de los daños materiales.
Warden colocó una carga un poco más fuerte de la estrictamente necesaria, disponiéndola de forma que el descarrilamiento se produjera del lado del río. Si los dioses fueran propicios, era posible que la locomotora y varios de los vagones se precipitaran al agua.
Warden terminó rápidamente la primera parte de su programa. Era muy ducho en este tipo de trabajos. Había dedicado muchas horas a entrenarse, desplazando guijarros sin hacer ruido, modelando el plástico e instalando mecanismos. Actuó de forma casi mecánica y pudo constatar con satisfacción que el partisano tailandés, un principiante, le estaba resultando de gran ayuda. Su instrucción había sido realizada adecuadamente y Warden, el profesor, se regocijaba de ello. Aún le quedaba bastante tiempo antes de las primeras luces del amanecer. Había llevado un segundo artilugio del mismo tipo, si bien un poco diferente. Sin dudarlo un momento, fue a instalarlo a varios cientos de metros de ese lugar, en dirección opuesta al puente. Hubiera sido un crimen no aprovechar una noche de esas características.
Warden el previsor reflexionó de nuevo. Tras dos atentados en el mismo sector, el enemigo, en general, está sobre aviso y procederá a una inspección metódica de la línea. Pero nunca se sabe. A veces, muestra rechazo a conjeturar sobre un tercer atentado, puesto que ya ha sufrido dos. Por otra parte, si el artefacto está bien camuflado, puede pasar desapercibido incluso ante un examen minucioso, a no ser que los rastreadores decidan desalojar todos los guijarros del balasto. Warden colocó su segundo aparato, diferente del primero por estar dotado de un dispositivo para modificar los efectos y producir una sorpresa de otro tipo. Este accesorio era una especie de relé: el primer tren no desencadenaría la explosión, sino que la cebaría. El detonador y el plástico sólo se activarían por el paso del «segundo» convoy. La idea del técnico de la Unidad 316 que elaboró este ingenioso sistema era muy lúcida, lo cual sedujo al espíritu racional de Warden. A menudo, tras una serie de accidentes, el enemigo, después de reparar la línea, hace preceder un convoy importante de uno o dos vagones viejos cargados de piedras, arrastrados por una locomotora sin valor. Al suelo nada le ocurre a su paso. El enemigo, entonces, queda convencido de que la mala suerte ha sido conjurada. Rebosante de confianza, envía sin precaución alguna el tren importante y… mira por dónde, éste salta por los aires…
«Nunca considerar completamente concluida una operación hasta que se haya causado el mayor daño posible al adversario». Así rezaba el leitmotiv de la «Explosivos Plásticos y Destrucciones S.L.». «Ingeníenselas siempre para multiplicar las sorpresas desagradables, para inventar nuevas trampas que siembren la confusión en el adversario, cuando por fin éste quede convencido de que todo ha pasado», repetían sin cesar los jefes de la empresa. Warden había hecho suyas esas doctrinas. Después de plantar su segunda trampa y borrar todas las huellas, siguió dándole vueltas a la cabeza sobre la conveniencia de hacerles alguna jugarreta más.
Había llevado consigo otros artefactos, un poco al azar. Uno de ellos, que poseía en varios ejemplares, consistía en una especie de cartucho encajado en una tablilla móvil, capaz de pivotar en torno a un eje y de cerrarse sobre otra tablilla, fija y dotada de un clavo. Este artefacto tenía como objetivo los viandantes. Había que recubrirlos con una delgada capa de tierra. El funcionamiento no podía ser más simple. El peso de una persona pone en contacto el clavo con el cebo del cartucho. La bala se dispara, atraviesa el pie del paseante o, en el mejor de los casos, le impacta en la frente, si anda con la cabeza inclinada. En Calcuta, los instructores de la escuela especial aconsejaban desperdigar un gran cantidad de esos artilugios en las cercanías de una vía férrea «preparada». Cuando, después de la explosión, los supervivientes (siempre los hay) corrieran despavoridos en todas direcciones, los dispositivos se activarían al azar de su estremecimiento, aumentando de esa forma el pánico.
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