La gente que me encontró me llevó a su pueblo, donde unas mujeres me bañaron y me frotaron con tanta fuerza que me pregunté si no se habrían dado cuenta de que tenía la piel oscura por naturaleza y que no era un niño blanco sucio. Intenté explicárselo. Asintieron con la cabeza, me sonrieron y me siguieron frotando como si fuera la cubierta de un buque. Creí que iban a despellejarme vivo. Pero me ofrecieron comida. Comida deliciosa. Cuando empecé a comer, no pude parar. Estaba convencido de que nunca se me iba a pasar el hambre que tenía.
Al día siguiente, me vino a buscar un coche policía y me llevó a un hospital, y allí se acaba mi historia.
La verdad es que la generosidad que mostraron mis rescatadores conmigo me dejó abrumado. Gente pobre me brindó ropa y comida. Los médicos y las enfermeras me cuidaron como si fuera un bebé prematuro. Los funcionarios mexicanos y canadienses me abrieron todas las puertas de modo que desde la playa de México hasta la casa de mi madre adoptiva hasta las aulas de la Universidad de Toronto, sólo tuve que recorrer un pasillo largo, llano y recto. A todas esas personas quisiera darles mis más sentidas gracias.
HOSPITAL BENITO JUÁREZ, TOMATLÁN, MÉXICO
El señor Tomohiro Okamoto del Departamento Marítimo del Ministerio de Transporte de Japón, ya jubilado, me dijo que se encontraba junto a un compañero, el señor Atsuro Chiba, en Long Beach, California (el puerto de contenedores más importante en la costa oeste de Estados Unidos, cerca de Los Ángeles), por otro asunto de negocios cuando se les comunicó que, según se informaba, el único superviviente del buque japonés Tsimtsum, que unos meses atrás había desaparecido sin dejar rastro en aguas internacionales del Pacífico, había desembarcado cerca del pueblo de Tomatlán en la costa de Méjico. Su departamento les dio instrucciones de ponerse en contacto con el superviviente para ver si podían arrojar luz sobre la suerte del buque. Compraron un mapa de México para ver dónde quedaba Tomatlán. Por desgracia, había un pliegue en el mapa que cruzaba Baja California justo encima de un pequeño pueblo costero llamado Tomatán, impreso en letras minúsculas. El señor Okamoto estaba seguro de haber leído Tomatlán. Como quedaba más o menos en medio de Baja California, decidió que la forma más rápida de llegar sería en coche.
Partieron en un coche alquilado. Cuando llegaron a Tomatán, a ochocientos kilómetros al sur de Long Beach y se dieron cuenta de que no se trataba de Tomatlán, el señor Okamoto decidió que seguirían hasta Santa Rosalía, a doscientos kilómetros hacia el sur, donde cogerían el transbordador que los llevaría a Guaymas. El transbordador salió tarde y era muy lento. De Guaymas, todavía les quedaban mil trescientos kilómetros para llegar a Tomatlán. Las carreteras estaban en muy mal estado. Se les pinchó una rueda. Se les averió el coche y el mecánico que lo arregló desvalijó el motor de sus piezas a escondidas y las cambió por piezas usadas. En consecuencia, no sólo tuvieron que pagar las piezas nuevas a la compañía de alquiler de coches, sino que se les estropeó el coche por segunda vez a la vuelta. El segundo mecánico les cobró de más. El señor Okamoto admitió que estaban muy cansados cuando llegaron al Hospital de Benito Juárez en Tomatlán, que para nada se encuentra en Baja California, sino a cien kilómetros al sur de Puerto Vallarta, en el estado de Jalisco, que está casi a la misma altura que Ciudad de México. Llevaban cuarenta y una horas viajando sin parar. «Trabajamos mucho», escribió el señor Okamoto.
El señor Okamoto y el señor Chiba hablaron con Piscine Molitor Patel, en inglés, durante casi tres horas. Grabaron la conversación. He aquí unos pasajes de la transcripción textual. Le estoy muy agradecido al señor Okamoto por haberme facilitado una copia de la cinta y de su informe final. Para evitar confusiones, he indicado quién está hablando cuando no resulta evidente a primera vista. Las partes que aparecen en una fuente distinta corresponden a fragmentos hablados en japonés y que fueron traducidos posteriormente.
– Hola, señor Patel. Me llamo Tomohiro Okamoto. Vengo de parte del Departamento Marítimo del Ministerio de Transporte de Japón. Le presento a mi ayudante, el señor Atsuro Chiba. Hemos venido a hablar con usted del hundimiento del buque Tsimtsum, en el que usted viajó. ¿Le parece bien que hablemos del tema ahora?
– Claro. Por supuesto.
– Gracias. Es usted muy amable. A ver, Atsuro-kun. Tú no tienes experiencia en este tipo de trabajo, así que quiero que prestes atención y que escuches.
– Sí, Okamoto-san.
– ¿Has encendido la grabadora?
– Sí, señor.
– Bien, ¡qué cansado estoy! Que conste en acta que hoy es el día diecinueve de febrero de 1978. Número de expediente 250663, concerniente a la desaparición del carguero Tsimtsum. ¿Se encuentra usted cómodo, señor Patel?
– Sí, lo estoy. Gracias. ¿Y ustedes?
– Estamos muy cómodos.
– ¿Han venido de Tokio sólo para verme?
– Bueno, estábamos en Long Beach, California. Hemos venido en coche.
– ¿Ha ido bien el viaje?
– Ha sido un viaje maravilloso. Un paisaje bellísimo.
– El mío fue horroroso.
– Sí, hemos hablado con la policía antes de venir aquí y hemos visto el bote salvavidas.
– Tengo un poco de hambre.
– ¿Le apetece una galleta?
– ¡Sí, por favor!
– Aquí tiene.
– ¡Gracias!
– No hay de qué. Sólo es una galleta. Vamos a ver, señor Patel, ¿le importaría contarnos lo que le pasó en el bote salvavidas, dándonos todos los detalles posibles?
– En absoluto. Lo haré encantado.
La historia.
SR. OKAMOTO: Muy interesante. SR. CHIBA: ¡Vaya historia!
– Nos toma por idiotas . Señor Patel, vamos a hacer una pausa. En seguida volvemos, ¿de acuerdo?
– Ningún problema. Me apetece otra galleta.
– Sí, cómo no.
SR. CHIBA: ¡Ya le hemos dado muchas y ni siquiera se las ha comido! He visto cómo las escondía debajo de la sábana,
– Mira, dale otra. Tenemos que seguirle la corriente . Ahora mismo volvemos.
SR. OKAMOTO: Señor Patel. No creemos su historia.
– Disculpe. Es que estas galletas están muy buenas pero a la mínima se desmenuzan. Estoy asombrado. ¿Por qué no?
– No cuadra
– ¿Qué quiere decir?
– Los plátanos no flotan.
– ¿Cómo?
– Usted ha dicho que el orangután llegó flotando encima de una isla de plátanos.
– Es cierto.
– Pero los plátanos no flotan.
– Sí. Sí que flotan.
– Pesan demasiado para flotar.
– No, se equivoca. Tenga, compruébelo usted mismo. Da la casualidad de que tengo dos plátanos aquí mismo.
SR. CHIBA: ¿Pero de dónde ha salido eso? ¿Qué más tendrá debajo de las sábanas?
SR. OKAMOTO: ¡Maldita sea! No, no se preocupe.
– Mire, allá mismo tienen un lavabo.
– No hace falta, de verdad.
– Por favor. Insisto. Llenen el lavabo de agua y pongan los plátanos dentro. Entonces veremos quién tiene razón.
– Quisiera pasar al punto siguiente.
– Insisto, por favor. [SILENCIO]
SR. CHIBA: ¿Y ahora qué?
SR. OKAMOTO: Presiento que hoy va a ser un día muy largo. [RUIDO DE UNA SILLA ARRASTRÁNDOSE POR EL SUELO. SE ENCIENDE UN GRIFO A LO LEJOS]
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