– ¡Señoras y señores, niñas y niños, diríjanse a sus asientos! ¡Deprisa, deprisa! No pierdan ni un minuto más. Siéntense, abran los ojos, abran los corazones y prepárense para lo nunca visto. Les presento, para que disfruten y aprendan, para que se complazcan y se edifiquen, el espectáculo que han estado esperando todas sus vidas: ¡EL MEJOR ESPECTÁCULO DEL UNIVERSO! ¿Están preparados para presenciar el milagro? ¿Sí? Pues allá vamos… Son increíblemente adaptables, los han visto en bosques congelados y cubiertos de nieve. Los han visto en junglas densas tropicales y monzónicas. Los han visto en paisajes semiáridos de matorrales. Los han visto en manglares salobres. Efectivamente, se amoldarían a cualquier hábitat. Pero jamás los han visto donde están a punto de verlos. Señoras y señores, niñas y niños, sin más preámbulos, para mí es un placer y un honor presentarles: ¡¡¡EL CIRCO FLOTANTE INDO-CANADIENSE TRANSPACÍFICO DE PI PATELÜ! ¡PRIIIIIl! ¡PRllim! ¡PRlIIIIl! ¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl!
A Richard Parker le impresionó. Sólo oír el primer pitido se encogió y gruñó. ¡Ja! ¡Por mí, como si quisiera lanzarse al agua! ¡A ver si se atrevía!
¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl!
Soltó un rugido y arañó el aire. Pero no saltó. Quizás no temiera el mar cuando el hambre y la sed lo llevaran a la locura, pero de momento, tenía que aprovechar el temor que le tenía.
¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl! ¡PRIIIIIl!
Retrocedió y se tiró al fondo del bote. La primera sesión de adiestramiento había acabado. Había sido un éxito rotundo. Dejé de pitar y me desplomé encima de la balsa, sofocado y agotado.
Y así acaeció:
Plan Número Siete: Mantenerlo Vivo.
Saqué el manual de supervivencia. Las páginas todavía estaban mojadas. Las pasé con cuidado. El manual había sido escrito por un capitán de fragata de la armada británica. Contenía una profusión de información práctica acerca de cómo sobrevivir en alta mar después de un naufragio. He aquí algunos consejos que brindaba:
• Procure leer las instrucciones detenidamente.
• No beba orina. Ni agua del mar. Ni sangre de pájaros.
• No coma medusas. Ni peces que estén armados de pinchos. Ni los que tengan pico de loro. Ni los que se hinchen como un globo.
• Si aprieta los ojos de un pez, conseguirá paralizarlo.
• El cuerpo puede ser un héroe en la batalla. En caso de que alguno de los náufragos esté herido, absténgase de tratamientos médicos bienintencionados pero infundados. La ignorancia es el peor médico, mientras que el descanso y el sueño son los mejores enfermeros.
• Procure descansar por lo menos cinco minutos cada hora.
• Debe evitar todo esfuerzo innecesario. Sin embargo,
una mente inactiva tiende a hundirse, así que debe ocupar su mente con cualquier distracción que se presente. Jugar a cartas, el juego de las veinte preguntas, y el veo-veo son algunas formas de esparcimiento excelentes. Cantar en grupo es otra manera infalible de levantar la moral. Hilar es otro método harto recomendado.
• El agua verde es menos profunda que el agua azul.
• No se deje engañar por nubes lejanas que asemejan montañas. Busque verdor. En última instancia, los pies son los que mejor evaluarán tierra firme.
• No se bañe en el mar. No malgaste su energía. Además, una embarcación de supervivencia puede moverse con más velocidad de lo que una persona es capaz de nadar. La vida marina también supone un gran peligro. Si tiene calor, mójese la ropa.
• No orine cuando esté vestido. El calor momentáneo no compensa la irritación posterior en las nalgas.
• Guarézcase. El hecho de estar expuesto a las inclemencias del tiempo puede provocar la muerte antes que el hambre o la sed.
• Siempre que no haya perdido un exceso de agua a través de la transpiración, el cuerpo puede vivir hasta catorce días sin agua. Si tiene sed, chupe un botón.
• Las tortugas son fáciles de pescar y constituyen una comida excelente. La sangre de tortuga es una bebida buena, nutritiva y sin sal; la carne es sabrosa y llena mucho; la grasa puede utilizarse de varias maneras; y el náufrago se deleitará con sus huevos. Vigile el pico y las garras.
• No permita que se le hunda la moral. Amilánese pero nunca se deje vencer. Recuerde: el espíritu, por encima de todo, es lo que cuenta. Si tiene la voluntad de vivir, lo conseguirá. ¡Buena suerte!
Había algunas instrucciones crípticas que extraían el arte y la ciencia de navegar. Aprendí que el horizonte, visto desde una altura de un metro y medio, se encuentra a una distancia de cuatro kilómetros.
La orden de no beber orina era superflua. Alguien que ha vivido con el apodo de «Pissing» en su infancia no iba a dejarse ver acercando un vaso de orina a la boca ni muerto, ni siquiera estando solo en un bote salvavidas en medio del océano Pacífico. Y mis sospechas de que los británicos ignoraban el significado de la palabra «comida» se vieron confirmadas en las sugerencias gastronómicas. Por lo demás, el manual era un panfleto fascinante que explicaba cómo evitar acabar encurtido en salmuera. Solamente faltaba un tema de vital importancia: cómo establecer una relación alfa-omega con intrusos mayores empeñados en ocupar el bote salvavidas.
Tenía que concebir un programa de adiestramiento para Richard Parker. Tenía que hacerle entender que yo era el tigre número uno y que su territorio se circunscribía al fondo del bote, el banco de la popa y los bancos laterales hasta el banco transversal del medio. Tenía que meterle en la cabeza que la parte superior de la lona y la proa, limitado por el territorio neutral del banco transversal del medio, era mi territorio y, por lo tanto, que tenía la entrada completamente vedada.
Pronto no me quedaría más remedio que empezar a pescar. Los restos de los animales muertos no le iban a durar nada. En el zoológico, los leones y tigres adultos solían comer una media de cuatro kilos y medio de carne al día.
Pero todavía me quedaban muchas cosas por hacer. Tenía que encontrar una forma de resguardarme de los elementos. Si Richard Parker apenas salía de debajo de la lona, algún motivo habría. El hecho de estar siempre a la intemperie, expuesto al sol, el viento, a la lluvia y al mar era extenuante, no sólo para el cuerpo sino para la mente también. ¿No acababa de leer que la exposición a las inclemencias del tiempo podía ocasionar una muerte rápida? Tenía que crear una especie de dosel.
Tenía que atar la balsa al bote salvavidas con otra cuerda, por si la primera se rompía o se soltaba.
Tenía que mejorar la balsa. De momento estaba en condiciones de navegar, pero no era ni mucho menos habitable. Tenía que modificarla para que pudiera vivir en ella hasta que me mudara definitivamente a mis dependencias en el bote salvavidas. Por ejemplo, tenía que encontrar la manera de mantenerme seco. Tenía el cuerpo abotagado y arrugado de estar siempre empapado. No podía continuar así. Y tenía que buscar una forma de guardar algunas cosas en la balsa.
Tenía que dejar de esperar que apareciera un buque a rescatarme. Tenía que olvidarme de contar con la ayuda del mundo exterior. La supervivencia tenía que comenzar conmigo mismo. Por experiencia propia, puedo afirmar que el error más grave que puede cometer un náufrago es esperar mucho y actuar poco. La supervivencia parte de reparar en lo que tienes a tu disposición, en lo que está a mano. Mirar hacia fuera equivale a soñar, dejar que se te escape la vida de las manos.
Tenía muchísimas cosas que hacer.
Miré hacia el horizonte vacío. Había tanta agua. Y yo estaba solo. Muy solo.
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